La última paciente viva de Freud dice que una sola sesión la "salvó" | Cristina Gawlas
Una sola sesión de 45 minutos con el "padre del psicoanálisis" en el año 1936 bastó para "salvarla", afirma la última paciente que se conoce aún viva de Sigmund Freud, la vienesa Margarethe Lutz, de 89 años.
Según reveló a EFE, siente "una gran gratitud" por Freud, aunque todo se limitó a una conversación. Esa única consulta dejó un recuerdo inolvidable en la joven de 18 años de entonces, que vivía con su padre y su madrastra, pues su madre había muerto cuando ella nació.
"Freud me hizo comprender que la familia y una educación rigurosa no son lo único decisivo, y que hay otras posibilidades", declaró la anciana en su domicilio vienés. Cuenta ahora que buscó en la ópera una forma de huir hacia el mundo de ficción, haciendo una vez de Isolda y otra de Tristán, lo que le permitía superar el aislamiento que le imponía su padre.
Ocurrió entonces que un grupo de obreros que trabajaban para su padre, dueño de una fábrica, se escandalizaron cuando la vieron vestida como una cantante de ópera de Richard Wagner y actuando como tal. Los obreros se lo contaron al señor Lutz y tildaron a su hija de "loca". El padre consultó entonces al médico de cabecera, quien constató que la joven no padecía ninguna enfermedad física sino del "alma" y acordó una cita con un "médico de muy buena fama, pero muy caro", el doctor Freud, que ya era famoso, aunque hija y padre no habían oído hablar de él.
Su padre estaba siempre ocupado y era muy riguroso con ella, le prohibía el contacto con jóvenes de su edad y la mantenía aislada con el fin de evitar que llegara a conocer a algún muchacho, por lo que "nadie me hablaba", recuerda Margarethe.
A sus 89 años y viuda desde hace 17, ejerce todavía sus habilidades como escultora y pintora. Además, visita regularmente a sus dos hijas, de su matrimonio que duró 35 años, una de las cuales reside en California (EE.UU.) y otra en Israel.
De la consulta con Freud hace ya 71 años, ella se acuerda del famoso diván cubierto con una alfombra persa en el despacho, aunque no llegó a reposar en el tan conocido mueble, y mantiene también la imagen de muchos estantes llenos de libros y de objetos de excavaciones arqueológicas.
Cuando el genial psiquiatra comenzó en tono amable a hacerle preguntas sobre su vida y sus ratos libres, el padre se apresuró a responder por ella. Freud reaccionó con temple ante esta actitud invasiva del señor Lutz aunque le pidió de forma enérgica que lo dejara solo con su hija.
Una vez a solas con Freud, Margarethe le contó que tenía malas notas en el colegio, que le gustaba representar piezas dramáticas, y que su padre iba al cine con ella pero la obligaba a abandonar la sala cuando en la pantalla se mostraban escenas amorosas. A Margarethe, Freud le impresionó simplemente como "un hombre viejo", pero no volvió a la consulta en la vienesa calle Berggasse.
La terapia consistió en aconsejarle que la próxima vez, en el cine, se quedara sentada cuando se besaba una pareja en pantalla, que hiciera deporte, fuera a una escuela de baile y tuviera contacto con jóvenes de su edad. Margarethe llegó a emanciparse, conoció a su futuro marido y en 1938, a los 20 años, se casó. Además, según reveló al semanario Profil, nunca necesitó "psicoanálisis ni psicoterapia" ni leyó los libros de Freud.