Presentación del libro PENSAR LA PSICOSIS, a cargo de FERNANDO OJEA (Madrid)

Normalmente, a la hora de presentar un libro se hace un inventario de sus cualidades. Estas suelen referirse, bien a la forma, bien al contenido. Sobre la forma, puede decirse, por ejemplo, que el texto tiene una lograda composición, que los temas se van escalonando para hacernos acceder progresivamente, y sin tropiezos, a la comprensión de la cuestión tratada; que el lenguaje empleado es asequible, que esquiva todo inútil tecnicismo y, sobre todo, la introducción de sobreentendidos que entorpecen la comprensión inmediata del texto, etc. En lo que se refiere al contenido, también puede declararse la importancia del tema escogido, su eventual repercusión en otras disciplinas en principio ajenas a la que sirve de plataforma al autor; pueden también destacarse la singular penetración intuitiva y hasta la originalidad del texto. Todas estas cualidades podrían atribuírse al libro de Enrique Rivas. ¿Entonces qué? ¿Se ha acabado la función del presentador y ya no hay más que decir? No, podemos hablar desde otra perspectiva, una, por ejemplo, que abandone las características del libro como mero objeto cultural y que trascienda, como corresponde a un libro de pensamiento, hacia su eventual incidencia en el campo del saber. En este sentido, se me ocurre hablar desde la doble perspectiva de la eficacia y de la necesidad de una obra. Podemos definir su eficacia como la exposición rigurosa y exhaustiva de cierto asunto, que garantiza de esa manera su justa comprensión. Por exhaustividad no entiendo que el autor agote todas las posibles dimensiones del tema, sino que evite, lo que no es frecuente, plantear cuestiones no sólo sin resolver sino además privando al lector de todo recurso para emprender su eventual solución. Un texto eficaz es el que ofrece al menos una propuesta de solución a cada uno de los problemas planteados. El libro de Enrique Rivas cumple éste requisito: junto al rigor conceptual de la exposición, nos encontramos con la transparencia de un texto que no promete lo que no dá y que dá lo que promete. Hay, sin embargo,muchos libros eficaces, pero que no llegan a satisfacer la otra característica a la que me he referido: su necesidad. Tampoco tienen por qué hacerlo si ésta no se ha planteado como una pretensión del autor. Un libro necesario es aquel que hace progresar el dominio del saber y que abre,por lo mismo,nuevas direcciones a la investigación. En mi caso,como filósofo, se me aparecen al menos dos direcciones: la mayor originalidad del dominio en que se mueve la psicosis, y su relación con la verdad -y en consecuencia el carácter subversivo que representa para la habitual circulación de la significación en el seno de los lazos sociales. Pero si me dispongo a hablar como filósofo de estas cuestiones, ellas me llevan a reflexionar antes, e inevitablemente, sobre la problemática relación entre el psicoanálisis y la filosofía.

