Too Mach! Conclusiones, ideas y problemas. Hacia las IX Jornadas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis “Los hombres y sus semblantes” Número 4. Responsable: Gustavo Dessal

EDITORIAL
“¿Cómo se reconoce a un hombre?”, comienza preguntando Vilma Coccoz en su excelente artículo con el que abrimos este número de Too Mach!

Pregunta inquietante, que da de lleno en el corazón del problema. Salvo en los casos de Napoleón o Goethe -nuestra colega ha puesto el listón bien alto- cualquier respuesta resulta insuficiente. Los grandes hombres (los hombres grandes, los padres freudianos) ya no abundan. Por suerte, el psicoanálisis nos ha descubierto la función del semblante: en el lugar de lo que no hay, es cuestión de hacerlo parecer. Eso me recuerda el Witz de nuestro colega Antonio di Ciaccia, cuando en respuesta a la afirmación de una paciente: “He venido a verlo a usted porque quería analizarme con un hombre”, le soltó muy seriamente: “¿Y qué le hace pensar que lo soy?”.

Puestos así, el silogismo clásico “Todos los hombres son mortales, Sócrates es hombre, luego Sócrates es mortal”, podría muy bien cuestionarse desde otro ángulo. No sería una tarea vana considerar en qué lado de la carta de amor se sostenía Sócrates, así, sobre una sola pierna, cual era su costumbre cuando meditaba.

Nada de grandes hombres, pues. Ahora se llevan los “Juanitos aggiornados”, los “inhibidos en su acto”, o aquellos “a los que hay que bajarles los pantalones”, como dice Ana Lía Gana (citando el lamento de una analizante). Consecuencias de esa flojera de la función paterna que se verifica en los avatares actuales de la virilidad, incluidas las dificultades para ser padre. “En la posición viril, al contrario de la posición femenina (en la que se produce una divergencia entre ser madre y ser mujer), convergen paternidad y virilidad”, escribe Analía. ¿Será cierto? Durante décadas los analistas suscribieron la idea tradicional de que la maternidad era un destino ineludible de la mujer. ¿Lo será la paternidad para un hombre? Por las dudas, la autora aconseja un hombre lacaniano. Habrá que buscarlo.

Lean atentamente el artículo de nuestro querido Miquel Bassols, recomendándonos la lectura de El diario de Adán y Eva, de Mark Twain (a la sazón uno de los libros favoritos de Freud, quien gustaba de releerlo). No es que el hombre se extinga, como el Dodo, sino que nació extinguido, y en su lugar hay pareceres o para-seres, que cambian con el tiempo y suscitan toda clase de nostalgias (incluso en los mundos analíticos).

Casi todos -y todas- coinciden en que, excesivamente entretenido en su Wiwimacher y los subrogados técnicos (la gracia de los aparatitos consiste en que hay que toquetearlos a cada rato), los hombres dedican poco tiempo a sus deberes amorosos.

Beatriz García, evocando las reflexiones de Jacques-Alain Miller, nos dice que “solo se puede amar verdaderamente desde una posición femenina”, y agrega: “el que ama entrega al otro su falta, no regalos, no lo que tiene, sino su castración”. Lo curioso es que, a pesar del análisis, a ellas siguen gustándoles los regalos (además de la castración, por supuesto). De modo que no se aceptarán excusas lacanianas en los aniversarios de boda.

Menos mal que hay gente ingeniosa, capaz de congeniar amor y tecnología. Un tal Teddy Truchot (el apellido tiene lo suyo), ha creado un sitio web de encuentros extraconyugales “específicamente dirigido a personas casadas con vocación de adúlteras”, con el propósito de organizar la infidelidad. Nos lo comenta nuestro compañero José Ramón Ubieto a propósito de lo que califica como “nuevas modalidades de degradación de la vida erótica”. (Atención: José Ramón nos señala el interés de estar al tanto de estas novedades, ni él, ni esta Redacción se hacen responsables sobre la conveniencia de su uso).

El sitio se llama Gleeden, y está dirigido a facilitar la infidelidad organizadamente. ¿Por qué dejar en manos del azar o del insospechado destino lo que Gleeden (del inglés “glee”, “júbilo”) puede organizar más eficazmente?

Además, no todo es lo que estáis pensando: uno de los usuarios nos explica que lo que más le gusta de esa página de contactos es poder hablar con su amante. Nada más. Y después dicen que los hombres sólo piensan en lo otro.

Una colega (insisto, una) nos recomienda un vídeo sobre el mejor anuncio de los últimos tiempos. El target, como se dice en publicidad, es el colectivo masculino. He dudado de incluirlo, pensando que ciertos espíritus sensibles de nuestra comunidad puedan hallarlo inapropiado para una publicación científica como esta. De manera que únicamente proporcionaré el link a aquellos lectores que me lo soliciten escribiéndome a mi dirección de correo: g.dess.esp@cop.es

Como anticipo, solo diré que si algún colega está pensando en comprarse una lavadora (los nuevos semblantes masculinos también lavan la ropa) es altamente útil ver primero este anuncio.

