LA ETERNA Y SIEMPRE INACABADA ASPIRACIÓN A LLENAR EL VACÍO. Por Luis Seguí (Madrid).

La creencia y el psicoanálisis
Diana Chorne y Mario Goldenberg
(compiladores)
Fondo de Cultura Económica
Buenos Aires, 2006

Sostenía Jaques Lacan -siguiendo a Freud- que la religión, la ciencia y el arte son las tres vías por las que los sujetos tratan de llenar el vacío, o dicho de otro modo, encontrar respuesta (s) a los interrogantes acerca del origen y el fin de la vida, fórmulas para combatir el dolor de existir y la angustia ante la muerte. Este volumen, compilado por Diana Chorne y Mario Goldenberg, aborda la intersección entre religión y psicoanálisis a través de los textos de doce psicoanalistas, incluidos los propios compiladores, más sendas entrevistas al filósofo francés Alan Badiou y al también filósofo y psicoanalista esloveno Slavoj Zizek, trabajos en los que comparecen también la filosofía, la literatura, la historia y la política. Huelga señalar que sobre todas y cada una de las intervenciones planea la sombra del retorno de la religión, una presencia inquietante para quienes, considerándose herederos intelectuales de la Ilustración, confiaban en la irreversibilidad de la secularización y el consiguiente retroceso -si no desaparición- de lo que Sigmund Freud describía en 1927 como una ilusión, escenificada mediante rituales similares a los de los sujetos neuróticos y, en ocasiones, inmersa en la psicosis alucinatoria. Aquel “judío infiel”, como se definía a sí mismo el fundador del psicoanálisis, pensaba que los avances del conocimiento científico y sus aplicaciones conducirían a desterrar las supersticiones que mantenían a la mayoría de los seres humanos en un estadio propio de la infancia. No casualmente Mario Goldenberg, en su introducción, reflexiona acerca de la pertinencia de interrogar la afirmación de Nietzsche: “Dios ha muerto”, y la consecuencia que puede extraerse de ella: “Si Dios ha muerto, todo está permitido” -atribuida al parecer erróneamente a Dostoievsky- oponiéndole la conclusión de que “Si Dios ha muerto, nada está permitido”.

Como señala, en el primero de los textos que componen el volumen Jacques-Alain Miller, albacea intelectual y continuador de Lacan, la posición de éste con respecto a la religión difería completamente de la de Freud; bien podría decirse que, en esta cuestión, uno y otro representan, metafórica y cronológicamente, los estertores de la modernidad y la instauración de la posmodernidad -o aún más allá, de “los tiempos hipermodernos”, según Lipovetzky-. Puede que la inclinación freudiana a indagar en la religión del Padre, en la Ley Mosaica, que funda la creencia en la obediencia, estuviera inscrita en el inconsciente del propio Freud como una marca dejada allí por su propio padre, Jacob, de ordinario afectuoso y tierno, que un día de furia, cuando Sigmund tenía 7 u 8 años, le dijo que “no llegaría a nada en la vida”, un padre al que el mismo niño había visto humillarse públicamente ante una agresión antisemita. Y puede también que el anciano lúcido que intentó reconciliarse con su origen judío en “Moisés y la religión monoteísta”, estuviera a la vez tratando de suturar aquella herida. Como quiera que sea, el padre interdictor, edípico, impositor de la ley y fundante de la operación de la metáfora paterna, ¿no es de algún modo complementario del padre gozador, de la ley insensata de “Tótem y tabú”, cuyo mítico asesinato permite a los descendientes -todas las generaciones hasta hoy- sostenerse en el discurso de la ley?

En realidad, lo que se ha revelado ilusorio es la desaparición de la religión merced al progreso de la ciencia y a las aportaciones del psicoanálisis, actuando en conjunto como agentes de la des-alienación. Lacan lo percibió claramente y fue elaborando un pensamiento nuevo acerca de la religión, en particular acerca de la religión católica, que arranca en l969 con su “Discurso a los católicos” pronunciado en Bruselas, prosigue en Lovaina en l972, y culmina en Roma en l974: “el psicoanálisis -dice- podrá sobrevivir o no, pero la religión triunfará”. Y agrega: “la verdadera religión es la romana (...) hay una verdadera religión y esta es la cristiana”. ¿Es el hijo de familia burguesa, tradicionalista y conservadora educado por los maristas, el que habla? Se trata, naturalmente, de una pregunta retórica. Lacan, buen conocedor de la doctrina de los Padres de la Iglesia y de la escolástica medieval, optó por la religión del Hijo, que se vale de la verdad, sin abandonar la indagación sobre el padre: el “Nombre del Padre” -expresión claramente religiosa, como señala Mario Goldenberg-, o el “gran Otro”, o el “Sujeto supuesto Saber”, conceptos todos centrales en la teoría de Lacan a través de sus distintas épocas, conducían, junto con toda la problemática de la verdad, “a un injerto cristiano en el psicoanálisis” (J.A. Miller), a reivindicar la inserción del psicoanálisis en la tradición cristiana. El triunfo de la religión consiste, precisamente, en su carácter perdurable, inextinguible, en tanto proveedora de sentido, y opera como una terapia “menos considerada como algo que vale por la verdad que transmitiría que como algo validado por sus efectos de bienestar” (J.A. Miller). En la citada intervención de l974, Lacan había afirmado que ante las perturbaciones introducidas por la ciencia -el malestar, la extensión de lo real- la religión estará allí para dar sentido, porque “para eso fue pensada la religión, para curar a los hombres, es decir, para que no se den cuenta de lo que no anda”. O bien, se podría agregar, para tener un consuelo una vez que se han dado cuenta de lo que no anda.

