Democracia y lógica Edípica. Joaquín Caretti Ríos (Madrid)

“Cuanto más se apunte a la norma, más se pagará el precio del retorno del amo”
“La democracia no es el régimen parlamentario o el Estado de derecho. Tampoco es un estado de lo social, el reino del individualismo o el de las masas. La democracia es, en general, la forma de subjetivación de la política – si por política se entiende otra cosa que la organización de los cuerpos como comunidad y la gestión de los lugares, poderes y funciones.”

Teología democrática
Carl Schmitt en su trabajo de 1922 titulado “Teología Política” sostiene que “todos los conceptos sobresalientes de la moderna teoría del Estado son conceptos teológicos secularizados”. Esto afirmación nos va a servir para orientar lo que quiero trabajar hoy: cómo la lógica edípica opera en la democracia y cómo, a pesar del declive de las funciones de representación y liderazgo, estas siguen siendo parte de la estructura política y de la aspiración de los sujetos. A su vez cómo el quedar preso de esta lógica atenta a la continuidad de cualquier proyecto democrático.

Sabemos que a partir de la Revolución Francesa quedaron deslegitimados los gobiernos que se sostenían en la religión, en la tradición o en la fuerza pasando dicha legitimidad al pueblo que es considerado, desde entonces, el depositario de la soberanía. Se suprime la aristocracia de la sangre y de la familia, construyendo así una nueva legitimidad: la democrática. El soberano no va a ser más el monarca identificado con Dios sino el Pueblo-Nación-Estado, quienes ejercerán dicha soberanía a través de sus representantes. A su vez se sostiene la libertad y la igualdad de los hombres en la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789. ¿Dónde está entonces la teología secularizada de Schmitt si lo que se intenta en democracia es hacer desaparecer del derecho y de la política cualquier idea de soberanía que, de forma inmanente, se encarnaría en una persona?

La norma y la excepción
Para ello debemos entrar primero en el problema de la norma y la excepción. Carl Schmitt aborda el análisis de la soberanía afirmando que el soberano es aquel que decide sobre el Estado de Excepción. Va a plantear de este modo una tensión entre la norma que rige para todos y el Estado de Excepción que es un momento de suspensión de la norma general estableciendo que lo que impera es una ley excepcional. Queda suspendido el Estado de Derecho y las garantías individuales en aras de situaciones que así lo requieren, como pueden ser la guerra, las epidemias, las catástrofes, etcétera; situaciones que ponen en peligro la seguridad y el orden público, casos extremos donde se aspira a dominar una situación de caos. Pueden incluirse también, como modalidades del ejercicio de la soberanía, el derecho a veto de una ley o la potestad de indultar. Esto nos sitúa ante dos cuestiones: en primer lugar, quién decide el estado de excepción y en segundo, la paradoja que exhibe una ley que tiene la potestad de suspenderse a sí misma. Si soberano es el que decide, lo hace, en una democracia, autorizado por la ley y con todos los recaudos necesarios como son que participe el parlamento autorizando al presidente a declararlo. Se trata en la democracia de intentar eliminar la figura del soberano aunque la estructura de la decisión permanece y como sostiene C. Schmitt “decidir si se puede o no eliminar el caso excepcional no es un problema jurídico. Abrigar la esperanza de que algún día se llegará a suprimirlo es cosa que depende de las propias convicciones filosóficas.” Sabemos el valor que, desde el campo psicoanalítico, damos al problema de la decisión como acto subjetivo fuera de cualquier norma; por eso nos interesa como lo piensa Carl Schmitt dentro del Derecho, como un acto que escapa a la determinación general.

El Soberano, al decidir, lo que decide es suspender la misma ley que lo autoriza, lo cual plantea la paradoja de una ley que se anula en el mismo momento de ejercerse, mostrando, de este modo, que no hace falta el derecho para crear derecho: “Auctoritas, no veritas facem legis” dice Hobbes en el Leviathan. Subsiste un orden aunque este no sea jurídico, no es el caos. El Soberano muestra, de este modo, su superioridad sobre la norma jurídica al suspenderla. Quedan delimitados dos campos: el de la norma en el que están incluidos todos y el de la excepción que compete sólo a uno, al que tiene el poder de tomar la decisión de suspender la norma. ¿Pertenece el Soberano al campo de la norma o queda excluido de él? Podríamos pensar que pertenece no perteneciendo o que no pertenece perteneciendo mostrando así la tensión de un imposible de definir, aunque para Schmitt norma y excepción están en el campo del derecho. Por otra parte sabemos que la norma para ejercerse necesita un medio homogéneo, no caótico, siendo el soberano el que decide si la situación es normal o no lo es. Retengamos la palabra homogéneo por las connotaciones actuales que pueda tener.