Para finalizar, una pequeña galería de pareceres y un importantísimo test en el que todos pueden participar como ejercicio preparatorio de las Jornadas.

¡Pero habrá más, mucho más, very mach en el próximo número de Too mach! Aquellos a los que no he incluido aquí, saldrán en la siguiente tanda, mientras esperamos otras contribuciones.
Gustavo Dessal

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NOVEDAD
¡¡¡Las IX Jornadas están también en FACEBOOK!!!

Nombre de la página:

Novenas Jornadas Psicoanálisis-elp
(responsable: Ariane Husson)

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VOUS ÊTES un HOMME!, por Vilma Coccoz

1) El marco simbólico de la cuestión
Primera pregunta: ¿Cómo se reconoce a un hombre?: ¿Por su cuerpo, por sus actos, por su discurso, o por su porte?

Segunda pregunta: ¿Cómo accede un hombre a un juicio íntimo acerca de su virilidad?, ¿y cómo reconoce que otros lo son?

Estas preguntas conciernen al estado de los semblantes sexuales, el cual depende del estado de los discursos. Si en el momento actual estas preguntas se han vuelto más acuciantes, no podemos desconocer la influencia que pudo haber tenido, en la génesis de tal “inquietud ontológica”, el discurso analítico. En el curso de los tiempos se han producido variaciones sustanciales en las representaciones o ficciones de los papeles sexuales que han conseguido modificar las “profundidades del gusto”. En su fabuloso texto Kant con Sade, Lacan afirma que el tocador sadiano inició una gran transformación en el goce -en el gusto- de tal manera que se volvió “transitable la vía de Freud”. La literatura libertina vio la luz en el mismo momento en que se promulgaban los Derechos del Hombre. Si el derecho al goce no podía entrar en la formulación de tales Derechos revolucionarios, se debe, explica Lacan, a razones de estructura: y es que, en lo relativo al goce, “lo permitido se convierte en obligatorio”.

De manera genial, Lacan planteó en la confluencia lógica del filósofo de la razón (Kant), con el escriba de las perversiones (Sade) que el reverso del derecho al goce es el superyo. Como lo ha demostrado Serge Cottet, esta máxima lacaniana explica parte del malestar de los desorientados de hoy, víctimas del desvarío del goce en la sociedad del hipersexo.

2) Los términos freudianos de la sexualidad
Gracias al cambio en las profundidades del gusto, la vía de Freud se volvió transitable: el psicoanálisis puso patas arriba la seguridad de los roles sexuales desde que Freud tomara buena nota de la experiencia subjetiva de las neurosis y las psicosis: la dualidad hombre/mujer no tiene representación en el inconsciente. Y este hecho incontestable constituye el verdadero enigma de la sexualidad: El inconsciente sólo conoce la polaridad actividad/pasividad o la diferencia castrado/no castrado. Con esta “roca viva” tropezamos todos, por supuesto, también los psicoanalistas cuando intentamos extraer sus consecuencias. Los post-freudianos se dieron de bruces y desembocaron en una desviación notable, esto es, la promoción de la genitalidad como ideal resolutivo de la experiencia analítica. Con la enseñanza de Lacan se dio un paso de gigante que nos ha pertrechado de advertencias y de recursos para no errar demasiado. La lógica de la sexuación fálica y de la carencia de inscripción de la relación sexual nos permiten ordenar posiciones: posición femenina, posición masculina. Es cierto, como también lo es que ello exige de nosotros un ejercicio cotidiano para mantenernos firmes en la lógica del discurso analítico. Por eso los ejes temáticos elaborados para las jornadas de la ELP reflejan que la cuestión no está zanjada, que ser lacanianos no nos exime de revisarla cada vez, es decir, que ser lacanianos no significa disponer de la última palabra respecto a la sexualidad sino aceptar el rigor de que tal palabra no existe (A tachado).

3) El tropiezo de los Men’s studies
La afirmación anterior parecería concordar con los estudios sobre las identidades sexuales que han proliferado a partir de los años 70, nutriéndose, en gran medida, en el saber analítico.

Mis amigos Martín y Alicia, de la Librería Eléctrico Ardor, me descubrieron un libro muy interesante cuando les comenté el tema de las próximas jornadas. Se llama: Entre hombres. Masculinidades del siglo XIX en América Latina.

