LOS NUEVOS SÍNTOMAS ESCOLARES. Por Lidia Ramirez (Barcelona)

Los nuevos síntomas escolares

Cuando Hanna Arendt escribió La crisis en la educación en 1960 ubicándola dentro de “la crisis general que se había apoderado del mundo moderno”, ya se atisbaba el gran reto de la institución escolar: o quedar atrapada en esa crisis generalizada o por el contrario, como señalaba la propia autora, aprovechar la crisis para plantearse nuevas preguntas “que ellas retomen sus derechos”. Una de las tesis más importantes de H. Arendt en este artículo resulta de la concepción de la infancia que ella sostiene: los niños son los nuevos en este mundo, y cada uno de estos nuevos, trae un “proyecto inédito” para el mundo, proyecto que los viejos ignoramos.
Difícil tarea para la escuela que debía, por un lado conservar y transmitir una tradición educativa y a la vez hacer un lugar a las nuevas coordenadas que movían el mundo, a las cuales nacían los recién llegados: los niños.
De entre estas nuevas coordenadas qué duda cabe que el lugar que ha llegado a ocupar la ciencia está modificando considerablemente la concepción de lo que es un niño.
En cuanto al cuerpo, conviene tener presente “las diferentes formas de desregulación” con las que el cuerpo queda atrapado en el discurso de la época.Esta desregulación tiene efectos y consecuencias para el niño y para escuela. No puedo dejar de sorprenderme del protagonismo y del lugar que ha adquirido en la escuela el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDHA) hasta el punto de que en este momento se ha convertido en un partenaire del niño que aprende.

¿Cuál es la novedad de este síntoma escolar?

Nos parece interesante señalar que los síntomas escolares que circulan alrededor de lo que se ha venido a llamar “fracaso escolar”, es decir dificultades en la adquisición de los conocimientos, comienzan a hacer su aparición a partir de que la escuela se convierte en obligatoria para todos los niños.
Igualmente hacemos notar que este “fracaso escolar” ha recaído principalmente sobre los niños y no tanto sobre la escuela como institución.
Los métodos con los que la escuela ha tratado de hacer frente a estos problemas con el aprender, no han contribuido a resolver la situación sino a generar una separación cada vez más “radical” entre los que aprenden a un ritmo “normal” y los que no.
Podemos decir que si había un denominador común a todos estos síntomas escolares era que afectaban al campo del conocimiento, y que la misma escuela trataba de poner remedio a ellos dentro de su propio campo. La novedad es que los nuevos síntomas escolares recaen ahora más sobre el cuerpo de los niños y que la forma como tratarlos ha dejado de ser competencia de la escuela.

Algunas cifras

Veamos el alcance y la dimensión que ha tomado la hiperactividad en el campo escolar: En el artículo "Psicofármacos en el recreo" que Jörg Blech escribe en su libro Los inventores de enfermedades, nos informa que más de 5 millones de escolares estadounidenses toman cada día unas pastillitas blancas que contienen un principio activo, el metilfenidato: una anfetamina sujeta a la ley de estupefacientes y cuyo consumo ha pasado de 34 kg. en 1993 a casi 700 en 2001.

¿Qué es el cuerpo para un niño?

