La cuestión trans, aún

He interpretado siempre ese “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”, de Jacques Lacan en “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”1, como algo más que posicionarse en uno u otro lado de la balanza del debate social. Un más allá del binarismo de actitudes enfrentadas respecto a la difícil dialéctica entre clínica y sociedad. Un objetivo de trabajo que conlleva una intensa dinámica dentro-fuera moebiana, pues ese filo cortante de la verdad freudiana, Lacan lo refiere en el “Acta de Fundación”2 a restaurar nuestra praxis al deber que le corresponde en nuestro mundo, y ello mediante una crítica asidua. Jacques-Alain Miller3 aclaraba que a nuestra clínica cotidiana llegan también los significantes que el discurso social pone en circulación para identificar a los sujetos. Y vemos a los sujetos portando, de entrada, esos significantes. De hecho, muchos menores y jóvenes trans hablan de que es a través de webs, foros y blogs que aclaran sus dudas y orientan su rechazo anatómico.

Pero la cuestión trans no es flor de un día. Por ejemplo, en España, las reivindicaciones de este colectivo se han ido abriendo paso, dentro de la amalgama LGBT+, y evolucionando, desde los albores de la transición democrática. Franquearon la dupla de la marginalidad y el exotismo hasta arribar a un escenario diferente de derechos adquiridos y construcción social, que también reserva a la familia, a los padres, un papel diferente al del repudio. Una fecha clave es 2007, cuando se promulga la Ley reguladora de la rectificación registral de la mención relativa al sexo de las personas4, que permitía cambiar nombre y sexo en el DNI sin acreditar la reasignación quirúrgica. Lo que sí se requería para ese cambio civil era un informe médico o psicológico, y al menos dos años de tratamiento hormonal. La Ley estaba inspirada en el protocolo de actuación establecido a finales de la década de 1979 por la Asociación Harry Benjamin de Disforia de Género, y la experiencia de centros de referencia en reasignación, como los de Ámsterdam o Vancouver. La manera de insertar este tipo de demanda en la sanidad pública fue categorizando su patologización y proponiendo un tratamiento multidisciplinar: psicológico, hormonal y quirúrgico. Para ello, se dispusieron progresivamente unidades de trastornos de identidad de género en hospitales públicos, de las que la UTIG de Málaga fue pionera y única en la región autónoma. Se trata de un largo proceso que requiere un régimen de autorización por parte de los profesionales, reconfirmando el diagnóstico que permite optar al cambio de sexo ante el temor de que el paciente pueda arrepentirse de su elección, una vez realizadas las intervenciones de reasignación. El paciente transexual es atendido por diversos profesionales del equipo de género. Los especialistas en salud mental son los primeros en recibirlo. Tras haber pasado por la primera fase del diagnóstico, se le remite al endocrinólogo para la terapia hormonal. La cirugía solo se contempla después de un año de hormonación, durante la cual el paciente tiene que superar el “test de vida real”: tiene que vivir en el papel del sexo opuesto en su propia experiencia personal o profesional.

Muchas personas afectadas describen ese tiempo de atención en las unidades especializadas como un período angustiante donde la dimensión terapéutica queda en un plano muy alejado, y se hace necesario concentrarse en el convencimiento propio, y ajeno, para vadear una posible exclusión de la cirugía. Una paciente relataba el enorme sufrimiento que le causaba estar en manos de una decisión, que ella consideraba totalmente arbitraria, de profesionales psi. Otra lo expresaba diciendo que sentía las citas con una psicóloga del equipo terapéutico como una especie de partida de póker en la que había que planificar y tratar de anticiparse a los pensamientos del otro jugador para ganar. Eran protocolos pioneros en nuestro país, ahora las orientaciones, también las endocrinológicas, van en otra dirección.

En 2014, al menos en Andalucía, una ley autonómica, la Ley integral para la no discriminación por motivos de identidad de género y reconocimiento de los derechos de las personas transexuales5, abrió la puerta a una reivindicación largamente planteada a las autoridades sanitarias y políticas por el activismo, y que exigía la desaparición de la UTIGs y la descentralización e igualación de la atención sanitaria que recibían las personas trans.

