Presentación en Granada de la "Primera sesión" de Gérard Miller. Mónica Francés (Granada)

José Luis Chacón, Director de la BOL-Granada, abrió el acto y Mónica Francés, escritora, actriz y crítica de teatro, presentó la película e introdujo el debate.

Para variar y jugar un poco a partir de esta situación –la de presentarles un documental– me van a permitir inventar (en estos dos tiempos que tenemos, este el previo, y el posterior en el que conversemos tras visualizar el documental) una presentación que no es al uso. Entendiendo por presentación al uso aquella en la que se nos dan o aventuran notas, claves de lectura, un pequeño marco en el que situar la pieza o el autor; y sobre todo, aquella en la que el presentador conoce de antemano, ya ha visto la película o leído el libro del que se va a hablar.

Bien, muy al contrario de esto elijo presentarles el documental desde mis ganas, mis expectativas, esto es: sin haberlo visto. Invento, me atrae ser la presentadora que presenta lo que (desea ver pero) todavía no ha visto, al hilo de dos cuestiones:

Porque mantiene la lógica de la “primera vez”, el documental se titula La sesión primera y ahí resuena: no sólo las expectativas que cada uno de nosotros podamos tener como espectadores -tirar un poco más del hilo de esa pregunta común “a ver qué nos cuentan”- y/sino sobre todo también, porque guiña un ojo a La Expectativa, porque Señoras, señores... para expectativas, sin duda, las del analizante al comienzo de un análisis, las del sujeto que camina, acude al encuentro de la sesión primera.

Por la sinopsis sabemos el trazo grueso “de qué va”: entrevistas a analizantes y psicoanalistas. Habla de una práctica, la psicoanalítica, centrándose en la sesión y por el título supongo, suponemos, pone el énfasis en la sesión primera.

One, Uno.-Primera cuestión que surge meramente a partir de ahí: La figura del Entrevistador… ¿Comparte protagonismo con analistas y analizantes? ¿Se incluye en la puesta en escena, lo recoge también la cámara? ¿Por qué narrativamente se elige hacer una elipsis o no de esa figura? ¿Es, será un narrador omnisciente o un mero conector que enlaza fragmentos de discurso, a modo de variaciones sobre un mismo tema? ¿Se tratará de conducirnos a una conversación íntima, privada? ¿Estarán cómodos? (Como en el poema de Eliot) ¿tomarán el té y las tostadas antes de que el entrevistador les lance a una pregunta abrumadora?... El entrevistador es un inductor a la palabra, al discurso de otro. ¿Se parecerá a un presentador que recibe invitados o al que presenta un tema a través de los agentes implicados –algo más televisivo? Más aún: ¿es posible una identificación del espectador con esa figura?

One, Dos.- Por la sinopsis sabemos también el marco, la localización, la puesta en escena, el lugar en donde se rueda: un teatro. Me pregunto si será un teatro lujoso, glamuroso, de prestigio, un teatro de estructura clásica, a la italiana, operístico, monumental, un teatro comme ill faut. Propone hablar de una práctica –la sesión psicoanalítica– en el lugar de otra, la teatral. Freud habló del inconsciente como la “otra escena” y la puesta en escena del documental inscribe esa metáfora primera de forma –diríamos– literal. Esa puesta en escena del documental, a modo de texto y contexto pero en términos culinarios, vendría a decir…: Si en la sesión psicoanalítica se cuece un flan es al calor, en, el baño maría del inconsciente. Me pregunto:

-. Si esos atributos del teatro –lujoso, glamuroso, de prestigio– apuntan hacia una suerte de revalorización, de oda al inconsciente, al sujeto del inconsciente y,

-. Desde luego (me pregunto) cómo moverá a esas figuras del analizante y el analista en esa localización, en las distintas zonas o partes funcionales de un teatro. En las butacas –el lugar del espectador–. En la escena, el escenario –el lugar del actor, el de la ficción, pero también, el lugar en el que se la juega el creador–. Entre las bambalinas o lo que llaman el back-stage –lugar donde se arma la ficción y por donde pululan atrezzo, vestuario, actores, regidores, la máquina del humo o de la lluvia; elementos, imágenes personajes que entran y salen a escena, pero que se oculta, no se da a ver al espectador.

