Una minoría oprimida, Marie-Hélène Brousse // El absoluto y la muerte Isabelle Durand// Transgresión, segregación Manuel Montalbán Peregrín

Una minoría oprimida, Marie-Hélène Brousse

Pertenezco a una minoría oprimida. Perseguida durante siglos, hasta la fecha no dejó de serlo. Cuando no es oprimida legalmente, es regularmente objeto de calumnias y de sospechas. En todas partes donde no está prohibida, se le exige callarse, no herir la sensibilidad de la mayoría. Como todas las minorías oprimidas, cuando tuvo acceso al poder, después de años de opresión, por medio de luchas sanguinarias o en ocasión de una serie de circunstancias permitidas por el malentendido, esta minoría dio rienda suelta a los abusos, incluso a crímenes diversos.

Desde los años 70, en los países occidentales, por ejemplo en Estados Unidos, en España, incluso en Francia, la situación de esta minoría no cesa de empeorar. El miércoles 7 de enero de 2015 fue para ella un día trágico. Pero luego, incluso si por decencia y por intereses compartidos se manifestó una solidaridad sin precedentes, se hacen oír voces, numerosas, que la vuelven responsable de la matanza que sufrió.

Ayer: Libertinaje, Luces, Laicidad

Esta minoría a la que pertenezco tiene sus orígenes en la Francia del siglo XVI. Durante largo tiempo, el movimiento debió permanecer clandestino. Tuvo repetidas veces que volver a serlo. Gente del tribunal, eruditos y a menudo hombres de la iglesia se decían «despabilados» o «iluminados», lo que significa «esclarecidos» por la luz de la razón y se entregaban al estudio de religiones comparadas. Es el inicio del pensamiento crítico. No eran enemigos de un poder político fuerte, pero consideraban las confesiones religiosas como medios de impostura política.

En los comienzos de la filosofía de las Luces, el libertinaje inventó el ateísmo. Más tarde, en Francia, la lucha se volvió una lucha por el poder político. La separación de la Iglesia y del Estado en 1905 impuso el principio de laicidad como solución a la controversia. Es justamente esta solución la que hoy se hace añicos.

No es más «el porvenir de una ilusión», es el triunfo del «todo el mundo delira»

Habrán comprendido que la minoría oprimida a la que pertenezco es la minoría de los deístas, agnósticos, libres pensadores y otros ateos.

En los años 70, Lacan pudo predecir de modo profético y preciso las nuevas formas de un renacimiento de lo religioso que se avecinaba.1 El ascenso del saber científico cuyo surgimiento en el siglo XVI había dado origen a esa corriente libertina de la que acabo de hablar, lejos de volver obsoletas a las religiones, terminó por volverlas incluso más tenaces. Él sostenía, al contrario de la corriente positivista que transformaba a la ciencia en una nueva religión, la complementariedad entre la ciencia y la religión en el discurso del amo moderno. La ciencia no conducirá a la humanidad hacia el progreso más que la religión. En cambio, la conduce forzosamente hacia lo real fuera de sentido. Ahora bien, el parlêtre es adicto al sentido, especialmente al sentido de la vida para hacer referencia a los Monty Python; por cierto, ¡ésos se salvaron por poco! La ciencia se ocupa de lo real y la religión del sentido, cada uno en su campo. Las religiones en este momento «pululan» y vuelven a su vocación primera que es política, reinar por medio del terror objetivo y subjetivo. El kalachnijov y el lanzagranadas, lado real. El infierno y el paraíso, es decir la eternidad, lado imaginario. Nombre de Dios, significante amo, lado simbólico.

Una epidemia de autoproclamaciones

Los tres grandes monoteísmos van entonces viento en popa, cada uno despliega sus esferas de influencia, cada uno se desborda en una versión fundamentalista, es decir, policíaca. El margen de libertad ganado por el ateísmo, que siempre fue imperfecto en un parlêtre llevado naturalmente a «innumerables ficciones y a la interpretación de la naturaleza en términos extravagantes como si delirara con ellas»,2 se reduce progresivamente.

Yitzhak Rabin fue asesinado por fundamentalistas judíos.

En noviembre de 2011, los fundamentalistas católicos, tanto en Francia como en Italia, se movilizan contra el espectáculo de Romeo Castellucci, Sobre el concepto de rostro del hijo de Dios, considerando blasfematoria la representación del rostro de Cristo de Antonello da Messina en una escena. A las religiones monoteístas nunca les gustó el teatro, excepto a los jesuitas.

El islam fundamentalista puso la fatwa en línea. Artistas, periodistas, mujeres y militantes de aso- ciaciones humanitarias condenados a muerte en nombre de Dios, o a un rescate.

