Pequeño fragmento producido por efecto del primer testimonio del pase de Marta Serra | Beatriz de Balanzó Angulo
Gente sentada en el suelo. Dispuesta a escuchar. La sala de actos está llena. No queda ni una butaca disponible. “Ocupen la sala contigua”. Espacio que se agranda y empequeñece: ¿dónde empieza y dónde acaba?
En primera fila, rostros conocidos. Luego, también dispersos, como puntos, otras caras de la escuela, encontrando huecos donde alojar singularidad, su no todo, no todos igual, no todos en el mismo sitio, la singularidad del sujeto en la escuela. Cierta soledad del uno por uno en compañía. Incluso en la sala contigua, apoyado en la pared, sentado en el suelo, como los últimos en llegar, el presidente de la AMP.
Tras una breve presentación y agradecimiento por lo que va a ofrecer la que espera para ser hablada y para hablar, sale Marta Serra, hacia el atril.
Un verde brillante concentra las miradas, que pueden estrecharse y ampliarse en el juego óptico de un largo pantalón, cayendo suavemente. Un recorte de elegancia y belleza. Un recorte de luz. Se da.
El color y la caída dan pie a la palabra. Le abren paso.
Un fragmento de historia a partir de los acontecimientos de marca, hilvanando, hilvanándose con el recorrido más íntimo y subjetivo acontecido durante sus tres tramos de análisis y luego, más allá de él. Ahora.
Una enseñanza clínica, de nuevo, como en cada pase, posible a través de la experiencia y de la esperanza por ser encontrada, acaecida y dicha, más allá de ella misma, más allá de sí.
Un no que determinó un espacio nuevo, el espacio del pase y la enseñanza. Y un amor.
Una promesa de flores que puso fin al abatimiento de lo mortificante.
Vaivén entre un sí y un no, un no y un sí, solución irreductible e ineludible, entrega y también reserva, repliegue que promete, sin saberlo, un reencuentro en la próxima ampliación de su ser. Quién sabe dónde, quién sabe cuándo. Las flores lo dirán.
Y es curioso que, durante el recorrido de sueños y palabras, apareciera una que ya había surgido en el pase de antes, en el anterior pase, que también inició su despliegue en el Palau Macaya, y que sigue bord(e)ando la feminidad, a cada paso que da.
No deja a nadie indiferente. Un pase transmite, atraviesa, bordea, recubre y despeja.
Perla de la enseñanza, en este caso esmeralda, no es uno sin otro, porque caen en serie, aunque su singularidad es única y cristalina en cada caso, para cada caso. Para quien lo narra y para quien lo escucha y lo recibe.
Conversación imposible entre lo que se produce y lo que está por llegar; entre lo que está y lo que no está, entre lo dicho y lo que queda por se-decir.