Lecturas Críticas - Hacia el Forum de Sevilla. José María Álvarez y Roberto Martínez de Benito, Mª José Freiría, Mariam Martín Ramos, Dolors Tohà, Rosa Godínez.

EL PODER DE LA CIENCIA FICCIÓN. A PROPÓSITO DE LAS TAXONOMÍAS PSIQUIÁTRICAS
José María Álvarez y Roberto Martínez de Benito

Al clasificar las enfermedades mentales y embrollarse en disquisiciones diferenciales, mediante un prodigio retórico consiguen los expertos desplazar la atención del problema fundamental, esto es, la definición de enfermedad mental. Cualesquiera que sean los paradigmas o modelos argüidos, en el fondo siempre podrán reducirse a las posiciones adoptadas frente a las dos grandes preguntas formuladas por el pathos. Pues su estudio nos obliga a decidir y tomar partido ante un par de cuestiones decisivas. La primera, referida a la sustancia, esencia o naturaleza de la enfermedad mental, implica una elección epistemológica: ¿la enfermedad mental es una construcción discursiva o un hecho de la naturaleza? La segunda, relativa a sus límites y fronteras, nos avoca a dos interrogantes a menudo enlazados: en primer lugar, las relaciones entre lo uno y lo múltiple; en segundo lugar, la articulación o la contraposición entre lo continuo y lo discontinuo.

Sobre este suelo se asientan todas las reflexiones psicopatológicas y las construcciones taxonómicas. De forma absolutamente original, Freud elaboró una psicología patológica basada en la elección inconsciente de mecanismos defensivos y en los efectos patógenos que ella conlleva. El clasicismo lacaniano supuso un desarrollo y perfeccionamiento de este modelo de las estructuras (clínicas) freudianas. Confirmando una tendencia acorde con la madurez y la experiencia clínica, tanto Freud como Lacan relativizaron, con el paso de las décadas, la perspectiva estructural (discontinua) y se abrieron a otra más continuista, perfectamente conjugable con la anterior. Si algo llama la atención de la psicopatología psicoanalítica es la perdurabilidad de sus categorías clínicas, lo que contrasta con la continua renovación de las nosotaxias psiquiátricas.

Inspirándose en el método científico, las actuales taxonomías psiquiátricas aspiran a ordenar las enfermedades mentales mediante un marco homogéneo de referencia, tanto descriptivo como semántico. Para ello proponen una terminología universal que engloba las referencias clínicas y las de investigación en el campo de la salud mental. Desde luego, estos objetivos son muy loables siempre y cuando se limiten a recomendaciones surgidas de construcciones discursivas y preserven al sujeto en las clasificaciones propuestas.

En contraste con la relativa modestia de la Clasificación Internacional de Enfermedades de la OMS, los últimos DSM transmiten una ideología biomédica que encumbra la enfermedad y allana cualquier retoño de subjetividad, es decir, desposeen al sujeto de su participación en el malestar que le aqueja. Quizá el mérito de la extensión de esta ideología cientificista deba atribuirse a Robert Spitzer, el principal hacedor del DSM-III (1980). Con esta taxonomía supuestamente “descriptiva” y “ateórica”, mediante un prodigio retórico admirable, el otrora psicoanalista Spitzer da la puntilla a la orientación psicoanalítica, hasta entonces imperante.

Cuando se observa la trastienda de la ciencia, la contundencia de sus argumentos se desvirtúa al instante. Tras tanta pompa se oculta el método de consenso que afianza esas nosotaxias. Pues a través del consenso de expertos es como se llega a la definición operativa de los trastornos y su agrupación en clases. Estos grupos de expertos recogen una opinión mayoritaria de lo que algunos profesionales de la salud mental consideran un determinado trastorno; después, proponen una definición descriptiva mediante los síntomas que se cree los conforman; finalmente, los agrupan en torno a criterios de clase: trastornos psicóticos, del humor, del desarrollo, etc.

