La soledad del analista. Luis-Salvador López Herrero (León)

Acabo de aterrizar. Me piden que participe para la reflexión bibliográfica con celeridad. Lo pienso y dudo -porque no va con mi estilo tanta rapidez-, pero lo acepto y escribo, porque reconozco que me interesa la temática acerca de la soledad del analista y su articulación con la Escuela, como promotora del trabajo analítico.

La soledad siempre me ha parecido un estado afectivo necesario para la creatividad y, no me cabe duda que la Escuela ha sido para mí, un buen instrumento para este logro. Pero no es fácil, sin embargo, articular soledad y Escuela. Al menos, a priori, no van de suyo. Entonces, ¿cómo pincelar todo este asunto?

Siempre me ha llamado la atención ese comentario que Miller rescata de Lacan, en su texto, La Escuela y su psicoanalista(1999). Lacan está esbozando, con tormento, la creación de su Escuela. Pero no en cualquier momento, sino en esa encrucijada crucial en donde se ve obligado a tener que abandonar la IPA y fundar su Escuela.

“En aquel momento había un grupo de alumnos suyos que querían salvarlo y formar una escuela de notables. Sin embargo, semanas después, Lacan dio a conocer ese texto donde dice ‘fundo solo’. En aquel contexto, era decir que no estaba fundando con ellos. Lacan se planteaba como el ‘más uno’ de la Escuela, sin estar incluido en la serie. Y el performativo, así como el ‘más uno’, comportan la soledad. Es un tema para reflexiones infinitas; además, invita a pensar qué le llevó a esa soledad” (1).

A qué apunta esa soledad de Lacan. Un paciente me dice: “Me siento solo”. Su supuesta soledad remite a las diferentes sensaciones vertidas, en su mente, acerca del alejamiento del Otro a partir de una enfermedad. No le llaman las amistades, el médico no se preocupa suficientemente de su estado, su mujer sigue haciendo su vida mientras él se ve postrado con su rumiación pertinaz… Le interpreto al hilo de su historia: “Más que soledad, usted se siente abandonado”.

La palabra abandono tiene aquí una connotación francamente diferente a la de soledad. Mientras “abandono” remite a la espera del Otro, bien sea a su demanda o a su deseo, la soledad, bien entendida, apunta a un modo de estar en la vida mucho más íntimo –y quizás más consustancial con la condición del ser parlante-, que tiene como efecto estelar el acto creativo. La soledad, aunque parezca todo lo contrario, no sólo sería uno de los aspectos más verdaderos de la condición del sujeto, sino también el acicate de la creación. Así puede ser para todos; así fue siempre. Pero hay que descubrirla, “de la buena manera”, para precipitar junto a ella ese acto que verdaderamente hace corte con el Otro y permite crear. Justamente la experiencia analítica permite iluminar esa parcela de soledad y de respuesta creativa que bordea el agujero particular de cada uno, permitiendo la presencia del acto creativo como efecto o respuesta a “eso”.

Por eso la soledad, bien entendida, no es el abandono del Otro ni siquiera su alejamiento momentáneo, sino más bien la plena aceptación de la singularidad, y de la particularidad más íntima, que marca la diferencia y tensiona cualquier lazo. Es, en cierto modo también, una forma de aceptar esa condición particular de goce capaz de instrumentalizar ese malestar inherente que despierta lo real.

En este sentido, creo que la creatividad lleva a la soledad y también a la responsabilidad de un acto que brota a partir de lo más singular de uno.

Entonces, ¿qué le llevó a Lacan a esa soledad? La soledad del analizante que busca y encuentra, en su recorrido particular, su propio objeto, su invención. De este modo, la invención de Lacan, el objeto a, necesitaba para su desarrollo posterior la presencia de un nuevo marco, una nueva Escuela que pudiera albergar su descubrimiento, libre ya de los anclajes oxidados y maniatados de la IPA. Por eso, en rigor, Lacan no es abandonado por la IPA, sino que es él quien abandona a esa institución para poder ir cerniendo, de un modo mucho más singular, su propio descubrimiento.

De ahí que a la pregunta que se le realizó, una vez pasados los cuatro años de fundación y dirección de la Escuela: “¿Y ahora qué pasa con la dirección? Lacan miró para otro lado y continuó con otros dieciséis años” (2), para proseguir así, solo, pero no aislado, con su labor singular creativa.

Notas:
(1) Página 252, Introducción a la clínica Lacaniana, Jacques-Alain Miller, RBA, Barcelona, 2006
(2) Ibid. Página 253.