En la Introducción encontramos la justificación del uso del plural del adjetivo sustantivado del título, cuyo fin sería demostrar la ausencia de un concepto formativo de “la identidad masculina como el espacio de la autoridad simbólica en la cultura occidental.”(1)

A partir de tal premisa, los autores pretenden “historizar la construcción de las masculinidades del siglo XIX para demostrar que las identidades sexogenéricas son artefactos culturales que actúan como respuestas a condicionantes sociales muy precisos.”(2)

¿Cómo conciben estos autores el género?: “(…) como un proceso de negociación constante con los discursos dominantes: un incesante devenir más que un inmanente ser, a través de los cuales los sujetos se posicionan y son posicionados dentro de los proyectos de emancipación, consolidación y modernización de las naciones.”(3)

Este libro se inscribe en la filiación del marco conceptual que ha sido elaborado en EEUU y cuyo fruto son los llamados men’s studies. En ellos se reconoce la existencia de una “pluralidad de masculinidades dentro de la que se diferencia entre identidades dominantes o hegemónicas, alternativas o subalternas”(4), lo cual supone que, en un momento dado, se exalta un tipo en detrimento de otra. Citan a Kimmel para quien “la masculinidad dominante es un tipo de identidad que se fabrica relacionalmente y que busca la aprobación homosocial de los otros hombres: cuando un sujeto masculino pone en escena su hombría, lo hace para impresionar a los pares y para distanciarse de los grupos que carecen de ella (las mujeres, los homosexuales, los niños).”(5)

Según este autor, la masculinidad hegemónica es poder y lo que define la masculinidad viril es la ausencia de una serie de cualidades “femeninas”, una forma de oposición, en cierto modo, defensiva.

También se invoca en la justificación de estos estudios la autoridad de Judith Buttler, teórica de las identidades queer. Según esta autora, si explorando el desarrollo de la identidad masculina se realizara un corte sincrónico, se comprobaría una circulación de discursos yuxtapuestos que no responden a una linealidad cronológica. Por el contrario, se verificaría la acción de un caos de modelos disponibles en la esfera cultural en la cual algunas “poses” disputarían su predominancia: el neoclásico de la masculinidad heroica, el sentimentalismo romántico, el estoicismo del dandi o la hiper-virilidad del hombre primitivo. El sujeto, por su parte, podría apelar a este “vasto archivo de poses” a través de complejos procesos de citacionalidad. El “acto performativo” de la masculinidad se distingue según los espacios: el trabajo, los centros homosociales -clubes, cafés, cenáculos letrados-, la calle y el hogar. Entre los espacios diferenciados los valores pueden establecer una relación conflictiva: por ejemplo, funcionar en el trabajo con una ética competitiva e individualista y en el hogar, en tanto pater familias, debía actuar con ternura y benevolencia.

Y es que, según los gender studies, el género “es una construcción histórica subjetiva, cuyos límites se van definiendo y reacomodando de acuerdo a una dinámica recíproca de las representaciones de roles asignados a lo “femenino” y “masculino”.(…) No son universales fijos sino “campos de fuerzas sociales que van estableciendo relaciones significativas de poder.”(6)

El problema con el que tropiezan los estudios de género es el desconocimiento de lo que Freud llamó “roca viva” y Lacan, por su parte, “lo real de la sexualidad” a falta de lo cual la cosa se dirime entre: por un lado, la impronta de los discursos y, por otro, una subjetividad que opta, en un acto performativo, por una enunciación, una “cita”, que le define como hombre. Resulta de ello una identificación a un rol -por reconocimiento de pares- y de oposición a otros que niegan los valores admitidos como viriles en tal o tal modelo. La clave de la reconstrucción del abanico de “poses masculinas” radica en las “relaciones significativas de poder” que inducen una lógica binaria, el atolladero sin salida de las significaciones de dominio y servidumbre.

Cuando Freud declara que “la libido es masculina” no interpreta la masculinidad en términos de poder sino que la traduce como actividad: La pulsión es un “trozo de actividad”, una “moción libidinal” que no determina esencias: la diferencia adviene en el fin de la pulsión, en su objetivo, en la modalidad de satisfacción que se alcanza, no en la significación, en el puro semblante.

El atolladero de los gender studies proviene de un déficit conceptual: a falta de la consideración de la lógica de los tres registros, sus interesantes contribuciones corren el riesgo de la esterilidad, permaneciendo como estudios, esto es, como descripciones universitarias sin ninguna incidencia práctica o, aún peor, orientando políticas de género equivocadas.

4) El encuentro entre Napoleón y Goethe
Una línea interesante del citado libro es la que sitúa el diseño de construcción política de naciones nuevas en la tensión entre, por un lado, los ideales de virilidad, vinculados a valores belicistas de valentía y heroicidad y, por otro, los no menos viriles pero pacíficos, suministrados por los letrados e intelectuales. Pero la descripción de estas masculinidades peca siempre de una confrontación con su negativo, como si su afirmación se asentara sólo en la formación reactiva, como si la masculinidad fuera mera sobrecompensación defensiva construida a partir de una ideología de dominio.