Autocalificación, autoproclamación, autorreferencia

El arma absoluta es un significante: la «blasfemia», la cual es pertinente solo para quien se sitúa en una religión. «Blasfemador» funciona como el término «negro» aplicado a los africanos. No connota sino a quien lo emplea. No hay blasfemador sin creyente, del mismo modo que no hay «negro» sino para el blanco que así lo nombra. Autorreferencia entonces.

La autocalificación: «vengador», «verdadero creyente», es el elemento dominante de la religión de tendencia fundamentalista en los tiempos de la ciencia, es decir, en la época de la fragmentación del Nombre del Padre. Autocalificación, autoproclamación y autonominación son el signo de la pérdida de poder de los conjuntos ordenados según una unidad que se apoya en un poder temporal por el cual, según modalidades diversas, los grandes monoteísmos lucharon eficazmente contra las herejías. Gracias a lo múltiple, la herejía se invitó al jardín de los grandes.

Para encontrar no es necesario buscar

Un gran número de voces, entre ellas las de personas que habían condenado al atentado, añaden una frasecita: «se las habían buscado, esos provocadores». Y combinando el principio de prudencia con el de la justicia distributiva, ponen espalda con espalda al asesino y a la víctima. Sería entonces condenable todo enunciado o representación susceptible de provocar a los creyentes, de herir su sensibilidad, de burlarse de sus símbolos, en pocas palabras, de transformarlos en síntoma. Es cierto que esta generosidad en la condena presenta dificultades para ser aplicada a los clientes del supermercado kosher, pero allí «se cae en el problema Israel/Palestina», agregan los mismos. Esta frasecita es fundamentalmente colaboracionista.

Una joven analizante, profesora de lengua en un liceo del suburbio parisino, apreciada y que aprecia a sus alumnos y a su materia, comentaba que uno de sus alumnos, en un bachiller científico, hablaba, a propósito de un texto, «del mito de Adam y Eva», cuando otro de los alumnos, levantando el dedo, le dice: «Señora, usted está en el mal camino» y «No lo tome a mal, señora, pero la religión muestra claramente que las mujeres son inferiores a los hombres». ¿Acaso se dirá, como respecto a los caricaturistas de Charlie Hebdo, «ella se las buscó»? ¿Acaso cuando se transmite la obra de Darwin, uno «se las busca»? ¿Y los pasajeros muertos en los trenes que los llevaban de sus suburbios a Madrid, o a Londres, se las habían «buscado»? Sin duda tendrían que haberse quedado encerrados en sus casas. Como si esta determinación guerrera pudiese ser desactivada por un «no decir, no ver, no moverse, no saber». No saber por ejemplo a dónde llevaban los trenes a las caravanas de judíos durante la última guerra mundial.

Sobre todo, no conmocionar, no despertar, ni despertarse. No despertar a los adeptos a la creencia religiosa de su sueño absoluto.

¿Una definición lacaniana del ateísmo?

No obstante, ¿qué es lo que podríamos encontrar sin buscar al renunciar a la libertad de saber, de decir que no creemos en Dios, que no somos monoteístas, que no juramos sobre la Biblia sino para mentir tranquilamente, que todo eso, para retomar a Spinoza, son ficciones y delirios? De las ficciones y los delirios, un psicoanalista lacaniano conoce el origen, la función y la potencia: el goce-sentido. También sabe que al seguir ese camino se encuentra inevitablemente a la pulsión de muerte. ¿Qué es más violento, según la elección hecha por un gran periódico americano, el dibujo de Mahoma, Padre que se queja de sus fieles, o el video que muestra cómo termina con una bala en la cabeza, como en un videojuego, un hombre caído? ¿El asesinato o la risa?, es decir, el falo, gran secreto de lo cómico, siempre indecente, que vehiculiza la circulación del deseo. Porque sin el falo, el Nombre está fuera de representación, porque está fuera de metáfora.

La enseñanza del último Lacan ofrece una nueva definición del ateísmo: ser incauto, sí, pero de lo real. Ni religioso ni antirreligioso, entonces. Para la minoría a la que pertenezco, la libertad de ele- gir por la que cada uno decide ser incauto no es negociable en tiempos de Unos solos.

Resulta que además de esta minoría oprimida, pertenezco a una mayoría que está también, en ciertas zonas del mundo, a punto de ser víctima de crimen contra la humanidad: soy una hembra de la especie humana. Y además, psicoanalista. «¡No tuvo suerte!», me dirán ustedes, o incluso: «Usted lo hace a propósito, ¡por favor!, eso es francamente un síntoma, señora, eso se cura, usted sabe.» Pero justamente, me he curado. Creo incluso que es así que contraje ese síntoma y que llegué a considerar que eso era una suerte: escapar, un poco, al sentido.

Traducción: Lorena Buchner.

