Sigmund Freud. La Interpretación de los Sueños*. José Ramón Ubieto (Barcelona)

Prefacio

La vigencia del Psicoanálisis
Preguntarse hoy por la vigencia de La Interpretación de los Sueños es hacerlo también por la actualidad del método freudiano, allí esbozado. No pasa un día sin que tengamos noticias, generalmente del mundo anglosajón y universitario, sobre la “muerte” del genio del Psicoanálisis. Magazines de divulgación, revistas supuestamente científicas, Libros negros del psicoanálisis (verdaderos panfletos sin ningún rigor) se apresuran a echar más tierra sobre el descubrimiento freudiano. Podríamos decir aquello de “ladran, luego cabalgamos” puesto que todos esos vanos esfuerzos no han evitado que el psicoanálisis como teoría y, sobre todo, como práctica clínica tenga un lugar y un porvenir en este nuevo Siglo XXI.

Por supuesto no se trata del mismo psicoanálisis que Freud inauguró con esta primera obra, publicada en la entrada del siglo XX (1900) –si bien ya tenía otras escritas anteriormente. En estos más de 100 años, el psicoanálisis ha visto transformar y progresar muchos de sus conceptos -otros han sido inventados posteriormente- a la par que la clínica ha ido también cambiando en consonancia con las nuevas presentaciones de los síntomas contemporáneos.

Desde los primeros discípulos, Abraham, Jung, Ferenczi, su propia hija Anna Freud, Melanie Klein, hasta los teóricos de la Ego Psychology, todos ellos han contribuido a la evolución de la teoría y la práctica analítica. Pero sin duda el verdadero renovador del psicoanálisis, y el que más influencia ha tenido en los últimos 50 años, ha sido el francés Jacques Lacan cuyo “retorno a Freud” ha permitido a numerosas generaciones -y lo sigue haciendo- una lectura renovada de los textos freudianos y un work in progress del psicoanálisis mismo. Lacan retomó los conceptos freudianos y fue más allá de ellos para promover, a través de su enseñanza continuada y de sus creaciones institucionales (escuelas, fundaciones), un psicoanálisis que permanece en la actualidad como una orientación para miles de practicantes en todo el mundo.

¿Qué se discute hoy de la pertinencia del psicoanálisis? Fundamentalmente se le opone la ciencia, el método científico encarnado en las neurociencias y en algunas técnicas psi que se autodenominan científicas, como un déficit del programa psicoanalítico. Freud aspiraba a hacer reconocer el psicoanálisis dentro de los procedimientos científicos de su época, pero con un matiz importante: él había descubierto una nueva variable, el inconsciente, según la cual la conducta no podía ya ser entendida como un reflejo del organismo, ni del viejo Ibumos griego ni tampoco del moderno cerebro estudiado por la neurología de finales del S.XIX. Tampoco era reducible a las nacientes tesis conductistas, reactivas al mentalismo dominante que sólo aceptaba estímulos internos, que propugnaban la inconsciencia (automatismo) del sujeto respecto a sus conductas.

El inconsciente freudiano, por el contrario, estaba estructurado como un lenguaje, tenía allí sus propios mecanismos de funcionamiento y los estímulos internos, designados como pulsiones, eran impensables sin su gramática y sin la dialéctica con el Otro. Freud nunca dejó de señalar, incluso en su pretensión de considerar el psicoanálisis como una ciencia, que el psicoanálisis tenía una relación especial con la ciencia, que era hijo de ese discurso pero que no podía compartir todos sus presupuestos ya que el método científico, como tal, implica la elisión del sujeto y es precisamente de ese sujeto excluido del que se ocupará el psicoanálisis.