En un análisis qué sería el telón o el linde del proscenio, el límite entre escenario y patio de butacas. ¿Qué hay del orden de la ficción y de la verdad, en un análisis? ¿Acaso importa, como a veces ni tan siquiera en el teatro?

Uno, dos, Tres.- Si el espectador paga por asistir a cada función, y esto le permite juzgar (es uno de los orígenes del teatro, le diferencia del fiel que acude a una misa, le otorga una primera distancia del discurso, de la ficción en términos brechtianos), qué hay del analizante cuando paga al analista tras activar la puesta en marcha de cada sesión… ¿Qué dirán unos y otros en el documental del dinero? el dinero, el dinero…, se tratará, qué hay en sesión del “dinerito justo para entendernos”. Tal vez, en una doble acepción, del analizante con el analista, a través del analista… alcanzar a entenderse –el analizante–, en un sentido reflexivo. Y, sin embargo, se me hace que el dinero a lo largo de un análisis, como en el teatro, tiene un efecto V, brechtiano, distanciador. Siguiendo el paralelismo ¿no se podría en cierta medida entender un análisis como buscarse un guía, un buen mozo de servicio que nos lleve desde el lugar del actor –el escenario– pasando por todo el entramado de las bambalinas hasta el patio de butacas, una butaca –al lugar del espectador? Para mostrarnos el constructo, el artificio, la ficción, todo el entramado que en buena medida permanece oculto y en el que se urde, teje, nuestra historia. Tal vez para que el sujeto pueda “adueñarse” de otro modo, tal vez, de su historia.

Ahora bien: qué hay del sujeto que vive en el umbral de la pobreza, o del que está recluido en una institución en la que no maneja moneda-dinero. ¿dará cuenta el documental, qué hay de todos aquellos para los que sé de buena tinta el psicoanálisis y sus profesionales responden desde instituciones públicas (hospitales, La Otra Psiquiatría, centros de atención a drogodependientes) o privadas (fundaciones) pero completamente al margen de la consulta privada? ¿Documenta o no eso?, ¿asoman las grandes patologías?

¿Será restrictivo el documental al espectro del neurótico –la patología más común– estará asociada, será restrictivo a la clase media y alta? Parece que entrevista del sujeto más anónimo a la primera dama de Francia. La más fashion entre las primeras damas, la Bruni. Por la sinopsis sabemos que entre ese abanico de sujetos que entrevista hay psicoanalistas de prestigio, cineastas, diseñadores de moda. ¿Asomará también en el documental una suerte de parade, de desfile de lo que Gorki llamaría “la inteligenzia”, una clase culta? Si es así, ¿para qué?

Hasta aquí les lanzo estas cosas que se me ocurren solo por la sinopsis y mis ganas, la expectativa también de cazar identificaciones en la puesta en escena del documental de esas dos prácticas en las que participo y pago: el teatro y el psicoanálisis

Y Un, Dos, Tres, Cuatro… ¡Dentro vídeo!

Notas en casa II.
- Para romper el hielo o prender el fuego de la conversación una vez visto el documental.

Considero que el realizador y psicoanalista Gerard Miller ha creado un hermoso documental divulgativo de la terapia psicoanalítica centrándose en una praxis muy concreta: la clínica de la neurosis en el seno de la consulta privada. Si bien, igual que apunta acertadamente a documentar la existencia de los centros CPCT (centros de consulta gratuita: en los que creo se ofrece una consulta/semana durante 4 meses. Y en los que es muy importante saber –como me señalaba José Luis Chacón en la conversación previa que tuvimos de cara a estar aquí hoy– que el paciente no tiene opción a elegir al analista ni viceversa, es una decisión administrativa como señala uno de los entrevistados “uno se sube a un tren o a otro, dice”) y, por tanto, ha de realizar una transferencia reduplicada: por encima del analista, con el propio psicoanálisis. Pues bien, a mí me hubiera gustado que al menos apuntara someramente también que la clínica de orientación psicoanalítica o lacaniana es mucho más amplia y excede al ámbito de la consulta privada.

Escribo y repito es un hermoso documental divulgativo, en la medida en la que, si bien hay un tratamiento estético muy cuidado, con cierto vuelo poético; no hay una sublimación estética como objeto o creación artística. Y no por el género, sino por el acento. Hay un afán de claridad expositiva y el cómo lo dice, la narrativa elegida, no tiene el eje de coordenadas o el registro en el vuelo poético. En este sentido, me atrae la manera en la que baila en un discreto 2º plano la imagen del entrevistador: como un pequeño momento a elipsis –cuando no lo registra la cámara– o a mudo –desde el plano fondo– de ese narrador omnisciente que también es y que pasa, según convenga, de primera a tercera persona.

