El Trastorno Generalizado del Desarrollo -TGD- y el ejercicio de un poder. Julio González (Bilbao)

El encuentro PIPOL, celebrado en París, mostró con claridad la actual política del psicoanálisis de cara a lo social. En esta época en la que la evaluación y el protocolo ocupan el lugar del lazo social, en la que la política de gestión y reparto de los derechos del consumidor y del usuario desplaza la consideración de lo público, el psicoanálisis elabora una política orientada por el síntoma en tanto que vínculo social.

La mesa que, bajo el título de "Respuestas a los autistas en la orientación lacaniana", convocó como ponentes a Marise Roy, Vilma Coccoz, Bruno De Halleux y Martín Egge fue una ilustración clara de ello.

El diagnostico de Trastorno Generalizado del Desarrollo (TGD) sitúa la cuestión del autismo y de la psicosis precoz en un nuevo ámbito en el que se reduce la locura en el niño a la noción de un trastorno, con el efecto subsiguiente de la forclusión del sujeto. Al borrar la dimensión de la psicosis se borra toda huella del sujeto, la responsabilidad del niño frente a lo real se evapora ante la idea de un trastorno corregido en mayor o menor grado...

En el momento actual se constata cómo esta política de la evaluación del TGD, y de la utilización de protocolos de atención, corre pareja al hecho de considerar a las Asociaciones de afectados y sus familias a modo del mejor destino posible para el sujeto, prefijando de antemano la vida desde una edad muy temprana: se programa la primera infancia, y se prevé y se organizan las etapas posteriores –vida adulta incluida.

Los medios diagnósticos que se proponen apuntan a una detección temprana del TGD con el fin de que, con prontitud, los menores puedan ser tratados como TGD, es decir, puedan ser reeducados y alfabetizados emocionalmente, aprendan a vivir como tales entonces.

Esta forclusión del sujeto se observa muy bien en la clínica contemporánea que no se orienta por la brújula del fenómeno elemental. De este modo la alucinación no existe más, esta excluida en el diagnostico de TGD en la clasificación DSM-IV. En su lugar predomina la idea de un defecto en el sensorium o en el procesamiento cognitivo erróneo por parte del individuo de los datos sensoriales y de los signos lingüísticos. Como nos indica Lacan en la Cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis se reduce el problema a la constitución de un sensorium particular o de un percipiens que ha de dar sus razones. Lo que se presenta como avance científico nos retrotrae a una época anterior al descubrimiento freudiano.

Así por ejemplo, recientemente en una sesión clínica de una institución dedicada a la atención de esta problemática se proponía, frente al hecho de que un niño era despertado frecuentemente por la pesadilla de unos ruidos, encaramándose por ello a las estanterías de su habitación, se proponía, entonces, que dicho infante padecía de una acusada y extrema sensibilidad constitutiva frente a los ruidos que le conducía a percepciones y a cogniciones erróneas que había que atemperar.

Para no perdernos en la actual maraña de los TGD podemos orientarnos con la indicación que Lacan da en su escrito La dirección de la cura y los princpios de su poder cuando señala "Pretendemos mostrar en qué la impotencia para sostener auténticamente una praxis, se reduce, como es corriente en la historia de los hombres, al ejercicio de un poder". Impotencia de la una praxis, la de las TCC, que al rechazar lo real convierte la clínica del autismo en el ejercicio de un poder, de un adiestramiento.

Pondré un ejemplo: recientemente la familia de un niño diagnosticado de TGD me comentaba que el niño había comenzado a realizar "experimentos alienígenas"; estos experimentos consistían en derramar líquidos en los cajones de la abuela o en el cuerpo de su hermano recién nacido. A su vez junto a estos experimentos la familia constataba que a veces estaba más nervioso, que tenía problemas de celos respecto al recién nacido, y que a veces se metía objetos en las fosas nasales. Tales "experimentos alienígenas" era una cosa que el niño había visto hacer a los personajes de una determinada serie televisiva de dibujos animados. La clave de la situación la aporto la madre: el niño decía que uno de esos personajes, un alienígena, se había convertido en su amigo. Se había convertido en su amigo imaginario. La orientación clínica que la familia recibió en la institución especializada consistió en que el niño tenía que realizar tareas y rutinas.

Me parece que este fragmento ilustra muy bien el psico-adiestramiento actual en la atención del autismo. Desconocer que un niño puede encontrar su cuerpo y su pensamiento extrañamente parasitados por la presencia de una voz, o de una mirada, supone reducir la praxis al ejercicio de un poder.

* Comentario a propósito de la plenaria "Réponses aux autistes dans l’orientation lacanienne" del domingo 1 de julio.