Otro aspecto que me interesa resaltar en Schmitt sobre la idea de la excepción es que esta perturba la unidad y el orden del esquema racionalista siendo más interesante que el caso normal: “Lo normal nada prueba; la excepción todo; no sólo confirma la regla, sino que esta vive de aquella. En la excepción hace la vida real con su energía saltar la catástrofe de una mecánica anquilosada en pura repetición” y citando a Kierkegaard dice: ”La excepción explica lo general y se explica a sí misma. Y si se quiere estudiar de verdad lo general, no hay sino que mirar la excepción real. Más nos muestra en el fondo la excepción que lo general.” “Es la excepción soberana la que va a definir el espacio mismo en que el orden jurídico puede tener valor”

Pienso que el intento de hacer desaparecer la estructura de la excepción del funcionamiento del Estado de Derecho, limitándolo al máximo posible, es una ilusión, porque dicha estructura -Norma/Excepción- coincide con la lógica subjetiva edípica. En el Edipo opera la ley del padre, el Nombre del Padre, delimitando el campo donde todos son iguales ante una ley que prohíbe el goce de la madre, normativizándolo bajo el semblante del falo. Es el padre, como excepción, el que puede gozar de todas ellas, tal como lo afirma Freud en Tótem y Tabú. Lacan, a su vez, va a formalizar lógicamente al Edipo freudiano sosteniendo que el campo de la excepción y el para-todos es el campo de la sexualidad masculina. Por ello podemos afirmar que es el Edipo masculino el que se verifica en la política: para todos opera una ley menos para uno que no se inscribe en la misma. Esta excepción del Padre delimita, como excepción que confirma la regla, el campo subjetivo masculino. Al igual que en la idea de soberanía, hay uno, el Padre-Soberano, que no se puede decidir si está dentro o fuera del para-todos. Si bien en formas de gobierno anteriores a la democracia, esta lógica estaba más clara, ya que el monarca era el que encarnaba la excepción, en el sistema democrático también está instaurada esta lógica estructural del sujeto. Esto nos podría ayudar a pensar porqué no es posible llevar adelante ningún proyecto emancipatorio sin la figura de un líder que encarne en sí mismo la conducción de un proyecto y aún más, la generación de un proyecto. Pareciera imposible llevar adelante cualquier cambio político sin la figura de un conductor que serviría a las masas de ideal identificatorio. Aquí no hay diferencia entre los fenómenos totalitarios o democráticos; la misma necesidad de liderazgo se verifica en los dos casos. Por lo tanto la ilusión democrática de haber terminado con la lógica del Padre se verifica como eso, una ilusión racionalista. Estamos inmersos en la lógica del Padre.

La agonía de la democracia
La quiebra de los Estados Totalitarios en el siglo pasado, Estados que habían ilusionado a millones de seres humanos, y el triunfo consecuente de la democracia liberal, aliada del mercado y del capitalismo, llevó a creer que se había acabado la historia y lo que comenzaba era el tiempo posthistórico de la humanidad. Sin embargo, diferentes pensadores han advertido de la falacia de esta creencia así como han manifestado su preocupación por los riesgos que corría la democracia de derivar en regímenes totalitarios. Aún más, regímenes que se enuncian como democráticos sólo lo son aparencialmente, manteniendo formas de totalitarismo velado que hace de esas sociedades siervos voluntarios de un amo televisivo. Esto los ha llevado a pensar sobre la cercanía que existe entre la democracia y el totalitarismo. El propio Andrea Greppi, con el cual comparto la mesa hoy, sostiene en su libro “Concepciones de la democracia en el pensamiento político contemporáneo” que “la alternativa a la democracia de los liberales es la quiebra de la democracia misma sostenida en el desencanto democrático. No faltan señales de alarma (…) tan graves como la desigualdad creciente, ante la que naufraga la promesa emancipatoria de la modernidad” Y también: “La agonía de la democracia en tiempos de globalización y de constantes revoluciones tecnológicas no depende de la maldad de los gobernantes, de la voracidad del mercado, (…) como de que ya nadie está en condiciones de gobernar.(…) Se abre así una nueva vía hacia el estado de naturaleza, hacia el totalitarismo, identificado ahora con una nueva forma de negación de la política”

Jacques Rancière afirma a su vez que “El sistema consensual celebraba su victoria sobre el totalitarismo, como victoria final del derecho sobre el no derecho y del realismo sobre las utopías. (…) Sobre las ruinas de los estados totalitarios se desencadenan el etnicismo y las guerras étnicas. Esta amenaza llega a instalarse en el corazón de los estados consensuales”.

