Resonancias, por Beatriz García Martínez
Lo que hacían los dibujantes de Charlie Hebdo es inaceptable. La libertad de expresión tiene límites, no se puede ofender
Palabras escuchadas en boca de personas a las que quiero me sumieron en la perplejidad. Entonces, ¿no se puede responder a las religiones en tanto instituciones de poder que se pretenden dueñas de la verdad? ¿Socrates debió callarse?, ¿y también Galileo y Darwin? ¿Dónde pondremos el límite a lo que se puede o no decir? ¿la culpa es de las víctimas por ir demasiado lejos?
Momento de comprender: hay una resonancia. Se trata de las palabras tantas veces oídas a propósito del inicio de la guerra civil española: fueron imprudentes, quisieron ir demasiado deprisa, no tuvieron en cuenta que ciertas cosas no se pueden tocar de cualquier modo. El anticlericalismo brutal de los republicanos es culpable. Quemaban conventos, mataban curas. Pasó lo que tenía que pasar. Culpa, silencio, miedo: represión. Mejor callar, no remover las aguas.
En España no hubo una revolución como la francesa. Ni siquiera una ley de separación de la Iglesia y el estado. En España el estado continua financiando a la iglesia católica. El miedo o la negativa a tocar eso continúa hasta hoy. Ningún partido en el poder se ha atrevido a revocar los privilegios de la iglesia católica, que son muchos. La iglesia española aspira a que sean más, a intervenir en política. Por los pelos nos hemos librado de una nueva ley del aborto aberrante.
En los años 7 (1), Lacan habló del retorno de lo religioso como respuesta frente al vaciamiento de sentido que introduce la ciencia: por poco que la ciencia ponga de su parte, lo real se extenderá y la religión tendrá entonces muchos más motivos aún para apaciguar los corazones. La ciencia, que es lo nuevo, introducirá montones de cosas perturbadoras en la vida de cada uno. Sin embargo, la religión, sobre todo la verdadera, tiene recursos que ni siquiera podemos sospechar. Por ahora basta ver cómo bulle. Es algo absolutamente fabuloso.
Se tomaron su tiempo, pero de pronto comprendieron cuáles eran sus posibilidades frente a la ciencia. Será necesario que introduzcan un sentido a todas las perturbaciones que introduzca la ciencia. Y sobre el sentido conocen bastante, ya que son capaces de dar sentido a cualquier cosa: un sentido a la vida humana, por ejemplo ( ) La religión les encontrará sentidos truculentos.
Vemos en nuestros tiempos de capitalismo y tecnociencia retornar la religión y con ella la posibilidad de la blasfemia (2), un término que había caído en desuso en el mundo desacralizado en el que creíamos vivir. En Francia las manifestaciones multitudinarias de católicos contra el matrimonio gay lo muestran. Los atentados contra Charlie Hebdo también. El intento de educar en los principios de la laicidad parece fracasar. Para algunos, más vale claudicar, ser prudentes, no tocar lo sagrado.
En España, en lo que concierne a lo legal, no existe el delito de blasfemia (sí el de injurias, que se refiere, no a ideas, sino a personas o grupos). Pero sabemos que, mas allá de las leyes, existe un acuerdo tácito, llamado el consenso por quienes hicieron la transición, de no cuestionar ciertas cosas, de no atravesar ciertos límites que podrían traer retornos de lo peor. Consenso podría ser el significante de un cierto síntoma español. Es un fantasma de miedo de unos e impunidad de otros que aún atraviesa la sociedad española. Sus efectos son palpables. Hay muchas cosas sagradas, una de ellas el lugar de la iglesia católica.
Los lamentables hecho ocurridos en Paris quizá puedan servir para estimular un debate sobre la importancia de luchar por la libertad de tocar lo que desde siempre ha sido intocable. Una libertad que en nuestro país ha sido escarnecida durante siglos y que nunca, en ningún sitio está lo bastante asegurada porque, como dice Marie-Hélène Brousse (3) en su artículo sobre los atentados de Paris, el parlêtre es adicto al sentido y el ateísmo, en su sentido más amplio, será siempre una posición amenazada (3).
El psicoanálisis estuvo fuera de posibilidad en la sociedad española durante el periodo franquista en el que el catolicismo era prescriptivo. Dictadura y psicoanálisis no concuerdan. Aún hoy, la opinión ilustrada es hostil, está más bien comprometida con la nueva religión, la ciencia.
Aunque la ciencia moderna se funda sobre la crítica de las certezas premodernas, no llegó a abandonar la idea de una armonía entre el pensamiento y el mundo, solo reemplazó la idea medieval de la armonía preestablecida entre teología y política por el discurso científico, pretendidamente objetivo.
La teoría lacaniana promueve un retorno al momento fundante de la modernidad: reconocer lo irreductible de aquello que no anda y su carácter constitutivo. El psicoanálisis se ocupa de lo que no anda, de lo que no puede ser gobernado ni educado, y propone hacer algo diferente con eso.
Para sobrevivir el psicoanálisis necesita la libertad de decir. No solo en las consultas, también en la sociedad. Una cosa es el respeto a todas las creencias y otra desorientarse pensando que todo vale lo mismo. La libertad de reirse de las ideas es irrenunciable si no queremos retornar a la religión y la represión del pensamiento. No se trata de creer en la verdad de forma sadiana sino de defender una ética de lo real que pueda reconocer, por ejemplo, que siempre habrá retornos de violencia por más que respetemos todas las creencias. Y ninguna precaución nos protegerá de eso. Siempre habrá quien responda con la violencia. No por eso hemos de dejar de intentar construir un lazo social donde cada uno pueda expresarse, no solo quienes se creen en posesión de la verdad . En España lo tenemos pendiente.
Una oportuna anécdota me fue referida hace poco: En los momentos previos a la Segunda Guerra Mundial Hitler pone sus ojos en los Sudetes, en Checoslovaquia, pero el resto de los países, liderados por el Reino Unido, quieren evitar una guerra a toda costa. Chamberlain, primer ministro, es partidario de una política de apaciguamiento. En un intento por evitar lo peor, viaja a Múnich y consigue arrancar de Hitler un acuerdo de renunciar a cualquier otra pretensión territorial en Europa a cambio de que el gobierno de Praga reconozca un régimen de autonomía para la región de los Sudetes. Chamberlain regresa a Londres exhibiendo el acuerdo y declarando que era el acuerdo de paz para una era. Fue entonces cuando Churchill reprochó a Chamberlain: os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra elegisteis el deshonor y tendréis la guerra.
Se trata de nuevo del falso dilema entre libertad y seguridad. Sabemos que no hay seguridad posible por mucho que renunciemos a nuestra libertad. Siempre hay un resto que retorna.
Sabemos que existe la responsabilidad de un sujeto en lo que le ocurre, su posición subjetiva, pero en cuanto a posición política, la del psicoanálisis es inequívoca: la libertad de hablar de todo no es negociable. Limitar el derecho a reírse de cualquier ideal es retroceder ante el retorno de la religión que, como decía Lacan, triunfará seguro porque es una máquina prodigiosa de producir sentido. El psicoanálisis- dice Lacan (1)- no triunfará sobre la religión, justamente, porque la religión es inagotable. El psicoanálisis no triunfará, sobrevivirá, o no.
NOTAS
(1) El triunfo de la religión. Jacques Lacan. 1976. Ed Paidos.
(2) El retorno de la blasfemia. Jacques Alain Miller. Lacan Quotidien Nº1.
Una minoría oprimida. Marie-Hélène Brousse. Lacan Quotidien Nº9.