Variantes del querer en la superficie del gusto*. Vilma Coccoz (Madrid)

Este título evoca un pasaje del comienzo del texto Kant con Sade que hace referencia a los cien años que fue necesario transitar en “las profundidades del gusto” para despejar el camino que hiciera practicable la vía de Freud, en la que el malestar que pesa sobre el deseo y el goce de los seres hablantes encontrara una resolución distinta a la condena religiosa o la búsqueda inútil de la absolución en sabidurías tan teóricas como inalcanzables.

Gracias a la subversión freudiana se logró formular una nueva razón práctica, una nueva ética, a partir del desciframiento de los síntomas y fantasmas inconscientes que asolaban la conducta y la conciencia de los seres hablantes.

Y, como bien observa Lacan, hicieron falta otros sesenta años para acceder a la lógica del asunto. Evidentemente, su texto Kant con Sade forma parte del esclarecimiento al que hemos accedido gracias a su enseñanza. Entretanto, como enunciaba Jacques-Alain Miller en Comandatuba (1), la moral civilizada se disolvió y el psicoanálisis participó en a esta disolución, en la medida en que contribuyó a penetrar y cuestionar los semblantes. El estado del discurso hipermoderno, caracterizado por el ascenso al cenit social del objeto a, implica la producción frenética y acelerada de objetos que se imponen al sujeto sin brújula, invitándolo a atravesar las inhibiciones. (2)

Cien años después de la invención del psicoanálisis, la operación de transformación de los gustos se vincula, esencialmente, a lo que segrega la superficie de las distintas pantallas, al valor arrollador de las imágenes que capturan el interés del homo videns con sus escopias corporales. “Lo he visto, lo quiero”. “Existe, es posible, quiero conseguirlo”, tales serían las formulaciones a las que se reducen las “variantes del querer” actualmente. Preferimos utilizar esta expresión para señalar la diferencia con las distintas cualidades del deseo inconsciente que la clínica psicoanalítica pudo deducir en la estructura de las neurosis que le tornan insatisfecho, imposible o prevenido. La “psicología profunda” -como llamaba Freud al psicoanálisis- descubrió estas formas del deseo tramadas intrínsecamente en las dificultades y paradojas del goce.

¿Qué aprendemos sobre el desvarío del goce una vez que, por estar permitido, se ha vuelto obligatorio? Que las distintas aspiraciones del querer orientadas a los semblantes sexuales, las pretensiones del pareser(3) en la sociedad del hipersexo, al no vincularse a la lógica del discurso, no hacen sino acrecentar el malestar respecto al goce, propio de nuestra condición se hablantes.

El cybersexo, sus prácticas, su lenguaje y su mercado tiene una influencia creciente en las expectativas de los jóvenes. Aunque no pueden desdeñarse otros factores cuya incidencia importa a la hora de valorar el panorama actual de los semblantes. Como, por ejemplo, los acelerados cambios jurídicos en las sociedades democráticas, que han hecho posible la concreción de reivindicados quereres, como el cambio de sexo de los transexuales, la adopción y el matrimonio de parejas homosexuales. También, y en muchos aspectos como causa de los cambios jurídicos, son relevantes los efectos de los avances en las técnicas de reproducción asistida y sus consecuencias en lo relativo al parentesco. El caso de T. Beaty ha saltado a los medios de comunicación como “el primer hombre embarazado”: él, antes ella, dice querer ser el padre de su hija. Así parece haber logrado hacer realidad la pretensión de muchos homosexuales, esto es, la separación de la filiación y el sexo.