Es Giorgio Agamben el que explica esta cercanía sosteniendo que el núcleo de la democracia, el paradigma oculto del espacio político de la modernidad, es el campo de concentración como absoluto espacio biopolítico, del que tendremos que aprender a reconocer las metamorfosis y los disfraces. Este sería la expresión práctica del estado de excepción que reina en las formas de gobierno totalitarias y también en la democracia. Es la atención que toma la política sobre la Zoe, la nuda vida, incluyéndola en los mecanismos y cálculos del poder lo que va a hacer que la política se transforme en biopolítica. El cuerpo del sujeto pasa a ser parte de la política. Este, según Foucault, es el acontecimiento decisivo de la modernidad: ”el hombre moderno es un animal en cuya política está puesta en entredicho su vida de ser viviente.”. Aún más, el ocultamiento de esto constituye el núcleo oculto del poder del soberano. La transformación radical de la política en espacio de la nuda vida, ha legitimado proyectos totalitarios de dominio. “Sólo porque en nuestro tiempo la política ha pasado a ser integralmente biopolítica, se ha podido constituir en una medida desconocida como política totalitaria.” Surge así una politización de la nuda vida, de la sexualidad, de la reproducción, de la salud, de la muerte, del deseo, de los goces, con “la irrupción de principios biológico-científicos en el orden político.”, haciendo que se pierda la definición aristotélica del hombre como un animal viviente y capaz además de existencia política. Es la política democrática la que entra en el terreno de la pura vida poniéndola bajo su control al igual que hacían los Estados totalitarios del siglo XX. Esto favorece la emergencia de nuevas formas de totalitarismo. Para Agamben hay un transitivismo entre Democracia y Totalitarismo.

También Jacques Lacan, adelantándose a Agamben, en “La Proposición del 9 de octubre de 1967” asimila los tres registros -simbólico, imaginario y real- a una colusión del Edipo, la Sociedad Psicoanalítica y el Campo de Concentración. Va a sostener que los campos de concentración son los precursores de lo que se irá desarrollando como consecuencia del reordenamiento de las agrupaciones sociales por la ciencia, principalmente la universalización que esta introduce. Y afirma: “Nuestro porvenir de mercados comunes será balanceado por la extensión cada vez más dura de los procesos de segregación.”

El mismo Tocqueville, citado por Claude Lefort, se preocupa de los peligros que encierra la democracia por el hecho de que los hombres ya no pueden reconocer, por encima de ellos, una autoridad política incontestable, sea por derecho divino, sea respaldada por la tradición, y porque son llevados a dejarse dominar por la imagen de la semejanza y a basar el criterio de sus juicios en el hecho de acomodarse a la opinión común.

El fracaso del Todo
¿Qué podemos intentar aportar a la reflexión sobre la proximidad entre la democracia y su negación?

Lo primero es pensar que la democracia no es un sistema consolidado sino una forma de hacer política en permanente tensión y riesgo de disolución. Aún más, que la democracia es un anhelo que limita con lo imposible y por lo tanto constantemente perfectible. También que no es posible sumarla a una forma de gobierno, ya que si seguimos la cita que abre esta presentación, la democracia es una forma de subjetivar la política, y a su vez es un obstáculo a cualquier consolidación definitiva de lugares sociales “naturales”; es la forma más alta de cuestionamiento político, es el palo en la rueda a cualquier forma de conservadurismo. Por ello no puede estar sujeta a una forma de gobierno: es, más bien, lo que va a cuestionar permanentemente la forma de gobierno. Es lo que impediría que la política se transformara en gestión de recursos.

