¡Escuchemos a los autistas! Ecoutez les autistes! Vilma Coccoz (Madrid)

Nos hacemos eco del título del manifiesto que Jean-Claude Maleval escribió con motivo de la proclamación del autismo como Gran Causa Nacional 2012 en Francia.

Maleval se hace allí portavoz de los autistas, de su conmovedor reclamo por ser considerados seres inteligentes, de su clamor por el merecido respeto a sus particulares invenciones, trabajosamente elaboradas para contener las angustias inconmensurables que padecen y que no consiguen transmitir sino en la desesperación y en las crisis. En la Declaración de los derechos de personas autistas se recoge explícitamente como “el derecho [de estas personas] a no ser expuestos a la angustia, a las amenazas de tratamientos abusivos.”

No deja de ser estremecedor que en los protocolos de actuación generalmente aplicados sean prioritarias las estrategias de aprendizaje evaluables, es decir, una solución universal, válida para todos los autistas. Este postulado se deriva de la referencia al aprendizaje del hombre normal frente a cuya vara de medir las “obsesiones” del sujeto autista son anormalidades indeseables, que se deben suprimir cuanto antes. Clama al cielo que en la literatura autodenominada “científica” que se esgrime como base de esos abordajes pedagógicos sean ignoradas las numerosas monografías clínicas y los relatos auti-biográficos, nombre que propuso Donna Williams para los testimonios.

El método ABA es un método de aprendizaje, no un modo de conocimiento del autismo. El método TEACCH está dirigido a construir una realidad compartida, un sistema de comunicación basado en pictogramas, pero no se interesa en la vida afectiva ni en el trabajo de protección contra la angustia.

La orientación psicoanalítica, centrada en la particularidad subjetiva, no deja de lado ninguno de los ámbitos en los que se despliega el funcionamiento del ser humano. Siendo lo natural al ser humano el lenguaje, la palabra. En las personas aquejadas de autismo Lacan pudo detectar un “estado congelado de la palabra.” Lo esencial, pues, es ofrecerles el clima subjetivo adecuado para que pueda germinar su enunciación singular, la cual, presa en el trabajo de la defensa, se niega al intercambio. Aislado del Otro, el autista sólo se escucha a sí mismo. Ecos, murmullos, cánticos, sonidos, parrafadas, estribillos…surgen de forma inesperada, como saludos enviados a un buen entendedor.

El psicoanalista, representante del Otro, se ofrece como el destinatario discreto de esta “palabra a la espera”. Debe saber callarse sus expectativas, a sabiendas de que, incluso una valoración positiva puede convertirse en una demanda obligando al sujeto autista a permanecer cautivo del no.

El Sí a la palabra, al lazo social, depende de haber sido escuchado. Porque escuchar forma parte de la palabra.