El teatro.
El teatro, el teatro, el teatro, el teatro aquí es donde el documental me llama, plantea preguntas, cuestiona, interroga, me toca. Como ese ramo artificial de rosas blancas que se cita en el documental. Tal vez, me pone en evidencia algo –como esa mujer que al presentarse lo hace en trinidad, acompañada de sus dos hijos–. Lo diré de inmediato, puede ser verdad o mentira, pero diría el documental me evidencia no sólo o tanto las bambalinas del inconsciente urdiendo la puesta en marcha, el decorado o el más mínimo sutil gesto de nuestras vidas sino, (y aquí me enturbio, pero diría) me evidencia las bambalinas de la propia sesión.

Me permite ver algo que he vivido durante años en sesión pero no había visto (vale decir…) ¿aislado, exteriorizado? Y es precisamente la conexión entre teatro y psi, algo que cada uno en su lógica comparten. Yo, que he trabajado como actriz durante años, es más, con Sara Molina –cuya práctica y creación tienen una fuerte impronta lacaniana–, que cuando empiezo mi análisis trabajo como actriz y por aquel tiempo acabo de estrenarme como crítica teatral… veo ahora… las bambalinas de la propia sesión. Y es… el efecto brechtiano, el efecto V, el distanciamiento tan brutal, extraordinario y singular que la sesión activa. Distanciamiento [dos puntos]: del que enuncia respecto al enunciado, la palabra, respecto al decir, al texto, al discurso. He ahí el acontecimiento del que habla un psicoanalista: engancha al analizante –no a la persona/al lugar adecuado– sino al decir, a la palabra, desde luego, de otro modo… ¿valdría decir con un efecto de desrealización, de antinaturalismo?

Aquí es donde suenan los mariachis…, y se me ocurren un puñado de metáforas para explicar la manera en la que un analista te “devuelve” tus palabras. Me refiero, a lo mismo que el analizante de gafas de la Rue Chabrol refiere como el tono singular del analizante, la forma en la que las frases quedan suspendidas, la “exterioridad” que asoma dice cuando el analista repite un fragmento de sus palabras pero le cambia el tono. Y diría… se parece a veces como si te las devolviera dentro del bocadillo de una viñeta, otras es como si fuera uno conduciendo por la ciudad y te las devolviera de pronto impresas en el cuerpo de una gran valla publicitaria; o bien, como ir caminando por la calle y escucharlas en boca del grupo de mariachis con los que te cruzas y pasan de largo… En fin, tan extraño y extraordinario es ese efecto.

Cuando acudo al teatro, espero que suceda también otra suerte de acontecimiento, El acontecimiento, aquel que convoca la auténtica obra de arte: que suceda, nombre ese instante, ese espacio-tiempo compartido como una experiencia vital. (Y me vuelvo a poner turbia). Sin embargo, cuando uno acude a sesión, el lugar donde uno se la juega (no precisamente con garbanzos como decía P. Leconte) con lo que atañe a su vida: resulta que uno se encuentra con-la-… ficción.

Pero cuidado, cuidado, cuidado, por favor, léase “ficción” en su sitio, su lugar (…pero ¿cuál, qué lugar?). Como quiera que sea, no pierdo nunca de vista, Señoras, señores que un análisis no es en absoluto, ni muchísimo menos, una experiencia estética. Lo cual ni quita ni pone al hecho de que para poeta, la “otra escena”, el inconsciente, donde tienen lugar las escenas del sueño o se fraguan los síntomas, o el poema, que el sujeto inventa.

Documenta bien la cinta que la cura analítica, la sesión, es una experiencia [gestos con la boca] de palabra en la que –tal y como afirma certeramente una analizante, una de las dos escritoras– es a menudo [(…)silencio de expectación] el silencio quien sirve la puesta en escena de la palabra (“se aprende a interpretar también los silencios” dice). En términos teatrales, si tuviéramos que poner esa escena en marcha (la de la palabra puesta en escena, servida por el silencio), se trataría de llevar al límite cierta economía teatral, sería tal vez una escena visualmente siniestra, sin duda también beckettiana: se trataría de la puesta en escena de una voz, sin más.