No se discute que los fenómenos existan o hayan existido, lo que se echa en falta es una deducción convincente de la estructura, a falta del concepto de goce (o de gusto) todo queda en manos de oscuras influencias sociales que empujan en una u otra dirección y de no menos oscuras razones subjetivas que se manifiestan en el acto preformativo.
La falta de consistencia de los retratos pergeñados hace suponer que estos semblantes sufrieron un desgaste con el correr de los años o que las contradicciones intrínsecas se hicieron más patentes al insertarse en un ámbito nuevo. En la génesis de estos semblantes que se formaron en la Vieja Europa el encuentro entre Napoleón, “genio de la guerra”, y Goethe, “genio de la paz”, ocurrido el 29 de septiembre de 1808, en Erfurt, marcó un hito fundamental.

A estas alturas, Goethe ya había manifestado su temperamento olímpico: un carácter renancentista que le hacía curioso de los saberes, sin distinción. Escritor venerado, indagaba en las ciencias físicas, en la anatomía, en las artes plásticas. Galante y seductor, las mujeres de toda condición suspiraban por su compañía, en el salón y en el lecho. Conversaba con Madame Von Stein sobre poesía y filosofía, seducía a una actriz y se convertía en su amante y director en la escena. Pero tampoco carecía de aptitudes políticas, a pesar de sus orígenes burgueses, logró ascender hasta ser nombrado Consejero del duque de Weimar. Ejerciendo esas funciones organizaba celebraciones y fiestas haciendo gala de un carácter alegre y divertido. Enemigo de la revolución, consideró una locura la alianza de su discípulo y protector, el duque de Weimar, pero acaba sometiéndose a la decisión de éste, aliado de Prusia, de ir a la guerra en defensa de Luis XIV. Cumple a la perfección con sus deberes militares y aún le queda tiempo para continuar con su labor de escritor e investigador. Confiado en su elocuencia e ingenio, se atreve también a disertar sobre temas bélicos. En una ocasión un joven oficial llamado Schmidt le interrumpió una conferencia sobre balística. Reconocía el placer de oír hablar a Goethe sobre poesía, artes y ciencias pero no pudo contener su disgusto al escucharle hablar de cosas de las que no entendía ni jota. Todos esperaban que el escritor, rojo como la grana, tuviera un estallido de cólera. Pero luego de un momento tuvo un estallido de risa, prometiendo no reincidir en el error, “acabáis de darme una dura lección”, dijo.

Goethe fue invitado al Congreso de Erfurt en el que se dieron cita el flamante conquistador y el zar de Rusia, por lo cual se consideraba decisivo para el destino de Europa. Napoleón admiraba a Goethe y Goethe a Napoleón. El instante en que estas dos grandes figuras del siglo se encontraron fue calificado por Valery de “instante supremo” en el que dialogan el imperio de la inteligencia en acción y la inteligencia libre.

Según el relato, se encontraba Napoleón, según su costumbre, almorzando mientras concedía audiencia. Cuando Goethe es anunciado en la sala, el emperador levanta la vista y le indica que se acerque. El poeta es observado atentamente, se detiene a una distancia prudente y se cuadra. Napoleón pasa revista y exclama: “Vous êtes un homme!”. Goethe se inclina. Luego le pregunta por su edad, el escritor responde “sesenta”, y el otro: “Pues estáis muy bien conservado”. Goethe se inclina nuevamente.

Luego le haría una crítica al Werther, diciéndole que “no se ajusta a la Naturaleza”. Su autor le da la razón y sonríe. “Delante de todo el mundo el gran conocedor de los hombres le ha concedido un diploma de hombría”, quizás sorprendido ¿“de encontrarle en postura marcial, buena salud y desparpajo?”(7)

La frase ha sido muy comentada y diversamente interpretada, por Emerson, Valery y otros, encontrando que revela el reconocimiento a la verdadera grandeza, la admirada simetría al avistar un igual, un hombre de acción. Pero, ¿no conlleva también una implícita connivencia con la superioridad de la supervivencia de la palabra sobre lo efímero de la gloria?

Así lo interpreta Cansinos Asséns en su biografía, destacando el abismo entre uno, que acabaría convirtiéndose en el enemigo de los hombres, y el otro, cuyo nombre sobrevive al paso de los siglos, por haber contribuido a conservar la vida.

Nos servimos de este episodio para replantear las preguntas iniciales: ¿De quién puede formularse actualmente semejante frase de reconocimiento?, ¿quién se atrevería a hacerlo?

Epílogo
Freud era devoto del saber de Goethe. En cuanto a Napoleón, dejará escrita una breve pero afilada nota en la que deja constancia de la marca del destino que significó haber nacido el segundo entre una multitud de hermanos: “centenares de miles de seres anónimos habrían de expiar el hecho de que el pequeño demonio respetara a su primer enemigo”. Freud vincula la elección de Josefina a la huella indeleble de los primeros objetos, el primogénito José, su madre y el padre muerto. Josefina no lo ama, lo maltrata y lo engaña. El le perdona todo pero cuando la repudia comienza el eclipse del emperador, “un castigo por su infidelidad”.(8)

En la interpretación de Un recuerdo infantil de Goethe(9), Freud extrae la consecuencia de que “cuando alguien ha sido el favorito indiscutible de su madre, conserva a través de toda la vida aquella seguridad conquistadora…”, al punto que Goethe, afirma Freud, hubiera podido encabezar su biografía así: “Toda mi fuerza tiene su raíz en mi relación con mi madre.”