A partir del proceso descrito, se procede a estudios de campo consistentes en la validación de estos presuntos diagnósticos mediante el estudio estadístico de poblaciones a las que se ha realizado un determinado diagnóstico. En algunos casos, dicho proceso puede culminar en la confirmación de una especie estadísticamente consistente, de lo que se concluye su existencia real. Con esta pirueta, un dato meramente estadístico se transforma en una categoría nosológica real.

No hay que estar muy versado en metodología para colegir sobre la escasa certidumbre científica de este modelo, el más bajo en la medicina basada en pruebas. Sobre el desconocimiento de la etiología o la fisiopatología de las enfermedades mentales se erigen estos edificios nosotáxicos, depurados en su acabado pero huecos en el fundamento clínico. Todo ello pone de manifiesto lo alejados de las ciencias de la naturaleza que se halla estos saberes y lo cercanos que están a la ciencia ficción. Sin embargo, esta ideología y su omnímodo poder se extiende como la lava, arrasando cualquier diferencia subjetiva y reduciéndolo todo a un silencio deshumanizado.

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(A)COGIDOS POR EL INTERÉS SUPERIOR DEL NIÑO
Mª José Freiría

La Convención internacional sobre los Derechos del Niño (CDN) convertida en ley en 1990 y, por tanto, de obligado cumplimiento por todos los países firmantes, reconoce a los niños como titulares activos de sus propios derechos, separándolos así del lugar incontestable en el que se situaban respecto a los padres, la familia y los adultos en general.

Se trata del niño como sujeto de pleno derecho.
Es evidente que una ley, además de tener sus propias limitaciones conceptuales, siempre es respondida, interpretada, asumida, manejada, incluso desechada de modos muy diversos.

La CDN contiene una particularidad que la atraviesa y compete a todos sus artículos. Se trata de uno de sus principios fundamentales, el de que todas las acciones que se realicen deben contemplar “el interés superior del niño”. Definir este principio resulta tan complejo que, además de aparecer problematizado en cada uno de los artículos de la ley, hay 6 artículos específicos dedicados a su interpretación, con el uso de ejemplos prácticos.

Si el derecho es para todos, la noción de interés abre una grieta, ya que exige una estimación más específica y da cuenta de una dimensión subjetiva en juego. Se trata entonces de los derechos fundamentales de los que debe gozar el niño, bañados por las contingencias propias de cada vida particular.

El acogimiento familiar, históricamente librado a la espontaneidad personal o a las acciones de beneficencia, es ahora investido como medida de protección de los derechos del niño.

Se trata de un cambio conceptual en marcha desde hace algunos años, que atañe tanto a la función del acogimiento como a las familias de acogida, a las familias biológicas y al lugar del niño.

Los padres y las madres, duales en estos casos, deben tomar posición respecto a ese principio fundamental que atraviesa la ficción de derecho en la que el niño está a-cogido, su interés superior. El acogimiento mismo viene a responder a eso, pues se conceptualiza como la medida más conveniente para un niño en situación de desamparo.

La pregunta sobre cuál es el interés del niño en estos procesos, siempre muy complejos, tiende a cerrarse fácilmente y de formas muy diversas, a menudo desde el lado del interés que tiene el niño como objeto para cada uno, para cada padre, cada madre o cada profesional.

Sin olvidar los casos más extremos de violación de sus derechos, tomemos como ejemplos la reivindicación del valor superior de los lazos de sangre, la aplicación de estilos educativos idealizados y todos los intentos de sometimiento del niño a los delirios familiaristas particulares.

Pero me parece que este principio tiene una virtud y es que no deja de producir un cierto efecto de retorno de una pregunta nunca contestada del todo.

Una pregunta que en estos lugares de trabajo con los niños, en los diferentes dispositivos de protección se ha de mantener abierta. Puede servir para proteger al niño de las pasiones que habitan los lazos familiares, de las condiciones de goce que envuelven las voluntades de cuidados, de la pulsión de muerte que empuja silenciosa en el lazo familiar, en los padres, en las madres y en los propios niños.