Para empezar, una pequeña anécdota, algo que me contaron: una niña muy pequeña, justo está empezando a articular sus primeras frases, despierta a su madre por la noche:
- Me duele la cabeza, le dice la niña. La madre, medio dormida, se sienta en su cama y mientras le acaricia la barriga le dice - ¿sí.. y donde tienes tu la cabeza?. La niña pone su mano sobre la mano de la madre y le dice: ¡aquí!
El cuerpo que muestra este ejemplo es el cuerpo al que nos referimos en psicoanálisis. No se trata del cuerpo como organismo, como conjunto de órganos. Sino que podríamos decir que el cuerpo es una palabra, o mejor dicho un malentendido desde el momento en que está tramado en el lenguaje. Que esté tramado en el lenguaje es lo que hace que uno le pueda preguntar a otro - ¿pero tú donde tienes la cabeza?-
Lacan habla de “los misterios del cuerpo hablante” y en realidad si lo pensamos, el psicoanálisis como tratamiento psíquico comenzó así. Freud tomó los síntomas corporales de sus pacientes histéricas como enigmas, como algo que le decían, como algo que formaba parte de su discurso, por eso Freud buscó una causalidad psíquica a dichos síntomas y no un disfuncionamiento de los órganos.
Hay un momento en la vida de un niño en que el cuerpo es percibido, hay la percepción de que se tiene un cuerpo y el niño responde a esta percepción con un acto: el reconocimiento de su imagen en el espejo. Lacan teorizó este momento con el nombre de “estadío del espejo”. Este reconocimiento que es saludado jubilosamente por el niño a través de una serie de gestos, constituye un acontecimiento porque inaugura un fenómeno mental, este fenómeno mental lo conocemos como identificación y es lo que permite que el niño “reconozca el objeto a la vez que lo afirma” y pueda transformarse en la imagen que asume. Este reconocimiento le permite también al niño percibir la realidad que le rodea, es decir, le permite situarse en un lugar, quedarse quieto y reconocer lo que hay alrededor.
Si la imagen del cuerpo es algo tan importante para el ser humano como señala Lacan, es porque permite regular algo de un goce deslocalizado.
La reacción precoz del bebé ante el rostro materno inaugura la libidinización del campo visual. Campo visual en el cual está incluido el lugar del Otro. La forma como “el cuerpo del niño entra en el campo del goce” es a través de la significación del Otro, quien acaricia, sonríe, manipula y dice dicho cuerpo. Jacques Alain Miller, de cuyo artículo "La imagen del cuerpo en psicoanálisis" he tomado algunas de estas orientaciones, sitúa claramente que no se trata aquí de la dimensión del amor, sino de la dimensión del goce. Se acaricia y se juega con el cuerpo del niño para disfrute de este, para que goce con su cuerpo. Cuerpo que adquiere así la dimensión de objeto, objeto de goce del niño y del otro.
La imagen del cuerpo configura una “unidad corporal” que se organiza alrededor de un menos, de una falta. Esta imagen del cuerpo anticipa para el niño una maduración orgánica y sitúa al cuerpo como déficit, como faltándole algo.
Esta imagen del cuerpo viene en el lugar del Otro, toma el lugar del valor del Otro y la significación que este Otro introduce es la de que no está, la de que falta. Entonces, no se trata ya de una inmadurez orgánica sino de la castración como metáfora de lo que no está.
Miller aclara algo importante en este punto y es que el interés del niño por la imagen del cuerpo está condicionado retroactivamente por la castración, este es el “secreto de la imagen” que es posible allí una regulación del goce por la castración.

Preguntas en torno a la escuela.

¿De qué forma la escuela como institución puede seguir haciéndose cargo de conservar el discurso educativo y mantener una comunidad de vida para los niños?
¿De qué forma la escuela puede seguir respondiendo como lugar de acogida del real de cada niño?
¿De qué forma el maestro puede situarse como Otro en quien el niño pueda alojarse?

La actividad del niño y la hiperactividad

El problema realmente serio de la hiperactividad es que se sostiene sobre la idea de que hay algo en la actividad del niño que es malo y esta idea atenta contra algo consustancial al ser del niño como es su actividad.
La actividad es el “partenaire” que conviene al niño, en cierta forma es una medida de la vida del niño, de su vitalidad.
Porque es una medida de la vida del niño, conviene que sea regulada.
La cuestión es que el diagnóstico de hiperactividad no trata de regular la actividad, trata de normativizarla. De que la actividad del niño sea un universal, para todos los niños igual. Y si no es así, si la actividad de un niño no responde a esa norma, entonces es “hiper” y hay que medicar, porque si no, nos dicen que hay riesgos y nos enseñan estudios delirantes según los cuáles los niños hiperactivos tienen más posibilidades que los que no lo son, de tener problemas de conducta en la adolescencia o de convertirse en delincuentes. Como veis subyace una idea de la maldad del niño.
No es en absoluto lo mismo decir de un niño que es revoltoso que decir que es hiperactivo.

Lidia Ramirez (Barcelona)