La lógica democrática que aspira a la igualdad y cree haber suprimido la excepción soberana y la decisión consecuente, tiende a desnivelar la balanza edípica del lado del todos iguales, del lado de la norma, olvidándose de la excepción necesaria para que cierre el conjunto del Todos. Este declive del Uno es lo que va a mostrar que es la propia dinámica democrática, con su amor por la norma, la que encierra el germen de su desaparición. Esto se verifica en cómo la revolución democrática junto con el auge de la Técnica y de la lógica capitalista, provocan el declive actual de la autoridad, la futilidad de los ideales y los semblantes, la desaparición de los grandes relatos ordenadores de la modernidad, la pérdida de valor de las estructuras de representación, su deslegitimación y el consecuente fracaso de los partidos; el “que se vayan todos” de Argentina en el 2001 ponía en acto la desaparición de los semblantes: la sociedad no lograba ser representada por los políticos ni construir una alternativa, con el consecuente volver sobre una vida altamente individualizada donde el goce se hace norma. A su vez, constatamos un rebrote de los proyectos nacionalistas y segregacionistas en distintas partes del globo, junto con la emergencia de señales totalitarias en la forma que tiene la política de pensar la nuda vida de los ciudadanos. Podríamos decir que la lógica norma/excepción, el Nombre del Padre, fracasa, no alcanza para que la democracia perdure. El totalitarismo es la nostalgia de un Padre que ordene, imponiendo un cierre de la sociedad sobre sí misma. En el corazón de la democracia está, entonces, el riesgo de un llamado al totalitarismo. Afirma Jacques-Alain Miller en “De la naturaleza de los semblantes”: “Y es que para que las cosas funcionen como corresponde tienen que funcionar un poco mal, tiene que haber bastantes fallas; es preciso que la norma se afloje lo suficiente como para hacer lugar a lo anormal y evitar el retorno… (del Amo), a menos que se lo desee.”

Hay una tensión estructural entre el anhelo democrático del para todos la misma ley, el para todos la igualdad, y la presencia de la excepción bajo la forma de la ley paterna. Cuanto más se convoca a la igualdad, cuanto más se hace masa de los sujetos, cuanto más se invoca a la norma y más se intenta hacer desaparecer la excepción, más se convoca a la otra cara de la ley, a su faz obscena, más se dejan de lado las vidas singulares, más se actualiza la necesidad de un amo. La lógica del padre normativiza, homogeniza, socializa a los hombres pero a su vez, su declive, que pareciera abrir las puertas a un goce sin límites, en realidad abre la puerta a la presencia de un superyó feroz que exige más y más. Hoy, en el orden del goce, no sólo hay un derecho al goce sino un deber de gozar universal. Esta ley ambivalente, bifásica, hace de la democracia un sistema inestable a punto de su disolución permanente.

Aliada la ley con la pulsión de muerte, impone la otra cara de la ley pacificadora paterna y libera lo que De La Boétie llamó la servidumbre voluntaria, tan sorprendente para él: ”(…) tratemos de conjeturar, si podemos, cómo esta obstinada voluntad de servir se ha enraizado tan profundamente que ya parece que el amor mismo a la libertad no es tan natural.” Y concluye que están los hombres “no forzados por una fuerza mayor, sino de algún modo como encantados y fascinados por el solo nombre de uno.” Un nombre, un significante, ocupa el lugar del ideal quedando los sujetos identificados, protegidos por la encarnación del Amo y a su vez sometidos voluntariamente a una voluntad despótica. Esto, efectivamente, no podría haber sido hecho sin el consentimiento voluntario de los sujetos tal como sostiene Freud en Psicología de las Masas: “La masa quiere siempre ser gobernada por un poder irrestricto, tiene un ansia extrema de autoridad: según la expresión de Le Bon, sed de sometimiento.”

El no-todo
Según lo que venimos analizando, algo le falta a la democracia que le permita salir de una lógica que convoca a su disolución. Algo le falta a la democracia que, en cuanto puede, toma la vía totalitaria y avanza sobre los rieles de una servidumbre anhelada. Algo tiene que ver la subjetividad tal como sostienen La Boetie y Freud. Alguna responsabilidad recaerá sobre los ciudadanos de aceptar al tirano.

Sabemos que hay vida más allá de la lógica de la norma y la excepción. Es la lógica del no-todo norma y excepción, la lógica de lo femenino tal como la denominó Lacan, la que nos introduce en un lugar donde la excepción no opera y por lo tanto no es posible cerrar ningún conjunto. Los sujetos que se ubican de ese lado no se ordenan haciendo grupo, se cuentan de uno en uno. Este campo es el de la serie, el de la singularidad radical del síntoma de cada uno, de lo ilimitado, el de la invención. Es el campo de la creación posible. Es el campo donde contando con la norma y la excepción, se puede ir más allá de ello. Es el terreno de la soledad subjetiva donde cada sujeto se encuentra con su síntoma singular, es decir, con la forma en la cual gestionó el desencuentro radical con la palabra, la sexualidad y la muerte. Si encuentra el saber hacer con su singularidad ya no le será necesario identificarse y hacer grupo. Podrá compartir con otros un nosotros lúcido, agradecido. Podrá participar en el proyecto de un conjunto desde la soledad creativa.