Si miramos a la filosofía, hay que distinguir ante todo su contenido, es decir, el precipitado histórico de sus doctrinas,de lo que podríamos llamar su orientación esencial. Es de algún modo, también, la antigua diferencia epistemológica entre el objeto material de una disciplina y su objeto formal. La filosofía se ocupa, desde el punto de vista de su materia, del mundo, pero entonces comparte su objeto con la astronomía, la geología, la física,etc.; tiene por objeto material al hombre, pero lo comparte a la vez con la antropología científica, con la psicología, y, desde luego, con el psicoanálisis. Lo que prevalece como específico de cada disciplina no es sin embargo eso, sino la perspectiva formal que la caracteriza. En este sentido, podemos afirmar que la filosofía tiene como orientación básica la búsqueda incesante de lo que cada fenómeno supone, como condición de su inteligibilidad. Este supuesto puede a la vez ser cuestionado en su carácter último y mostrar otro nuevo como su condición; y así indefinidamente. De esta manera Platón, por ejemplo, al preguntarse por la comprensión decisiva de las cosas, provoca la ruptura con el mero inventario de las mismas y sus mas o menos vagas generalizaciones y desciende hasta la naturaleza propia de cada cosa, lo que constituye su esencia, a la que él llama Idea; pero este supuesto vuelve, ahora, a resignificar cada cosa y a situarla como mera réplica individual de la esencia inalterable que la determina a sus espaldas. Yendo a lo que nos interesa, la relación entre la orientación específica de la filosofía y el psicoanálisis, podemos preguntarnos si hay algúna proximidad entre ambos. Freud comienza descubriendo una nueva dimensión de la existencia psíquica, el inconsciente: dá crédito de ella analizando sus mecanismos, estableciendo sus leyes de comportamiento; pero además, esta dimensión es la que se hallaba supuesta tras la aparente autonomía de los comportamientos concientes; para terminar, ella re-significa dichos comportamientos y les confiere, desde ella misma, una inédita inteligibidad. ¿Cuál es entonces la diferencia entre este procedimiento y el que caracteriza a la filosofía? Ya sabemos que Freud se forjó una opinión sobre la metafísica y, en relación con ella, con la concepción de su propia tarea científica, opinión bien alejada de las construcciones puramente especulativas del saber filosófico de su época. Pero esto tiene que ver, en todo caso, con su opinión sobre el precipitado histórico de las concepciones filosóficas. Sin embargo, en lo que se refiere al procedimiento mismo, es decir, a la orientación decisiva del conocimiento, no vemos una diferencia sustancial entre los resultados de su investigación y la orientación filosófica de la misma. En este sentido, y aunque sólo en éste, podemos incluso equiparar, por ejemplo, el descubrimiento del inconsciente con la revolución operada por el Heidegger de Ser y Tiempo cuando determina la relación del Dasein consigo mismo y su inicial apertura al Ser abierta por la comprensión, como estructura supuesta en toda concepción del sujeto conciente y que la re-significa confiriéndole una nueva inteligibilidad. Podríamos ver más ejemplos. Pero entonces, y una vez más, ¿dónde está la diferencia entre el proceder psicoanalítico y la filosofía? Es verdad que el psicoanálisis sigue un camino concreto de indagación completamente alejado de las habituales prácticas filosóficas: su elemento es el lenguaje, no como lo que el sujeto dirige concientemente desde sí mismo, sino como estructura a través de la cual puede revelársenos lo que se oculta a todo sujeto conciente; el trato con el lenguaje tiene, además, su soporte en la clínica, cuyo eje es la transferencia,etc. Sin embargo, y a pesar de ello, el resultado a que conduce no se aleja sustancialmente de lo que ha perseguido desde siempre la filosofía. ¿De dónde viene, entonces, ese desencuentro rotundo visible en el hecho de que casi ninguna obra actual de filosofía tenga en cuenta, como momento decisivo de la existencia, la existencia del inconsciente? Acaso haya que buscar, entonces, el desencuentro entre psicoanálisis y filosofía en que el primero se ha adelantado a ella, ahora en el contenido: que se ha adelantado, dicho brevemente, en la concreta determinación de lo más propio del hombre y del desarrollo de su existencia. Y parece que es así. Una de las cosas que me ha hecho llegar a esta conclusión, además de la relectura de Freud a través de los escritos de Jorge Alemán y Sergio Larriera, ha sido sin duda el libro de Enrique Rivas. Hay que decir enseguida que la filosofía no tiene problemas, a partir de aquí, en seguir siendo pionera en las técnicas de indagación que conducen a lo esencial, a lo que lo inmediato siempre supone. Me atrevería a decir, incluso, que con una razonable dosis de capacidad, que es esperable, logrará hacerlo. Pero debe advertir que ha sido historicamente desbordada en sus alcances o resultados por el psicoanálisis y que debe, en consecuencia, desde sus propios instrumentos de indagación teórica, ponerse a la altura. Dicho sea de paso, algún día me gustaría hablar también sobre la exigencia que la filosofía impone al psiocoanálisis, exigencia cuyo cumplimiento ofrecería a éste nada menos que la única posibilidad de sobrevivir teoréticamente. Bien. He dicho que la conquista del psicoanálisis que desborda y se adelanta al saber filosófico es la del terreno del inconsciente. Voy a intentar traducirlo brevemente, ahora, por sus consecuencias: es el descubrimiento de que el secreto de nuestro destino se dirime desde una irreductible excentricidad, y de que el secreto de lo propio sólo se halla en el seno del abismo que nos divide y que, a la vez que nos conduce, nos impide alcanzar la plenitud definitiva de una supuesta identidad.

Hace tiempo, sin embargo, que la filosofía ha advertido e incorporado la deflación ontológica del sujeto: la cultura marxista,el movimiento estructuralista y el psicoanálisis mismo no han pasado de largo sin consecuencias. Pero lo que no está claro es que desde el dominio filosófico se haya asumido la división originaria del sujeto,si no es considerándola con las mismas categorías del pensamiento que daban cuenta del sujeto moderno de la conciencia y legitimaban su consistencia. En cualquier caso, la filosofía se empeña aún hoy en aprehender al inconciente como un “negativo”, por decirlo así, de la conciencia, como un condicionamiento ineludible que la gobierna a sus espaldas. Pero de ningún modo se aviene explícitamente a asumir, por ejemplo, la causa del sujeto en el dominio del Otro y el desencuentro trágico y definitivo consigo mismo. De esa manera, no tiene otro camino que seguirse moviendo en el terreno desde el que se piensa el sujeto de la conciencia. Es como si no pudiera comprender de una vez que pensar más allá, no significa llegar hasta la extrema atenuación de la conciencia ni señalar su “negativo”, sino, en cambio, captar positivamente aquello que la determina más allá de ella. Ni qué decir de la pulsión sin articulación significante y de la identificación del psicótico con el objeto de goce del Otro, que le niega el acceso al mundo simbólico. Se preguntará por qué sucede tal cosa,por qué la filosofía, experimentada en las aventuras más temerarias del conocimiento, retrocede sin embargo ante la dimensión abierta por el psicoanálisis. Lo que ocurre es que con el aprendizaje de lo esencial no se trata de que su verdad se limite a ponérsenos delante, así sea ante las propias narices. En cambio, debe concernirnos e implicarnos de modo decisivo, produciendo en nosotros una transformación. Un saber que no nos cambia, que no nos transforma, no puede ser más que la reiteración de antiguas certezas. Pero para acoger el cambio se exige algo previo: una decisión. Ninguna destreza especulativa, ninguna agudeza intuitiva, puede sustiruír la decisión que está en el origen de todo auténtico aprendizaje. Pues bien, ¿por qué? Porque aquí, en la consideración de la psicosis, algo algo fuerza al pensamiento a saltar por encima de su tradición. Veamos.

