UN REAL PARA EL SIGLO XXI. Textos de orientación. (Selección 4). Marco Focchi, Dominique Holvoet, Francisco-Hugo Freda.

La causa real es la causa no necesaria
Marco Focchi

La noción de causalidad no tiene buena prensa en el pensamiento moderno. Bertrand Russell, en un texto que da la salida a la reflexión contemporánea sobre este problema, afirma que "La ley de causalidad, […] como muchas ideas que circulan entre los filósofos, es una reliquia de un tiempo desaparecido, al que sobrevive, como la monarquía, únicamente porque erróneamente se supone que no provoca estragos"[1].

Hume, en efecto, ha asestado un golpe decisivo al concepto de causa, liberándolo del vínculo con la necesidad. La causalidad, vínculo lógico entre la causa y el efecto, no es demostrable, y la relación entre causa y efecto puede constatarse exclusivamente a nivel de la experiencia, ahí donde únicamente el uso nos da la prueba de que a una cierta causa le sigue siempre un efecto determinado.

Sin embargo, es a él a quien puede atribuírsele el fundamento de la noción de causa que Lacan busca cuando, en "Position de l'inconscient"[2], dice que únicamente la instancia del inconsciente permite "que se capte la causa en ese nivel en el que un Hume pretende desemboscarla".

El concepto freudiano, sobre el que Lacan se basa para proponer aquí la noción de causa, es el de Nachträglichkeit, el efecto de retroacción, en el que un elemento heterogéneo, que Freud define como traumático, se vuelve activo solamente cuando, en un segundo tiempo, toma sentido para el sujeto.

En otros términos: para Freud, como para Hume, la causa permanece externa al plano lógico y discursivo, y es esto lo que le da consistencia como real. Al mismo tiempo, la causa, considerada como real y, por lo tanto, fuera de sentido, se torna efectiva únicamente cuando toma sentido en la dimensión subjetiva.

Aparece entonces una conceptualización de la causa que no coincide en absoluto con el concepto de causa en el discurso científico.

Cuando, en las neurociencias, se busca una molécula responsable de un comportamiento, —difundiendo en el público una idea de concreto y de eficacia particular ya que una molécula se sabe dónde está y se sabe cómo tratarla—, nos basamos sobre el concepto de causalidad, que es un concepto extensivo generalizado.

La extensión está definida por el hecho de ser partes extra partes, partes separadas unas de otras. La extensión es pura exterioridad, sin conciencia, sin pensamiento, sin nada que la anime. De hecho, la física —la disciplina que estudia específicamente esta exterioridad (lo que ocupa esta exterioridad)— es una ciencia de los cuerpos inertes, sometidos a la ley fundamental de la energía según la cual un cuerpo se pone en movimiento únicamente si recibe un impulso del exterior o, si ya está en movimiento, se detiene únicamente si encuentra un obstáculo exterior a él mismo.

Cuando las neurociencias, con todos sus innegables progresos, buscan en el cerebro la causa de un comportamiento, caen inevitablemente en la investigación de una causa externa (que el cerebro esté situado dentro del cráneo no cambia nada con respecto a la definición de partes extra partes).

A la inversa, si nos preguntamos dónde se sitúa el elemento heterogéneo o traumático que se activa a posteriori con el mecanismo del Nachträglichkeit, la única respuesta que podemos dar es que no está localizado, que no tiene coordenadas espaciales, es un encuentro sin lugar, y es un "mal encuentro". Este encuentro, contingente, no solamente no tiene lugar de cita, sino simplemente no puede ser referido a ninguna coordenada espacial, es un aleteo, una deshilachadura de la existencia en la que el tiempo se detiene.

La causa, en psicoanálisis, como causa del deseo, no tiene un carácter extensivo, no está situada en un exterior, porque está en el Otro. El sujeto extrae del Otro la causa de su propio deseo y, cuando no es así, cuando la voz o la mirada no están situadas en el lugar del Otro —que no es un lugar del espacio— las cosas son más difíciles; por ello toman la forma del delirio o de alucinaciones.

