Adolescentes: del déficit a la invención*. José Ramón Ubieto (Barcelona)

Cada adolescente tiene un presentimiento, algo más o menos difuso que conecta su niñez con la vida adulta. Este presentimiento es el anhelo de hacerse mayor realizando aquello que le es propio y que le permitirá vincularse al otro y le proporcionará un cierto sentimiento de utilidad social y personal

Para ello no tiene otra que construirse una vida "ejemplar", algo que le sirva a él ya que no se dispone del pret-a-porter ni de la medida estándar. Realizar este presentimiento requiere un lenguaje nuevo, que sea propio y donde cada adolescente se reconozca. Un lenguaje desafiante y provocador, sentido como vivo y que diga algo del malestar experimentado. Este lenguaje se hace con diferentes herramientas: palabras, música, baile, dibujo, fotografía, rap, hip- hop, cuerpos tatuados, peinados, formas de vestir.

Pero descubrir y hacer suyo el presentimiento no es fácil, rápidamente emerge la angustia de no dar la talla, la sombra del fracaso, de no tener nada digno para presentarse al otro. Surge la regresión y los impasses en forma de inhibición, conductas perturbadoras, consumos, prácticas de riesgo que pueden “confirmar” su exclusión y el No Future.

Ningún adolescente es ajeno a la mirada del Otro adulto, de hecho muestran una sensibilidad extrema que los hace esconderse en el anonimato de su habitación cerrada, los parques desiertos o la red. Sustraerse a esa mirada es una necesidad que a veces implica cierta confrontación.

Cuando los miramos y los clasificamos poniendo el énfasis en sus déficits (trastornos, fracaso, adicciones) bloqueamos, más que facilitamos, la salida de ese túnel que el adolescente, como decía Freud, debe perforar en una doble vía: cumplir las exigencias sociales y dar satisfacción a las pulsionales que el nuevo cuerpo sexuado le plantea.

Esta tarea de separación del mundo infantil no es deseable que la hagan solos o con sus conexiones virtuales. Necesitan también un interlocutor de cuerpo presente que sancione ese tránsito y les ayude a renunciar al autoerotismo de la fantasía -actualizada con los omnipresentes gadgets y los consumos diversos- para buscar los nuevos objetos en el exterior (pareja, estudios, trabajo).

Caducados los viejos ritos de iniciación, el riesgo es que ante la ausencia de nuevas propuestas, el pasaje adolescente se eternice y terminemos viéndolos como un problema y un déficit para el que algunos (expertos) creen tener la solución.

La alternativa es dar un lugar a sus invenciones, conscientes que lo propio de la invención es que, al fabricarse con los materiales existentes, siempre se trata de un saber incompleto, de pequeños fragmentos creados a modo de un bricolaje para poner palabras a ese real íntimo y singular de cada uno (Jacques Lacan).

Acompañarles en esas invenciones es asegurarnos que lo nuevo de su generación se inscribe en la época, sin excluirlo, y crea así nuevas tradiciones que trasmitan sus logros a las generaciones futuras. ¿De qué otra cosa, sino de invenciones, están hechas nuestra tradiciones, tal como muy bien nos mostró el gran historiador Eric Hobsbawm?

* Publicado en La Vanguardia-Tendencias. Con la amable autorización del autor.