El psicótico es aquel que no ha atravesado el drama edípico, que no ha sido determinado por el imperativo paterno ni en consecuencia metaforizado por él. De esta manera, carente de toda separación de la primera gran dependencia, permanece identificado con el objeto de goce del Otro, sometido bien a su amor exhaustivo, bien a su implacable voracidad. Se mueve, pues, en un nivel previo, y ajeno, en su estancamiento,al universo simbólico, universo que otorga, en cambio, al neurótico una significación como sujeto, una significación sexual y de filiación. El psicótico sólo se desliza metonimicamente en la cadena significante sin anclaje de significación, obligado a discurrir sin precipitar ningún sentido. Pero por lo mismo, tiene una relación inmediata con lo real que el neurótico sólo experimenta a causa de la desestabilización circunstancial de su estructura en el dominio simbólico que habita. Digo lo real como aquella dimensión que aparece más allá de las operaciones del significante,como emergencia de la nuda pulsión sin articulación significante alguna.

Desde el universo neurótico, para acceder al sujeto del deseo, al sujeto del inconsciente, se parte del síntoma y de la propia conciencia que da testimonio de él; la filosofía cree encontrar, aquí, un terreno donde “parece” que se va, entonces, de la conciencia al inconciente, y bien puede aferrarse a la plataforma de la primera para hundir en la mera sombra cinrcunstancial de un negativo la verdadera causa del sujeto. Pero en el psicótico este recurso está vedado: no hay sujeto articulado en lo simbólico y desde el cual pueda penetrarse, entonces, hacia las profundidades de su radical excentricidad. Esta excentricidad ya está habitada por él mismo. Allí, es verdad, se encuentra estancado el previsible desarrollo de la existencia, su acceso a la dinámica supuestamente fecunda de vínculo social y su articulación progresiva en el universo del sentido. Pero, a la vez, el psicótico nos muestra una relación más inmediata y originaria con la verdad, es decir, con nuestra exposición al sin sentido y con el atravesamiento por él que nos caracteriza. Y esa relación viene dada por hacernos presente un estadío previo de la iniciativa ya metaforizada del sujeto,estadío que,si bien privado el enfermo de las claves de su transformación, crucificado éste al abismo por fuera del articulado fluír del sentido, llevamos incorporado, querámoslo o no, en todo nuestro vano empeño de alzar el sentido y aproximar el momento ilusorio de su plenitud soberana. El psicótico es en este aspecto el enfermo que los sanos pretendemos haber dejado atrás sólo para recrear con ello,de otra manera,la herida incurable de una más originaria enfermedad que se confunde con nuestrto nacimiento. El análisis llevado a cabo en el libro de Enrique Rivas nos pone así, como filósofos, ante una arqueología de la existencia que supera, por las características de su objeto, las enseñanzas del psicoanálisis limitadas a la neurosis, que impide, de esa manera con mas vigor, todas las coartadas para evitar descender al pozo de sin sentido en que nuestras propias raices se hunden y cuya savia continúa circulando por todos los avatares del sentido. En este aspecto, la filosofìa no solo ha de reflexionar en las consecuencias del inconciente, como antes señalaba, sino también en los supuestos mismos de su constitución en el contexto de una auténtica genealogía del sentido. Esta es la lección que recojo, entre otras, del excelente libro de Enrique, lección que, desde ya, merece mi más sincero agradecimiento.

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NOTA DE LA REDACCIÓN: Este POST constituye la intervención del filósofo Fernando Ojea en la presentación del libro del psicoanalista lacaniano ENRIQUE RIVAS (Madrid), en la que también intervinieron Jorge Aleman, Ricardo Saiegh y Begoña Olabarría. Agradecemos a Enrique Rivas su correspondencia que ha hecho posible su publicación en este BLOG. Puede consultarse la ficha bibliográfica en:
http://www.miguelgomezediciones.com/libros/0113.html