* Texto original en francés publicado en Lacan Quotidien N° 458 del día sábado 17 de enero de 2015, disponible en: http://www.lacanquotidien.fr/blog/wp-content/uploads/2015/01/LQ-458.pdf

1 Lacan, J., El triunfo de la religión, precedido por el Discurso a los católicos, Paidós, Buenos Aires, 2005. 2 Spinoza, B., Tratado teológico político, Gredos, Madrid, 2011.

 

El absoluto y la muerte

Por Isabelle Durand

 

 

Isabelle Durand

En el Seminario “La ética del psicoanálisis”, Lacan reformula la pulsión de muerte a partir de la ley moral que conlleva el rechazo de cualquier pathos, y que en tanto absoluto puede llevar al sujeto a la muerte.

La tragedia siempre enseña algo sobre el goce, elevando el argumento a paradigma. Elige lo universal de lo más singular del personaje, haciendo resonar en nosotros aquello que hay de común con lo acaecido. La tragedia terrorista en Paris presentó la particularidad de que muchos de sus protagonistas estuvieron dispuestos a sacrificar su vida por algo más valioso. No estaban, como los seres humanos comunes, en un “primum vivere”: entre el ideal o la vida, no dudaron. Los terroristas estaban determinados a morir para vengar a Mahoma, y asegurarse así un goce para la eternidad; Charlie por la libertad de expresión, la suya.

Desde el psicoanálisis sabemos que todo lo que está anudado a lo absoluto lleva a la muerte. La estructura de fondo es la misma. Un “Kant con sade” versión siglo XXI. La libertad de expresión encierra una paradoja: si se convierte en un absoluto, se trata de un imperativo. “Puedes decirlo todo”, es más: “Debes decirlo todo, de cualquier modo, sean cuales sean las consecuencias”. La libertad de expresión tiene que poder soportar la expresión de la negación de su libertad. ¿Pero hasta qué punto? ¿Y quién puede fijarlo? ¿Deberían operar la ética de las consecuencias para cada uno? La paradoja es que no podemos fijar los límites sin que está libertad desaparezca. En Francia la libertad de expresión es un bien tan sagrado que cuesta prohibir los espectáculos antisemitas de un Dieudonné, que incitan al odio del goce del Otro. Obviamente Charlie no merecía la muerte. En este punto convergen todas las civilizaciones. ¿Pero cuál era la expresión cuya libertad Charlie consideraba tan amenazada?

Max Weber[1] distinguió la ética de la responsabilidad, que tiene en cuenta las consecuencias de un acto, de la ética de la convicción, la que sólo se ocupa de las intenciones. Adelantándose a Lacan, dio el ejemplo kantiano de decir siempre la verdad, sin tener en cuenta las consecuencias, es decir sin condiciones. Borrar las condiciones transforma esta ética en un absoluto. En  psicoanálisis sabemos que goce y absoluto van de la mano. Actuar conforme a la ética de la convicción podría plasmarse en la afirmación: « El cristiano hace su deber y por lo que concierne al resultado de su acción, es asunto de Dios ». En cambio, la enunciación de quien actúa según la ética de la responsabilidad sería: « Tenemos que responder de las consecuencias previsibles de nuestros actos ». Es la ética de Aristóteles. Ahí Max Weber subraya algo que no carece de interés: Cuando las consecuencias de un acto hecho por pura convicción son desastrosas, el seguidor de esta ética no imputa la responsabilidad al agente, sino al mundo, a la tontería de los hombres o incluso a la voluntad de Dios que creó a los hombres así -es decir a un Otro consistente-. Al contrario, el partidario de la ética de la responsabilidad tendrá en cuenta precisamente los fallos del hombre -es decir, tendrá en cuenta la barra sobre el Otro, en el sentido de su inconsistencia, y esta inconsistencia del Otro asumida por un sujeto es lo que le permite responsabilizarse.

En esta tragedia que se inició con la matanza en Charlie Hebdo cada civilización encontró a su héroe[2]. Lacan nos recuerda que el héroe es aquel que sobre la escena no es más que la figura de desecho con que se clausura toda tragedia digna de este nombre[3]. Pensemos en Lassana Bathily. Este maliense de 24 años y de confesión musulmana trabajaba como empleado en el colmado judío asaltado por un terrorista. Bathily eligió arriesgar su vida escondiendo a varios clientes judíos. Después de intentar convencerles en vano de que se evadieran con él, se fugó. Ya fuera del local ayudó a la policía para que en su asalto, no se produjeran más víctima.  “Todos somos hermanos. No es una cuestión de judíos, cristianos o musulmanes. Estamos todos en el mismo barco, y nos tenemos que ayudar para salir de la crisis”, afirmaba Bathily cuando alguien se sorprendía de su comportamiento. La crisis fue su forma de nombrar este real con el que se topó de modo contingente. No dejarse acobardar por el peligro, es lo que le permitió salvar a algunos y a sí mismo. Sí, señor Bathily, todos somos hermanos, descendientes de un Otro que no existe. Y precisamente porque nos creemos hermanos, de vez en cuando, nos matamos los unos a los otros. El problema son los tiros de una Kalachnicov sobre la barca que nos permite mantenernos a flote sobre lo real.

