SCILICET. Textos del Congreso de Roma de la Asoc. Mundial de Psicoanálisis (AMP). INCONSCIENTE. Por Manuel Fernández Blanco (A CORUÑA).

(NOTA DE REDACCIÓN. Con la publicación de un extracto de las diversas entradas del texto SCILICET, preparatorio del Congreso de Roma a celebrar del 13 al 16 de julio 2006,-ver http://www.amproma2006.it/ -pretendemos ofrecer a los internautas del blogelp, un muestra del trabajo desarrollado en dicho texto por parte de un grupo de psicoanalistas españoles. Seguiremos un orden alfabético hasta completar los extractos de los diez psicoanalistas españoles que allí escriben)

Inconsciente. Por Manuel Fernández Blanco.

La “época freudiana” era un tiempo enfermo del padre, enfermo del semblante por excelencia. La represión tenía lugar en el Nombre del padre y, en el Nombre del padre, el inconsciente se constituía: el síntoma era una manera de hacer con él.
Pero el Nombre del padre, determinando el síntoma, no tenía la potencia suficiente para ser el nombre del síntoma: su nombre no nombraba, no nominaba el ser de goce del síntoma, sólo permitía las mimbres de su envoltura formal. Dicho de otra manera, el Nombre del padre demostraba su impotencia a la hora de nombrar el núcleo de goce sintomático, como también falla a la hora de decir el deseo del sujeto: porque la causa no tiene padre.
Digámoslo, pues, de una tercera forma: el síntoma era “paterno” en su sentido, pero no en su goce. Sin embargo, es la articulación de ambos lo que permitía, lo que posibilitaba, no ser un psicótico, pues el padre, o sea el campo del sentido edípico -otra cosa es lo que de lo real del padre se escribe como sinsentido-, nos defiende de ese punto de sinsentido que el síntoma aloja en su corazón. Lo que demuestra la impotencia del Nombre del padre es el corazón de sinsentido del síntoma, pero el Nombre del padre, con no ser todo, era y es mucho, pues, coordinando el objeto a la castración, nos evita lo peor.

...no es necesario el padre, ni su nombre, para que castración haya. Es más, no es el Nombre del padre el que efectúa la castración, sino la castración la que habilitó el Nombre del padre para dar cuerpo al verdadero agente de la misma: el lenguaje.

...Lo curioso es que el inconsciente y el Nombre del padre no son otra cosa que el Edipo freudiano. Dicho de otra manera, del deseo de Freud, que por introducir el padre en el psicoanálisis, introdujo el psicoanálisis en la religión, si podemos decirlo así. Ya fuere en su función pacificadora –padre edípico- o en su función de interdictor del goce –padre totémico-, Freud no supo pensar el inconsciente sin el Nombre del padre –no lo quiso huérfano de padre. Por ello, decir “Inconsciente y Nombre del padre” es decir, de alguna manera, lo incurado de Freud.

Lacan vació la tumba del padre del saber que Freud había supuesto allí. Cierto es que no desde el principio -y qué mejor ejemplo que la metáfora paterna como prueba de ello- pero, incluso así, estamos obligados a entender que hay una cierta “volatilización” del padre, una sublimación del padre en tanto no se trata de la presencia del padre, sino de su nombre.

...Todo saber sostenido en el padre es en un punto inoperante. ¿En qué punto? En lo real, pues el padre no sabe de lo real –esta afirmación concluyente sólo tiene una apostilla: debe declinarse esto en cada caso. O sea, que el punto de no saber del padre, el punto, no de impotencia, sino de imposibilidad, es diferente para cada caso.
Es necesario saber que el saber del padre –en una palabra, el campo del sentido-, está amenazado siempre por el sinsentido.

Si el inconsciente y el Nombre del padre es la marca freudiana en el psicoanálisis, el inconsciente y lo real es la marca lacaniana. Del padre a lo real: así se podría resumir el desplazamiento operado por Lacan respecto de Freud, un desplazamiento hecho para recuperar las discontinuidades del inconsciente, donde se aloja lo real.

Ir del padre a lo real es lo mismo que ir del sentido al sinsentido, y es en esto en lo que el analista lacaniano puede ganar la partida, no sólo en la cura sino en lo social,...

...los analistas lacanianos no tenemos a las terapéuticas como rivales –incluida la gran terapéutica que la propia civilización es-, sino a lo real como aliado...lo real es la máxima condición de posibilidad para el psicoanálisis: en cada ocasión, en cada lugar, en cada caso, si hay un analista que señala la presencia de lo real, el psicoanálisis no será cuestionado –por ser un hecho empírico, levantamos acta de ello.
En su práctica y en su vida, el analista lacaniano está llamado a hacerse sinthome, preservar el sinsentido en un mundo en que lo real se intenta taponar con un plus de sentido, haciendo de su palabra, letra, y de su posición, litoral, litoral entre simbólico y real. En términos freudianos se diría así: el analista lacaniano está llamado a quedar en el imposible litoral entre la naturaleza y la cultura.

Por eso en lugar de “Inconsciente y Nombre del padre”, la díada lacaniana es “Inconsciente y real”. Y si la orientación lacaniana es la orientación a lo real, precisemos que no es que lo real se oculte sino que lo ocultan. Lo oculta el inconsciente en su vertiente de repetición, y lo oculta lo social por la polifonía discursiva. Pero hay una gran diferencia entre ambas ocultaciones porque al menos el inconsciente miente, pero sobre lo real –no otra cosa es el fantasma-, mientras que los otros discursos mienten lo real, es decir, que vienen a desconocer lo real con sus verdades. En uno, lo real es éxtimo, en los otros, exterior.
Primero estaría el curarse de los síntomas y, luego, el curarse del inconsciente –y es por ello que Lacan hablaba del doble corte necesario para obtener el trozo de real. Curarse del inconsciente es curarse del sentido y de su mentira sobre lo real –su repetición. Por ello, el saldo de un análisis se puede medir en términos de saber, pero pasado un tiempo esa ganancia de saber es dejada caer: Sicut palea. Lo que no admite que se le deje caer es lo real, pues permanentemente golpea para hacerse oír.

Y si decíamos que en lo real el analista lacaniano tiene su mejor aliado, ahora podemos añadir: para el analista lacaniano, menos amor al sentido y más “olfato y vista” para lo real, pues está llamado a ser, no tanto la voz que clama la verdad –devenida una cuestión cínica separada de todo sujeto concreto- sino encarnación de lo real, o sea, de eso que no va y que no cesa, porque es letra que encarna el sinsentido de una vida, hasta que es leída por un analista, un analista lector de lo real.

EXTRACTO de la entrada INCONSCIENTE, escrita por Manuel Fernández Blanco (A Coruña).