Reseña de la presentación del libro "El infierno de los malditos. Conversaciones con el mal" (2ª parte), de Luis Salvador López Herrero | Alberto Sucasas

FullSizeRenderBOL A CORUÑA, MAYO 2016

El pasado 26 de mayo, la BOL de A Coruña presentó, en la librería Lume, la segunda parte del libro de nuestro compañero Luís Salvador López Herrero, El infierno de los malditos. Conversaciones con el mal.

En la mesa de presentación participaron Begoña Yañez, psicoanalista, miembro de la ELP, Alberto Sucasas, escritor y profesor de Filosofía, y el autor, escritor, médico y psicoanalista, miembro de la ELP.

Al terminar el acto hubo un pequeño coloquio con el público asistente.

Presentamos ahora, la magnífica reseña que nos escribió amablemente, Alberto Sucasas, sobre el libro.

Luis-Salvador LÓPEZ HERRERO, El infierno de los malditos. Conversaciones con el mal (Libro segundo), León, Eolas Ediciones, 2016; 338 págs.

Afrontar, con resolución y dignidad, la realidad del mal solo puede conducir a combatirlo, con la intención de, hasta donde sea posible, erradicarlo. Ese imperativo ético (que afecta por igual a lo que la tradición filosófica llamó mal físico –el que no proviene de la iniciativa humana– y mal moral –el consciente y deliberadamente perpetrado por sujetos humanos–, aunque sin duda el segundo sea más escandaloso) es un axioma ético, acaso incluso el fundamento de toda conciencia moral: actuar éticamente no puede sino consistir en el repudio, activo y tenaz, del mal. Negar esa evidencia equivaldría, sin más, a situarse fuera del ámbito moral, a incurrir en la más extrema amoralidad. Con todo, de ahí no se sigue que el combate contra el mal agote nuestra experiencia del mal: no solo porque –conviene recordarlo– somos sus perpetradores (sin discusión en el caso del mal moral: quien se declara hostil al mal se enfrenta a un enemigo humano, demasiado humano; el escenario de la lucha contra el mal es intersubjetivo), sino también porque ese combate reclama comprensión. Si bien el mal, en su existencia irrefutable, se nos impone como una verdad ineludible, su sentido es esquivo y huidizo, abiertamente problemático si no misterioso. Demanda, pues, comprensión.

De esa constatación brotaron los mejores esfuerzos con que una tradición cultural, en la que nos reconocemos, ha intentado iluminar el claroscuro –mezcla de evidencia y enigma– del mal, desde la interrogación trágica del Job bíblico hasta los desarrollos teológicos de la moderna teodicea. Pero la pregunta por el origen (unde malum?) no solo convoca a hombres de fe o teólogos; la han hecho suya, con acierto dispar, la política, el arte y las ciencias humanas.

Esta segunda entrega de El infierno de los malditos se suma a esa irrenunciable tarea, y lo hace con más que notables resultados aunando el esfuerzo discursivo (la obra contiene, sin duda, una densa reflexión, que la aproxima al género ensayístico) y la voluntad literaria (no solo patente en la excelencia estilística del texto, también en su buen hacer narrativo: aparte de la trama argumental que unifica el libro, y en la que el protagonismo corresponde a un psicoanalista, Jean-Luc Millet, la construcción de personajes y la eficacia de los diálogos da abundantes muestras de sabiduría literaria; destaquemos cómo los personajes –Inocencio III y Maquiavelo, Don Juan y Sade, Rimbaud– se van configurando ante la mirada del lector en función de lo que dicen, sin que el texto pretenda trazar, apriorísticamente, un retrato previo). Ahí, en el espacio fronterizo donde discurso teórico y narración, ensayo y novela, se citan surge una aguda exploración del mysterium mali. En sueños, el protagonista dialoga con personalidades históricas cuya vida estuvo atravesada por la experiencia del mal. Como en Luciano de Samósata (autor de unos clásicos Diálogos de los muertos), los difuntos toman la palabra, para dialogar aquí con un contemporáneo obsesionado por el mal.

No estamos ante una monografía psicoanalítica, pero sin duda la impronta, teórica y clínica, del legado freudiano gravita decisivamente sobre estas páginas. No solo por el escenario onírico en que se despliega el relato o por la insistencia en la problemática de la diferencia sexual (de la mujer como objeto del deseo viril y de su reivindicada autonomía en tanto que sujeto). Asimismo, y quizá ante todo, por la convicción (que remontaría al Freud de Más allá del principio de placer) de que a la práctica del mal ha de subyacerle un sustrato pulsional (¿inerradicable?) inherente a nuestra condición. Y no en último lugar en razón de que el despliegue narrativo se presenta como una prolongada fantasmagoría, nocturna, en la que una conciencia lucha por la autognosis. López Herrero parece hacer suya la lección clásica (tua res agitur) invitando al lector, émulo de Millet, a reconocer el mal ínsito en su propio espíritu.

Por todo ello, esta segunda entrega de El infierno de los malditos, que sin duda ofrece un logrado producto literario y una honda reflexión antropológica, es un libro necesario.