No podemos desconocer el singular protagonismo que en este estado de cosas ha conquistado el cuerpo. Convertido, según Eric Laurent, en el nuevo tótem, el cuerpo parece haber conseguido coagular la diferencia entre el ser y la imagen, como si pudiera otorgar una clave esencial para la identidades inciertas. El imperativo “ser sexy” conquista cada día más almas en el mundo del hiperconsumo: desde las cada día más precoces “lolitas” a las adolescentes despistadas. Las revistas dirigidas a este joven público femenino reiteran sin cesar sus reclamos a la llamada “generación narciso” induciendo curiosos cambios en las significaciones, a través de los consejos: “sé feminista hasta en la cama”, “practica el amor propio, como ellos” (un curioso eufemismo de la masturbación).

Una producción incesante de iconos sexuales inunda el ciberespacio: el metrosexual, como Beckam, que cultiva la vanidad masculina y, aunque es heterosexual, se interesa más por la elegancia que por el sexo. El tecnosexual, como Bill Gates, definido como un narcisista urbano. Es deportista y se fascina por la informática y las nuevas tecnologías. El übersexual, como George Clooney, pretendido revival del galán de los años 20, sensible pero seguro, admite su lado femenino.

Las chicas sexys, “de armas tomar”, sin embargo, son modelos surgidos de personajes de ficción como Lara Croft, Kill Bill, las chicas “manga”. Estas últimas han sido escogidas para los moldes de las reall dolls, con peso, esqueleto y piel semejantes a las humanas, que también pueden ser diseñadas a la carta.

Las intervenciones de cirugía “hipersexualista” (4) ofrecen esperanzas a los excluidos de los cánones: en la sociedad del hipersexo los no sexys son condenados. Aunque ya tiene también sus mártires, como Lolo Ferrari, que murió luego de conseguir tener los pechos más voluminosos de Europa; y sus profetas, como los seguidores del anillo de la castidad aunque su razón de ser no arraiga en el rechazo del pecado sino en el temor a las enfermedades de transmisión sexual.

La denuncia, emprendida por una web de lesbianas, acerca de la existencia del faux homosexual, -que se dice tal sin serlo- revela, de una forma patética, que el discurso sobre lo sexual convoca, por estructura, una exigencia de verdad. Y sólo el discurso analítico ofrece una vía en la que orientarse en la estructura, al demostrar que la verdad es estrictamente correlativa del semblante, que Lacan homologa al discurso.(5) El psicoanálisis demuestra que “el plus de goce no se normaliza sino en la relación que se establece al goce sexual, en la medida en que éste se articula al falo, que es su significante. El falo es el goce sexual en tanto solidario de un semblante.”(6)

Hombre, mujer
En los años setenta, momento en que cobraron fuerza los estudios sobre la identidad y las teorías de género, Lacan afrontaba la demostración de un axioma decisivo respecto al goce: la ausencia de escritura de la relación sexual. Es evidente que él no desconocía tales trabajos, a juzgar, por ejemplo, por algunos pasajes de sus seminarios que parecen responder a directamente a dichos planteamientos. “La identificación sexual no consiste en creerse hombre o mujer sino en tener en cuenta que hay mujeres, en el caso del varón y de que hay hombres, en el caso de la niña.”(7)

Una y otra vez encontraremos en los resultados que ofrece la clínica psicoanalítica que la reducción del malestar que induce el goce, -lo real sin ley en el ser que habla-, depende de su ordenamiento, de su alojamiento en un orden de discurso. Y en este sentido es fundamental distinguir un orden de discurso de una ideología de dominio, confusión en la que se incurre al denunciar el supuesto falocentrismo freudiano.

La teoría constructivista de las identidades sexuales pretende desmontar la concepción de una sexualidad “natural” en la que la tradición patriarcal y heterosexual habrían asentado su dominio sexista. Las identidades sexuales, consideradas como meras ficciones, se convierten, por lo tanto, en entidades “móviles”: siendo construcciones culturales, elaboradas a partir de raíces sociales e históricas podrían ser modificadas por el sujeto en sus respuestas a la intimación del discurso.