Porque en el niño también hay algo que le a-coge, un modo de satisfacción pulsional al que quedará fijado y del que tendrá que responder. Le será muy útil tomar a su cargo la pregunta por aquello en lo que se sostiene su interés, más allá del registro imaginario de sus múltiples intereses, en su vertiente de apertura hacia lo real pulsional (a).
Pero para eso le hará falta una transmisión, tal vez producida en el encuentro con alguien en posición de analista, dentro o fuera del abrigo de un dispositivo específico de tratamiento.

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LOS PADRES, EL NIÑO CON PROBLEMAS Y EL PSICOANALISTA
Mariam Martín Ramos

El pasado 3 de marzo pude asistir a la primera reunión de debate sobre el próximo Forum de Sevilla. Las aportaciones particulares que los colegas han puesto en marcha en las distintas instituciones y distintos lugares de nuestra geografía donde trabajan, permitieron mantener un renovado entusiasmo porque, en cada lugar, aquellos que nos orientamos por el discurso analítico damos muestras de consentir, de promover formas dúctiles, casi diría de invenciones para que allí donde se ejerce el poder de las prácticas de control, éste quede minimizado, quede incluso desmantelado y dé lugar a un espacio de subjetividad.

Lo debatido, mi propia práctica, que con padres de niños autistas es de acompañamiento y sostenimiento durante el tratamiento de sus hijos y las lecturas, me decidieron aceptar la invitación de poder entregar algunos comentarios para este continuo trabajo de elaboración previo al Foro de Sevilla que la comunidad analítica realiza.

Es cierto que se nos hace cada vez más patente que los síntomas o las formas actuales de los síntomas quieren ser tratadas desde una perspectiva social más que subjetiva. Se quiere así obviar cualquier determinación subjetiva, inconsciente, del padecimiento con el que cualquier ser hablante se presenta. Desde esa perspectiva, se entiende bien que los tratamientos del síntoma no son, en realidad, más que formas de control que provienen del lugar del Otro social, del Otro del Estado porque el síntoma deviene, entonces, un problema de orden social o, como formula J-A. Miller, de orden público.

El discurso de la evaluación, los protocolos de actuación, los manuales de buenas prácticas, la construcción estadística de los síntomas, los cuestionarios y tests del comportamiento y de conducta, la lógica de la eficacia y rentabilidad, son los recursos con los que estas prácticas de control se ponen en marcha. A partir de aquí, las formas de intervención están abocadas a la cronificación del síntoma, fijándolo en categorías monosintomáticas, a su medicalización transformándolo en un trastorno del organismo o a la judicialización del síntoma con ordenamientos judiciales preventivos frente a la violencia de genero o cambios de las leyes de responsabilidad del menor en la violencia social, por citar sólo algunos.

Del lado del sujeto, lo importante es que queda des-responsabilizado en relación con aquello que le sucede, con respecto a lo que padece, imposibilitado a producir un saber sobre lo que le pasa y abocado a soportar el empuje acéfalo de la pulsión, la desregulación del goce, y sus derivas de la culpa o la victimización.

Frente a este modo imperante de tratamiento del malestar en la civilización, el papel de los profesionales cuya actuación tiene un impacto directo sobre la sociedad es fundamental, pues o bien producen actuaciones para dejar abierto el espacio de la subjetividad o ellos mismos se convierten en transmisores activos e incluso pasivos de estos modos de control.

En este sentido, en la actualidad, somos testigos de que dentro de distintos colectivos surge de manera más fuerte la alerta, la llamada de atención frente a la pérdida de su función, denunciando la imposibilidad de producir un acto informativo, un acto médico, un acto pedagógico o un acto jurídico.

Por otro lado, me preguntaba ¿cuál es la posición de los padres respecto de estas prácticas de control en el tratamiento del síntoma? Más aún cuando el síntoma se refiere a las formas más radicales de padecimiento, como en el caso del las psicosis y el autismo y en donde el protocolo de actuación y la pauta está mucho más presente.

