La Depresión: ¿Un mal de nuestra época? Sobre Duelo y Melancolía*. Amanda Goya. (Madrid)

En el ciclo madrileño dedicado a este mal de nuestra época, no podía faltar una conferencia sobre el tema del duelo y la melancolía, título del célebre trabajo que publicara Freud en 1917. Esta conferencia dictada por Amanda Goya, cerró el ciclo de este curso 2008-09.

Duelo y melancolía es un estudio de Freud cuyo protagonista fundamental es la pérdida, en particular, las repercusiones que las distintas pérdidas que sufrimos en la vida pueden tener en nuestra subjetividad. Es un texto que anticipa una noción freudiana fundamental de los años ‘20, una noción paradójica, revulsiva, incómoda, pero observable en la vida de las personas, y en los hechos clínicos de nuestra experiencia: la noción de pulsión de muerte. Porque en efecto, nada nos hace más patente la presencia de la pulsión de muerte en el ser hablante que un sujeto enfermo de melancolía.

Amanda Goya pasó revista a la tradición clásica del término melancolía, Hipócrates, Platón, Aristóteles, Celso, Cicerón, Séneca, Lucrecio, Galeno,… y un largo etcétera, destacando un rasgo muy importante de esta tradición en la que se inscribe el psicoanálisis con su particularidad, la asociación de la melancolía al arte y a la creación.

Lo cierto es que un debate sobre la relación entre el genio y la melancolía se extiende a lo largo de la historia, concretamente hasta la aparición del discurso de la ciencia donde se produce un cambio: la promoción de una ideología de las enfermedades mentales.

Pero Freud dice algo completamente inédito respecto a la consideración psiquiátrica de las enfermedades mentales y que va más allá de la melancolía; Freud cambia por completo la perspectiva al sostener que el delirio de un psicótico no es sino un intento de curación, es decir, que el sujeto enferma en la búsqueda de una solución para sí mismo.

Esta osada afirmación de Freud no hace más que acentuar, en la misma tradición clásica, el aspecto creacionista de la locura, a condición por supuesto, de saberla escuchar. Y quizás dependa precisamente de que se la sepa escuchar, el que una locura pueda volverse estéril o creativa.

Esto no debe interpretarse como un elogio a la locura, parafraseando el título del libro Erasmo, porque las psicosis comportan un enorme sufrimiento subjetivo, y si hay alguien que lo hace patente de una manera atroz, es el sujeto melancólico.

Se habla incluso de una estética de la tortura en la que una instancia psíquica: el Superyó, se vuelve cruelmente crítica contra el Yo, al que acusa sin cesar, y por eso Freud dirá que el melancólico es un perseguido del superyó.

Las múltiples analogías que Freud observa entre el duelo y la melancolía justifican para él un estudio paralelo de ambos estados. Pero ¿cuál es su diferencia fundamental? Que el duelo es un fenómeno normal cuando se ha sufrido una pérdida importante, y la melancolía es una grave enfermedad que situamos en el dominio de las psicosis. Esta se traduce en reproches y acusaciones que el paciente se infringe a sí mismo, pudiendo llegar incluso a una delirante espera de castigo. En el duelo no se produce, como en la melancolía, esta perturbación del amor propio. Esta mortificación de la autoestima puede llegar a alcanzar en la melancolía el extremo de un delirio de indignidad, en el que el sujeto se dirige amargos reproches, se insulta, se humilla, y solo espera del otro la repulsa y el castigo.

En el duelo, a diferencia de la melancolía, se trata para Freud de un auténtico trabajo, un trabajo de rememoración de los rasgos y de las circunstancias vividas con el objeto que se ha perdido, para que en algún momento el sujeto sea capaz de asumir el mandato de la realidad que impone aceptar la pérdida del objeto. El duelo es indispensable para llegar a la asunción de la pérdida, de modo que cuando este trabajo no se lleva a cabo, los estragos subjetivos pueden ser letales.