A partir de la premisa del carácter performativo de las identidades se apostaría por una decisión, una elección subjetiva que, mediante la eficacia de la enunciación, conseguiría contrariar y evitar el dominio político ejercido por el discurso en la determinación de la identidad sexual. Esta teoría propone la alternativa de un “querer ser” frente al “deber ser” cuya aceptación o adaptación, efecto de la reiteración y de la constancia, harían suponer una esencia masculina o femenina “natural” cuando, en realidad, el sujeto es un vacío. Se promueve así la “autodesignación del sexo”, posible gracias a la diversidad de significaciones de los signos en función del contexto: negarse a ciertos sentidos y favorecer otros movilizaría la aparente esencialidad de las identidades.(8) En esta concepción la identidad es entendida como narración o construcción histórica y se cita como referencia, entre otros autores, a Lacan. Pero se toma en cuenta sólo la primera parte de su enseñanza, desconociendo los progresos que conoció el psicoanálisis después de la época estructuralista.

En el seminario …Ou pire Lacan insiste en el hecho de que cada uno de nosotros existe, a partir del significante, como sexuado. Como si el lenguaje formara una película invisible que cubre nuestros cuerpos se refiere a su delgadísimo espesor que, en lo relativo a la sexualidad, abarca una extensión mucho más vasta, una superficie mucho más amplia que en los animales. En ellos, cuando no están en celo, su comportamiento se parece muchísimo, como se comprueba al observar, por ejemplo, a los leones pequeños.

“Que haya hombre y mujer es asunto del lenguaje, aunque el valor del partenaire, ya sea hombre o mujer, es inaprensible al lenguaje.” En la dimensión del significante, el hombre y la mujer toman valores sexuales determinados porque para el ser hablante es “él” o es “ella” y eso existe en todas las lenguas del mundo, afirma Lacan (9). Se dice el hombre y la mujer pero no sabemos lo que son, el género les designa pero no les identifica, no les confiere una identidad. Aunque en esa época comenzó a ser cuestionada, lo cierto es que durante mucho tiempo “esta bipolaridad de valores ha sido considerada suficiente para soportar, para suturar lo que concierne al sexo.”(10)

Resulta cuanto menos sorprendente que, precisamente, en esos años en que se iniciaron los movimientos de cuestionamiento de las identidades sexuales, a través de la negación de una sexualidad natural, Lacan, por su parte, afirmara una diferencia natural entre la pequeña dama y el pequeño hombrecito, y ello en la medida en que “hay un real” en los hechos de la especie “hija de sus obras”, la especie que habla. Es preciso aclarar que “natural” para Lacan no significa anatómico ni sustancial, sino propio de la especie que habla: de la misma manera que se habla de números “naturales”, es posible hablar de tal diferencia natural. También hay que tener en cuenta, como lo recuerda Miller, que Lacan encontró el ejemplo de semblante en la naturaleza, en el meteoro, en el arco iris, en el trueno. De ello se desprende la distinción del semblante y lo real. Lo real es una consecuencia de lo imposible y con él se habla de estructura y no de naturaleza (11).

En el homosapiens los sexos parecen repartirse en dos partes de individuos que “se distinguen”. No que ellos se distingan a sí mismos sino que se les distingue. Lacan admite que el análisis ha desvelado una “vocación prematura” que cada quien experimenta por su sexo. Este hecho maravilla a los adultos: se dice del niño que “es inquieto, investigador, sensible a la vanagloria. Ella, la niña, en cambio, no piensa sino en cómo enfundar su figura en un agujero y rechaza dar los buenos días.” La gente se maravilla porque se muestran, tempranamente, conformes a los tipos de hombre y mujer, que tendrán que constituirse, más tarde, en torno a las consecuencias del precio que habrá tomado para ellos la “pequeña diferencia”. Aunque, por supuesto, también importa la manera en que ésta ha sido tratada por sus padres que les distinguirán, desde su propia subjetivación de la castración que el lenguaje impone a los seres hablantes.

