Se les va la mano a la receta. Fernando Martín Adúriz (Palencia)

He aquí una de las expresiones más lúcidas que jamás escuché de alguien que había sufrido el acoso psicofarmacológico. En su repetido intento de hacerse escuchar, para hacerse entender, se había topado una y otra vez con la precipitación del interlocutor de turno, que en un acto cuasi reflejo tiraba de receta y concluía la conversación. La expresión "se les va la mano a la receta" la usaba desde entonces para pintar un cuadro de impulsividad facultativa.

En los aledaños de la politica y los negocios la expresión "se les va la mano a la caja" hizo furor en su momento, siempre actual. Venía a querer decir que existía un impulso interior muy fuerte, incontrolable, que animaba al acto.

Pero irse la mano en dirección a una receta no circula aún ni en la jerga, ni en los pasillos de las jornadas o encuentros. Sólo la escuché esa vez. Desde entonces cuando alguien refiere que tras narrar un estado aunque sea leve -o incluso, como se demuestra después, plenamente imaginario- la solución pasa por la extensión de una receta que porta el nombre de un compuesto químico no puedo dejar de pensar en aquella feliz expresión.

¡Todos recetados! No importa la edad: ahora también los niños han sido visualizados como un mercado potencial extarordinario, pues, sometidos como están a la autoridad del adulto no pueden negarse a la ingesta diaria de la píldora. Y el rebelde quien peor lo tiene, pues su rebeldía enseguida será etiquetada y diagnosticada. ¡Todos recetados! No importa la diferencia subjetiva: la misma píldora para todo el mundo, con pequeños cambios en la dosis diaria. No importa el discurso, ni las contingencias de la vida, cada quien, si se descuida, tendrá su receta.

Voltaire decía que el arte de los médicos era divertir a los pacientes hasta que la naturaleza les curara.

En nuestra época, desaparecida la figura de aquel médico entrañable que reñía y avergonzaba con deleite, que atravesaba las formalidades y se saltaba los protocolos, con autoridad para aconsejar paseos en vez de ansiolíticos, remedios caseros en vez de tranquilizantes y antidepresivos, desplegaba un discurso, nombraba lo inefable, se hacía querer y respetar, y lo que hoy parece increíble, curaba más por lo que decía o callaba que por lo que recetaba.

Publicado en El Diario Palentino. Con la amable autorización del autor.