Vigencia del Psicoanálisis en el Siglo XXI. Los Poderes de la Palabra. ¿Por qué reímos con el chiste? Miguel Ángel Alonso (Madrid)

Con la cuarta conferencia, titulada ¿Por qué reímos con el chiste?, presentada por Amanda Goya y dictada por Gustavo Dessal –ambos psicoanalistas y responsables del espacio- culminó la primera serie de este ciclo de conferencias de introducción al psicoanálisis, cuyo denominador común ha sido el concepto de inconsciente, que inaugura un nuevo campo de la experiencia humana.

En su presentación, Amanda Goya hizo hincapié en la necesidad del del asombro y de un querer saber, indispensables ambos para producir el franqueamiento que realizó Sigmund Freud, a saber, el encuentro con el inconsciente en la toma en consideración de los actos fallidos, los lapsus, los sueños y los chistes, en los que se pone de manifiesto que el inconsciente habla, siempre diciendo más de lo que la conciencia y el yo quieren significar.

Para incidir en la importancia del chiste, Amanda mencionó el Seminario 5 de Lacan, donde el psicoanalista francés decide empezar su enseñanza sobre las formaciones del inconsciente, no con los olvidos y los lapsus, sino con el chiste, la mejor entrada si tenemos en cuenta el momento de su enseñanza, imbuido de la lingüística estructural de Saussure y Jakobson, y sosteniendo la tesis del inconsciente estructurado como un lenguaje. El chiste es una forma privilegiada para señalar las relaciones del inconsciente con el significante.

La técnica del chiste mereció una consideración especial en esta presentación. De hecho, se hizo alusión a que el primer capítulo del trabajo de Freud, El chiste y su relación con el inconsciente, se denomina La técnica del chiste. Técnica necesaria para que produzca el efecto requerido, un efecto que se apoya en la equivocidad de las palabras, en el hecho de que no tengan un sentido unívoco y que sus significaciones dependan del contexto en el que se expresan. Señaló Amanda Goya, también, el carácter creacionista del chiste, pues su emergencia siempre va acompañada de la sorpresa, de algo nuevo que sorprende a la audiencia.

El conferenciante, Gustavo Dessal, en el comienzo de su exposición recordó su ascendencia judía para situar el humor como parte consustancial de su ser, incluyéndose en la tradición judía que ha hecho del humor uno de sus rasgos más definitorios. Y ello hasta el punto de llegar a formularse la pregunta de si acaso esa característica no haya jugado un papel decisivo en la supervivencia del pueblo judío.

A continuación aludió a las formaciones del inconsciente como serie reducida de fenómenos específicamente humanos en tanto es el lenguaje el que les confiere su valor y estructura. Fenómenos que se dicen, hasta el punto de que Lacan lo expresa de una manera rotunda: se sueña de la misma manera en que se habla. Si estas formaciones psíquicas se pueden agrupar bajo la rúbrica del inconsciente, es porque Freud y Lacan han demostrado que el inconsciente le acontece al sujeto por el hecho de que su hábitat es el lenguaje. Una de las diferencias fundamental entre estas formaciones tendría que ver con la temporalidad, es decir, con su persistencia en el tiempo, pues no es lo mismo la temporalidad del síntoma que la de cualquier otra formación del inconsciente. Para Lacan el síntoma no cesa de escribirse, lo cual puede hacer referencia a un significado enigmático, a un placer irreconocible, etc.

El tema de la risa apareció entonces como algo específico, no de las formaciones del inconsciente en general –pues éstas, en muchas ocasiones producen cierto malestar o displacer— sino únicamente del chiste. Éste gozaría de una particularidad y es que constituye una fuente de placer, afecto consciente e imprescindible para calificar a una formación narrativa como chiste. Es decir, a diferencia de otras formaciones del inconsciente, no se trata aquí de una satisfacción inconsciente y reprimida.

Pero el chiste poseería otra característica que lo hace incomparable a las demás formaciones del inconsciente. Es un texto que exige ser contado, lo cual no resulta necesario con un sueño o un lapsus. De hecho, cuando escuchamos un chiste, enseguida sentimos una especie de necesidad imperiosa de contárselo a alguien para hacerlo partícipe del mismo. Es una formación que no necesita ser relatada a un psicoanalista para incorporarse a la social, pero necesita una segunda persona para que pueda tener lugar. Pero el chiste no sería un fenómeno puramente dual entre el contador y el interlocutor. Para que una historieta funcione como chiste ha de intervenir la instancia que Freud llamó la tercera persona y Lacan reconoció como función del Otro, el lugar de la palabra, el Tesoro de la lengua. Eso distinguiría al chiste de la mímica, que privilegia la relación especular narcisista, escópica, entre dos personas.

