La disculpa*. Fernando Martín Aduriz (Palencia)

De un hecho de educación se ha pasado a una estrategia de habilidad social, sintagma maldito este de las habilidades sociales, tan de moda en algunos ambientes. De un hecho de cortesía, de cuidado por el otro, de respeto, la disculpa ha pasado a formar parte de una táctica aconsejada por el asesor de comunicación. El circuito va así: primero meten la pata, hacen declaraciones raras, o se comportan inadecuadamente, y acto seguido aparecen en los medios pidiendo disculpas. Pero ni tan siquiera se sienten culpables, lisa y llanamente lo hacen por indicaciones de sus asesores.

Desde luego el sentimiento de culpa tiene su recorrido. Sabemos que cuando alguien se siente culpable tiene siempre las mejores razones para ello, y no conviene desculpabilizar. Otra cosa es desangustiar, que sí. Las dificultades con la culpa se avienen muy mal con el tranquilizante, sea químico o bienintencionado, porque su registro está oculto, y sus hondas raíces llevan a escenarios muy protegidos en los que cuesta bastante entrar, más bien hay que colarse cuando el sujeto está más desprevenido y relaja sus guardias pretorianas. Con la culpa, con la vergüenza, con el sentimiento de ridículo podemos, no obstante, comunicarnos con honestidad cuando estamos frente a seres humanos con alma.

Pero con el desalmado cotidiano, ahora asesorado en algún cursillo de habilidades sociales para ejecutivos, nuestra única opción al escuchar sus disculpas es sonreir: soy humano, me equivoqué, pido disculpas, aprendí la lección, nunca más, etc. Enternecedor. Los tipos se quedan tan anchos y hasta puede que despierten aplausos entre el sector ingenuo. Sin embargo este par disculpa-habilidad social es tramposo, es un trabajo de impostura.

Las disculpas son un hecho necesario para la convivencia cuando nacen del interés por el otro, por tener en cuenta que ha podido molestarle nuestra actitud, nuestro retraso, nuestras formas, o simplemente nuestras palabras. Pero cuando pasan a convertirse en el resultado de una instrucción, de un entrenamiento en habilidades sociales son abominables. Esos entrenamientos evitan escuchar las razones del sujeto del inconsciente y sus lógicas, desprecian la subjetividad y anulan la espontaneidad. Otra cosa es pasarse el día pidiendo perdón por existir. Lo peor es que la culpa y la disculpa eluden el sentido de la responsabilidad. Pedir disculpas no es responder de los actos.

* Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 21 de enero de 2010. Con la amable autorización del autor.