Tomando sólo una vertiente de este aspecto complejo, el hecho de que, en los padres de niños autistas con los que trabajaba, el saber estuviera del lado del profesional con su diagnostico, sus protocolos y sus pautas, les impedía la elaboración de un saber sobre su propio hijo con una incidencia en la imposibilidad de poder decidir ahí donde la pauta recibida no funcionaba.

Poder abrir un espacio regular para poder hablar de las preocupaciones del día a día con sus hijos autistas, les permitió la abertura a su propio discurso, un discurso en el que pueden sostener sus propias decisiones aún a riesgo de darse cuenta de que tampoco funcionan. Poder reconocer que no se trata de soluciones cerradas, sino de ir construyendo, poco a poco, soluciones que siempre quedarán descompletadas y poder soportar ese modo descompletado sin el miedo a creer que no saben, a que no están haciendo lo mejor ni a sentirse culpables. Esta ha sido la apuesta, pues sin esta posibilidad de un lugar para hacer surgir la dimensión de sujeto de los padres, sus posiciones dentro del tratamiento de sus hijos, sin saberlo, podrían hacerlos participes de estas técnicas y mecanismos del control proveniente del otro social.

Por tanto, la forclusión de la dimensión de sujeto que promueve el discurso de la evaluación atañe tanto a los profesionales como a aquellos que nos vienen a consultar. Del lado de los profesionales, que realizan su labor en los distintos ámbitos sociales, se les impide realizar su función, es la manera que tiene de arrollar este discurso y del lado el psicoanalista que es el que sostiene de manera más radical el surgimiento y el sostenimiento de la dimensión de sujeto, en el caso de los niños con graves dolencias, promover la dimensión de sujeto de los padres ha sido fundamental para producir una apertura a la dimensión de sujeto de sus hijos.

Y es por eso que el Forum de Sevilla es una cuestión que nos concierne a todos.

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(IN)CERTEZAS BORRASCOSAS EN LA EDUCACIÓN
Dolors Tohà
(Pedagoga en un Equipo de Asesoramiento Psicopedágogico -EAP-). Barcelona.

En el libro ¿Quiere usted ser evaluado? Jean-Claude Milner plantea los dos paradigmas que rigen nuestra actualidad: el paradigma problema-solución y el de la evaluación. Nos muestra cómo un problema viene a ser sustituido por “su solución”. Actualmente la solución puede ser la propia evaluación, es decir, la solución al problema será tener el “problema evaluado”. Así, un objeto queda sustituido por un objeto evaluado y un niño también puede sustituirse por un objeto evaluado, es decir, medido y mesurado.

Para la actual reforma educativa, la LOE, las finalidades de la educación son: aprender a ser, aprender a estar, a habitar el mundo y aprender a aprender. Conseguir estas finalidades-ideal, desde estos dos paradigmas y bajo el discurso de la primacía causa-efecto, da lugar a escenarios de lo más inverosímiles. Quizás podría expresarse mejor esta fragmentación en el estilo de las viñetas de cómic.

Medidas para combatir el fracaso escolar, programas de “impulso” de la lectura, programas de “convivencia”, “detección” de los trastornos de aprendizaje, y un sinfín de proyectos de una ingenuidad infantil asombrosa, son lanzados como la nueva Biblia de nuestros tiempos. Todo ello va obturando la vida de unos Centros educativos en los que la petrificación subjetiva aumenta a la velocidad que acontecen los fenómenos. Unos acontecimientos, aparentemente desconectados y dispares, que no pueden ser “leídos” sino respondidos desde la urgencia. En este panorama, el saber no sólo queda desplazado sino que no halla por donde circular. Las certezas ocupan su lugar. La amenaza de lo incierto causa terror. Así, se corre hacía el ideal, ignorando que en realidad se huye despavoridamente de algo, la incerteza, que está permanentemente al acecho.

Desde esta lógica, las dificultades en la lectura, cálculo, comportamiento… son sustituidas por su protocolo específico.