Lacan ha jugado con esta idea en una de sus últimas conferencias. Si la libertad consiste en el hecho de tener en uno mismo su propia causa, según la definición aristotélica clásica que recorre bajo diversas formulaciones toda la filosofía (tener en sí su propia causa es diferente de ser "causa sui", prerrogativa que Spinoza reservaba a la substancia, la única que él llamaba Dios), entonces, el psicótico es, por definición, el hombre libre.

La última enseñanza de Lacan hizo pedazos las distinciones estructurales de las categorías clínicas, suprimiendo los límites que separaban claramente la neurosis y la psicosis. La locura entendida como imposibilidad de afrontar la sexualidad mediante el saber, del logos, de la razón, implica a todos los seres hablantes sin distinción de categorías.

La sexualidad, ahí donde el psicoanálisis encuentra su propio real, diferente del extensivo de la ciencia, es un campo en el que el vínculo entre la causa y el efecto está roto. En "Posición del inconsciente", Lacan ha pensado la causa en referencia a una "razón": la causa perenniza la razón que subordina el sujeto al efecto del significante. Con la generalización de la locura a todos los seres hablantes, esta razón ha sido retirada, como si ni siquiera se hablase más del efecto del significante al que el sujeto está subordinado.

El tiempo suspendido del elemento heterogéneo no encuentra razón a la que engancharse y va a la deriva, circunscrito cuando es posible por un síntoma.

Ese momento suspendido sin razón es el hic Rhodus hic salta de nuestra clínica en la que la apuesta es hacer de un síntoma una razón, no por la que vivir, sino con la que (complemento circunstancial de medio) vivir.

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Traducción Carmen Cuñat

Notas:
1. Russell B., « Sur la notion de cause », Philosophie, 1/2006, n°89, p. 3.
2. Lacan J., « Posición del inconsciente », Escritos, Barcelona, RBA, 2006, p. 818.

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Hacer materia de lo real
Dominique Holvoet

Si el psicoanálisis freudiano ha surgido de los vestigios del paternalismo decadente de finales del XIX, Lacan abre con la categoría de lo real un camino hacia otra consistencia, propia del siglo XXI, por debajo del sentido que venía a garantizar el Nombre-del-Padre, incluso por debajo del fantasma que constituye un último recurso cuando el Otro ya no responde. Esta otra consistencia, Lacan la sitúa en un lugar marcado por el encuentro inicial del goce y del cuerpo, marcando este último con un cuño indeleble que hace eco en el cuerpo mediante la simple repetición de lo mismo, trozo de real inexorable a toda demanda, fuera de sentido, sin relación de causa a efecto.

Con el tema del próximo congreso de la AMP, Jacques-Alain Miller nos introduce a este inexorable como otro nombre de lo real al que aspira un análisis sin alcanzarlo nunca, a no ser por pequeños fragmentos, "fragmentos asistemáticos"[1].

El encuentro inicial contingente, que no responde a ningún querer decir, produce efectos de goce siempre perversos, desvirtuados que, sin embargo, son, escribe Miller, "lo que queda de vivaz como sueño",[2] dejando entender que, como los elementos de la tradición, quedan envueltos por una ilusión, atrapados en las redes del sentido y de la intención, manteniéndose al nivel del fantasma. Lo que busca un análisis, llevado tal y como Lacan lo enseña, es a despojar lo real del sentido, a tomarlo, este trozo de real, tal y como es, sin la pantalla del fantasma, sin creer más en cualquier otro remedio que no sea tragarlo crudo: ¡Así sea!