La diferencia significante pasa “tramposamente” a lo real por intermedio del órgano: induce al error natural, esto es, a distinguirles por medio de la “pequeña diferencia”. Esta funciona como la trampa, el anzuelo (appât) del deseo sexual. En este error natural se fundamenta la desmesura actual que llamábamos sociedad del hipersexo.

De este desarrollo Lacan extrae importantes consecuencias clínicas. El psicoanálisis surgió como respuesta al discurso de la histérica, por haberle concedido la palabra para revelar lo que hay de semblante en dicho error natural. El transexual, por su parte, no quiere ser significado por el discurso sexual, quiere liberarse del “error natural” que introduce el significante por medio de la cirugía del órgano.

La homosexual, sostiene el discurso sexual (que es imposible) con toda seguridad y no se arriesga a tomar el falo como un significante.

Lacan no escatima elogios al movimiento de Las Preciosas que “definen admirablemente el ecce homo del amor” (12). En esa filiación culta ubica a la joven homosexual, paciente de Freud, dado que, en su comportamiento (digno del amor cortés) elevaba la falta fálica, a la dignidad de la Cosa. La homosexual se mueve como pez en el agua en el discurso del amor pero se amputa del discurso analítico -cuya estructura supone, precisamente, la dimensión del falo como semblante (13)- y permanece en una ceguera respecto del goce femenino.

Con todos los respetos que merece el movimiento feminista por el tesón y la fuerza con que han sabido defender y lo siguen haciendo, los derechos civiles de las mujeres, constatamos el riesgo que conlleva una “sexualización de la política”, muchas veces irreflexiva y parcial como la que concierne a la llamada “violencia de género”. Si tenemos en cuenta el dato escalofriante de que el 75 % de los casos de transgresión de la ley de alejamiento sea provocado por las propias mujeres. O casos como el que saltó a la prensa durante el pasado verano: un profesor de universidad que permanece en coma a raíz de los golpes que recibió en la desgraciada defensa de una mujer que estaba siendo azotada por su pareja y que, posteriormente, negaría los hechos. Estas paradojas morales han suscitado acalorados debates que conducen, a veces, y a falta de cernir su lógica, a lo peor, o sea, a la inculpación de la víctima.

Los trabajos del tecnofeminismo nos parecen demostrativos del callejón sin salida al que se puede llegar en la pesquisa de un discurso sexista. Algunos textos celebran el fin de la diferencia sexual gracias a la tecnología. Otros, en cambio, denuncian la incidencia en los nombres y en las actividades vinculadas a las nuevas tecnologías de la política de género. Desconociendo la mutación que está atravesando la concepción misma de humanidad -y que afecta a los hombres y a las mujeres-, una de sus adalides, Judi Wacjman, centra su crítica en el “sexismo” que determina la feminización de las máquinas. Se rebela ante la invención del robot K-bot porque tiene cara de mujer y expresa emociones: sonríe, puede hacer una mueca de burla o fruncir el ceño. (14)

Pero, por otra parte, llega a exaltar la capacidad de las mujeres por estar a la altura de los llamados “guerreros corporativos” que trabajan más de sesenta horas a la semana. Aunque llega a admitir que, por lo general, tales mujeres senior se ven obligadas a renunciar a la maternidad. El acento colocado en la igualdad de capacidades le hurta a esta autora la capacidad de espantarse ante los nuevos modos de esclavitud que trae consigo el estado actual del capitalismo.