Sin embargo, no parece suficiente haber tenido un lazo edípico muy fuerte con la madre para sustentar tal seguridad conquistadora sino haberlo resuelto correctamente, sin un saldo de pasiva inhibición. Al menos eso ilustra el caso de Goethe, para quien no fue menos importante, la manera en que dirimió su rivalidad con el padre y con sus hermanos y el modo singular en que llegó a asumir la castración en su relación con los hombres y con las mujeres.

Quizás en este punto y por razones analíticas, Freud coincidiría con la opinión de Napoleón.

Notas:

1 A. Peluffo. I. Sanchez Prado (Eds):Hombres. Masculinidades del siglo XIX en América Latina. Iberoamericana. Madrid. 2010. Pág 7
2 Idem. Pág.7
3 Idem. P.7
4 Idem. P.13
5 Idem. P.13
6 Idem. P.35
7 R.Cansinos Asséns. Biografía. En Obras Completas de Goethe. Tomo I Aguilar.México. 1991. Pág. 181.
8 S. Freud: Borrador de una carta a Tomas Mann. O.C. Biblioteca Nueva. Madrid. 1973Tomo III. Pág. 3336.
9 S.Freud: Un recuerdo infantil de Goethe en Poesía y Verdad.O.C. Tomo III.. Pág 2437.

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DEL HOMBRE DE HOY AL HOMBRE LACANIANO, por Ana Lía Gana
Los semblantes de esta época atornillan a los hombres en posiciones contrapuestas; aquellos caballeros al estilo Juanito aggiornado que les impide tratar a las mujeres desde una posición viril legítima, como dice Lacan, o esos otros inhibidos en su acto, hasta aquellos a los que hay que bajarles los pantalones, como bien lo decía una paciente.

Por otro lado, se ubican los que proclaman un goce para sí, que no pueden o no quieren saber nada de articular su goce al cuerpo de la mujer, son aquellos que se parapetan en los gadgets que les ofrece una sociedad donde los sex-shops, los clubes de intercambio, el cibersexo, están a la altura de su mano, como a la de su pene, donde impera la mirada, el dar a ver... Es el reino del goce.

Lacan en Televisión habla de la ética del célibe cuando nos evoca al escritor francés Henri Millon de Montherlant, y la equipara a la ética Kantiana. (Sabemos que al primero le gustaban los muchachitos, y que Kant murió virgen). Una ética que rechaza el síntoma en tanto no universalizable.

Se trata de un principio moral, un imperativo categórico que subsume la voluntad de cada sujeto de una manera tal que sea para todos, que transcienda lo que hay de particular en los sujetos. Abolición de las diferencias, esa es la ética kantiana.

Cuando Lacan menciona a Montherlant es para precisar que la ética del soltero se ubica del mismo modo: un para todos los hombres, realizando un impasse sobre el Otro sexo, una modalidad de no querer saber nada de la no-relación sexual. Para Montherlant la felicidad es lo que vale, y esa felicidad sólo es la de falo.Lacan opone esta ética en “Televisión” a la ética analítica del “bien decir”, que al esforzarse en decir lo real del goce tiene en cuenta la dimensión del Otro.

De los primeros, podría decir que son amigos de las mujeres, o esos otros que han logrado una relación de pareja donde el lugar es el de pasivo hijo que responde a las demandas de una mujer, a aquellos que se ubican en la alegría del falo, como bien lo dice Lacan en la ética del célibe

En contraposición tenemos al hombre sin ambages, aquel que no teme a las mujeres, porque ha podido atravesar ese momento de su infancia, o es el que ha dado el paso gracias al análisis de que ese temor está referido a la madre en tanto ella debe permitir hacer la prueba de su castración.

Estas posiciones dan cuenta que el declive del padre es correlativo al declive de la virilidad en tanto que en la posición viril, al contrario de la posición femenina (en la que se produce una divergencia entre ser madre y ser mujer), convergen paternidad y virilidad.

¿Qué padres entonces tenemos a partir de aquí? Son los niños en análisis los que nos permiten ver qué padre es el que se presenta hoy en día en la consulta. Tenemos los que se ubican como hermanos de sus hijos, o compañeros de juegos, lugares estos que impiden que un hijo rivalice con su padre y entonces reina la fobia. O aquellos otros que utilizando la fuerza, la bofetada, para ejercer una falsa autoridad, dejan a sus niños en una indefensión de lo simbólico.

¿Y de qué se quejan las mujeres? Sus quejas nos permiten saber en la posición que se presentan los hombres hoy en día: No me escucha, no me habla, no se compromete.
Tenemos esa obra que está en cartel en Madrid “Una relación pornográfica”, la cual nos dice que es vía el goce que un hombre entra en relación con una mujer, después sin quererlo termina capturado por la lógica amorosa.