Hay muchas, muchas cosas reseñables en este documental. Por ejemplo, ética y estéticamente me atrae mucho la manera en la que el psicoanalista –creo es Luis Solano– se refiere al silencio del analista: “Es un silencio que está habitado, no es un silencio sin palabra, no es un silencio sin gestos, sin movimientos del cuerpo, de mi cuerpo en sesión. Entonces, el silencio es algo que ofrece siempre un lugar al sujeto que habla, de inscripción”.

(Pequeño Aparte) Lo que entre otras cosas he escuchado en el documental a través del tercer oído.
Lo del tercer oído es un modo chistoso de referirme a la idea de que todo analizante, digamos aquel que ha entrado bien en faena, es un sujeto algo entrenado en leer el inconsciente; y no sólo su inconsciente, sino también lo inconsciente que surge a su alrededor, probablemente, en boca de otros. Con el tercer oído, me sonrío seguro viendo el documental en dos sitios. Uno es cuando hablando del diván, un analizante dice, creo es el actor, de una forma muy resuelta y como quien dice algo de puro evidente, ingenioso: “Un carnicero tiene un cuchillo; un psi tiene un diván” ¿De entre todas las profesiones y sus objetos asociados del mundo mundial; cuál elige? ¿De quién habla? Me da que no hay tal comparación –la conciencia se equivoca. Oigo: “Un psi tiene un cuchillo; quiero decir… un psi tiene un diván”. Es un chiste, igual que la viñeta de Prem o Prim o Piem (¡fantásticas, con esa música que elige “I am a vampire”!) aquella en la que se ve un analista como un señor sabio de barba larga apaciblemente sentado, como-si-nada pero con un ejercicio de fuerza bruta por delante, tiene un gran pico, un martillo (un instrumento) justo al lado de su silla para lidiar con la cabeza del paciente, un cubo compacto, bien cementado de ladrillos.

Otro sitio: La analizante de blusa rosa, mediana edad y pelo rubio corto, cuando afirma hablando de la 1ª sesión, dice: “Supe, desde el primer día: que sería una vez en mi vida, y que sería con él”. ¡Oh, cielos!, si pareciera que estuviera hablando de a primera vista el encuentro con él, el primer y único: el Gran Amor ¿de su vida? Bueno, he ahí la transferencia que se dirime en el amplio abanico que va entre esos dos polos –del Carnicero al Gran Amor–, pasa por distintos estadios que refieren muy bien las declaraciones de los analizantes. La transferencia no es un contrato cerrado o fijo al que uno se atenga y que se firme y selle el primer día, sino cada vez que uno decide volver a llamar a la puerta y pagar el dinero, el “dinerito justo” en cada sesión.

Más cosas:

-. En relación al teatro:

El comienzo del documental, rodándolo vacío y toda la coreografía, el movimiento, el camino que recorre la cámara, remite sin duda como un paralelismo al recorrido, al rumbo, a la deriva (se trate de un tren o como a mí me asoma más, a barco-buque) que inaugura la primera sesión, emprende todo análisis.

Las figurillas, las figuras del psi y el analizante: ¿Por qué rueda siempre a los analistas, esa cuadrilla, en el ambigú? No les saca un pie de ahí, porqué quedan como por fuera de sala. Sin embargo, los analizantes son una suerte de peones que sí mueve, sí baila de aquí para allá: los vemos en el patio de butacas, muy bonito ese plus de intimidad que recoge cuando rueda a esa mujer en el palco. Muy sugerente ese analizante (creo es el actor) que rueda en escena, en mitad del decorado –que varía en un par de ocasiones pero siempre reproduce una escenita de salón, típica del drama familiar burgués que se da sobre todo del XVIII en adelante (en el caso español, de Moratín a la Rosita de Lorca). En el hall, sentada tras un espejo; al pie de las escaleras...

… En fin, es mucho y tanto más de lo que se puede hablar, comentar. Pero yo ya… cherché, cherché a little silence, callarme un rato, como la analizante que decía cherché, cherché, Je cherché le diván… Y otro no, claro...

Esto [al público]: Dime que me calle. Je cherché, cherché… Por favor… ¿si? ¡Sara [a alguien entre el público]: dame un “¡calla!” lorquiano!

Hummmmmmmmmm.

[imagen-haiku de Presentadora que presentando calla]