De ahí la futilidad de impugnar la religión por la rigidez de sus dogmas, por su ausencia de racionalidad, o lo indemostrable de sus afirmaciones. El axioma credo quia absurdum -creo porque es absurdo- adquiere todo su sentido cuando la creencia se considera el camino adecuado para llegar a comprender o, lo que es lo mismo, la creencia como fundamento de la razón. El texto de Diana Chorne indaga en la relación entre la ciencia, la creencia y la razón remontándose a los conceptos de Verleugnung -renegación, en su traducción más común- y de Verwerfung -forclusión-, ligándolos a la teoría del fetichismo y a la función del velo en el entramado real, simbólico, imaginario, para concluir que en su opinión la Verleugnung tiene relación con las creencias religiosas, “que no hay ninguna diferencia entre éstas y cualquiera de las otras creencias (...) Por eso afirmo que la creencia tiene un carácter estructural en el sujeto humano. El sujeto necesita creer. La creencia, en tanto está articulada a la castración, crea el velo necesario para que la vida sea posible”. Jorge Alemán, por su parte, aborda un aspecto central del psicoanálisis lacaniano relacionado inextricablemente con la religión: lo que Lacan ha denominado como el significante amo -la emergencia de lo Uno- y el momento en el que ese significante, que da lugar al resto de la cadena, surge en la cultura occidental. Se trata del monoteísmo, a partir del cual “lo Uno ha entrado en el mundo y no se ha ido nunca más”, y se trata, además, de la valorización del padre y al mismo tiempo de la deconstrucción de su figura. Siguiendo los pasos de Freud en “Moisés y la religión monoteísta”, Alemán explica el inmenso salto por el cual ese Gran hombre hace ver a su pueblo que Dios no tiene representación, que tan sólo puede ser una ley, es decir una instancia puramente simbólica, al tiempo que ese Gran hombre -Moisés, Akhenatón, Cristo- es el arquetipo del héroe, el que despojado de otros compromisos que no sean la propia causa, es capaz de organizar a su pueblo en una comunidad y conducirlo a su destino. Ese destino tan sólo puede ser alcanzado si la comunidad renuncia a la satisfacción pulsional, desplazándola a lo que puede llamarse el campo fantasmático, mientras el deseo debe pervivir como condición para la propia sobrevivencia del sujeto. De ahí que, en contra del axioma dostoievskiano del “Dios ha muerto, todo está permitido”, Lacan afirme que “si Dios ha muerto, nada está permitido”, en tanto es la existencia de la prohibición la que motoriza el deseo.

Un Dios vivo y un Dios conceptual. El Dios vivo de Abraham, Isaac y Jacob, elegido por Pascal, frente al Dios de los filósofos y los sabios de Lacan, llamado Sujeto supuesto Saber, que localiza al psicoanálisis en un espacio entre la ciencia y la religión, entre la máquina de generar perturbaciones que excluye al sujeto, y la máquina de proporcionar sentido. Ahora bien, si Dios es “el semblante por excelencia de la cultura occidental -como afirma en su texto Patricio Álvarez-, del mismo modo que el Nombre del Padre es un semblante necesario en relación con lo real”, servirse de ellos es la condición para atravesarlos, lo que nos sitúa una vez más ante ese “significante de la ley”, garantía de continuidad de la cadena y que se sostiene en la creencia. El paso de la existencia a la inexistencia del Otro equivale a recuperar a este Otro como semblante necesario, un resto denominado Sujeto supuesto Saber, donde se ubica la religión como suposición. El Dios de los filósofos aparece así como el Dios del semblante y la garantía para el neurótico, en tanto creencia necesaria y que asegura la función de la ley, mientras que el Dios vivo de Pascal es todo certeza: “el Dios real, un Dios vivo que habla, que pide, que desea y que goza”. A partir de la Ilustración, cuando surge el Dios de los filósofos, un Dios cuya existencia ha de ser verificada, el ateísmo emerge como una doctrina filosófica que desafía al Dios de la revelación, ese Dios al que el Papa Ratzinger sitúa más allá de cualquier demostración científica -aunque el mismo Ratzinger no renuncia a dotar de cierta racionalidad a la fe-. Con qué simpleza, dice Lacan, el hombre del siglo XVII denunció a la religión como una impostura. No es ateo quien no cree en Dios, sino aquel sujeto que no se somete a ninguno, siendo consciente de que “para que la filosofía de Aristóteles haya sido reinsertada por Santo Tomás en lo que podríamos llamar la conciencia cristiana (...) es algo que sólo puede explicarse porque -en fin, como a los psicoanalistas- los cristianos tienen horror de lo que les fue revelado. Y con mucha razón” (seminario Aún).

Publicado en LETRA INTERNACIONAL nº 95

Luis Seguí (Madrid).