Hoy vemos como una buena parte de la psiquiatría, e incluso de la psicología y por supuesto las neurociencias, aspiran a definirse como ciencias de la conducta, excluyendo de su objeto al sujeto mismo. Esa operación exige un cifrado absoluto de los procedimientos, las pruebas diagnósticas, los efectos de la terapéutica, los resultados de los programas,… Cifrado que podemos considerar necesario y adecuado en algunas prácticas médicas, especialmente en todo lo referido a la terapéutica ya que constituyen su esencia misma. La medicina no puede ejercerse sino es sobre el fondo de una cierta des-subjetivación para operar mejor sobre el cuerpo tomado como objeto, pero resulta falaz y ridícula cuando se trata de tomar la medida exacta de esa parte del sujeto que no es, ni puede serlo, cifrable, si bien tampoco es inefable. El psicoanálisis no excluye la terapéutica pero no se reduce a ella. Ya Freud alertaba a los futuros practicantes del furor sanandi como único objetivo del tratamiento por la palabra (talking cure), que él inventó.

Esta codificación y reificación del sujeto lo reduce, cada vez más, al “hombre sin cualidades”, a una cifra carente de significación, y es el requisito previo de una operación de control en una sociedad del miedo, en la cual los registros (cuestionarios, protocolos) son fundamentales. Movimiento que no es nuevo puesto que la historia de la medición del hombre, de sus capacidades psíquicas, se inició ya a finales del S. XIX en un momento, como el actual, de grandes movimientos de masa, entonces hacia el Nuevo mundo. Tuvo allí una función eminente en el control y la segregación de grupos humanos que huían de sus países, forzados por el hambre y la necesidad.

No es extraño, pues, que este empuje a la cifra y a la clasificación obtenga efectos reactivos del sujeto, reducido a un código o a un número. Efectos de boicot, conocidos como incumplimiento terapéutico, de violencia activa, manifiesta en los crecientes fenómenos de agresiones a los profesionales asistenciales, de retorno sobre el cuerpo (toxicomanías, trastornos de la alimentación) y también de redirección de la demanda a otros interlocutores (religión, terapias alternativas). Y todo ello porque lo más real del sujeto, aquello íntimo que él mismo desconoce y causa su angustia, insiste y resiste a esa operación de exclusión. El “Ça n’empeche pas d’exister” (Ello no impide su existencia), frase de Charcot, tan cara a Freud, como respuesta a los que negaban realidad y existencia al padecimiento subjetivo, sigue siendo de actualidad.

Hoy vemos como surge, con fuerza, todo un movimiento de rechazo a estos nuevos imperativos de abordaje del malestar contemporáneo, desde el mundo psi y desde otros ámbitos de la cultura y el pensamiento. Es un deber, por tanto, del psicoanálisis y de sus practicantes no dejar el tratamiento de ese real, causa de sufrimiento y punto ciego de las neurociencias, en manos de los charlatanes, sean éstos deudores de la religión tradicional o de esa versión ingenua que pretende un regreso a la animalidad o al maquinismo artificial. Sabemos que el goce -esa satisfacción ignorada- no es erradicable, y que no se trata de eliminar, ajustar o adaptar esa disruptividad conductual, propia del ser hablante, sino más bien constatar las formas propias de satisfacción de cada cual y tratar de encontrar, en la pragmática de la cura psicoanalítica, un nuevo uso de esa satisfacción, más útil para el sujeto.

La Interpretación de los sueños: Traumdeutung
¿Qué queda, pues, de esta obra que nos resulte útil en la experiencia analítica, así renovada? La Traumdeutung supuso una revolución en el panorama de la época. Escrita a lo largo de dos años incluye la descripción y análisis de 223 sueños, de los cuales 47 son del propio Freud y el resto de pacientes y conocidos. Esta implicación personal de Freud, como se aprecia en el conocido sueño de “La inyección de Irma”, ya nos da una pista sobre el alcance mismo de la obra. Para él, en conversación regular con su alter ego, el otorrinolaringólogo alemán Wilhelm Fliess, supuso un autoanálisis y una puesta en forma de su propio inconsciente. En estos tiempos postmodernos de parloteo y de intimidad banal (reality shows ) esta posición freudiana no deja de ser una pauta ética que nos invita a estar atentos a nuestro inconsciente y al deseo que allí se vehicula, para finalmente decidir si queremos o no eso que deseamos. Justamente una de las aportaciones freudianas es distinguir entre aquello que pedimos y aquello que deseamos.

