Rostros ambiguos de la niñez. Silvia Ons (Buenos Aires)

El abuso a menores, de creciente actualidad, ponen sobre la escena -entre otras cosas- el lugar del niño como blanco de venganza, ataque, maltrato y violencia mortal. Abundan numerosos ejemplos asociados con el crimen, la pedofilia, la prostitución, el trabajo infantil etc. Todos ellos tienen en común excesos sin medida dirigidos al menor. La utilización del niño como objeto de goce del adulto está lamentablemente a la hora del día, causando estupor y sublevación.

En el otro extremo, aparece el niño estimado, figura adorada y buscada a cualquier precio, el anhelo por tenerlo ejerce una fuerza de atracción irresistible. Los niños se muestran cual oropeles, piezas de valor inestimable, las actrices los exhiben en fotos costosas, o cubren sus rostros temiendo secuestros, la ropa infantil es la más vendida y cada vez emula más a la del adulto. Las mujeres y los hombres quieren ser padres sin ninguna condición: con parejas heterosexuales, homosexuales o sin pareja alguna. El "empuje a tener un niño" es poderosísimo, en ningún momento de la historia su sitial ha sido asunto de tantas miradas como en la actualidad. Tal miramiento reviste distintos ribetes: ya en la palestra, ya en el trono, ya como víctima del goce perverso, ya como el bien más estimado, su figura es central en nuestra contemporaneidad.

Claro que al “empuje a tener un niño” deberíamos agregar el “empuje a ser un niño”. Hace tiempo Lévi-Strauss(1) había observado que el consumo moderno estaba transformando a los norteamericanos en niños, siempre al acecho de novedades. Si nos detenemos en los parques de atracciones, los juegos del ordenador y televisión, los productos que parece juguetes, hay que reconocer que su idea se confirma. Por su parte, Lacan se refirió a la figura del niño generalizado inspirándose en un texto de Malraux: “no hay personas mayores”, respondió el confesor de las Antimemorias cuando se le preguntó que es lo que había aprendido en sus largos años de sacerdocio.

Por un lado, el mercado insta a que los individuos se conviertan en consumidores responsables, gestores de su vida. Por el otro, funciona como un agente “infantilizador” de los sujetos. Adultos que compran ositos infantiles y que llevan camisetas Barbie, que van en monopatín o en patineta tarareando melodías de los programas televisivos infantiles. Los perfumes incluyen olores de pegamento de los colegiales y los geles de baño simulan chocolate. Los viejos quieren parecer jóvenes y los jóvenes adultos se niegan a envejecer. Conforme se desarrolla el mercado del “consumo regresivo”, la negativa a envejecer comienza cada vez más pronto, ya que los individuos parecen querer vivir en la prolongación eterna de la infancia o adolescencia.

El empuje a tener un niño parece no conocer barreras ni de sexo, ni de edad, ni de estado civil, ni de orientación sexual. En diversos casos, y de manera bastante destacada, llama la atención el lugar que tiene el infante en sí mismo y no como producto o consecuencia de la unión entre sus padres. Se escucha decir a algunos hombres que si no encuentran a la mujer adecuada alquilarían un vientre, y en las mujeres la alternativa de semen anónimo está en el horizonte. Ya en ausencia de partenaire, o con partenaire del mismo sexo, la ciencia suplirá el impedimento. No es un hecho menor que, por las nuevas tecnologías, la reproducción se haya desligado de la relación sexual. Semen anónimo, alquiler de vientres y otros tantos procedimientos hacen que la gestación prescinda del contacto entre los cuerpos. El niño se independiza de tal unión así como de la familia, hoy en crisis, al menos en sus figuras tradicionales. Eric Laurent(2) destaca su lugar como objeto, desamarrado del discurso familiar, podemos preguntarnos si acaso la frecuente hiperkinesia infantil no es una de las consecuencias de tal ausencia de inscripción.

El nacimiento de un niño se libera de la existencia de la familia, de tal manera que -afirma este mismo autor- es el mismo niño el que crea a la familia, lejos de ser creado por ella. Se refiere con esto a los numerosos casos en los que el alumbramiento precede al casamiento y no a la inversa. El eje común, que gobierna las nuevas maneras en las que el infante viene al mundo, es la de no quedar dependiente de las estructuras de antaño y tal desanudamiento lo identifica con lo que Lacan(3) denominó “el objeto a liberado”.