En el reino del declive de la virilidad nos encontramos con el caballero, aquel amigo de las mujeres; el impotente, inhibido en su acto; al célibe, casado con su pene, y en contraposición se ubica el hombre sin ambages, aquel hombre lacaniano que ha recorrido un análisis para no temer a una mujer y que se articula en una ética del bien decir.

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ADIÓS AL DODO, por Miguel Bassols

Una lectura interesante que debería añadirse a la bibliografía de nuestras Jornadas: El diario de Adán y Eva, de Mark Twain (Ed. Trama, Madrid 1996). Conocí el librito gracias a nuestra colega Gradiva Reiter y su lectura es tan aconsejable como la de aquel Drama muy parisino de Alphonse Allais que Lacan citaba a menudo para mostrar la no relación entre los sexos. El relato conecta además el tema de las anteriores Jornadas de la ELP -las soledades- con el del último Congreso de la AMP –sinthoma y semblantes– y podría muy bien acompañarse con la revisión de aquella película de Marco Ferreri de finales de los años setenta, Ciao maschio! (Adiós al macho), que vapuleaba la imagen de una masculinidad ya hacía tiempo en declive.

Veamos sólo el inicio de este nuevo Génesis, que parece reescrito por Mark Twain como una posible respuesta a la fórmula lacaniana: “no hay relación sexual”.

Fragmentos del diario de Adán
Lunes. La nueva criatura de pelo largo me sale al paso a cada momento. No deja de rondarme y de perseguirme. No me gusta, no estoy acostumbrado a tener compañía. Preferiría que se quedara con el resto de los animales… Día nuboso, con viento del este. Creo que tendremos lluvia… ¿Tendremos? ¿De dónde he sacado esa palabra? Ahora lo recuerdo: la usa la nueva criatura.”(pág. 9)

El primer hombre no parecía en efecto muy proclive, según el relato de Twain, a dar un lugar a la alteridad, a la alteridad de Otro goce que no fuera el goce de su soledad. Parece incluso, ese primer hombre, un poco paranoico: no llega a entender que si el Otro anda por ahí no es necesariamente para perseguirle a él, el hombre que se siente tan a gusto en su introversión libidinal… Tal vez sea esa ceguera –más bien fálica– la misma que le impide entender que la presencia de aquella criatura en el paraíso es muy distinta a la del reino animal con la que tiende a confundirla. Y es una criatura distinta, en primer lugar, porque está afectada por el lenguaje. Aunque, es cierto, parece afectada por un lenguaje un poco distinto al suyo, al de ese pobre y ciego primer hombre que sólo sabe declinar verbos en primera persona del singular.

Y, de repente, el primer hombre se siente contagiado por el virus de la lengua del Otro que habla en él, con un deseo tan íntimo como ignorado, y que habla en un plural que no es mayestático, un plural que, en realidad, lo divide ya para siempre en su ser. El primer hombre entiende entonces, a su manera, que una lengua y un deseo lo antecedían, aunque sólo se le hayan hecho presentes en esa alteridad sobrevenida y posterior a él. “Mi vida no es tan grata como solía ser”, dirá después con cierto pesar, más allá ya del principio del placer que regía su paraíso.
Es lunes y el primer hombre puede muy bien añadir en el mejor estilo freudiano (cf. “El Humor” de 1927): “¡Bonita manera de empezar la semana!”

Veamos el martes
“Martes. He estado observando la gran catarata. Es el lugar más llamativo del Estado, creo. La nueva criatura la llama Cataratas del Niágara, ella sabrá por qué. Dice que se parece a las Cataratas del Niágara. No es una razón, no es más que un capricho, y una majadería. Jamás llego a tiempo de ponerle nombre a nada. La nueva criatura se lo pone a todo lo que se le cruza en el camino, antes de que pueda protestar siquiera. Y siempre con el mismo pretexto: parece esto o aquello. Por ejemplo el dodo. Dice que basta con mirarlo para saber al instante que “se parece a un dodo”. Está claro que tendrá que quedarse con ese nombre. Me fastidia molestarme por esto, y de todos modos no me sirve de nada. ¡Dodo! Se parece a un dodo lo que yo.” (pág. 9-10)

¡Ah, el parecer! Es precisamente uno de los nombres, el mejor tal vez desde nuestro barroco, del “semblante” lacaniano. Si parece las Cataratas del Niágara, entonces es ya las Cataratas del Niágara. Como por encanto, el semblante crea la cosa, el parecer crea el ser sin necesidad de tener otra cosa, ni necesidad de objeto original alguno al que referirse en la realidad. A partir de ese día, para el primer hombre el mundo es un mundo de semblantes, semblantes que podrán parecerle tan insustanciales como el goce que lo habita… Buena forma de introducir la lógica del falo a partir de la nada, de un goce surgido de ella, tan sólo de un parecer.