La causa del interés de Freud por los sueños no fue meramente intelectual, surgió de su práctica misma, de las numerosas pacientes histéricas que le relataban sus sueños como vivencias valiosas. Pronto se dio cuenta que esas escenas oníricas eran incomprensibles sin el supuesto del inconsciente, esa “otra escena” donde se alojan deseos y voluntades no siempre compatibles con los ideales del sujeto. A causa de la repugnancia que producen esos deseos (que incluyen egoísmo, sadismo, transgresión y a veces crueldad) se reprimen y surgen, en el retorno de lo reprimido, bajo una forma disfrazada: lapsus, actos fallidos, olvidos, síntomas y por supuesto los sueños mismos.

Estas ideas reprimidas, que aparecen deformadas, encuentran su razón de ser en la sexualidad. Primero Freud lo pensó como el resultado de una sexualidad reprimida por lo exterior (normas e ideales sociales) pero luego entendió que la sexualidad misma, en el ser hablante, está afectada de entrada por su condición de disarmónica. No hay relación sexual entre los sujetos que pueda plantearse en términos de equivalencia, armonía, exactitud. La sexualidad es siempre traumática por lo que tiene de incompletud y de desajuste. El mito clásico de la media naranja no encontraba así, en la boca de las pacientes freudianas, ninguna garantía de existencia.

Es esa falta original la que nos conmina a hablar y en el texto de ese discurso está ya presente el inconsciente mismo, es decir el deseo inconsciente articulado en palabras. Por eso Freud se comportó más como un arqueólogo que no como un buceador de las profundidades. Los signos del deseo reprimido no estaban ocultos bajo tierra sino a la vista misma, como en el cuento de Poe, La carta robada. Freud tomaba el conjunto del relato del sueño, al igual que Champollion ante los jeroglíficos egipcios para, a partir de las asociaciones del paciente, interpretarlo. No disponía de ningún libro de códigos donde a cada símbolo (pájaro, falo, caída) correspondería un significado siempre fijo y ya establecido.

Para Freud el relato -materia verbal- del sueño es un texto con una sintaxis que el sujeto mismo desconoce, como si se tratara de una lengua extranjera, pero que contiene en sí mismo lo inconsciente. Por eso hablaba de los sueños como de una vía regia de acceso al inconsciente.

¿Por qué aparecen entonces bajo esa forma absurda y caótica, con imágenes sobrepuestas y aparentemente sin sentido? El sueño tiene una función psíquica fundamental que es permitir al sujeto dormir. Por ello el deseo, que durante el día encuentra formas de manifestarse en los lapsus, olvidos, actos fallidos, de noche se pasea en las escenas de nuestros sueños pero de manera que no sea reconocible directamente por el durmiente y que vele así su sueño. Cuando eso no es posible y el real intimo aparece desnudo, sin velo, nos despertamos bruscamente para así seguir desconociéndolo. Es lo que llamamos pesadillas, encuentros con nuestro real más insoportable, que ha burlado, por su intensidad, la censura onírica y se nos ofrece a cielo abierto. Para seguir “durmiendo” sólo nos cabe despertar.

El sueño es pues una realización (deformada) del deseo inconsciente. Esta es la tesis fundamental de la obra freudiana y verificada en cada uno de los sueños. Esta idea nos `puede resultar clara en los llamados sueños infantiles, donde los niños sueñan que hacen realidad deseos diurnos (comer un dulce, conseguir un juguete, ganar un premio) o en los llamados sueños de necesidad (donde alcanzamos un oasis cuando estamos en un desierto o un refugio si practicamos alpinismo o un plato de comida si estamos hambrientos). También en sueños donde parece que hacemos realidad nuestros anhelos (amorosos, profesionales, familiares). Pero la realización del deseo es más compleja que todo esto ya que, por definición, el deseo nunca tiene un objeto predefinido. De hecho el deseo es el desplazamiento de un lugar a otro, de un objeto a otro. Basta pensar en el afecto que se une al hecho de realizar un deseo largamente anhelado: cuando ya lo tienes, como se dice vulgarmente, deja de interesarte. El deseo está pues ligado a la falta, a la privación, a la insatisfacción. Es él mismo el motor que nos impulsa a hacer cosas, promover proyectos, iniciar relaciones. Como señalaba Hegel, lo social es una red de deseos y hoy más que nunca lo vemos presente en la proliferación de las redes sociales virtuales donde se trata de intercambios, apariciones, insinuaciones que se retroalimentan unas a otras.

