RECHAZO DEL PSICOANÁLISIS. Por Jordi LLovet (Barcelona)
Publicado en el suplemento "QUADERN" de EL PAÍS, del 18 de mayo de 2006
El 150 aniversario de nacimiento de Sigmund Freud ha traído, como era de esperar, manifestaciones de uno y otro signo sobre el descubrimiento teórico de este médico humanista, aficionado a la arqueología, las letras y las artes, una de las mentalidades más originales y de mayor genio de todo el siglo XX; la primera publicación de importancia de Freud, La interpretación de los sueños, lleva el pié de imprenta de 1900, aunque se editó el año 1899. Freud daba a entender, con esta coquetería, que un nuevo ciclo, un nuevo saeculum, un tiempo histórico nuevo se abría en lo que concierne al análisis de determinados procesos mentales, casi todos aquellos que se encuentran ligados a la vida de lo que, entendiéndonos todos perfectamente, llamamos el espíritu.
El día 7 de este mismo mes y de este año, este diario imprimía un editorial casi insólito por su imparcialidad, su prudencia y, muy especialmente, su respeto por lo que el mismo Freud no osó nunca llamar una nueva "ciencia", sino, simplemente, una "teoría" del sujeto, una práctica clínica basada en la palabra, e incluso -esto lo hemos descubierto mas tarde, a los largo de los años- una teoría de la historia, de la literatura, del arte, de las más diversas formaciones sociales y otros muchos fenómenos. La distinción entre un estatuto científico y uno solamente teórico, claramente expuesta en la obra del mismo Freud, llevaba al editorialista a reconocer -cosa hoy más obvia que nunca cuando los psicofármacos se han puesto tan de moda- que la teoría freudiana se encontraba "temerariamente expuesta a la crítica profesional".
Y así fue. Dos días después de este editorial, un catedrático (plaza de funcionario que siempre se le negó a Freud por sus colegas vieneses) de la Universidad Autónoma de Barcelona publicaba en la sección de Cartas al director del mismo diario un escrito en el que, entre otras cosas, se leía: "los que dedican su vida a investigar científicamente como funciona el cerebro y como organiza la mente y el comportamiento deben sentirse profundamente decepcionados por este editorial". Acababa preguntándose: "¡Qué pensarían los astrónomos modernos si, de repente, EL PAIS reivindicase las maravillas de la astrología! Quien nos mira el año 2066 no es Freud sino [Ramón y] Cajal." Solo diré de pasada que los físicos y los matemáticos más conspicuos de nuestros días no han hecho nunca ningún aspaviento respecto al principio de Arquímedes o el teorema de Pitágoras -cuando una teoría queda suficientemente fundamentada, ya vale para siempre; nuevas teorías, no invalidan por fuerza las antiguas-, pero dejemos esto de lado.
La polémica no se paró con esta carta, muy educada por cierto, y una psicoanalista y psiquiatra (doble profesión que tendría que hacer aguzar los oídos al catedrático) llamada Clara Bardón, publicaba, en la misma sección epistolar, el día 10 de mayo, un escrito de respuesta a la carta del profesor, en que comenzaba congratulándose de que este diario hubiese tenido el acierto de publicar el editorial aludido: "Bajo este título [Freud nos mira], leo, con grata sorpresa, las primeras palabras sensatas en un editorial de su periódico sobre el psicoanálisis". Y argumentaba, más adelante, que la más grande e innovadora aportación de Freud al estudio de la mente, los instintos, las pasiones y el espíritu se encontraba en el hecho de que Freud considerase, contra una tradición tópicamente positivista que abraza toda la segunda mitad del siglo XIX, que los seres humanos nos encontramos "atravesados por el lenguaje": atravesados por él, constituidos en él, esenciales en el seno de este elemento precioso, desconocido del todo para el resto de las especies animales del mundo entero (cosa que no puede decirse, es verdad, respecto a la universal e indudable constitución del sistema nervioso de los seres vivos que lo tienen, descubierto por Ramón y Cajal en la calle del Notariat de Barcelona, que mezcla indiscriminadamente, adhuc científicamente, los hombres con las ratas, las mujeres con los chimpancés, las criaturas con los elefantes, y los ancianos con las hormigas: todos tienen neuronas, todos conocen los mecanismos de la sinapsis neuronal, y casi todos los animales que hemos dicho pueden padecer, con síntomas idénticos, un hematoma subdural, una meningitis o un tumor en el cerebro). Clara Bardón comentaba además que el psicoanálisis "es un ética del sujeto", reafirmaba el lugar de la palabra en la clínica analítica -"In principio erat Verbum", y fue el verbo el que se hizo carne, no al revés - y acababa afirmando con rotunda certeza estadística, que "cada día hay más gente que desea ser tratada como un sujeto en lugar de como un conjunto de neuronas afectadas por déficit o exceso de serotonina.
Ninguna de las dos cartas nos tendrían que extrañar, y las dos encuentran respuesta en un famoso artículo de mismo Freud del año 1924: "Las resistencias contra el psicoanálisis". Cuando ya llevaba un cuarto de siglo de difusión y de alboroto, Freud se vio obligado a defenderse contra las críticas de sus detractores, afirmando como era frecuente en la historia de la ciencia que "las innovaciones [son] recibidas con pertinaz e intensa resistencia". Y afirmaba, un poco más adelante: "Incluso los psiquiatras, la atención de los cuales se ve asediada por los fenómenos psíquicos más extraordinarios, no se mostraban dispuestos a considerar los síntomas de las neurosis histéricas con detalle, conformándose en clasificar el abigarrado cuadro de las exteriorizaciones mórbidas y a reducirlas, siempre que fuera posible, a factores patógenos somáticos, anatómicos o químicos. En esta época materialista - o, mejor dicho, mecanicista- la medicina ha hecho progresos magníficos, pero, todo y así, ignoró ciegamente el más excelso y difícil de los problemas que plantea la vida". No contento en afirmar, más adelante, que el psicoanálisis "ha implantado un elevado ideal de moralidad" - es necesario no olvidar la filiación judía de Freud, como el mismo lo hizo al final del artículo que estamos comentado, no fuera el caso que todos los males le hubieran empezado, a esta teoría, por el simple hecho de que su fundador era de la raza de Abraham y Moisés-, Freud añadió que, si había enemigos de su obra o si se había hecho una cortina de humo sobre sus teorías era fruto de la pura "hipocresía cultural", además de la dinámica mecanicista-positivista que la ciencia, con carácter ciertamente necesario, siempre ha poseído. Y casi acababa el artículo con estas palabras: "Las fuertes resistencias contra el psicoanálisis no eran, pues, de índole intelectual, sino que procedían de fuentes afectivas: eso permitía explicar su apasionamiento y su falta de lógica".
Hoy, cuando han pasado tres cuartos de siglo de estas palabras y ciento cincuenta años del nacimiento de Freud, nos parece que sus detractores ni siquiera se encuentran enceguecidos por los avances de la neurociencia o de la psicobiología: se encuentran, además, sujetos a unos intereses gremiales inconfesables y a un desprestigio, muy postmoderno por cierto, de las ciencias del espíritu y de la vida intelectual tomada como un todo. Se encuentran, en suma, tan alejados de la esencia verbal de los seres humanos y las sociedades humanas, que casi sorprende que se tomen la molestia de escribir cartas al director, ya que, tal molestia, utilizar el lenguaje, no se la toman nunca a la hora de atender a un paciente con problemas que ninguna pastilla curará jamás.
Traducción de José Ramón Ubieto (Barcelona)