En su contribución al What's up n°7, Éric Laurent nos invita, partiendo de este punto de no garantía radical, a tener en cuenta "lo que de la substancia gozante no se articula ni en el circuito pulsional, ni en el aparato del fantasma". Destaca entonces un resto no negativizable "que ya únicamente se comporta como una quasi-letra en su iteración"[3]. Lo que queda entonces, cuando el análisis desemboca en ese punto de desalienización de las ficciones del decir, es esa marca sin sentido, en su materialidad de letra. Esta marca es lo que Lacan ha llamado el sinthome y que Graciela Brodsky en el What's up n°8 extrae "como forma de saber hacer ahí, de arreglárselas con lo real, de "hacerse" a lo real como el artesano se hace a la materia con la que trabaja"[4] – que este real sea por lo tanto menos insoportable ya que ha sido puesto a trabajar. Lo Real puesto a trabajar no es ya entonces, propone Graciela Brodsky, un real "clínico". Esto permite desembocar en el sinthome como "un programa de goce cuya repetición […] demuestra finalmente ser, para el sujeto, la solución encontrada para tratar lo real en tanto que imposible de soportar". Hay que perturbar la defensa contra lo real de forma que se desprenda un trozo de real que haga que vuestra solución sea individual, sin división y sin reparto, que sea vuestro programa de goce –esto en el régimen del Uno-solo tal y como lo ha aislado J.-A. Miller en su último curso. Como lo sugiere Sergio Laia en el What's up n°5, he aquí lo real que el psicoanálisis lacaniano ofrece al siglo XXI, no el real cósmico sino un trozo de real, "la sutilidad, la fineza de un real, para un siglo que está incesantemente enredado en lo real"[5].

Ese trozo de real, producto de un análisis terminado, ¿no está ya en gestación en lo que Lacan dice de la sublimación en las últimas páginas del Seminario VI, cuando destaca la perversión como protesta, resistencia a toda normalización padecida? La sublimación en esta perspectiva se distingue, tal y como anota Lacan, "de la valoración social que se le dará posteriormente […] De ahí, vienen más o menos a insertarse en la sociedad […] las actividades culturales, con todas las incidencias y todos los riesgos que conllevan, hasta incluir la remodelación de los conformismos anteriormente instaurados, incluso su estallido"[6] Y es entonces cuando Lacan aventura el deseo del analista como ofreciendo un soporte a todas las demandas sin responder a ninguna, insistiendo sobre el vacío al que el deseo del analista debe limitarse e invitando a practicar el corte en la interpretación. Únicamente entonces "se deja un lugar al deseo para que se sitúe ahí". Lo que Lacan llama aquí "el deseo" ¿no se convertirá finalmente en su enseñanza en el trozo de real fuera de sentido e irremediable, producto y resorte de un fin de análisis?

En el fondo, el psicoanálisis es esa práctica que demuestra que las palabras no bastan para decirlo todo[7], que incluso "nunca estaremos mejor enseñados que por lo que no entendemos, por el nonsense"[8]. El siglo XXI necesitará este nonsense surgido de cada uno de los análisis acabados para que, de lo peor que genera el discurso de la ciencia conjugado al del capitalismo, pueda surgir algo nuevo, algo nunca visto, algo inédito que no sea acéfalo, que no sea desubjetivizado sino llevado por un cuerpo hablante, un serhablante que de su real hace materia.

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Traducción: Carmen Cuñat

Notas:
1. Miller J.-A, Un real para el siglo XXI, Presentación del tema del IXº Congreso, Scilicet, Colección rue Huysmans, 2013, p. 25
2. Ibid. Subrayado por nosotros.
3. Laurent É, What's up n°7, De lo Real en un psicoanálisis.
4. Brodsky G., What's up n°8, La clínica y lo real.
5. Laia S., What's up n°5, Una oferta del psicoanálisis de orientación lacaniano para el siglo XXI
6. Lacan J., El Seminario, libro VI, El deseo y su interpretación, Paris, La Martinière – Le Champ freudien, 2013, p. 571.
7. «Lo que no puede decirse", tema del congreso de la NLS programado para mayo 2014 en Gante.
8. Miller J.-A., "El psicoanálisis, su lugar entre las ciencias", Mental, n°25, Seuil, 2011, p. 22.

