“Las clínicas gratuitas de Freud: psicoanálisis y justicia social 1918-38 “ . Segunda Parte. Por Claudine Foos (Madrid).

“Las clínicas gratuitas de Freud: psicoanálisis y justicia social 1918-38“
Elizabeth Ann Danto. Recensión de Christopher Turner

Artículo publicado en London Review of Books, el 6 de octubre de 2005. Recensión de Christopher Turner del libro Freud's Free Clinics: Psychoanalisis and Social Justice 1918-38, autora Elizabeth Ann Danto, editado por Columbia, 348 páginas.
Traducción : Carlos Schwartz.

2 da. Parte

Eran “un grupo inteligente y lleno de vida” recuerda Jacobson, y creían que el psicoanálisis podía jugar un papel utópico, liberando, a aquellos que trataba, de la represión sexual y social.
Reich, el autoproclamado líder del grupo, dudaba de que “la burguesía pudiera convivir con el psicoanálisis durante cierto tiempo sin sufrir perjuicios”.
En los años de 1920 y 1930, sugiere Danto, “los analistas se consideraban a sí mismos como agentes de cambio social para los que el psicoanálisis era un reto a los códigos políticos convencionales, una misión social más que una disciplina médica”.
Es por lo tanto enigmático que la “historia del activismo político en el psicoanálisis se haya mantenido oculta de la luz pública“*, mientras que la escuela de Frankfurt, que incorporó a la Sociedad Psicoanalítica de Frankfurt y a las tres clínicas establecidas en 1929, es muy a menudo celebrada por su fusión de la sociología con el psicoanálisis. Personalidades como Reich y Fenichel se mantienen a la sombra de Horkheimer y Adorno, a pesar de haber sido los primeros en casar Marx con Freud al servicio de lo que Reich llamaría la “revolución sexual”.

El periódico de los socialistas alemanes (Partido Socialista Alemán, SPD), Die Stunde, hacía mofa de ellos por aquel entonces por mezclar “el chocolate literario con el ajo económico” y por confundir “materialismo histórico con materialismo histérico”.

La primera de las clínicas gratuitas de Freud la establecieron en Berlín en 1920 dos miembros de su círculo íntimo: Max Eitingon, quien había dirigido los departamentos psiquiátricos de varios hospitales militares húngaros durante la guerra, y Ernst Simmel, quien había sido director de un hospital prusiano para soldados afectados por explosiones de bombas.

Casi todos los psicoanalistas que concurrieron a la conferencia de Budapest en 1918 vestían uniforme militar por haber sido reclutados como médicos militares. La Policlínica de Berlín puede ser vista como su intento de adaptar el intenso y sobredemandado tratamiento de las “neurosis de guerra” a la vida civil.

Pese a que era demasiado viejo como para ser incorporado a filas, a Freud le gustaba usar lenguaje de combate: en su ensayo de 1926 “Psicoanálisis profano”, en el cual aspiraba a seguir construyendo a partir del éxito de su Conferencia de Budapest, Freud imaginaba que los trabajadores sociales podrían “movilizar un cuerpo para dar batalla a las neurosis desatadas por nuestra civilización”.

(cuadro de Lucien Freud, hijo de Ernst Freud).

La Policlínica fue un modesto puesto de avanzada para la campaña de Freud contra las enfermedades nerviosas; ocupaba la cuarta planta de un poco significativo bloque de apartamentos y tenía sólo cinco habitaciones. Ernesto, el hijo arquitecto de Freud, que había trabajado con Adolf Loos, diseñó el interior espartano. Había un gran salón de conferencias que hacía las veces de sala de espera, con oscuros suelos de madera, una pizarra y cuarenta sillas; cuatro consultas se abrían sobre aquél a través de puertas dobles insonorizadas, decoradas con buen gusto con grandes cortinados, retratos de Freud y un sencillo diván de caña. Un paciente reaccionando ante la aparente ausencia de parafernalia médica se marchó decepcionado murmurando: ”¿No hay lámparas ultravioleta?”.

Eitingon, quien procedía de una rica familia dedicada al comercio de pieles, sufragó los gastos de la clínica (ya había asumido las significativas deudas de la Asociación Psicoanalítica Internacional). Danto lo describe como “un hombre pequeño de rostro redondo y pelo corto y oscuro prolijamente peinado a un costado, un bigote bien recortado y un aire de perplejidad”, “que no era conocido por su perspicacia clínica”. (Su colega Sandor Rado decía que era un hombre “totalmente inhibido y sin trazas de originalidad o imaginación científica”.)

El equipo de seis se vio rápidamente sobrepasado por pacientes de todos los orígenes sociales: el día de la inauguración tuvieron que dar 20 sesiones de análisis. Se esperaba que obreros industriales, empleados de oficina, académicos, artesanos, empleados domésticos, un director de banda de música, un arquitecto, y la hija de un general pagaran, tal como definió Eitingon, “tanto o tan poco como puedan o como piensen que pueden” para su tratamiento. La mayoría de los pacientes de hecho hacían modestas contribuciones, evaluadas de acuerdo con sus medios mediante una escala de entre 25 céntimos a 1 dólar (en dólares de 1926). Los analizantes estadounidenses pagaban entre 5 y 10 dólares por sesión, lo que compensaba holgadamente para las sesiones gratuitas que cada analista miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Berlín supuestamente debía donar a la Clínica.*

Desde su comienzo la Policlínica fue considerada como institución un buque insignia, y tras su rápido éxito una nueva Clínica gratuita se abrió en la ciudad natal de Freud.
El Ambulatorio de Viena fue iniciado en 1922 por Eduard Hitschmann, un especialista en frigidez femenina -”uno de los héroes no reconocidos del psicoanálisis”, según Danto- con la asistencia de Reich.

El Ambulatorio tenía un emplazamiento aun más deslucido que su pariente modernista de Berlín; “como la vivienda de un portero en una propiedad opulenta” de acuerdo a la descripción de Danto. El vetusto edificio de listones era compartido con la Sociedad de Cardiólogos, cuyos miembros lo abandonaban por la tarde.
La entrada de emergencia para los enfermos con crisis cardíacas era usado por los analistas como sala de reunión, y las cuatro plazas de ambulancias servían como consultas compartidas. Una mesa de metal para reconocimientos con un incómodo colchón de resortes servía de diván (los pacientes tenían que usar una escalera para acostarse en él), y el analista se instalaba sobre un banco de madera. “Después de cinco sesiones sentíamos el efecto de una exposición tan prolongada a la superficie dura”, recordaba el analista Richard Sterba.

En 1926 Ernest Jones estableció una clínica en dos plantas de una casa en el oeste de Londres, con fondos donados por un industrial estadounidense, y Ferenczi inició otra pocos años después en Budapest. “Eventualmente”, escribe Danto, “otras sociedades psicoanalíticas desarrollaron sus propios planes, algunos se cumplieron y otros no, para tres clínicas en Zagreb, Moscú, Frankfurt, Nueva York, Trieste y París”. ¿Pero eran estas Clínicas tan exitosas como Danto afirma?

Continuará.

* una excepeción notable es “La represión del psicoanálisis : Otto Fenichel y los Freudianos políticos”, libro de 1983 cuyo autor es Russell Jacoby.

* N del T : por el sentido del texto se deduce que es una orientación sobre lo que pagarían los analizantes en esa época en Alemania.

Redacción : Claudine Foos (Madrid)