El primer hombre no sabe, sin embargo, que comparte de hecho con esa “Nada” del goce que agujerea el falo algo más que su nombre, –Adán– su anagrama. Es esa nada, pura creación de lenguaje, la que lo divide de arriba abajo en todo su ser a partir de ahora para descompletarlo de manera irreversible. Y no podrá encontrar ya su complemento en ser alguno.

Al primer hombre hecho de la nada, ese encanto del parecer femenino, ese encanto del deseo del Otro, le parece primero un capricho más bien inútil, hecho para confundir el orden del mundo. Pero -¡oh paradojas del parecer del objeto!– el primer hombre también encuentra en ese deseo inútil y extravagante –ella sabrá por qué– la anticipación del suyo, hasta el punto que terminará por identificarse con él.
Por ejemplo, terminará por identificarse con el dodo: “Se parece a un dodo lo que yo”, dice el primer hombre sin saber muy bien a qué se identifica en este nuevo mundo de semblantes surgidos del capricho del Otro.

¿Y qué es el Dodo?
El Pájaro Dodo, según nos informa la ornitología, se vio por primera vez alrededor de 1600 en la isla Mauricio. Sólo quedan hoy dos cabezas de Pájaro Dodo y dos patas repartidas en varios museos europeos. El Pájaro Dodo se extinguió hacia 1681 y ha quedado de él alguna buena ilustración como la que encabeza este breve comentario.
Esperamos que haya causado el deseo de seguir la lectura del sabroso relato de Mark Twain que, por lo demás, tiene en el diario de Eva otras interesantes derivaciones… Sin desperdicio para entender por qué la masculinidad requiere hoy de nuevos semblantes.

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AMOR DE HOMBRE por Beatriz García
Las modalidades del amor son extremadamente sensibles a las condiciones de la época. Freud, en su texto Sobre una degradación general de la vida erótica, habla de su conocida observación sobre la vida libidinal del hombre civilizado: cuando desea a una mujer no puede amarla, y si la ama no la desea, hecho que él va a relacionar con el tabú del incesto (la corriente sexual habría quedado ligada en lo inconsciente a la madre y/o la hermana) y por otra parte con el refrenamiento cultural de las pulsiones eróticas que establece un largo tiempo de prohibición entre la maduración sexual y el matrimonio, y que trae consigo una degradación general de los objetos sexuales. Esta segunda razón ya no se sostiene en nuestros días de permisividad sexual. Pero Freud mismo va a decir más adelante: “tampoco una libertad sexual ilimitada desde el principio procura mejores resultados. No es difícil comprobar que la necesidad erótica pierde considerable valor psíquico en cuanto se le hace fácil y cómoda la satisfacción. Para que la libido alcance un alto grado es necesario oponerle un obstáculo, y siempre que las resistencias naturales opuestas a la satisfacción han resultado insuficientes han creado los hombres otras, convencionales, para que el amor constituyera verdaderamente un goce”. Más adelante dirá: “a mi juicio, y por extraño que parezca, habremos de sospechar que en la naturaleza misma del instinto sexual existe algo desfavorable a la emergencia de una plena satisfacción”. Esta intuición freudiana se hace mucho más clara a la luz de la tesis lacaniana de la inexistencia de una proporción sexual entre hombres y mujeres.

En El normal caos del amor, Ulrich Beck analiza la valoración actual del amor en un mundo pos-tradicional e individualizado, donde la “causa común” que ligaba al matrimonio de la antigua economía familiar de la época industrial ha desaparecido. Ya no hay obligación de mantener la institución, y surge el ideal totalizante del amor como utopía de pequeño formato. Crece el número de divorcios, pero los divorciados corren inmediatamente hacia nuevas relaciones tras una promesa de felicidad que casi siempre escapa de nuevo. Es el amor como nueva religión, el amor romántico, que si bien no es un invento de ahora, sí toma una nueva dimensión como movimiento de masas trivializado y presentado con todos los atributos de la modernidad, del autoencontrarse y autoliberarse, inscripto en los textos de terapeutas y juristas que afirman el derecho a buscar esta moderna cuadratura del círculo: la creencia, contra toda realidad, en la posibilidad de un vínculo que mejore lo que uno es, que renueve permanentemente la pasión, sin sujeciones ni pérdidas de autonomía personal. A este ideal se le sacrifica todo: matrimonio, familia, etc. Hoy, que no hay nada seguro, la creencia en este ideal parece sostenerse firme.

Este amor moderno se fundamenta en el “yo soy yo”. U. Beck se pregunta, ¿es posible unir dos biografías autoplanificadas, o se echa con eso tanta arena en el motor que el fracaso está asegurado? Todo se basa en el ideal del amor, pero hay un problema: hombres y mujeres no esperan lo mismo de la vida en pareja, y esta diferencia lleva dentro un potencial de conflictos que estalla de forma virulenta en el mundo contemporáneo con la forma de la guerra entre los sexos. Parece que aquí tenemos de nuevo el obstáculo del que nos hablaba Freud.

