Mal día para pescar. Irene Domínguez Díaz (Barcelona)

Excelente película del hasta ahora desconocido Álvaro Brechner que muestra, de una forma cercana, entrañable y con una narrativa inmejorable, el incesante baile entre los semblantes y el síntoma de los protagonistas de esta bonita historia.

El Príncipe Orsini es el mánager y representante del ex campeón mundial de lucha libre, Jacob van Oppen, un alemán grandullón, un luchador venido a menos. Su inicio nos ofrece el desenlace, como hace tiempo nos tiene acostumbrados el cine; eso sí, tenuemente velado: en un teatro de pueblo, sacan a un luchador casi muerto. Desde el primer momento, la trama se presenta clara a los ojos del espectador: Orsini es un farsante, un vividor ambulante, un hombre que se cree más listo que nadie y que ha hecho de la creación de una ficción, su modo de vida. Podríamos decir que él es un maestro de los semblantes; no en vano lleva el nombre de un famoso prestidigitador y no por casualidad, lo adorna con un rango monárquico. El embaucador hace creer a los pueblerinos de los lugares donde aparece, su propuesta: el espectáculo, único en el planeta, de ver al hombre más fuerte del mundo, con la añadidura de un ingrediente suculento: desafía con una muy generosa recompensa, a cualquiera que se atreva a resistir, tan sólo tres minutos en el ring, frente al campeón. Orsini es un profesional, lo tiene todo calculado: escoge contrincantes acabados o bien, los compra para que abandonen antes del combate. La segunda parte de su tarea, consiste en mantener creyendo a Jacob -un alemán bobalicón y domesticado por sus mentiras- que él sigue siendo el Campeón.

Pero el destino ha decidido, esta vez, jugarles una pasada. Llegarán a Santa María, su siguiente víctima, y ofrecerán el combate el mismo día que en el pueblo se organiza el concurso de pesca. Muy seguro de sus habilidades dialécticas, el Príncipe no tarda en convencer al director del diario local de la ocasión única que representa el evento. Éste accede a ayudarlo, aunque como el resto de los personajes, desde el primer momento se percata de la mentira de Orsini. Los preparativos para el combate sufren, sin embargo, un percance: una mujer, que no se deja engañar por los semblantes, decide presentar a su novio, apodado “el Matador”, al desafío: quiere la recompensa para casarse, quiere ver el dinero y no retrocede ante la historia de ficción, que trata de ofrecer el mánager, para comprar la retirada del contrincante que sabe muy superior.

El Campeón, por su lado, pasea su cuerpo viejo y enfermo a los ojos del pueblo, siempre bajo la mirada vigilante de Orsini que trata a toda costa de esconderlo para hacer vivir su leyenda. El grandullón espera una llamada que lo devuelva a su tierra como lo que fue, y sale de su agujero para hablar con Jesucristo en la Iglesia. Mientas, su representante trata de ir sorteando, con maestría de artífice, las complicaciones que se le van presentando.

Evidentemente, no tiene los dólares del desafío y la mujer no da su brazo a torcer. La potencia de sus mentiras empieza a alcanzarlo. Pero es un hombre sensato, no es un loco, y sabe muy bien, por sus cálculos, que lo único que pueden hacer, es desaparecer. Así, frente al Campeón, reconoce que ha perdido: le confiesa que él siempre lo apaña todo, pero esta vez, se le ha escapado de las manos. Rasguña la mentira que ha sostenido durante todos estos años: confiesa la verdad. Pero entonces Jacob entra en juego: él es el Campeón del Mundo y piensa aceptar el desafío. Decide atravesar el montaje de la historia de su acompañante y hacerlo realidad. Para él no hay ningún engaño que desvelar, nada lo va a detener. Incluso, nos sorprende sacando de su chistera, el dinero requerido.

El Príncipe se está destronando, se lo juega todo. El artista, el bohemio, el amo del semblante, cae en su propia trampa: pica el anzuelo que le tienden los viejos del pueblo, y pierde todo lo que le queda al póker. Pero un momento antes de su ruina, cuando creía haber engañado a los bobos, nos obsequia con un dicho: “si no tienes suerte, es mal día para pescar”. Y es que esa, es la metáfora que da cuenta de su propia situación.

El momento esperado llega. Hasta ahí, seguimos con nuestro marco de la historia en el mismo lugar: El Matador va a luchar contra el Campeón –mucho más fuerte, joven y sano que éste-, la mujer se siente victoriosa ante el fajo de billetes, el director del periódico se sienta a alimentar su experta perspicacia e inteligencia, y Orsini ofrece una mirada honesta a su partenaire , mezcla de pena, pésame y culpa. Los semblantes han caído, la verdad va a ser desvelada.

Es entonces cuando la película deviene un suerte de ejemplo epistémico de lo que es un acontecimiento, de lo que sucede cuando algo cesa de no inscribirse. El Campeón se queda inmóvil, es alcanzado por la brutalidad de la bestia de su contrincante: se deja coger, eleva los ojos al cielo, está recostado frente al poste de una esquina del ring, parece Cristo en el momento de la crucifixión. Entonces, en un solo instante, con una fuerza sobrenatural, toma al Matador como si de una pluma se tratara, y lo lanza encima de la fila de asientos del teatro Apolo. La leyenda deviene realidad y nos regala a todos una enseñanza: que la falsa línea que separa mentira de verdad, sólo puede ser construida a partir del marco del fantasma de cada cual. Ni los semblantes son mentira, ni la nada que ocultan, la verdad, y, en un instante, siempre inesperado, algo ocurre y todo cambia. Esta lúcida mostración sobre lo que constituye un acontecimiento, nos enseña cómo, después de él, ya nadie puede seguir siendo igual. La pareja sintomática se desanuda: el embaucador se libera de su propio embuste, ya no puede seguir siendo el Príncipe; el encuentro con su castración, lo pone andar aliviado, sin rumbo y sin corona. El Campeón, una vez demostrada su verdad, puede dejar el traje y retomar su camino de vuelta a casa. Y el resto, es decir, el director del periódico, la mujer y el espectador, han recibido su lección: “los que no se engañan yerran”, tal como nos dice Lacan.

Y es que su título, denomina, de una forma magistral, de lo que se trata: para el Príncipe Orsini era un “mal día para pescar”, siguiendo su sentido metafórico; pero también para Jacob, pues, cuando se combate, no se puede ir de pesca. Sin contar la dimensión de engaño que conlleva este peculiar deporte, tranquilo y apacible pero consistente en hacer picar un anzuelo, ese que contiene la trampa fundamental: la de pensar que los semblantes no hablan con lo real.