Políticas del autismo

Intervención en la primera de las cuatro sesiones del Cursus “Evidencia científica y autismo”, organizado por la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona, el 4 de febrero de 2022.

Evidencia científica y autismo. Una burbuja de certidumbre, es el libro publicado en la colección Gredos/ELP, en 2020, alrededor del cual la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona ha organizado el Cursus que se ha iniciado recientemente.

Se trata de un libro colectivo y poliédrico, puesto que aborda la cuestión del autismo desde perspectivas diversas. Su lectura puede resultar algo incómoda al lector si aquella no está advertida de que los textos que reuní en esta publicación dan cuenta de una crisis. Esta crisis se presenta a tres niveles y es la llamada evidencia científica la que los aúna. Los tres niveles de esta crisis son el político, el epistémico y el clínico. Es de este modo como el Cursus, en sus cuatro sesiones abiertas al público, ha sido estructurado.

En el nivel epistémico, la ciencia seria ha dejado al descubierto que los resultados de las investigaciones sobre la etiología del autismo son parciales y se limitan a fenómenos clínicos dispersos. Los estudios actuales no pueden, por ejemplo, responder de manera articulada al por qué de los intereses restringidos de algunos autistas denominados Asperger y a las estereotipias en otros casos, autistas de grado 1, en los que no hay lenguaje. En efecto, la ampliación sin límite de la sintomatología autística descrita en las últimas revisiones del DSM1 conduce hoy a los diferentes agentes implicados a no saber de qué hablamos cuando decimos autismo.

En el nivel clínico, los avances en los diagnósticos precoces se han producido a la par de una ruptura entre la investigación y el abordaje de la sintomatología autística. El Proyecto DSM es ya un fracaso declarado. Es así que Éric Laurent se refiere a la “crisis post-DSM”2, que ha dejado a los profesionales en una situación de abandono frente a los retos complejos de la clínica. Este abandono redunda, por supuesto, en el de los propios afectados frente a los excesos de la prescripción de fármacos. Pero encontramos también la apropiación, legítima por otro lado, del diagnóstico por parte de las familias y de los propios sujetos que se autodenominan autistas. Es lo que Ian Hacking llamó el looping effect, el efecto de bucle en su conocido artículo “Lost in the forest”3: la puesta en circulación de una etiqueta diagnóstica produce el efecto de apropiación de ella por parte del interesado y, por tanto, una extensión de su uso. Y esto sucede así, entre otras razones, para poder facilitar el acceso de sus hijos a recursos educativos, para obtener el reembolso de los tratamientos u optar a las plazas públicas de recursos asistenciales.

Y en el nivel político, se trata de una crisis porque esa extensión del campo semántico del autismo ha producido un choque de lenguas: la de la administración, la lengua de los derechos y la de las buenas prácticas. En el autismo converge hoy una especie de Babel de lenguas, y la batalla del autismo se produce en el núcleo de esta confrontación entre episteme, clínica y política.

La evidencia científica, ¿ qué papel juega ahí ? En los trabajos incluidos en este volumen se puede captar bien cómo la evidencia científica es el invento perfecto que seduce a los profesionales, a las familias, a los gestores sanitarios, por el hecho de ofrecerse como aquello que va a resolver la desorientación actual en relación al diagnóstico y a las intervenciones sobre los sujetos llamados autistas. La seducción se produce como efecto de una certidumbre aparente tras una secuencia que se ordena en tres tiempos: primero, el autismo es un trastorno del neurodesarrollo; segundo, su tratamiento debe ser por tanto reeducativo; tercero, no se puede privar a un autista de su derecho a ser reeducado4 .

En este contexto, se convoca a la política para que avale esta lengua nueva, que es la lengua de la evidencia científica. Se presenta como una lengua perfecta, que vendría a resolver lo que está en juego en los diagnósticos de autismo. Lo que está en juego es aquello que encontramos en algunos sujetos que no responden convenientemente a ninguno de los tratamientos que se les ofrecen. Este es el real del autismo, que no puede dejarse de lado cuando de lo que se trata para los que serán adultos es lo que se ha denominado la inclusión plena. Los modelos asistenciales se revelan entonces obsoletos y son las propias familias las que se ven empujadas a ponerlos en marcha. Este libro deja así a cielo abierto la burbuja de certidumbre en la que se sostiene la evidencia científica, implicando a la episteme, la clínica y la política.

¿Por qué hablar desde el psicoanálisis sobre políticas del autismo? El psicoanálisis lacaniano permite orientar lo que se puede esperar de la política: que ésta no se confunda con esa metalengua que borraría lo que no deja tratarse en el autismo. Pero también porque para el psicoanálisis, la política es el síntoma. Esto equivale a decir que en el autismo de un sujeto, en su síntoma, está la orientación de un tratamiento posible. Y eso no excluye en su horizonte ni la llamada inclusión, ni la adquisición de una autonomía, ni los aprendizajes, siempre que podamos preservar el espacio en el que el sujeto no va a coincidir con lo que se espera de él.

El psicoanálisis ha contribuido desde Freud al cuestionamiento de las clasificaciones diagnósticas, que son por naturaleza segregativas. La vía abierta por Freud nos sitúa hoy en lo que Jacques-Alain Miller ha denominado recientemente la despatologización de la clínica. Creo que la cuestión del autismo ha tomado desde hace algunos años la avanzadilla al momento que vivimos hoy en el campo de la salud mental, y de ahí que algunas entidades prefieran hablar hoy de la condición autista, más que del trastorno. La expresión condición autista sintoniza bien, a mi entender, con el todo es mundo es loco lacaniano, siempre y cuando se considere el núcleo autístico de un sujeto en el sentido de las condiciones necesarias para consentir a un vínculo con el otro.

El autismo presenta la imposibilidad del ser humano a ser idéntico a sí mismo. En cierto modo, en el autismo está siempre presente el esfuerzo del sujeto por preservar la mismidad. La etimología de autòs (por sí mismo), proviene de ahí. Pero desde otro lado, fuera del registro del estadio del espejo, el autista es excéntrico en relación a sí mismo y a la etiqueta que soporta. Él está también afectado de lo que dirá Lacan en 1972: “Se habla de enfermedad, se dice al mismo tiempo que no la hay, que no hay enfermedad mental, por ejemplo. Se lo dice con justa razón, en el sentido de que sea una entidad nosológica, como antaño se decía. La enfermedad mental no es en absoluto entitaria. La mentalidad es más bien lo que tiene fallas, digámoslo así, rápidamente”5.

En consecuencia, una política lacaniana para el autismo sería aquella que no renuncia a estar atenta a esa falla, que no renuncia a los efectos de abandono que se derivan de las burbujas de certidumbre que construyen un espejismo cerrado de un psiquismo sin falla. Las políticas del autismo pueden correr el riesgo de un olvido deliberado de la política del síntoma. El síntoma autista es en sí mismo político desde el momento en que incluye la falla a toda idea de unidad o normalidad.

 

Notas:

  1. DSM: Manual diagnóstico y estadístico de los Trastornos Mentales.
  2. Laurent, Éric. “La crisis post-DSM y el psicoanálisis”, Freudiana nº 72. RBA Libros, Barcelona, 2014, p. 23-40.
  3. Hacking, Ian. “Lost in the forest”, London Review of Books, vol. 35, nº 15, 2013.
  4. La referencia al derecho a la reeducación resulta, así, un abuso del artículo 24 de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, en el que se trata en realidad del derecho a la educación, cosa bien distinta.
  5. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 19, … o peor. Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 220.