Una de las “causas” del fracaso escolar, por ejemplo, es que se ha “detectado” que los alumnos llegan a secundaria sin haber adquirido “una buena competencia lectora”. Afortunadamente ya ha aparecido “la solución”: el lanzamiento del programa “impulso a la lectura”.

Pero, ¿cómo leer en una realidad que corre ante nuestros ojos de forma tan vertiginosa? ¿Acaso lo pueden los que obedecen ciegamente al imperativo “inmediatez”? ¿Y los que sólo alcanzan a plantearse qué protocolo aplicar? Entonces, ¿quiénes son los que no pueden leer? ¿Es posible hacer alguna lectura desde la condición de objeto susceptible de ser mesurado y medido?

Otro aspecto que resulta inquietante es el empuje a la autonomía en los niños. “¡Hay que fomentar la autonomía!”, otra de las certezas-premisa básicas para que los niños puedan “aprender a aprender”. ¿Cómo puede articularse la autonomía desde la lógica del control? Han de aprender a organizarse a la hora de entregar las tareas que se les pide, muchas veces desde el exceso y la desregularización. Eso sí, deben organizarse de un modo determinado y en unos tempos que “son los correctos”. ¿Cómo van a organizarse si no se acoge su particular “saber hacer”?

¿Cómo puede responderse a eso si no es grabando un policía en el interior de cada niño? Tal vez, cuando se habla de “impulsar la autonomía”, cabe plantearse si la auténtica finalidad que se pretende desde las administraciones del poder - que entienden la educación desde el control- sea inyectar al vigilante en cada uno.

Bajo la máscara “políticamente correcto”, los Centros cuentan con unos espacios “para la reflexión, la coordinación, la planificación”. Acostumbran a colapsarse de certezas encadenadas, en formato “causa-efecto”, “problema-solución”. O bien, en espacios para decidir dónde se pone la cruz al protocolo. Desde mi lugar como asesora, resulta una proeza introducir algún interrogante ante algo que opera y es aceptado como un axioma divino, sin más.

En este empuje hacia la acción y la inmediatez, hoy en día, darse un tiempo para la elaboración es una heroicidad.

Desde el marco de mi trabajo en un equipo de asesoramiento psicopedagógico, hemos creado un espacio fuera de “lo urgente”. Un Seminario formado por maestros de educación especial, psicopedagogos de secundaria, de equipos de asesoramiento psicopedagógico y de Servicios Específicos. Inscrito en el horario laboral. Oficial, es decir, está contemplado en el plan de formación permanente y al realizarlo se adquieren puntos para la promoción profesional. Nos amparamos en la lluvia de adjetivos que operan para calificar lo que algo no es (escuela inclusiva, trabajo cooperativo, escuela comprensiva). Y nos adscribimos a uno de ellos: “la práctica reflexiva”.

Nos permitimos el lujo de llamarlo lugar de desaceleración. No pretendemos “solucionar” nada. Estamos abiertos a que pueda surgir algo nuevo de verdad, una invención. Un paréntesis entre todas estas “supuestas novedades” que emanan aceleradamente y que sólo vienen a perpetuar a que se repita “lo mismo de siempre”. Hemos podido sostener, de forma heroica, permanecer desorientados por un tiempo y desobedecemos al imperativo “concluye ya”.

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MUCHACHOS QUE HABLAN DESDE SU SINGULARIDAD
Rosa Godínez

Escribiendo algunas notas previas en relación al Foro La infancia bajo control que se celebrará en Sevilla, me encuentro con el acontecimiento de otra celebración: la presentación ayer martes 3 de abril en Barcelona del documental “Unes altres veus” de nuestro colega y amigo, Iván Ruíz

Esta presentación da un giro al escrito que estaba confeccionando para las Lecturas críticas. Aunque no-todo.

Una vez que la mirada del psicoanálisis ha logrado atravesar la pantalla, de la buena manera, ha producido un contenido discursivo que llega a la red social y ha plasmado una imagen, a mi parecer de una excelente calidad artística, nos queda no sólo dar la enhorabuena a los productores y actores de este especial film, si no también continuar con nuestra particular tarea como psicoanalistas. Sostener y transmitir el nudo entre clínica y política.