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El artista...
Francisco-Hugo Freda

A la pregunta, ¿qué es lo que usted pinta? Picasso respondió: «Yo pinto la pintura». El diálogo continuó y Picasso afirmó que él había pintado un solo cuadro.

Terminando la entrevista, con una cierta tonalidad depresiva, declaró: «La pintura gana siempre». De dicha entrevista extraigo estos puntos, los cuales me servirán para intentar responder mínimamente a la idea de Freud de que los artistas abren puertas por donde el psicoanálisis intenta entrar. Además, Freud indica claramente que hay un misterio en el artista, y que el psicoanálisis no puede encontrar ni dar la clave que permitiría entender y explicar cómo un artista llega a producir aquello que produce. Dicha posición de principio, le permitió a Freud servirse de grandes producciones de artistas para poder entrar y esclarecer algunos misterios que guarda el inconsciente. Lacan no se ha privado tampoco de apoyarse en las producciones artísticas de sus amigos artistas, y de muchos otros, para esclarecer puntos de su trabajo conceptual. Jacques-Alain Miller, en su enseñanza, se ha servido en infinitas oportunidades de la producción literaria, teatral, cinematográfica. Podríamos estudiar las referencias de cada uno de los tres y descubrir ciertos gustos, en los psicoanalistas citados, por cierto dominios del arte; aunque podemos ya decir que en ellos tres por lo menos, la música brilla por su ausencia. Debe haber alguna razón.

Es Lacan, seguramente, quien más explotó la figura de un artista, me refiero a Joyce, evidentemente, y a su Seminario sobre Joyce. Un seminario muy particular, como bien lo sabemos –y al cual tuve el honor y el placer de asistir-, en el cual Lacan se acerca a Joyce para indagar un punto (entre otros, evidentemente) que resumiré de la manera siguiente y bajo una forma interrogativa: ¿Se puede crear un real? En ese seminario, Lacan responde a esta pregunta diciendo que ese es su trabajo y utilizando la fórmula crear un real para el psicoanálisis. Pero hay ahí un problema. Picasso, como lo he indicado anteriormente, no dudó en decir que la pintura es y que la pintura resiste, y que el artista encuentra la manera de poner en forma mínimamente la pintura bajo la forma de un cuadro, por ejemplo. Pero el cuadro, el cuadro hecho, el cuadro expuesto, no es otra cosa que el reflejo de la pintura, lo cual le lleva a decir al malagueño, que él pintó un solo cuadro, uno solo, y que no acabó de pintarlo, dado que la pintura resiste al cuadro, resiste a tal punto que todavía se continúa pintando.

Podría aplicarse perfectamente a la pintura la fórmula lo que no cesa de pintarse. Y no solamente a la pintura. Sin embargo, parecería que Lacan le responde a Picasso, y de hecho le responde, cuando declara que su fórmula yo no busco encuentro no le sirve más, que él ahora estaba buscando, sin encontrar. Y ¿qué es lo que Lacan buscaba? Lo que él mismo dice: un real para el psicoanálisis; un real para el psicoanálisis, para defenderlo de aquello a lo que el psicoanálisis tiende, que es a la religión.

Permítanme un paréntesis. Me imagino que Lacan soñó con Francisco; soñó que iba a llegar un Francisco; soñó que iba a llegar un Francisco y que iba a restaurar la religión, con alegría y con el beneplácito de casi todo el mundo. Y tal vez porque soñó con Francisco, es decir, porque el siglo XXI será religioso -como lo intuyo Malraux-, es que Lacan pensó que había que construir un real para el psicoanálisis, un real a la altura de la época. Es decir, un real que tenga en cuenta la religión y su cara oculta: la mujer. O sea, un real capaz de dialogar con la religión y la mujer sin ser arrastrado hacia el sentido.