El asunto vuelve a saltar a la primera línea mediática ahora que una nueva norma nacional, de la que se conoce ya el borrador del Ministerio de Igualdad6, elimina el requisito del diagnóstico de disforia de género “siendo suficiente la libre declaración de la persona interesada” a partir de los 16 años de edad. El cambio de sexo en el registro “no precisa de más requisitos que la declaración expresa” de quien lo solicita. Son detalles relevantes entonces la desvinculación del diagnóstico de disforia, así como del componente hormonal y quirúrgico, y el derecho reconocido a que los menores trans puedan ser escuchados e incorporarse progresivamente a los procesos de decisión, también los que afecten a su cuerpo. Este asunto no es baladí, pues la norma pretende recoger el espíritu de la decisión del Tribunal Constitucional, que en julio de 2019 dictaba una sentencia en la que declara la inconstitucionalidad del artículo 1.1 de la Ley de 2007, en la medida que excluye en su ámbito subjetivo a los menores de edad. Esta decisión del TC avala que los menores transexuales puedan solicitar al registro civil su cambio de sexo. Para el Constitucional, la restricción legal respecto a los menores de edad, con "suficiente madurez" y que se encuentren en una "situación estable de transexualidad", representa un grado de satisfacción insuficiente respecto al interés superior del menor de edad perseguido por el legislador y, por ello, aprecia la vulneración del principio de desarrollo de la personalidad (art. 10.1 CE) y del derecho a la intimidad (art. 18.1 CE). El texto propuesto está inspirado en la legislación argentina de 2012, que ha servido también de referencia en países como Malta o Portugal, aunque en este caso no hace falta informe médico para la reinscripción en el registro civil, pero sí para la reasignación anatómica.

La tramitación de esta nueva ley es uno de los puntos principales incluidos en el acuerdo de la coalición de gobierno entre Unidas Podemos y PSOE, que ha abierto una brecha importante entre los socios del Ejecutivo, y tiene su reflejo también entre los feminismos, que, a la ligera, se resume como confrontación entre el igualitarismo civilista y el transfeminismo queer. La polémica está servida, e incluso se reavivan controversias que ya parecían superadas y se airean acusaciones de transfobia. En este escenario, no sostendría la generalidad de que la tramitación de esta ley está despertando inquietud universal. El activismo feminista, como digo, está dividido, al respecto, eso es evidente, pero ocho firmantes no crean más comunidad, que otras ocho firmantes antagónicas; cualquier manifiesto conlleva, hoy día, contramanifiestos; a veintitantas asociaciones se confrontan otras treintitantas, y situar al Campo freudiano en España ahí en medio, con una enunciación sociologizante, no parece lo más oportuno. Mucho más cuando las aproximaciones de los medios de comunicación son variables, y tienen una orientación ideológica rastreable. La especificidad del psicoanálisis es otra cosa. El Consejo de Ministros aprobó el pasado martes 29 de julio su remisión a la Cámara como proyecto de ley.

Llevo semanas dándole vueltas al “No tengo buenas intenciones” lacaniano que Miller rescata en su “Dócil a lo trans”7, para confrontarse a lo que supone globalmente el empuje del movimiento trans, que yo particularizaría también. No se puede hablar hoy de feminismo, sin su plural, ni activismo trans, como un movimiento homogéneo y enteramente dogmático. El texto concluye con una interrogante: “Me gustaría también poder felicitar al practicante de hacerse “dócil al trans”. ¿Es este el caso? Continuará...”. Me interroga profundamente este final que, en après coup, me permite leer, de otra manera, esta referencia fundamental.

El psicoanálisis lacaniano en nuestro país ha ido integrando en los últimos años la cuestión trans desde la perspectiva clínica en encuentros, jornadas y publicaciones. En el volumen Elecciones del sexo, De la norma a la invención 8, que recoge las participaciones en las XIII Jornadas de la ELP, celebradas en Madrid en 2014, aparecen diversos trabajos al respecto. Esas contribuciones toman en cuenta la finura clínica y sutileza epistémica que empleó Lacan al hablar de transexualidad. Juan Carlos Pérez, participante en uno de los talleres de esas Jornadas y autor de De lo trans. Identidades de género y psicoanálisis 9, destaca en una entrevista10 que el diagnóstico generalizado a priori que sitúa a todo transexual en la estructura psicótica va siendo sustituido por una premisa fundamental de la enseñanza de Lacan, cada caso, uno por uno. Pérez considera también revolucionario para el debate sobre lo trans la propuesta que hace el psicoanálisis lacaniano sobre la sexuación, donde, de entrada, las condiciones de goce de hombre y mujer no están determinadas por la anatomía.