El discurso del amo quiere que las cosas vayan bien. Sostiene pues, la igualdad entre el hombre y la mujer. El discurso analítico nos orienta para captar la lógica de lo que va mal, de lo que no marcha. ¿Qué nos enseña el discurso analítico? Lacan propone a los analistas explorar una nueva lógica derivada de la experiencia. Tenemos que tomar en consideración lo indecible, lo real del sexo, la ausencia de relación sexual para no imprimir el error natural respecto al goce en la interpretación de los síntomas. Lacan desconfía de los analistas que -aferrados como Ulises al mástil fálico- intentan no sucumbir al canto de las sirenas que traería como consecuencia la consideración estructural de la ausencia de la relación sexual en su intervención. Se fía, en cambio, Lacan, mucho más de la intuición de ciertos sujetos que manifiestan sus temores ante la posibilidad de analizarse porque, dice, “temen que podrían verse reducidas, podrían verse afectadas las relaciones interesantes, los actos apasionantes, incluso las perturbaciones creadoras que necesita dicha ausencia de relación.” Encontramos en esta aseveración una interesante consideración que alivia esta verdad de estructura de una significación de fatalidad e impotencia.

Una vez conquistadas las libertades cívicas inalienables de los homosexuales, se empiezan a constatar las consecuencias del discurso identitario, sostenido en una comunidad de goce el cual, al rechazar la dimensión real del sexo, deja a los sujetos atrapados en un discurso tipo disco rayado, girando en redondo, sin dialéctica, sin salida. Ya han comenzado a destacarse microtribus de carácter esencialmente mimético, a partir de figuras y prácticas de goce que reproducen en la comunidad de gays y lesbianas, las exclusiones y segregaciones sufridas por el discurso sexista. La incidencia de un discurso reivindicativo, de oposición a la homofobia, con su cultivo de la confrontación, abunda en el imaginario narcisista y contribuye a la errancia del goce. Lacan consideraba vano derramar la sangre contra un semblante (15), en la medida en que el ídolo que se intenta atacar esconde una identificación secreta por lo que, muchas veces, se acaba como mártir. Las transformaciones sociales sólo pueden advenir como consecuencia de cambios de discurso, de cambios en los gustos.

Las comunidades de gustos en las que intentan afianzarse las identidades sexuales debido al rechazo sostenido de lo real de la sexualidad que impone la estructura y merced al forzamiento de las identificaciones, pueden llegan a potenciar, al no conseguir alojarlo en un discurso, un goce descarriado y mortificante.

Hacer valer su identidad a través del ejercicio de una práctica sexual se convierte en un imperativo superyoico al que muchos sujetos quedan esclavizados, empujados a un cómputo de conquistas ciegas que requiere de un cotidiano esfuerzo, además de horas frente a la pantalla.

La estructura trinitaria del cuerpo que nos aporta la enseñanza de Lacan consigue superar la histórica dicotomía de alma-cuerpo, o anatomía-psiquismo: la eterna dualidad en la que echa raíces “el pensamiento del mango”, del dominio, de la identidad. La lógica ternaria del ser hablante permite concebir el cuerpo como un nudo de tres: la vida, la imagen o los pensamientos sobre el cuerpo –i(a) que Lacan asimila al “alma” y el saber inconsciente.

Por la vía del discurso analítico se ofrece una alternativa a los callejones sin salida en la que están atrapados los discursos relativos a las identidades sexuales. La interesante teoría queer, que destaca la distancia entre las identificaciones y el equívoco de las diversas prácticas sexuales. A diferencia del movimiento gay que pone el acento en la comunidad, el queer insiste sobre el derecho a la diferencia, a inventar una sexualidad diferente.(16) Pero, al desconocer lo real del goce, esta teoría yerra.

A distancia de los espejismos que invocan los quereres vinculados a las imágenes y a su desquiciado atractivo y de todos los cambios que la ciencia hace posible, el discurso analítico se propone contribuir a la semblantización del goce (17) propiciando su ordenamiento en una lógica encarnada: “Es en un discurso que los hombres y mujeres naturales tienen que hacerse valer como tales.” (18)

En un pasaje de Télévision (19) Lacan constataba la morosidad y el aburrimiento que aqueja a los jóvenes que se entregan a relaciones sin represión, lo cual le indujo a concluir que si los recuerdos de la represión familiar no fueran verdaderos, habría que inventarlos. Y ello debido a necesidades de la estructura: “El impasse sexual secreta ficciones que racionalizan lo imposible de donde éste proviene.” De ahí que Lacan considere que el “sexo-izquierdismo” que hacía furor en su época, redoblaba, con su intención liberadora, la maldición (20) que pesa sobre el sexo. El discurso analítico propone una ética del bien-decir una vez que se ha comprobado que el semblante es la condición del goce.

