Las neurociencias en el campo educativo | Mario Izcovich

Síntesis de la Conferencia dictada el 10 de junio en la sede de Tarragona de la ELP en el marco del Espacio Preparatorio del V Congreso Europeo de Psicoanálisis (PIPOL 9).

Introducción

Propongo la siguiente hipótesis de trabajo: La pedagogía hace uso del discurso de las neurociencias porque le es funcional. Fundamentalmente porque ambos discursos, que se subsumen en lo que Lacan llamó el Discurso Universitario, excluyen lo subjetivo.

Sin lugar a duda, se han hecho grandes progresos en neurociencias especialmente en el uso de diagnósticos por imagen que son muy útiles para tratar muchas enfermedades neurológicas.

Cuando se habla de neurociencias, sin embargo, hay una exageración de su uso. Esto va en consonancia con el par ciencia y cientificismo, con el abuso de la farmacología para tratar cualquier dolencia y con el exagerado uso de los diagnósticos. Todos somos susceptibles de ser diagnosticados de algo. Este plus que nos invade esconde un menos. Es decir, estamos sometidos a una ideología que busca desresponsabilizar al sujeto de lo que le pasa. Una ideología, un saber que, en definitiva, excluye lo inconsciente.

De manera que lo “neuro” se convierte en un significante amo, dando una pátina de seriedad. A pesar de que a veces se infieren ideas delirantes como que el cerebro es social, que el cerebro es solidario, se habla del cerebro emocional.

Esto tiene su lado cómico ya que lo “neuro” se usa como prefijo: neuroliderazgo, neurodidáctica, neuromúsica, neuroeducación, neurodesarrollo. Todos neologismos.

Desde hace tiempo asistimos a un diálogo importante entre el mundo de la educación y de las neurociencias. La idea que proponen es que si conocemos mejor como funciona el cerebro, se podrá educar mejor a los niños. Esto tiene connotaciones ideológicas. Si el Sujeto, no es tal y en su lugar lo que comanda es el cerebro, este es susceptible de ser tratado como cualquier otro órgano. Por tanto, algo que para el psicoanálisis sería del orden del síntoma, que esconde una verdad y además la dimensión del goce, desde esta otra perspectiva es considerado un trastorno, un déficit, algo que debe ser corregido, que necesita ser tratado desde la perspectiva del órgano. Las soluciones pasan, pues, por la química (farmacología) o a través del entrenamiento (terapias cognitivas)

La escuela confrontada con lo imposible

La escuela tal como la conocemos comienza con la Revolución Industrial. En cada época se ponen en juego ideales para tratar lo Real. Busca como sistema, ser un discurso totalizante. Sin embargo, por algún lado siempre falla, siempre se topa con un imposible.

La escuela es tierra fértil para discursos totalizantes que busquen tapar aquello que no va, aquello que está del lado del sujeto.

La escuela hace uso de discursos que van cambiando a medida que se muestran ineficaces y que señalan precisamente esa imposibilidad. Esto es vivido por los educadores como impotencia.

Algunos ejemplos de los últimos años:

Educación en la diversidad, educación de valores, inclusión, gestión de las emociones, uso de ordenadores, mediación, medicalización, uso de las neurociencias. Se legislan reformas tras reformas. Se buscan soluciones en teorías que no son nuevas, es el caso de las metodologías Montessori, Waldorf, Decroly, Summerhill y en el otro extremo el recurso al cognitivismo que tiene raíces en el siglo XIX.

La época actual tiene una novedad, el saber y las figuras de la autoridad son puestas en cuestión. Esto produce mucho malestar en los educadores, nos lo encontramos en la clínica. Son múltiples los ejemplos que nos encontramos en la vida cotidiana de las escuelas con un profundo malestar porque la escuela como sistema excluye lo subjetivo.

La escuela tiene dos funciones: transmitir un saber y siguiendo a Foucault, ordenar los cuerpos, clasificar. Tiene una organización muy precisa, en la cual se sanciona lo disruptivo porque interrumpe su funcionamiento.

En tiempos de mucha disrupción, de cuerpos agitados, de internet, de smartphones, de velocidad se acude al discurso de las neurociencias en búsqueda de una solución.

El cognitivismo y las neurociencias vienen a ocupar el discurso dominante buscando dar soluciones a aquello que no lo tiene.

La educación, hoy en día, pasa cada vez más, por el eje emoción-cognición. Uno de los mantras de la escuela de hoy es la “gestión de las emociones”. Hablar de gestión de las emociones es una incongruencia. Las emociones no se gestionan. Esta palabra viene del mundo de la empresa. Una empresa se gestiona.

Las emociones se expresan. Y son un efecto. No ocurren porque sí. Se busca acallar aquello que haga ruido, que se salga de la norma. Más bien, se trata de controlar las emociones. Se busca mas bien el control de sus efectos, de sus conductas, precisamente, lo contrario de lo que se dice: por ejemplo, que alguien no esté triste cuando debería estarlo.

En definitiva, se busca controlar el goce, mientras que en psicoanálisis la función de la educación más bien tendría que ver con la regulación del goce. Si seguimos en el nivel de la gestión lo que se busca es convencer al niño de que su conducta es errónea.

En ese sentido el discurso de las neurociencias es funcional a la escuela, para que la cosa siga funcionando. No dice nada nuevo, pero justifica lo que se hace. La ciencia es la que dice de forma neutral cuando un niño no puede aprender porque es TDAH, por ejemplo. En definitiva, esto plantea una posición ética acerca del lugar del educador en relación con el proceso de aprendizaje. Así como el reconocimiento de que es necesario el consentimiento del niño a querer aprender y que esto no está dado de antemano. Para el psicoanálisis, el lugar del educador es central para poder facilitar o ayudar a producir en el sujeto ese consentimiento.

Mario Izcovich, miembro de la ELP y de la AMP.