 


[1] Max Weber, El político y el científico, Ciencia política, Alianza Editorial, Madrid, 2010, pp. 164-165.

 

[2] Jacques-Alain Miller, “Le secret de Charlie”, Lacan Quotidien 457.

[3] Jacques Lacan, Seminario inédito “El acto analítico”, Clase del 20 de marzo 1968.

 

Transgresión, segregación

Manuel Montalbán Peregrín

La especificidad de la orientación lacaniana se está ganando un sitio privilegiado respecto al tiempo de comprender en el postrauma de los terribles acontecimientos de París. Anuda subjetividad e impasses de la civilización en relación topológica.

Ser lacaniano, también en estos momentos, no es cualquier cosa. En el texto que es transcripción de la conferencia “Anguille en politique”[1], Jacques-Alain Miller, retoma la distinción de Lacan en el seminario XX, y afirma que el psicoanálisis no es revolucionario, pero sí subversivo. La subversión no radica tanto en haber cambiado el punto de rotación de lo que gira cuanto “en haber sustituido un gira por un cae”[2] (Lacan, 1981:56). Esto va contra las soluciones masificantes, los eslóganes virales, el recurso a identificaciones e ideales, y convoca el valor de los invariantes. La invitación al esfuerzo de poesía, que conlleva cada sesión de análisis, subvierte lo que Malraux llamó “ilusión lírica”[3],  y que desde entonces designa la nostalgia del decir dialéctico de los grandes relatos.

Lacan recurre también a Malraux en la parte final de su alocución (improvisada) sobre las psicosis del niño al referirse al término “niño generalizado”[4]. Hace referencia a las Antimemorias[5] y al pasaje donde el futuro capellán de Vercors responde a la pregunta de Malraux  sobre qué le había enseñado la confesión acerca de los hombres:  “Termino por creer que lo que pasa es que, en el fondo, no hay personas mayores”. El infantilismo generalizado como la puerta de entrada a la vía de la segregación: paratodeo del goce imperativo, pérdida del estatuto de sujeto, de ser hablante,  confusión entre opinión e idea que dificulta cualquier ejercicio de interpelación, homologación sujeto-objeto técnico.

En esta intervención, Lacan sitúa el ser-para-el-sexo como el fundamento de la subversión freudiana frente al ser-para-la-muerte, y se pregunta si los psicoanalistas estamos a la altura de la valentía y alegría necesarias para poder sostener esta posición. Cuando hay dos, el ser-para-la-muerte demuestra a la menor oportunidad que se trata de la muerte del otro. Pero también frente a otras lecturas liberalizadoras del ser-para-el-sexo freudiano, Lacan demuestra que, cuando somos dos, la castración de la que se trata es la propia. La conclusión del ser-para-el-sexo no es la transgresión, ni el culo-caca-pis.

Elisabeth Wilson[6] señalaba, hace ya algunos años y en un contexto diferente, el del activismo político queer, que en la medida en que el único verdadero blasfemo es, en último término, un creyente, la transgresión depende de, o incluso puede reforzarse con, la exaltación de interpretaciones convencionales de lo que va a transgredirse.

La transgresión es subsidiaria del Amo (antiguo), del antiguo orden social cuya sombra imperial se fundió con el corazón de las tinieblas de los imperialismos. Al discurso capitalista, y su movimiento circular, no le encuentra las cosquillas. Todo lo más, puede servir de excusa cuando el absolutismo de la Voluntad se encarna como ética de la venganza y la autoinmolación. El terrorismo yihadista es un subproducto del Uno:Todo, un dialecto del discurso capitalista.

 

 


[1] Puede consultarse en Página 12, http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-192679-2012-04-26.html

J.A. Miller, “Anguila”,  Página 12, Jueves, 26 de abril de 2012.

[2] Lacan, J. (1981) Seminario XX, Aún. Barcelona: Paidós. Pág. 56.

[3] Título de la primera parte de su novela “La esperanza” sobre los brigadistas en la Guerra Civil española. Jacques-Alain Miller elige este título para su contribución escrita el 11 de enero de 2015 para Le Point.

[4] Lacan, J. (1968) “Alocución sobre las psicosis del niño”. En Otros Escritos, Paidós: Buenos Aires, 2012. Pág. 381-391.

[5] Malraux, A. (1968), Antimemorias. Buenos Aires: Ed. Sur.

[6] Wilson, E. (1993), “ls Transgression Transgresive?”, en J.B.A.R. Wilson (Ed.), Activating Theory: Lesbian, Gay, Bisexual Polities. Londres, Lawrence & Wishart.