Abundan en Lacan las referencias históricas relativas al padre: desde la declinación de la imago paterna en “La familia”(4), al ocaso viril que explica las relaciones sexuales contemporáneas al estilo pequeño Hans,(5) la tragedia en la trilogía de Claudel representativa del “nuevo padre” como padre humillado, hasta la degradación del “nombrar para”(6) donde se verifica la decadencia de la nominación de estos tiempos. Entonces la cuestión del padre está atravesada por determinaciones estructurales e históricas. En este sentido, no nos adherimos a la idea de Tort(7) quien considera que Lacan ha montado al padre como un universal a-histórico.

“Hay una historia -dice Lacan(8)-, aunque no sea forzosamente la que se cree, lo que vivimos es muy precisamente esto: que curiosamente la pérdida, la pérdida de lo que se soportaría en la dimensión del amor a ese nombre del Padre se sustituye una función que no es otra cosa que la del “nombrar para”. Ser nombrado para algo, he aquí lo que despunta en un orden que se ve efectivamente sustituir al Nombre del Padre”

Notablemente, Lacan no pone tanto el acento en la desaparición de la autoridad paterna como en la extinción del amor por ese nombre. Tal afirmación consuena con aquella otra que asevera que el capitalismo forcluye el amor y la castración. ¿Y acaso, el “ser nombrado para” que lo sustituye, no explica el afán de figuración del sujeto contemporáneo? Estar en una lista, aparecer de alguna manera, ser reconocido por los otros, mostrarse a toda costa en la vidriera, ser contado en alguna pasarela. El usual empleo del verbo “convocar” habla de este fenómeno: piénsese en la satisfacción que emana de los sujetos cuando profieren: “me convocaron”. “Ser nombrado para” lleva al ansía por ocupar un cargo, saberse buen hacedor y, cuando ya no se está en ese lugar, la vivencia de ser desalojado y de no existir puede imponerse conduciendo a severas depresiones. Es que ese afán no se explica por mera vanidad y si se trata de narcisismo, ello no debe hacernos olvidar que ese narcisismo es suplencia.

En “La familia” Lacan alude al debilitamiento social de la imago paterna, condicionado por los efectos extremos del progreso social, a punto tal que se acentúa en las comunidades más alteradas por estos efectos, concentración económica y catástrofes políticas. Por un lado, el fin del patriarcado y su correlato: la desaparición de la dimensión trágica del padre. Con estas palabras, se refiere en los Escritos a esta disolución y a sus consecuencias: “El Edipo sin embargo no podría conservar indefinidamente el estrellato en una formas de sociedad donde se pierde cada vez más el sentido de la tragedia.”(9) Por otro lado, se anuncia ya en La familia, la multiplicación de las formas de la familia conyugal.

A los nuevos diseños familiares, previstos por Lacan, se le agrega la duración del amor. Las parejas parecen no resistir el paso del tiempo. Cada vez es más difícil la convivencia, cada vez dura menos, cada vez se deshace más rápido la relación amorosa. Siempre se supo que la excesiva proximidad era enemiga del amor, pero quizás lo nuevo es la fugacidad con la que tal vecindad afecta el vínculo, al extremo de romperlo prematuramente. Y aún sin llegar a la convivencia, las uniones están -la mayoría de las veces- signadas por lo efímero. Y la mirada está puesta en el niño que parece asegurar perdurabilidad en tiempos de "amores líquidos": frágiles e inconstantes. Tales padres toman al hijo cual propiedad, no aceptando el límite necesario que genera el otro padre. La falta de límites, tan común en la infancia suele remitir a tal presunción, así, el niño de nuestros días parece nacido de uno y no de dos.

En ningún momento de la historia hubo -como en esta- tal empuje a tener un niño. Este anhelo se levanta generalmente en nombre de derechos que se afirman, emancipados de cualquier condición. Lacan supo desmontar la ilusión subyacente en la consigna “tu cuerpo te pertenece” para encontrar allí las nupcias del liberalismo con la ciencia: “Problemas del derecho al nacimiento -por una parte- pero también, en el mismo movimiento el tu cuerpo te pertenece, donde se vulgariza al comienzo del siglo un adagio de liberalismo, la cuestión de saber si por el hecho de ignorar en qué ese cuerpo es sostenido por el discurso de la ciencia, se va a llegar al derecho de cortar ese cuerpo para el intercambio. ¿Aislaremos la consecuencia con el término de niño generalizado?”(10)