Esta simbolización de la pérdida que el trabajo del duelo conlleva, no se produce en la melancolía, calificada por Freud como una enfermedad de la conciencia moral ¿Cómo se traduce en el sujeto esta enfermedad de la conciencia moral? Por una absolutización de la dimensión de la culpabilidad que toma en el melancólico estatuto de postulado. Freud habla en este caso de dolor moral, y Lacan de dolor de existir en estado puro .

No es posible desconocer que el dolor de existir es consustancial a todo ser hablante ¿quién no lo ha experimentarlo ante circunstancias extremas, dolorosas? Pero la diferencia que reviste esta experiencia en el neurótico y en el melancólico, es que el neurótico sale del dolor de existir con un proyecto, como decía Heidegger, los psicoanalistas decimos: gracias al deseo.

El dolor de existir -una expresión de filiación heideggeriana- remite a lo injustificable de la existencia, y por eso el sujeto busca esta justificación en el deseo del Otro, en el deseo del cual él es el producto, un deseo no anónimo, con nombre y apellido, pues se trata del deseo de quienes lo han arrojado en este mundo.

Después de una serie de observaciones sobre las manifestaciones clínicas del duelo y la melancolía, incluido un comentario sobre las víctimas del atentado de Atocha, y sobre los familiares de las víctimas del Yak 43, Amanda Goya concluyó con una reflexión sobre uno de los escritores franceses más destacados del siglo XX: Louis-Ferdinand de Céline, un sujeto cuya melancolía podía leerse en sus novelas autobiográficas, la más conocida entre ellas: Viaje al final de la noche, donde da testimonio de su radical nihilismo.

Louis-Ferdinand Destouches, su verdadero nombre, vino al mundo en unas condiciones muy especiales que marcaron su vida. De entrada fue separado de su madre porque ella creía que estaba enferma de tuberculosis y temía contagiarle. En ese primer instante de su existencia acontece pues una brutal separación de ese primer objeto que es la madre. El niño es enviado al campo con una nodriza y no volverá con sus padres hasta tres años después (más tarde Céline manifestará una aversión constante por la vida rural).

Pero lo importante no es sólo la brutal separación sino las razones aducidas: un fantasma de contagio que obsesionaba a su madre, o quizás un delirio, puesto que esta mujer no padecía de tuberculosis.

Y si el Otro materno se cree portador de un mal y no está seguro de la barrera que lo separa del hijo ¿qué puede ocurrirle a éste? ¿Cómo no suponer que para Céline el deseo del Otro se presentó de entrada como la fuente de una infección mortal?

Esto lo volvemos a encontrar en sus panfletos, en su tesis de medicina y en sus novelas, donde el enfermo y el médico están permanentemente amenazados por la podredumbre y el microbio, como si el espectro de una madre infectada fuera la fuente más lejana de la melancolía de Céline.

Esta queda patenta en el Viaje al fin de la noche, una novela que retrata años de infamia y de barbarie; un recorrido visceral por el colonialismo europeo, por los horrores de la Primera Guerra Mundial, por las hambrunas, el dolor y los desastres de la guerra. Una novela descarnada donde no hay héroes, sólo supervivientes y seres humanos condenados a perder, a sufrir, a morir como ratas. Nadie se salva, ningún país, ninguna circunstancia. El personaje protagonista establece un descenso absoluto a los infiernos. Esa estética de la tortura que encontramos en la obra de Céline, es un rasgo que suele caracterizar a los sujetos melancólicos.

En consecuencia, cuando un analista tiene que vérselas con un sujeto melancólico en el dispositivo analítico, no le cabe otra opción que encarnar a Eros en la dirección de la cura, para oponerse a la fuerza de un Tánatos que el melancólico encarna como ningún otro.

* Ciclo de Conferencias del NUCEP: El Psicoanálisis en la Época de la Globalización.