Si la característica primordial para todos los chiste es su fugacidad y el hecho de operar con el absurdo, en relación a su clasificación, éstos alcanzarían una gran variedad. Pero podría establecerse una clasificación sencilla que los diferencia en dos categorías, los que se basan en el significante y utilizan como recurso la sonoridad y la equivocidad propia de la lengua, y los que se apoyan en el sentido.

La conferencia giró a continuación hacia la relación del chiste con la necesidad y la demanda. El chiste mostraría, como cualquier otra formación del inconsciente, que en tanto sujetos, el lenguaje nos ha separado definitivamente de la necesidad. Para ilustrar esta tesis Gustavo contó el siguiente chiste. Estamos en uno de esos trenes de madera maravillosos que circulaban en la época de Freud. En él, un viajero repetía continuamente, “Dios mío, que sed tengo”, “Dios mío, qué sed tengo”, “Dios mío, qué sed tengo” , realizando continuos movimientos con el cuerpo que molestaban a otro viajero que estaba sentado a su lado. Éste, pasado un tiempo, y cansado de soportar su queja y su ajetreo corporal, va a buscar un vaso de agua al lavabo, y se lo ofrece al viajero. Una vez bebido el agua, el pasajero comienza a repetir: “Dios mío, qué sed tenía”, “Dios mío, qué sed tenía”, “Dios mío, qué sed tenía”, realizando los mismos movimientos que ejecutaba anteriormente. Lo que ilustra este chiste es la tesis de que la demanda aparta al sujeto de la pura necesidad. Es evidente que en esta queja del viajero hay un goce, pues a pesar de haber saciado su sed, se sigue quejando. Lo que de esa necesidad no queda articulado en la demanda será lo que llamamos deseo.

De esta manera se centró la atención en consideraciones acerca del chiste y su relación con el deseo, haciendo diferenciaciones con otras formaciones del inconsciente. Es evidente que en éstas no resulta fácil, de inmediato, reconocer la presencia de un deseo pues, al respecto, el sujeto guarda una relación conflictiva y ambigua con su deseo. Si bien solemos repetir que el deseo guarda una relación con el principio del placer, hubo que esperar a Lacan para entender que el deseo parece mucho más próximo a la angustia. El mérito del chiste consistiría en lograr algo que ninguna de las formaciones del inconsciente puede, producir una aproximación al deseo por la vía de un placer incomparable, fugaz y que, además, compromete el cuerpo puesto que despierta la risa.

Para Dessal, aunque Freud y Lacan explicaron de forma magistral el mecanismo mediante el cual se construye la estructura y la dinámica de un chiste, hay algo que falla, y es que con la batería del significante no conseguimos alcanzar la relación entre significante y la libido. Pero Lacan nos permite entender que no todo es significante en el chiste. Para que haya chiste es preciso producir un efecto muy especial e incomparable, un modo singular de la sorpresa, que es uno de los nombres de la división del sujeto. En este sentido, sugirió cierta analogía entre chiste y la perversión. Pues cuando contamos un chiste nos proponemos producir en el otro ese efecto de división que es la sorpresa. Dicho de otra manera, adoptamos una posición activa respecto de un efecto que hemos experimentado primeramente de forma pasiva. Es lo mismo que sucede con el perverso, pues también con otros métodos busca el surgimiento de la división en el otro. Pero mientras en este último caso la división va acompañada de angustia, en el chiste, por el contrario, es asumida bajo la forma del placer.

Para finalizar, se aludió a Lacan cuando plantea que el chiste requiere una técnica que no se limita a la escritura, sino que se requeriría además una técnica discursiva, motivo por el que ciertas personas tienen una verdadera gracia para contar chistes y otros no. Un chiste, para convertirse en algo inolvidable, debe reunir un doble plano afectivo y efectivo. Un tiempo largo de preparación, y un tiempo instantáneo de resolución. El primero, fundamental, es de narración para disponer al interlocutor a adoptar una posición de defensa inconsciente. Posición de defensa que sucede simultáneamente con el efecto de identificación que el chiste debe provocar. Lo fundamental es conseguir que el interlocutor adopte esa posición de defensa a pesar de estar dispuesto a la sorpresa. Por tanto, el arte del narrador consistiría en propiciar esa posición para que algo pase a un lugar que el interlocutor no esperaba.

Esta hipótesis se entendería bien de la siguiente manera. Si en lugar de plantear la cuestión como posición de defensa, decimos represión, vemos que lo que el chiste ha conseguido es burlar la represión. Ha logrado evocar en el otro el eco de un deseo reprimido. Al borrar la represión, la posición de defensa pierde su objetivo y el sujeto se libera del gasto de energía psíquica que habría empleado en evitar el paso del deseo del Otro bajo la forma del placer.

La conferencia, además de todo su escenario teórico sintetizado en esta reseña y del interesantísimo debate desarrollado a continuación, estuvo amenizada por el relato de una gran variedad de chistes de todo tipo, que vinieron a preparar o a aclarar cada una de las tesis presentadas por Gustavo Dessal.