PASQUAL MOLLÁ: LA APUESTA POR LA SALIDA ÉTICA DE LA POLÍTICA. Por Juan Carlos Rego (Valencia).

Si tuviera que elegir un significante que diera cuenta del contenido de la conferencia que Pasqual Mollá pronunció en el marco de la Tertulia de Psicoanálisis y Política, (UIMP, 16-12-2005, Valencia) me quedaría con el que expresa la noción de falta. Tanto en palabras del propio conferenciante, como en el texto que sirvió de referencia a su discurso, Intuiciones Milanesas, de J. A. Miller, (Cuadernos de Psicoanálisis, nº 29, Bilbao: EOLIA, 2004) sorprende la preferencia por este término ambiguo a la hora de hablar de la práctica del político.
No es banal, para nosotros psicoanalistas, que Lacan se preguntara si la falta, en tanto que remite a lo que no tenemos, y a la vez a lo que sostiene la culpa, no es el germen de lo que Freud instauró como origen del desarrollo de la cultura. Es cierto que la polis griega y la civitas romana gozaban de un estatuto que en lo tocante a la acción política permitía delimitar el perímetro de influencia de esa acción, lo cual dejaba a la ciudad, así lo expresa Mollá, como espacio suficiente del desarrollo humano; sobre todo si entendemos que lo que permitió este tipo de organización social fue la idea de un fin, de un thelos, de un supremo bien, que por lo demás se consideraba inherente a la condición humana.
El aspecto lineal y teleológico que marca la ética aristotélica tiene su punto de inflexión, podríamos decir de ruptura, en el momento que la figura del amo que organiza esos lugares comienza a declinar con el cambio de paradigma que la Modernidad impone.
Es Hobbes quien intuye que más allá del bien al que apunta la ética nicomaquea, hay algo del orden de la pulsión que determina de manera decisiva la acción humana. Pero la garantía de un Leviatán que acote, a base de derecho positivo, la puesta en acto de la pulsión, con la irreductibilidad que la caracteriza, termina por perder su valor en el siglo XIX, momento en el que Lacan sitúa el planteamiento de Hegel respecto a la “desvalorización extrema de la posición del amo, pues hace de él el gran chorlito, nos dice, el cornudo magnífico de la evolución histórica, pasando por las vías del vencido, es decir, del esclavo y de su trabajo, la virtud del progreso”. J. Lacan, La ética del psicoanálisis (Paidós, Argentina, 1990).
Desde este lugar entendemos la pertinencia de la reflexión de Pascual Mollá sobre la falta de un modelo acabado, la falta de una alternativa completa, dilema que el político de izquierdas de hoy resuelve concluyendo que es la misma necesidad de modelo la que verdaderamente está en declive. Pérdida de valor que para J. A. Miller es a la vez producto de la pérdida de puntos de referencia, lo cual nos lleva, necesariamente, a entender que es la misma falta la que tiende a convertirse en obsoleta, y a desviar nuestra mirada nostálgica hacia el significante amo.
¿Qué hacer, entonces, en este tiempo en que no tenemos esa garantía de expectativas de lo felicitante? ¿Qué hacer después de que Freud en su texto El malestar en la cultura exponga, con sumaria claridad, que más allá de la supuesta tendencia a la felicidad, está la presencia amenazante de la pulsión de muerte?
Para J. Lacan, lo que marca el contrapunto de la creencia en los modelos acabados y en las alternativas completas en la que toda acción política queda instalada, no es otra cosa que el punto de encuentro con lo real al que el malestar en la cultura apunta de manera certera; de ahí que nos recuerde las palabras de Freud cuando comenta que para esa felicidad absolutamente nada está preparado en el macrocosmos ni en el microcosmos.
Valgan, para cerrar este comentario, las palabras con que Pasqual Mollá cierra su intervención: ante la falta de esos referentes que en otro tiempo ordenaban y marcaban los límites de la ciudad y del sujeto, tal vez haya que optar por la sustitución de la verdad por la ética, por la ética de las consecuencias. Si por ética de las consecuencias entendemos ética de la responsabilidad, podemos felicitarnos por el punto de encuentro entre la reflexión de este político y el marco donde queda inscrito el acto analítico. Se trataría de pasar de lo que Max Weber entiende por ética de la convicción, donde el sujeto deja en manos de Dios el producto de su quehacer, a la ética de la responsabilidad, donde ese mismo sujeto debe asumir las consecuencias posibles de su acto.

Juan Carlos Rego (Valencia).