Síndrome premenstrual y malestar subjetivo. Por Margarita Álvarez (Barcelona).

La lectura del artículo de Javier Sampredro me ha producido la habitual preocupación ante el estilo de información “chata” que, por desgracia, con frecuencia ostentan muchos medios de comunicación en su divulgación de los estudios científicos, colaborando así alegremente con su desinformada información al aplastamiento de la dimensión subjetiva, que dichos estudios, por definición, comportan.
No hay duda de que sin cerebro no sentiríamos ni pensaríamos nada. Y, seguramente, cuando algo nos gusta o nos disgusta, se activan determinadas áreas cerebrales. Pero “fotografiar”, mostrar dichas zonas activadas o desactivadas, saber algunas cosas qué están pasando en nuestro cerebro cuando eso ocurre no explica su causa: por qué nos enamoramos o desenamoramos, por qué algo nos gusta, nos produce repugnancia o nos resulta indiferente. La localización cerebral de las respuestas emocionales y la suma de las variables cuantitativas implicadas en ella se quedan bastante cortas para dar cuenta de su complejidad subjetiva, que solo puede pensarse cualitativamente.
Seguramente las alteraciones hormonales que se producen antes de la menstruación producen distintos efectos y pueden generar molestias mayores o menores, pero no debemos olvidar que, además, cada mujer tiene una relación distinta con su cuerpo, con la vivencia del malestar y con el hecho mismo de ser mujer, todas ellas, digamos, variables subjetivas, es decir, cualitativas. Si no fuera así, no se podría explicar que el llamado síndrome premenstrual, que no padecen de igual manera todas las mujeres, pudiera mejorar notablemente en muchos casos con un tratamiento psicoanalítico, que trabaja con la palabra y no con lo real del organismo.
Considero que, como sucede en bastantes estudios científicos, el valor de las conclusiones de Berman y Dreher, según la presentación que hace de ellas Sampedro, se limita al establecimiento de una correlación entre algunas variables estudiadas, por ejemplo el de un mayor consumo de drogas durante el periodo premenstrual -incluyamos el Prozac recetado frecuentemente para tratar el descenso producción de serotonina que, aseguran otros estudios, se produce durante esos días. Pero esto no debe confundirse con que haya una relación de causalidad entre ambas variables: una mujer no se droga por estar premenstrual, sino porque tiene determinada relación con el malestar, aunque la probabilidad de hacerlo pueda aumentar durante ese periodo.
La historia del descubrimiento de las localizaciones cerebrales nos permite ver asimismo cómo cualquier hallazgo en ese sentido va siempre unido a un intento de intervención más o menos directa sobre la zona en cuestión, ya sea a través de la lobotomía, el electroshock o el moderno “arsenal químico”. Así comprobamos que, en una época marcada por el imperativo de la salud, en la que el “Vive saludablemente” no nos deja entrar más que a escondidas en una churrería, cada vez más nuestros actimelizados desayunos se acompañan paradójicamente del par antidepresivo y ansiolítico que, podemos decir, ayudan a que cada vez reflexionemos menos sobre lo que nos pasa y lo que podemos hacer para solucionarlo. En la época del “Vive como quieras”, cada vez, hombres y mujeres, nos drogamos más durante todo el mes. La población nunca había estado tan medicada.
No es extraño entonces que el malestar individual y social aumente. Entre otros factores, algo tiene que ver una extendida ideología cientificista que defiende que nuestro sufrimiento no depende de nosotros, que se debe a un déficit químico: nos falta algo, ya sean hormonas, serotonina... Basándose en parecidos estudios científicos, esta ideología alega que, por desgracia, estamos enfermos y no podemos hacer otra cosa para solucionar nuestros problemas que medicarnos toda la vida, es decir, que drogarnos legalmente, para gran alegría, eso sí, de la industria farmacéutica, cuyo “bienestar” crece en proporción directa a que se impone, a medida misma que se extiende, el tratamiento por medios químicos de nuestro malestar.

Margarita Álvarez (Barcelona)