Una enfermedad mental limpia. José Rubio. (Valencia)

He tenido ocasión de visitar una residencia para enfermos mentales crónicos de media estancia y me ha conmovido sobre todo el silencio en que están los enfermos. En cambio, los profesionales que les atienden -son jóvenes y se llevan bien entre ellos- están joviales, con una palabrería animada que contrasta con la figura apagada de los residentes.

Nunca está demás señalar, una vez más, cómo la reducción cientificista de los trastornos mentales silencia la dimensión del sujeto de la palabra, así como el lamentable abuso de la farmacopea borra la dimensión transferencial de la escena asistencial. Pero en esta ocasión lo que quiero comentarles no son estos efectos propiamente, sino una especie de furor sanandi que funciona, como suele ser lo habitual, como defensa contra la angustia que el enfermo mental genera en los profesionales de atención directa. Se trata de un mecanismo asistencial que hace del enfermo un objeto adecuado, proporcional y satisfactorio a la función del rehabilitador.

Una joven agradable (terapeuta ocupacional), contenta e implicada con su trabajo, hace de anfitrión. Pasamos entre varios enfermos silenciosos que apenas reparan en nuestra presencia, y ella comenta que se siente tranquila junto a ellos, no tiene miedo pues al contrario de la opinión general, no son violentos. Explica que en todo el tiempo que lleva trabajando (alrededor de dos años) no ha tenido ningún episodio de este tipo, y me da a entender que se trata de personas básicamente pacíficas e incluso entrañables. No le digo nada pero justo en ese momento entramos en la enfermería, verdadero santuario de la residencia, donde una abundante variedad de pastillas están distribuidas en dosis y ordenadas en sus respectivas casillas, todo en orden, preparado para las tomas diarias. Allí de oficiante estaba el médico (no es psiquiatra) y el enfermero, ociosos y sin ningún paciente a la vista. Al salir me dice con énfasis, algo que claramente es motivo de satisfacción, que en esta residencia se hace “estimulación cognitiva”. Ella misma es la responsable de programar y supervisar estas actividades, actividades que las llevan a cabo los monitores. Me explica que los monitores la mayoría son personal auxiliar que se han reciclado allí mismo.

La “estimulación cognitiva”, consiste en tareas, digamos para resumir, de aprendizaje escolar, donde en aulas con pizarra y pupitres, los enfermos hacen ejercicios de cálculo (sumas, restas, etc.), resolución de problemas aritméticos simples, también hacen dictados, ejercicios de comprensión lectora, escritura, etc., así como habilidades sociales.

Para seguir con la visita de las instalaciones, tuvimos que pasar por mitad de una aula en plena actividad: ¡que espectáculo! Nunca antes había estado en un aula tan extraordinariamente silenciosa: la auxiliar-monitora con bata blanca, escribiendo en la pizarra, y los alumnos más que atender estaban meditando delante de unas fichas de tipo escolar, emborronadas y ajadas por el estancamiento cognitivo. Quizás atendían sin mirar a la monitora, quizás estaban abstraídos ejercitando la mente; no lo sé, pero pasamos por allí y nadie se inmutó, pasamos por medio del aula y ni una mirada, ni un mínimo gesto, nada. La joven anfitriona prosiguió con naturalidad, no le pareció raro que pasáramos tan inadvertidos, seguía encantada de contarme las múltiples y beneficiosas actividades, como esta, que ella misma promocionaba.

Me explica que los profesionales están contentos con su trabajo, lo único que les preocupa es que la Consellería apruebe su programa de atención, pero fuera de esto, están satisfechos de su trabajo. Efectivamente están contentos, y me pareció que esto que llaman la “estimulación cognitiva”, cumple una función importante, imprescindible, para generar esa situación. Pero: ¿En qué consiste, qué operación realiza esto que llaman “estimulación cognitiva” en la dinámica de su trabajo con enfermos mentales? Me parece, voy a decirlo sin rodeos, que esta actividad seudo escolar tiene la función de instalar una falta allí donde aparece la opacidad de la locura. La estimulación cognitiva es un aparato de dominación que transforma al sujeto del goce, en déficit cognitivo. En lugar de vérselas con una presencia humana desconocida, están ante una falta conocida de saber sumar, restar, comprensión lectora, etc. Y de esta forma, con el déficit, se desangustian. Es la clásica operación de transformar la alteración psíquica en deficiencia mental. Y bien mirado, no importa tanto qué técnica se utilice para generar el déficit, en esta ocasión se trata de la estimulación cognitiva, pero puede funcionar del mismo modo otras técnicas más sofisticada; pero en cuanto a las relaciones estructurales se trata siempre de lo mismo: generar en el lugar del objeto inaprensible, una falta de algo conocido. Es una operación que no se suele visualizar, y que de entrada deja fuera de juego la dificultad máxima, es decir, que el objeto (enfermo mental) que atienden es opaco y resistente. Es una operación de desinfección, generar un ambiente de asepsia silenciosa.

