La Desigualdad de los Sexos*. Margarita Álvarez (Barcelona)


Eva extraída por El Señor del cuerpo de Adán. (Santo Domingo de la Calzada)

El curso “El Otro que no existe y sus comités de ética” (1) presenta dos tesis solidarias:

1. Estamos en una época en que el Otro no existe y,

2. Hay el goce.

Hablamos de la existencia o la inexistencia del Otro en términos lógicos para referirnos a si en una época dada existe un Otro que se exceptúa del conjunto social y, desde ese lugar tercero, puede prohibir, es decir, puede sostener la enunciación de la ley y su garantía, o no existe. Ambas figuras del Otro implican modos de autoridad distintos y, por tanto, distintas maneras de regular el goce. Las figuras de la autoridad de nuestra época no se sostienen ya en un lugar tercero, sino que se incluyen en el conjunto social. La inexistencia del Otro nos precipita entonces hacia un “todos somos iguales sin excepción”, que constituye uno de los ideales prevalentes de nuestro tiempo.

El ideal de la igualdad entre los hombres surgió con el pensamiento ilustrado en el siglo XVIII y, en 1948, pasó a formar parte de la Declaración Universal de los Derechos humanos de la ONU, según la cual: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derecho”.

La igualdad de los sexos
Pero el concepto de igualdad nunca se refiere a la totalidad de lo que se compara sino tan solo a una característica o un rasgo. Si nos centramos en la cuestión de la igualdad de los sexos vemos que lo que está en juego no es si son completamente iguales sino que tengan los mismos derechos políticos, económicos y sociales que los hombres. El concepto de igualdad de los sexos es fruto de la citada Declaración de la ONU pero fue en la Declaración y Plataforma de Acción de Pekín, surgida de la cuarta conferencia mundial sobre la mujer de 1995, cuando experimentó un fuerte empuje. Recordemos brevemente que en el mes de marzo de 1997, en España se aprobó la Ley Orgánica para la Igualdad efectiva de hombres y mujeres. Y, que ahora, tenemos un recién estrenado Ministerio para la Igualdad. Entonces dado los avances en esta materia ¿por qué el capítulo 8 del curso “El Otro que no existe...” tiene como título “La desigualdad de los sexos”? ¿Por qué utilizar el término “desigualdad” cuando en psicoanálisis hablamos de “diferencia” o “disimetría” sexual? Entiendo que es una manera de señalar la ilusión de que la igualdad de los sexos, es decir, la igualdad en materia de derechos, borraría definitivamente las diferencias entre ellos. Podemos ejemplificar dicha ilusión con frases, ideas, conductas, que ahora son habituales pero que hace veinte años habrían sido impensables: por ejemplo que una pareja diga que están embarazados o que un hombre se preocupe por cómo puede participar en la lactancia materna de su hijo. Esta confusión se aprecia más en los más jóvenes: por ejemplo cuando una adolescente se lanza a una promiscuidad imparable, porque “si ellos se tiran a todas las que quieren, yo no voy a ser menos”. Que la diferencia se interprete en la mujer, y asimismo por la mujer, como un déficit no es nuevo para el psicoanálisis. Es algo clásico.

Así que, por un lado, podemos decir que este deslizamiento que tiende a borrar la diferencia entre los sexos impregna el discurso social de tal manera que parece normal y no mueve por lo general a ninguna interrogación al respecto. Pero una cosa son los derechos y, otra, el deseo o los efectos subjetivos. Por ejemplo que una mujer tenga derecho acostarse con quien quiera no quiere decir ni que lo que quiera ni que tenga que hacerlo.

Disparidad de goces
El hecho de que haya dos sexos anatómicos, mujer y varón, y que cada uno de ellos tenga cometidos claros y diferenciados en la reproducción de la especie, sigue llevando a algunos a confundir el sexo “hombre” o “mujer” con la masculinidad o la feminidad, que se entienden así como un dato de la naturaleza, es decir, primario. Este sería el punto de vista de la tradición.