Si algo le enseñó la clínica de la histeria a Freud es que el deseo es siempre el deseo del Otro, que debemos pasar por el otro para sostenerlo y que por ello hay que preservar esa falta ya que si nos llenamos de objetos, nuestro deseo desaparece. De allí que las objeciones que a veces planteamos al otro: a su comida, a sus regalos, a sus actividades, son maneras de hacer existir el deseo. Vean si no la interesante película de Marco Ferreri, La Gran Comilona, donde un grupo selecto se dispone a pasar una agradable velada en una mansión. Todo al inicio pertenece al régimen del deseo, la música que suena, las insinuaciones de los asistentes, la comida que se entrevé en la magnífica mesa. Pero basta que pase el tiempo y se consume el deseo para que eso que animaba al sujeto se convierta en la pesadilla de un hartazgo que nos deja sin aliento.

Un bello sueño, que encontramos en el capítulo IV “La deformación onírica”, nos los muestra bien. Lacan, quien analizó a fondo este sueño, lo bautizo como el sueño de la Bella carnicera. La paciente de Freud le relata el sueño: “Quiero dar una comida, pero no dispongo sino de un poco de salmón ahumado. Pienso en salir para comprar lo necesario, pero recuerdo que es domingo y que las tiendas están cerradas. Intento luego telefonear a algunos proveedores, y resulta que el teléfono no funciona. De este modo, tengo que renunciar al deseo de dar una comida”. De hecho, la paciente pretende poner a prueba a Freud, ya que la tesis central de la Traumdeutung es que el sueño es el cumplimiento de un deseo y en su sueño justamente sucede lo contrario: el deseo no se cumple.

¿Niega pues la mayor? Si nos detenemos en su análisis vemos como efectivamente el deseo, aparentemente, no se cumple: ella no puede agasajar a sus invitados. Pero es que ella no quiere hacerlo en realidad, porque prefiere privarse de esa satisfacción. Al igual que en la vida real, ella querría comer caviar todos los días, pero se priva de ello. Y no por falta de posibilidades, ya que de pedirlo, su marido “un honrado y laborioso carnicero” se lo procuraría sin dudar. Pero, sin embargo, ella desea en realidad que él la prive de su deseo. La secuencia, pues, es que la bella carnicera desea algo, y enseguida hace lo posible para que su partenaire no se lo dé, para así tener un deseo insatisfecho.

Pero el sueño ofrece más variantes interpretativas. El caviar que desea la carnicera aparece en el sueño en forma de salmón ahumado. ¿A qué es debido? Sin duda a que es el plato preferido de su amiga, con la cual se identifica y de la que está celosa porque a su marido le gusta. El deseo de la carnicera es pues un deseo del deseo del otro, lo que significa tanto el deseo que se aloja en el otro (lo que la amiga quiere) como el deseo de reconocimiento por el otro. Lo que hace deseable un objeto no es ninguna cualidad intrínseca de la cosa en sí, sino simplemente el hecho de que es deseado por otro. En el sueño, el deseo puede satisfacerse, pero sólo para el otro, por intermediario de otra. En este sueño se hace, pues, patente también el cumplimiento del deseo: el deseo de ver a su marido deseado por su amiga, o a su marido deseando a su amiga, aún con el riesgo, para la paciente, de perderlo.

