Sobre un nuevo nombre. Carmen González Táboas (Buenos Aires)

En 2003 publiqué un libro que se llamó La salvación por el síntoma, Una apuesta lacaniana, hace tiempo agotado.

Su nuevo nombre refleja mejor sus trayectos, destinados a estudiar cómo los hombres trataron su desdicha, -su síntoma,- desde la antigüedad judeo-greco-cristiana, hasta hoy. Si bien Semblantes de Occidente, La apuesta lacaniana por el síntoma, es la reescritura del anterior, es, sin embargo otro libro.

¿Por qué hablar de semblantes? Una vez alguien, con las pupilas llenas de luz, dijo “día”. Empezaron a llover los significantes, su acumulación hizo surcos, y nació el lenguaje, y el lenguaje tramó los discursos, y ellos reunieron y dividieron territorios y hombres.

El plus de goce que -sin saber,- se obtiene de los discursos, empuja, propulsa la acumulación de los significantes; la aureola de lo imaginario rodea el trazo simbólico, hace parecer lo que le aparece. Esferiza. Hasta el instante en el que aparece en la propia existencia “lo que no tiene nombre”, y estalla la esfera.

Hay semblantes que toman el cetro. A veces sangran creencia, o sangran guerra, o herejía, o revuelta; o sangran lo nuevo, o lo apetecible que mata. Pero la verdad que ahí se precipita “no cuestiona al semblante, lo colorea, lo propaga, y el circo recomienza”. (1)

Mi libro trata de los semblantes de Occidente. Aprendí que un discurso “no es de persona alguna, que no se refiere a un sujeto, pero los determina”.(2) Comprendí porqué los siglos que precedieron a la modernidad “no fueron sin embargo oscurantistas”.(3) Que un día los hombres no vieron naturaleza sino estructuras, y la naturaleza de las palabras dejó de ser la naturaleza de las cosas. Y “Yo”, hechizado (cogito ergo sum), se creyó capaz de matematizar el mundo. A lo que el genial Pascal respondió: ¡Eh, tú, geómetra! ¿No sabes que “estamos todos embarcados”?

El discurso de la ciencia se había fabricado un Dios de puro semblante, un Dios axioma, hasta que las Luces pusieron a la Razón en el trono de Dios. El cientificismo de Freud no le impidió subvertir la razón razonante. Lacan hendió, con el filo cortante de la verdad freudiana, los tiempos. Ciencia, técnica, instrumento, evaluación, mercancía, plusvalía. Demografía. Segregación. Lacan supo de dos guerras asesinas asistidas por la técnica. La segunda había inventado los hornos de gas para “solucionar” de manera eficaz “el problema judío”.

La “pos modernidad” revelaba sus semblantes vaciados de las consecuencias.
¿Qué significa “pos modernidad”? ¿Cómo sucedió? ¿Por qué escupe monstruos; de hambre, de exclusión, de violencia, de enfermedad, de indiferencia, de angustia, de pánico, mientras los objetos de la técnica colman el horizonte fascinante del poder del yo de saber, sin límites?

Leí unas palabras de Philip Dick, escritor nacido hace 80 años, “un Borges casero y americano”,(4) cuya literatura alimentó décadas de ciencia-ficción interplanetaria. Dijo: la ciencia-ficción actual es otra: es “el gradual reemplazo del mundo real por el mundo de las representaciones y las copias. Es la era del simulacro y la representación virtual.” Antes aún, lo dijo Charles Baudelaire: “Sólo el ojo, nunca el oído”.

Mi gratitud a Judith Miller, (5) quien en su prólogo a La salvación por el síntoma observó que el hilo galileo-cartesiano y Pascal habían faltado a la cita. Sin duda, introducir el siglo XVII, y vislumbrar la modernidad, debía darle a mi libro otra profundidad. ¿Mi apuesta? Ir al corazón de la apuesta lacaniana por el síntoma. A la vez, enfrentar el desafío de llevar a la edición corregida, reordenada y actualizada un estilo más llano, más invitante para el lector curioso.

Notas
1-. Lacan, Jacques D’un discours qui ne serait pas du semblant, Inédito.
2-. Ídem.
3-. Lacan, Jacques, Seminario 16, De Otro al otro, Bs. As., Paidós, 2008.
4-. En Gamerro, Carlos, “La realidad no es la única verdad”, “Radar libros”, Página/12, 14/12/08, p.27
5-. En el mismo prólogo, la Dra. Judith Miller observó lo problemático del uso del término “salvación”, por sus seculares resonancias religiosas. La insistencia de la Dra. Laura Arias contribuyó a esta decisión difícil; cambiar un nombre ligado a mi experiencia de analizante.