El Seminario 23 de Lacan clama por la instauración de una nueva relación ante lo real. Allí emerge la interpretación como poética, es decir, la interpretación como un hacer, un hacer en el sentido original del término -como su raíz etimológica lo indica- que es un hacer artesanal, un hacer artístico. Es decir, que al saber y hacer del sinthome se suma el saber y hacer de la interpretación, en tanto que la interpretación, que es suspensión del sentido, indica la zona de sombra que ella misma genera. Como la verdad, la interpretación no puede decirlo todo, y ella vale más por lo que no dice que por lo que dice.

Tal vez sea en ese punto donde los artistas abren puertas por donde los analistas deban transitar; porque ellos osan hacer de lo inconcluso, de lo no terminado, de lo que falta, de lo impreciso, de lo peor: lo mejor. Schubert hizo «La sinfonía inconclusa»; habría que escucharla con cierta atención. No sé si hay otros ejemplos, pero todos los artistas dicen que algo les falta a la obra que realizan, a tal punto que según dice la anécdota, después de haber concluido el Moisés, Miguel Ángel, dándole un martillazo en la rodilla, le gritó: ¡parla!

Actualmente, en el Museo Guggenheim de Bilbao, toda la segunda planta está ocupada por el catalán Antoni Tàpies. Los responsables de la muestra dieron como título a lo que se presenta «Del objeto a la escultura».

En la primera planta, precisamente, en la sala 104 llamada Arcelor Mittal, encontramos la instalación permanente de Richard Serra llamada «La materia del tiempo». Títulos sugestivos, que indican exactamente lo que estamos intentando decir. Tàpies, el catalán, toma lo que encuentra a su alrededor, un vaso, un cuchillo, una silla, un trapo viejo, una pila de platos, un pedazo de madera, un canasto; los ordena, los desordena, los arruga, los rompe, los entrelaza al punto de hacer de esas manipulaciones una escultura. Hace lo que dice Lacan en «La ética del psicoanálisis»: elevar el objeto a la dignidad de la Cosa; y es en esta elevación que se produce el milagro del arte. Es en esta elevación que una pila de platos en las manos de Tàpies se convierte en una escultura digna de pertenecer al museo de las grandes esculturas de la humanidad.

Lo mismo hace Serra en otra perspectiva. Él quiere darle forma al tiempo, un tiempo acorde a la época. Para eso descompone la geometría y la topología; desarticula la espiral; corta el toro; juega con la doble hélice; inventa una escultura a partir de estudiar la complejidad de una espiral buscando, al mismo tiempo, en otra escultura, la interacción entre la esfera y el toro. Es en el interior de dichas figuras monumentales que Serra me invita a mí, en tanto que espectador de su obra, a integrarme a la misma, a recorrerla por su interior a los efectos de «hacer vibrar en el cuerpo la sensación del espacio trabajado por él».

Entre la primera planta y la segunda del Guggenheim ¿qué hay?, ¿qué es lo que ahí palpita? Ahí palpita el hacer del artista que, como todo «Hacer», da forma, aunque inconclusa, a aquello que palpita en silencio al interior de cada objeto. ¿Para qué? Para dar forma a eso que por principio palpita en silencio; solo hay que saber esperar.

En mi última sesión de análisis evoqué cómo había quedado grabada en mi memoria la frase de Lacan: «Yo sé que quiere decir saber esperar». El esperar analítico no quiere decir contemplación; es un saber hacer y, en principio, un saber hacer contra la tendencia propia a la concatenación significante, que es la religión y la burocracia.

Como decía el gran artista argentino Charly García antes de que la Universidad Nacional de San Martín le entregaran el título de Doctor honoris causa, respondiendo a la pregunta sobre cuál había sido la clave de su éxito, él respondió: «No hay plan B».

No hay plan B si se desea un real propio al psicoanálisis para el siglo XXI.