Pero..., ¿qué necesidad tiene el educador, terapeuta, etc., de producir nuevamente la falta, precisamente cuando el sujeto está doblemente borrado, primero por la neuropsiquiatría y luego por la propia institución? Seguramente con la “estimulación cognitiva” o programas similares -que, siendo realistas importan bien poco a los estamentos administrativos responsables, dado que su ejecución se realiza con personal no cualificado-, se trata de borrar nuevamente los fenómenos transferenciales que a pesar de todo retornan a poco que se produzca la interrelación subjetiva. El personal que atiende y realiza una serie de programas rehabilitadores, inevitablemente entra en relación de intersubjetividad, esta relación está afectada de fenómenos transferenciales y las angustias correspondientes. Por esto el profesional que está en atención directa, es decir, que puede ser tomado como objeto de los afectos (delirantes) de los enfermos, -y que, así mismo por su función profesional, toma a los enfermos como su objeto de trabajo-, este profesional tiene la imperiosa necesidad de distanciarse, necesita neutralizar estas efusiones de afecto, generar un espacio aséptico de interrelación humana.

Viene a propósito una cita de Lacan al final de su texto del “Estadio del espejo como formador de la del yo” en donde encontramos: “... nosotros, que sacamos a la luz la agresividad que subtiende la acción del filántropo, del idealista, del pedagogo, incluso del reformador.” Y la tomo como indicación de la afectación subjetiva que se produce en el profesional que atiende a un semejante enajenado. Una afectación que da pie a plantear cuánto, desconocido de sí mismo se hace presente en el objeto de trabajo. Es por esto, cuando no se da una preparación adecuada, que los educadores, monitores, etc., que conviven diariamente, que entran en contacto humano con los enfermos mentales, necesitan un mecanismo de separación, necesitan imperiosamente diferenciarse, protegerse de cierta toxicidad que exhalan estos “otros”. Resulta tóxico porque la presencia de este otro semejante captura algo desconocido e íntimo del profesional.

¿Cómo pueden los profesionales, sin preparación subjetiva, hacerse cargo de los otros semejantes, hacerse cargo sin contar con la transferencia, ni utilizar el recurso de introducir la dimensión de la responsabilidad del sujeto? En realidad no pueden hacerse cargo, más bien se distancian y diferencian de los atendidos. Vemos a este respecto que en la residencia de media estancia que he visitado, la necesidad de separación -sin duda presente bajo la forma de estimulación cognitiva-, no consiste tanto en corregir, reformar la imagen que en este otro les representa, más bien ahí se trata de borrar, limpiar, silenciar la presencia del objeto(objeto de deshecho). Así pues, diremos, para concluir esta observación de manera rápida, que la “estimulación cognitiva” es un procedimiento -sin duda no es el mejor, ni el indicado desde la orientación lacaniana- para distanciar al profesional de su objeto. Procedimiento que consiste en producir un objeto de trabajo domesticado, desinfectado del peligro de lo desconocido, y se pone en el lugar de la locura la falta de cognición. El efecto de esta operación es claro y exitoso: allí donde aparece la presencia (la falta de la falta) de lo otro, producir la falta de lo conocido (déficit), y alojar el yo animado de los profesionales.

Menos mal que se trata, según la denominación oficial, de enfermos mentales crónicos, porque con esta operación de “objetalización” no tienen más opciones que esa.

Bibliografía:

Laurente, E. Acto e Institución. Cuadernos de psicoanálisis. nº 27. Eolia. 2003, p. 46

Bassols, M. Psicoanálisis e Institución. Cuadernos de psicoanálisis. nº 27. Eolia. 2003, p. 51

Lacan, L. Estadio del espejo. Escritos I, Ed. S. XXI. página 18.