Otros, sin embargo, hacen hincapié en la particularidad de las representaciones de lo masculino y lo femenino según la época y la cultura y, al hacerlo, subrayan la construcción social o cultural de esa diferencia. Esta sería la perspectiva de la teoría del género. De un lado, tendríamos un esencialismo biológico; de otro, el relativismo.

Aunque el psicoanálisis de orientación lacaniana no aborda la diferencia sexual como un dato primario o natural, sino como una construcción, no considera, que ella sea un mera consecuencia de la convención que una sociedad dada acuerda a lo femenino y lo masculino. La diferencia sexual no tiene que ver con el símbolo sino con el funcionamiento del significante, es decir, se sustenta en el funcionamiento mismo del lenguaje. Masculino y femenino nombran de entrada una relación distinta con el significante fálico. Y si entendemos el significante fálico como el significante del goce, masculino y femenino nombran dos modalidades de goce distintas. Y lo interesante es que no se corresponden necesariamente con el hecho de ser anatómicamente hombre o ser mujer.

El psicoanálisis, al contrario que las múltiples teorías del género y del transgénero, no se enreda con la anatomía, ni se detiene ante las identificaciones sexuales, ni concluye a partir de la relación que el sujeto mantiene con las convenciones que imperan en su entorno en materia sexual, ni confunde su conducta sexual con su modalidad de satisfacción. El psicoanálisis se interesa fundamentalmente por la sexuación, es decir, en la posición que un sujeto asume frente a lo real de su cuerpo, de su goce.

En las fórmulas de la sexuación que Lacan construye, encontramos dos posiciones en relación al goce: o el goce que experimenta un sujeto está limitado por el falo o no lo está. Del lado masculino, el goce es todo fálico; del lado femenino, encontramos el goce fálico pero no todo el goce es fálico, hay también un goce distinto, un goce no limitado por el falo, es decir, por el significante; se trata de un goce inefable que excede toda medida y que, en tanto tal, introduce el infinito. Si el goce fálico es un goce que ambas posiciones comparten, el goce Otro es el goce propiamente femenino. En este sentido, no hay paridad de los goces. Esta es una manera de entender la desigualdad de los sexos.

La cuestión femenina y la subjetividad contemporánea
Retomando la reflexión realizada en los primeros párrafos sobre el régimen del Otro (existencia o inexistencia) y los modos de regulación del goce que introducen, podemos decir que la posición masculina, por su relación con el significante fálico, con el Todo fálico, es solidaria de la existencia del Otro. Y la posición femenina, por su relación con el no-todo fálico, se correlaciona más bien con la inexistencia del Otro.
Esto nos permite entender la frase que Miller dice en “El Otro que no existe...”: “La gran diferencia entre la subjetividad moderna (...) y el sujeto contemporáneo es la cuestión femenina, que estalla entre ambos. Sería importante precisar si se pueden ordenar cierto número de síntomas de la civilización contemporánea en relación con el feminismo y su manera de difundirse”. Los cambios en la subjetividad nuestra época vienen dados por el cambio de régimen del Otro y sus efectos sobre la regulación del goce, que pasa de ser un goce reprimido, limitado, a un goce infinito, ilimitado.

La feminización progresiva del mundo no es un efecto directo de que haya más mujeres en la esfera pública. Señala el estatuto de inexistencia lógica del Otro de nuestra época que, por definición, feminiza al conjunto en el que impera. Pero quizás se pueda pensar que, como señalan Miller y Laurent en su curso, y por supuesto, sin idealizaciones, las mujeres no dejan de estar más cómodas que los hombres en ese estado actual de nuestra civilización, que no es ya el reino del Uno, del Todo fálico sino del no-todo. Están más cómodas –dicen- ya sea para tratarlo como para orientarse en él.

* Extracto de la clase en el Cursus de la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona sobre la lectura de “El Otro que no existe y sus comités de ética”.

Nota:
1. J.-A. Miller, E. Laurent (1995). El Otro que no existe y sus comités de ética. Buenos Aires: Paidós, 2005.