Ayer en la calle tomada por familiares, amigos y amantes del psicoanálisis, me ocurrió algo inesperado. Fue el encuentro con algunos, no anónimos. Antes de la entrada al cine, me acerqué a una pareja de padres de un niño púber (autista) que atiendo desde una institución pública. La madre no sabía si saludarme o no. No quería molestar. Sabíamos, sin decirlo, que ahí los que estábamos, lo hacíamos en calidad de espectadores expectantes, de acompañantes de nuestros colegas de l´Associació Teadir, y sobre todo estábamos ahí, sencillamente y complicadamente, como SUJETOS. Por tanto, algo nos unía. De esta manera, la mujer me presentó a su marido, padre de mi paciente. Al que, a pesar del tiempo transcurrido en alojar y escuchar a su hijo, aún no había conocido. Este evento pues nos acercó. Y allí, en ese lugar y en ese momento, escuché al padre hablándome de su hijo. La transferencia en juego, siempre se ha de mantener y cuidar. Dado el escenario del acontecimiento no era fácil manejarse, puesto que los afectos estaban en juego. Pero, en definitiva, estábamos todos en calidad de hombres y mujeres acarreando cada uno su síntoma.

Como decían los colegas psicoanalistas en el documental, cada sujeto inventa su manera particular para manejarse en el mundo. Y no hay una única manera, por fortuna. Hay la singularidad de cada uno. En el mundo del autista, esta singularidad es absoluta, radical.

El otro encuentro fue con el chaval protagonista del documental. Me acerqué a él, con tiento, y me presenté. Sus palabras y su posición de amabilidad eran muy asombrosas, dedicándole al Otro un tiempo particular para contar –por supuesto a su manera- la alegría del momento. Entonces, una pregunta por mi parte, ¿un lapsus? produjo una conversación particular; en el punto en que cada uno soporta su propio autismo. ¿Qué tal, cómo lo llevamos?, en lugar de ¿Qué tal, cómo lo llevas? Ante el asombro de los dos, conseguí precisarle que me refería al bullicio, al lugar atestado de gente que obligaba al sujeto a estar por unos y otros. En fin, a la cuestión del lazo social. ¡Ah, bueno, muy bien, estoy muy contento!, espetó jubiloso. “Lo malo es que quizá no puedo parar de hablar”. “No te preocupes -le digo- esto y otras cosas nos pasan a todos”. Nos despedimos desde una cercanía singular, la que se produce entre quienes captan que hay un deseo en juego.

Me di cuenta que en la escena se jugaba también la cuestión que me encamina hacia el Fórum-Sevilla. Esto es, acercar a los otros la experiencia con los chavales cuya singularidad es extrema. ¿Qué ocurre sino con la angustia generalizada y desencadenada en el otro, véase el cuerpo del profesorado actual, el de los padres también, que miran fascinados la clínica del actuar de estos muchachos?. Este es un fenómeno diferente al del autismo por el ruido social que se genera, pero no tan distanciado, puesto que el niño o el joven actuador se encierra, y de manera muy complicada, en su goce autístico.

Como transmite Daniel Pennac en su libro: Mal de escuela, pasar por la experiencia, si de ello el sujeto saca un provecho, te habilita para poder saber hacer allí: “De modo que yo era un mal alumno. Cada anochecer de mi infancia, regresaba a casa perseguido por la escuela. Mis boletines hablaban de la reprobación de mis maestros. (…) llevaba a casa unos resultados tan lamentables que no eran compensados por la música, ni por el deporte, ni, en definitiva, por actividad extraescolar alguna.(…) Y yo no comprendía” (p.17).

Fue por el deseo del sujeto, a través del deseo del Otro como señala Lacan, que Daniel se hizo profesor de instituto y escritor. Debemos pues, decirles a nuestros jóvenes que siempre hay la posibilidad de un porvenir.

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