El deseo existe en su articulación, no en los objetos, en el recorrido por el que nos conduce, cosa que sabemos bien cuando viajamos y encontramos más placer en todo el trayecto que va de la preparación al recuerdo final (videos, fotos), que no en la fijación a un momento u objeto preciso. Freud hablaba del deseo como el capitalista del sueño, que encuentra en el proceso onírico su procedimiento de elaboración: “Es muy posible que la idea diurna represente en la formación del sueño el papel de socio industrial: el socio industrial posee una idea y quiere explotarla: pero no puede hacer nada sin capital y necesita un socio capitalista que corra con los gastos. En el sueño el capitalista que corre con el gasto psíquico necesario para la formación del sueño es siempre, cualquiera que sea la idea diurna, un deseo de lo inconsciente”. (Capítulo VII. Psicología de los procesos oníricos)

Pero ¿por qué explican los pacientes sus sueños? Porque la interpretación de los sueños es indisociable del analista mismo y del tratamiento en curso. El sueño es ya un trabajo de elaboración, de articulación de ese deseo, que luego se ofrece en el marco de la experiencia analítica. A veces los pacientes sueñan la víspera del primer encuentro con el analista poniendo en juego ya su inconsciente transferencial como productor de sentido, sentido que se dirige al otro.

Para ello Freud identificó dos mecanismos: la condensación y el desplazamiento. El primero se refiere a cómo los elementos latentes, las articulaciones del deseo que quieren hacerse presentes, aparecen fundidos en el sueño a causa de algún rasgo común. Así por ejemplo un personaje del sueño puede condensar varios personajes reales: la soñante misma -hay que decir que el sujeto es siempre protagonista en sus sueños- que aparece con su rostro, su hermana que se refleja en las ropas que viste o la madre que se reconoce por alguna expresión familiar.

La segunda operación es el desplazamiento, que parte de la relativa independencia que Freud constata entre una representación (idea) y el afecto concomitante. De esta manera es posible que algunos de los elementos latentes que pugnan por hacerse presentes lo consigan desprendiéndose del afecto -desagradable para la conciencia- que pasa a investir otra idea secundaria. De esta manera se burla la censura onírica.

Freud hará, finalmente, de estos dos mecanismos las leyes generales del inconsciente. Pero esta lógica existente encuentra un límite, en lo que se refiere a la interpretación de los sueños. Por ello formulará lo que llamó "el ombligo del sueño", lugar donde conducen todas las asociaciones y también donde se detienen verificando así que hay un límite para la articulación del deseo en la palabra, debido a una fundamental incompatibilidad entre el deseo y la palabra. Aunque la verdad acerca del deseo está presente en alguna medida en toda palabra, la palabra nunca puede expresar la verdad total sobre el deseo: siempre que la palabra intenta articular el deseo, queda un resto, un plus que excede a la palabra y que es de otro orden que lo verbal. Más tarde Freud y el propio Lacan teorizaran sobre aquello que en el sujeto no responde al régimen del deseo, sino de la satisfacción pulsional y del goce. Freud establecerá una homología entre el ombligo del sueño y el corazón de nuestro ser más intimo.

La Interpretación de los sueños sigue siendo, pues, la vía regia de acceso al inconsciente, un mecanismo mucho más fiable para captar esa tensión entre el deseo y la satisfacción, entre los ideales y el objeto, que toda esa proliferación de neuroimágenes con las que las técnicas actuales pretenden captar la esencia de la subjetividad moderna. La genética molecular ha conseguido descifrar el mapa del genoma humano y ello tendrá sus incidencias en nuestras vidas, pero sin duda el mapa de la subjetividad no lo podremos perfilar al margen del sujeto, de sus dichos y de sus elecciones.

Las formaciones que su inconsciente produce: el chiste, los olvidos, los lapsus, los sueños, los síntomas, seguirán siendo la mejor brújula para captar las coordenadas de su malestar y al mismo tiempo para hacernos una idea de la cartografía de su real éxtimo y de sus “invenciones” particulares para tratarlo, para saber hacer con él y con el vínculo social.

*Publicado en La Vanguardia ediciones. Col. “Libros que cambiaron el mundo”. 2009. Barcelona. Con la amable autorización del autor.