Gracias al semblante se consigue vestir lo real, civilizar el goce, a falta de lo cual, sólo se muestra como obscenidad. De esta manera, el sujeto puede obtener una brújula con la orientarse y construir un “semblante de comunicación”, un partenaire social y sexual que le convenga para aparecer (21) en el paisaje de la vida.

* Intervención en las VII Jornadas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, -ELP- Clínica del Lazo Familiar y de sus Nuevas Formas. Noviembre 2008

Notas:
1-. Jacques-Alain Miller: Una fantasía. Lacaniana Nº 3 E.O.L.Bueos Aires. 2005.Pág.9
2-. Idem, pág.10
3-. Escribimos pareser para traducir la condensación lacaniana entre parecer y ser (parêtre) con la que Lacan hace referencia a que el ser hablante está condenado a conquistar un ser de semblante.
4-. J.A.Miller: op.cit. Ver la distinción entre prótesis y postizo. Este último vinculado al semblante, no garantiza la función, a diferencia del primero. Pág. 162
5-. J.Lacan: D’un discours qui ne serait pas du semblant. Seuil. París. 2006.
6-. Idem. Pág.34
7-. “Y –agrega- lo que importa no es lo que ellos experimentan sino la situación real (…): para los hombres, la chica, el falo, los castra. Para las chicas, es parecido, el falo las castra porque ellas no adquieren sino un pene y es fallido”. Idem. Pág.34
8-. Si se es convocado a una determinada identidad y no se responde a ella sino que en la enunciación se lleva a cabo un acto performativo que ubica al sujeto en otro lugar, se habrá conseguido desvincularse de la alienación al discurso dominante.
9-.Es el principio del funcionamiento del género, incluso en el hermafrodita se podrá pasar de uno a otro pero no se lo llamará “eso” en ningún caso, a no ser que para manifestar un horror de tipo sagrado.
10-. J.Lacan:…Ou pire. Inédito. Clase del 12 de enero de 1972
11-. J.A. Miller, La naturaleza…. Pág. 14
12-. J.Lacan: …Ou pire. Inédito. Clase del 8 de diciembre de 1971
13-. En un trabajo sobre la joven homosexual hacemos referencia al rechazo de la joven a la interpretación de Freud según la cual su conducta de desafío al padre provenía de su amor despechado. Ella había deseado un hijo, el falo del padre, lo que supone su consideración de significante, pudiendo ser metaforizado por el hijo.
14-. Esta autora puede quedarse tranquila, ya se están comercializando los boy dolls.
15-. J.Lacan: D’un discours qui ne serait pas du semblant. Seuil.París 2006. Pág.29
16-. Eric Laurent: Ni Ganymède, ni made in gay. La Cause Freudienne nº 55
17-. En su conferencia del último congreso de la AMP, en Buenos Aires, Jacques-Alain Miller afirmó que la semblantización de la experiencia analítica, requiere, por parte de los analistas, una mayor exigencia en la búsqueda de lo real.
18-. J.Lacan: D’un discours… pág.146
19-. J.Lacan: Télévision, en Autres Ecrits. Seuil. París. 2001. pág 532
20-. Lacan habla de malédiction, que permite el equívoco entre maudire y dire mal, que se puede trasladar al español también: maldecir y decir mal.
21-. Cambiamos la ortografía de “apareser” para indicar la condensación que hace referencia al “ser” en juego en el “aparecer”, en el ser de semblante al que está destinado el ser hablante.