El amor, para el psicoanálisis lacaniano, es tomado como respuesta, al modo de una suplencia, a la imposibilidad de la relación sexual. En el Seminario XVIII Lacan habla de los semblantes que velan y a la vez manifiestan dicha imposibilidad. Uno de ellos es el falo. La posición sexuada depende de la relación con el falo. El goce fálico es el único posible para los dos sexos, pero la función del falo como semblante no prescribe una buena identificación sexual masculina o femenina, no da acceso a la relación de un sexo con otro. El sujeto masculino neurótico cree que su goce fálico le permitirá garantizar la relación sexual. Cada vez constatará lo contrario.

La libido, en su esencia fálica, sólo persigue un objeto, por lo que si bien es condición necesaria para acceder a la relación con el otro, no es en absoluto suficiente. El falo, que a diferencia del pene no está soldado al cuerpo, está hecho para ser dado. Lacan dice que el hombre está cautivo de su fantasma, su órgano lo tiene engañado, cree que relacionándose desde el semblante fálico va a poder acceder a la relación con una mujer, que multiplicando sus experiencias eróticas acabará descifrando el misterio del goce femenino. Desconoce así que una parte del ser femenino se sitúa en otra parte, que hay un goce que no entra en la lógica fálica, que está deslocalizado y del cual no se puede hablar. Soportar esto, que no es del lado fálico, es difícil para el hombre, máxime cuando algo de esto se encuentra en el corazón de su propio modo de gozar. Pero de esto él no quiere saber nada. Por eso el hombre se horroriza por el miedo a la pérdida de su fetiche, lo que cree que posee, y que lo protege de la experiencia horrorosa de este goce ilimitado.

Miller, en una entrevista sobre el amor, dice que amar es difícil para los hombres porque los feminiza. Sólo se puede amar verdaderamente desde una posición femenina, desde el no tener, el que ama entrega al otro su falta: no regalos, no lo que tiene, sino su castración. ¿Cómo ayuda a un hombre el análisis a poder amar? ¿Qué uso del semblante fálico sirve para que la diferencia sexual no se borre, y sin embargo el hombre no quede atrapado por los espejismos del tener, que lo alejan del amor?

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NUEVAS MODALIDADES DE LA DEGRADACIÓN DE LA VIDA ERÓTICA EN AL SIGLO XXI, por José Ramón Ubieto

Gleeden: el primer sitio web de encuentros extraconyugales http://www.gleeden.com/
“Específicamente dirigido a personas casadas con vocación de adúlteras. La idea surgió tras comprobar, a través de estudios, que el 30% de los inscritos en sitios de encuentros convencionales se presentan como solteros cuando en realidad están casados", explica Teddy Truchot, uno de los fundadores del sitio Gleeden, dirigido a facilitar la infidelidad organizadamente. Puesto en funcionamiento en diciembre del 2009, el sitio cuenta con algo más de 390.000 miembros –el 60% hombres y el 40% mujeres– en 159 países, básicamente en Europa. Y sobre todo en Francia... Detrás siguen Italia, Suiza, Bélgica, España –con unos 30.000 inscritos– y Australia. En Estados Unidos el lanzamiento comercial está previsto para el próximo enero.

“(…) No es el sexo, sin embargo, lo que buscan principalmente muchos de ellos”. Es el caso de Thierry, que ha establecido una relación íntima, más virtual que física, con una mujer que –como él– está casada y con hijos. "Hablo con ella todos los días. Sólo nos hemos visto una vez –la verdad es que no es fácil–, pero tenemos una gran complicidad", explica. El sexo no es aquí lo primordial. "Sexo lo habrá, sin duda. Pero no es nuestra prioridad. Yo lo que quiero es poder hablar a alguien, en casa ya nadie escucha", se queja.

Thierry había tenido antes alguna aventura fugaz, pero nunca hasta ahora una amante. Tras calificar su relación de "sentimental", admite no tenerlas todas consigo sobre las consecuencias que este affaire puede tener sobre su matrimonio. Su única seguridad es que los dos piensan, por ahora, de la misma forma: "Ninguno de los dos ponemos en cuestión nuestra familia y nuestros hijos, no queremos romper con todo". http://www.lavanguardia.es/ciudadanos/index.html
Próximo (“a golpe de clic”), cosmopolita (“en vuestra ciudad, en América latina, Asia”) sin riesgo (“une placer y seguridad”), real (“miembros reales”), legal (“apoyado en valores fuertes y honestoS”), moderado (“aseguramos confort y control de abusos”), discreto (“vuestro jardín secreto, donde vuestra infidelidad esta a resguardo “),prêt-à-porter (“sólo pagas lo que consumes y a tu ritmo, sin límite de tiempo, tanto para decididos como para indecisos”)
¿Quién da más?

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TEST DE AGUDEZA VISUAL
En menos de 5 segundos, adivine cuál de estos individuos es el Hombre Lacaniano