La defección de Tsipras | Joaquín Caretti
Una decepción recorre la Europa del pueblo. Syriza, con Tsipras a la cabeza, ha sido derrotada en toda regla por los dueños del mundo. La Troika renace de sus supuestas cenizas e impone el más duro de los acuerdos imaginables no dejando ni un resquicio de soberanía al gobierno griego. Al decir de Paul Krugman, la lista de exigencias del Eurogrupo es una locura que traiciona el proyecto europeo de forma casi definitiva: reforma de las pensiones y del mercado laboral, privatizaciones masivas de sectores estratégicos del país, subida del IVA en productos básicos y en los sectores del turismo, ventas de sus costas, probable despidos masivos en la función pública, cierre nuevamente de la televisión pública, intocabilidad de la deuda aunque se sepa que es impagable, un fondo de garantía de 50.000 millones de euros con los bienes propios, controles constantes de los enviados de la Troika... Tsipras y Tsakalotos, su flamante ministro de economía de izquierdas (!), ponen a su país nuevamente de rodillas ante el mundo del dinero. Nada de esto estaba en el programa con el que se presentó a las elecciones y por el cual fue votado alzándose con la victoria.
Dicha victoria fue celebrada por todos los sectores progresistas que vieron en ella la posibilidad de iniciar un cambio de rumbo en las brutales políticas de austeridad que se venían imponiendo desde hacía varios años en toda Europa sumiendo al pueblo en el desempleo, el hambre y la desesperación. Así, Tsipras participó con un gran discurso en un acto de Podemos unos días antes de las elecciones donde entusiasmó a los numerosos asistentes que vieron en él y en su partido la fuerza necesaria para enfrentar a los acreedores y poder desarrollar una política diferente que dejara de cargar la deuda sobre las espaldas de los ciudadanos. Se vislumbró la posibilidad de salir de la fabricación de hombres endeudados hasta la eternidad.
Las durísimas negociaciones fueron seguidas durante seis meses con pasión y Varufakis, su ex ministro de economía, llevó aire fresco allí donde sólo reinaba la codicia y la maximización de los beneficios. Quedaba claro que en estas negociaciones no sólo se jugaba el destino de Grecia, sino que estaba en liza también el destino de millones de europeos sin trabajo ni esperanza junto con la posibilidad de construir una alternativa a la lógica despiadada del capitalismo financiero. Por ello, la responsabilidad de Tsipras era enorme: se había convertido, quizá sin quererlo, en el líder de todos aquellos que buscaban un lugar diferente en el mundo europeo, donde la dignidad como sujetos fuera recuperada y se constituyó en la cuña que se introducía en el pensamiento neoliberal. En su estela, Podemos y los movimientos ciudadanos que transformaron el mapa electoral español encontraron un compañero de ruta y un faro en el medio de la tormenta.
Hoy, ante tamaña defección, la posibilidad de cualquier transformación que permita construir una Europa más solidaria y menos inicua se ha alejado de forma considerable. Se sabía que la ferocidad de Alemania y el FMI con Grecia no tenía que ver exclusivamente con ella sino que se trataba de, a través de ella, ejemplarizar al resto de los movimientos políticos que siguen la línea de Syriza. Esta no podía triunfar porque si lo hiciera las compuertas de un cambio se hubieran abierto, cuestión definitivamente intolerable para la Troika y sus amos. Lo han conseguido, han derrotado una vez más al movimiento popular. Queda ahora volver a construir los medios para resistir y cambiar lo que hoy ha sido imposible. Todo ello no será sin unas consecuencias que se avizoran como desvastadoras para el proyecto emancipatorio.
Pero lo que interesa fundamentalmente pensar es en la actitud de Tsipras, la forma de ejercer su liderazgo, su retirada final, su aceptación de la derrota, su traición a los planteos políticos que defendía. ¿Por qué convocar al pueblo a un referéndum que ganó brillantemente y donde se rechazaron tajantemente las medidas de austeridad propuestas por la Troika y una semana después aceptar un plan mucho más duro sin ninguna contrapartida? ¿Para qué quería el aval de su pueblo si no estaba dispuesto a llegar hasta el final, es decir, a no aceptar más austericidio y, si fuera necesario, jugar la carta de salir del euro tal como proponen dignos economistas? ¿Por qué entusiasmar a la población con un acto de afirmación subjetiva y de dignidad popular si luego no lo iba a sostener? Este es el principal enigma y el mayor daño que ha hecho al pueblo. Ha demostrado en acto que la democracia es una falacia cuando se trata de negociar con los acreedores y que la recuperación de la dignidad y la soberanía son una entelequia que no depende del ejercicio democrático de la voluntad popular.
Un líder democrático es el que encarna el mandato popular que ha sabido convocar y leer, no su propia y exclusiva voluntad. Es alguien que en los momentos donde se juegan los destinos de su país sabe estar a la altura de lo que sus palabras provocaron en la subjetividad de los ciudadanos. Es alguien que entiende que no está ahí para defender sus intereses sino para ponerse al frente de los intereses de la mayoría. Tsipras tenía un mandato que cumplir: un programa electoral y un referéndum convocado en el punto álgido de la lucha política. Estas dos herramientas lo dotaban de la fortaleza política necesaria como para conducir la batalla sin defeccionar. Así se lo planteó Varufakis a la hora de su renuncia: “Considero que es mi deber ayudar a Alexis Tsipras a explotar el capital que el pueblo griego nos concedió a través del referéndum”.
Era preciso olvidarse de sí mismo y hacer un acto conforme al mandato recibido. Pero hizo justamente lo contrario: primó su persona, su anhelo, probablemente, de conservar el sillón presidencial por encima de lo que la historia le solicitaba, el miedo quizá. Hizo una voltereta y se plegó a los mandatos del dinero y del poder y transformó el acto emancipatorio que el pueblo le reclamaba en un acto de cobardía. Es cierto que negarse a aceptar las medidas del Eurogrupo situaban a Grecia ante el enigma de un futuro incierto y difícil pero lo firmado finalmente asegura, sin duda, una época aún más terrible. No solo en lo material de la vida cotidiana sino en los efectos simbólicos que sobre la subjetividad de cada uno de los griegos que votaron oxi va a tener este paso. Oxi que es una marca de soberanía en la historia reciente de Grecia. Un no que Tsipras usó para decir sí. Muchos dirán que se ha transformado en un estadista dejando de lado al líder novicio que quería lo imposible. Muchos dirán que no había otra salida que la que tomó. Pero muchos otros también pensarán que donde se presumía un líder del pueblo dispuesto a construir una nueva Europa ha emergido simplemente un político más, atemorizado ante lo desconocido de un real sin garantías. Entre el coraje del acto o la pusilanimidad, Tsipras ha hecho su elección.
¿Cómo soportará el pueblo griego la decepción de haber confiado en quien finalmente lo ha vendido a los mercaderes? La caída del Padre es definitiva. Para este final no se necesitaban tantas bellas palabras.
Fuente: eldiario.es
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