Si recordamos que esta cita se remonta al año 1968, no podemos dejar de destacar que Lacan no solo diagnosticó su época sino que anticipó la actual. Primero, vinculó a la consigna “tu cuerpo te pertenece” con el liberalismo como discurso que inaugura una nueva adscripción: ya no a Dios, ya no a la Iglesia ni al Estado, sino al individuo. Pero, al mismo tiempo, desmanteló tal quimera de libertad indicando cómo ese cuerpo queda tomado por el discurso de la ciencia que inaugura el derecho de cortar ese cuerpo para el intercambio. En 1914, Freud supo ver en el amor parental, tan conmovedor e infantil en el fondo, el desplazamiento del antiguo narcisismo perdido y depositado ahora en el infante. En esa idealización de la que el niño es objeto se niega su sexualidad, como si ella hiciese defecto en tal apreciación: “La sobrestimación, marca inequívoca que apreciamos como estigma narcisista ya en el caso de la elección de objeto, gobierna, como todos saben, este vínculo afectivo. Así prevalece una compulsión a atribuir al niño toda clase de perfecciones (para lo cual un observador desapasionado no descubriría motivo alguno) y a encubrir y olvidar todos sus defectos (lo cual mantiene estrecha relación con la desmentida de la sexualidad infantil)”(11)

Freud descubre esa sexualidad negada por los padres y expulsada de la economía narcisista. Seguramente ellos, dice Lacan: “…harán reflexiones como -Mi hijo está muy bien dotado. O bien -Tendrás muchos niños. En resumen, la apreciación que aquí se dirige al objeto -claramente parcial- contrasta también con el rechazo del deseo, en el momento mismo del encuentro con lo que urge al sujeto en el misterio del deseo… Es apreciado como objeto, es depreciado como deseo”(12)

Claro que conviene aclarar que el objeto al que Lacan se refiere es el ágalma que, cual ornamento precioso, se articula con el Yo ideal freudiano. Si bien tales observaciones siguen teniendo vigencia en la actualidad, vemos aparecer también otra figura: la del niño como objeto más que como ideal(13) ¿Sería tan válida la afirmación freudiana acerca de que al His Majesty the Baby se le niega la sexualidad? Al contrario, el niño actual está hipersexualizado. De tal fenómeno habla no solo el abuso a menores, las fotos procaces, la prostitución infantil etc., sino la misma prohibición a tocar su cuerpo.

Por un lado, tal interdicción se levanta como protección frente a los crecientes casos de extralimitaciones pero, por otro lado, tal recaudo inviste a cada gesto de significación sexual. Por ejemplo, basta tener presente que las maestras jardineras no pueden cambiar al niño estando solas, para fácilmente adivinar el fantasma subyacente. Otras medidas como la educación sexual en la primera infancia, tendientes a salvaguardar de peligros, pueden ocasionar hiperestimulación cuando son abusivas. Sabemos que para Freud, las teorías sexuales infantiles son necesarias en el desarrollo. Cabe cuestionar a la educación sexual cuando se ejerce de una manera que violenta dicha necesidad. El aporte del psicoanálisis en los dispositivos educativos y jurídicos es perentorio.

Notas:
1-. Lévi Strauss,( 1946): “La technique du bonheur aux U.S.A., Láge d´or” ,N 1
2-. Laurent,E., ( 2009): “Las nuevas inscripciones del sufrimiento del niño” , El goce sin rostro, Bs. As., Tres haches.
3-. Lacan, J., ( 2008): “De un Otro al otro”, El Seminario, Libro 16, Bs. As., Paidós, pág. 268.
4-. Lacan, J;( 2003): La familia , Bs. As., Ed .Argonauta, págs 92-4 .
5-. Lacan, J; (1988) : “ La relación de objeto”, El Seminario, Libro 7, Bs. As, Paidós, págs. 418-20.
6-. Lacan, J; El Seminario, “Los no incautos yerran”, sesión del 19 de marzo de 1974, inédito.
7-. Tort,M., ( 2008): Fin del dogma paterno, Bs. As., Paidós.
8-. Lacan, J., “Los no incautos…” ob.cit.
9-. Lacan, J., ( 1985): “ Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”, Escritos II, Argentina, Siglo veintiuno editores, pág. 787 ( trad.: Tomás Segovia)
10-. Lacan, J., ( 2001): Autres écrits , Paris, Editions du Seuil, pág. 369
11-. Freud, S .,(1990): “ Introducción del narcisismo”, Obras Completas, T XIV, Bs. As., Amorrortu editores, págs. 87-88
12-. Lacan, J., (2003) “ La transferencia”, El Seminario, Libro 8, Bs. As., Paidós, pág. 250.
13-. Laurent, E, “ Nuevas inscripciones…”…” ob.cit.

Publicado en: PAPERS 7 Comité de Acciónde la Escuela Una - Scilicet