Desde el campo psicoanalítico venimos sosteniendo que el momento civilizatorio actual se inscribe en esta lógica, que ha habido un pasaje de la lógica del Todo a la lógica del no-todo, lo que implicaría una feminización de lo social. Sin embargo, lo que constatamos es que este no-todo tiene un punto de invivible, de insoportable: esto lo podemos verificar en lo que representa para la subjetividad la exigencia imperiosa de felicidad, la deslimitación del goce, el fracaso de los lazos sociales, la falta de un proyecto político que permita trabajar por una vida mejor, la ausencia de palabras verdaderas, la carencia de significantes amos que faciliten la lectura de la realidad, las crisis globales, la falta de potencia de los Estados, el sometimiento de Occidente a la lógica del capital y de la explotación, el enaltecimiento de la salvación individual, el crepúsculo del deber, la deriva en la que parece haber entrado el mundo. Todo esto sitúa a los sujetos en una posición angustiada y sin futuro. Como dijimos, la civilización ha sido tomada por el discurso capitalista y emplazada por la técnica a convertirse en mercancía, ambos operando sin límite alguno. Son ellos quienes pervierten la lógica no totalizante, homogenizando el goce y obstaculizando la singularidad, habiendo suprimido la excepción. Es un retorno sobre el “para todos” pero ahora proponiendo un mismo goce sin límites -una norma universal- que convoca a la faz mortífera del superyó. Es decir, que no habría tal feminización del mundo sino una apropiación radical por parte del capitalismo de una sociedad globalizada y sin referencias, lo que impide el compromiso subjetivo a través de una acción política. Sería una forma nueva de hacer masa sin contar con la excepción, en la profunda soledad de un goce señalado y exigido. Más que lógica del no-todo lo que encontramos es la ausencia de la castración con un paratodismo exacerbado: todo goce es posible y exigido.

Algo esta pendiente en el ejercicio democrático que le permitiera ir más allá de la lógica edípica, lógica del Uno-Todo, haciendo uso de ella, para encontrarse con la lógica emancipatoria del no-todo.

A modo de conclusión
¿Sería posible una democracia donde la excepción no haga masa y se abra al terreno de la serie, del uno por uno, una democracia sin amos?

¿Es posible para un proyecto emancipatorio la apropiación de lo común sin caer en la anulación de la subjetividad?

¿Es posible un proceso democrático emancipatorio sin que lleve necesariamente a una deriva totalitaria?

¿O es inherente a cualquier proyecto político la estructura del Uno-Todo que pretende cerrar el campo a las apuestas singulares?

¿No muestra la lógica femenina, que no hace grupo, la presencia en cada uno de la excepción bajo la forma de la decisión singular y el síntoma propio?

¿Entonces, una democracia de singularidades que no hagan masa?

Finalmente, quiero completar la cita con la que empecé, donde J. Rancière nos da su concepción de la democracia: “Más precisamente, democracia es el nombre de una interrupción singular de ese orden de distribución de los cuerpos en comunidad que se ha propuesto conceptualizar con el empleo de la noción ampliada de policía. Es el nombre de lo que viene a interrumpir el buen funcionamiento de ese orden a través de un dispositivo singular de subjetivación”

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*Este trabajo cobró su inspiración de las clases IV y V del seminario “De la naturaleza de los semblantes” dictadas por Jacques-Alain Miller el 11 y el 18 de diciembre de 1991.

Referencias:

Rancière, Jacques. El desacuerdo. Nueva Visión, Buenos Aires, 2007, p. 125

Schmitt, Carl. Teología Política. Editorial Struhart y Cía., Buenos Aires, p. 57

Greppi, Andrea. Concepciones de la democracia en el pensamiento político contemporáneo. Trotta, Madrid, 2006, p. 169

Rancière, Jacques. El desacuerdo. Nueva Visión. Buenos Aires, 2007, p. 154

Agamben, Giorgio. Homo Sacer. Pre-Textos. Valencia, 2003, p. 151

Miller, Jacques-Alain. De la naturaleza de los semblantes. Paidos, Buenos Aires, 2002, p. 62 (El entre paréntesis es nuestro)

De La Boétie, Étienne. Discurso de la servidumbre voluntaria. Trotta, Madrid, 2008, p. 231

Freud, Sigmund. Obras Completas, Tomo XVIII. Psicología de las masas y análisis del yo. Amorrortu, Buenos Aires, 1979, p. 121