Así, en el Seminario 1911 Lacan elige la palabra hommoinzun(e), neologismo que homofónicamente nos remite a au moins un(e) (al menos uno/a), respecto a la supuesta naturalidad, naturalización, de los valores sexuales asignados a la pequeña diferencia, esa que nos recibe, incluso antes de nacer, fruto mismo de la práctica de lenguaje que nos acoge, esa que dice: tú eres un hombre y tú una mujer. Pero para el psicoanálisis, este tipo de identificación por género no basta para ubicarse como masculino, o como femenino. Esta distribución hombres-mujeres no es la que interroga el psicoanálisis, sino la posición que cada ser hablante asume ante lo imposible que introduce la no relación y el rechazo estructural a la feminidad.

Este es el error común, del que habla Lacan, que no detecta que el significante es el goce y que el falo no es más que su significado. Lacan entiende que el transexual pretende liberarse de este error y para ello opta de forma imperativa por el cambio de órgano, pues es a partir de ese órgano que se le categorizó como niño o niña en las categorías fálicas, para ese sujeto generalmente “forcluidas”. Lo particular de la transexualidad reside en que el rechazo no se dirige al significante del goce sexual sino al órgano, queriendo forzar el discurso sexual que, en tanto imposible, no le deja mucha más opción, desde estas circunstancias, que el recurso a la cirugía.

Pero es relevante señalar también que en las coordenadas trans contemporáneas no todos los sujetos optan por una nominación binaria, sino que cada vez es más habitual recurrir a la ambigüedad y la construcción de nuevas posiciones “intermedias”, sin una identificación masculina o femenina prototípica, lo cual invita a pensar una aproximación estructural transversal. Estos argumentos traen a primera línea dos de las contribuciones que considero primordiales de la orientación lacaniana respecto a lo que he llamado la cuestión trans. Por una parte, la lógica temporal frente a la meramente espacial en el abordaje del sofisma: es justo en la modulación de los tiempos, en el tiempo de duda y suspensión de la respuesta de otros, donde puede generarse alguna apertura. No se mide este tiempo exclusivamente por lo cronológico: que se vayan acumulando los años, que se madure. Y para que los tres momentos de evidencia se sucedan y se subsuman, transformando al que anteceden, necesitamos una pregunta, un problema, no una certeza. El psicoanálisis no es una práctica invasiva. Este punto es más relevante si cabe en el caso de los menores, pero tengamos en cuenta que dejar que el tiempo cronológico avance, o exigir un diagnóstico previo e inamovible de disforia, no asegura, en ningún caso, que los dispositivos que las comunidades autonómicas pongan en marcha contemplen nuestra especificidad. La especificidad del real en juego en el psicoanálisis de orientación lacaniana, que pretende situar al psicoanálisis como interlocutor de la ciencia ante su propia crisis, “ciencia” al borde de la ciencia, disciplina éxtima al debate científico. La fina ironía de Jacques-Alain Miller nos confronta con la figura del ventrílocuo. No se trata de ser el patético ventrílocuo de lo trans. Esa no es la docilidad que Lacan elogia en Freud, que no tomó el camino de la emulación circense, sino la del acogimiento del una por una. En la “Ponencia del ventrílocuo”12 de 1999, Miller redefine la interpretación no como mera escucha, lectura o desciframiento; invita, más bien, a pensar la interpretación como despertar.

Dos muestras que me parecen esclarecedoras en este viaje. Frente a la urgencia diagnóstica e interventiva que define la aproximación reciente ante la demanda de padres y educadores, Gabriela Medin13 recomienda no forzar al sujeto a dar una respuesta apresurada cuando aún no la tiene; esto es, prestarse a escuchar la posibilidad de construcción de la elección sexual en la infancia. Aquí también es determinante la posición de cada cual, en los espacios públicos, privados, clínicos, educativos sociales. Ello nos conduce al último aspecto que mencionaré, el “género creativo”, concepto que Fabián Fajnwaks14 retoma recientemente de Ehrensaft y relanza para referir los diferentes apaños del ser hablante con el goce “en el largo camino hacia su sexuación”. En esta línea, hace algunos años ya hablábamos15 de un camino alternativo para construir una relación con la sexualidad, dadas las circunstancias, sin apoyo estricto de la función fálica, menos intrusivo y más “sintomático” que el quirúrgico.

Al respecto, me han enseñado mucho también algunos casos en las simultáneas de nuestro congreso europeo PIPOL10. La certeza trans en la dupla madre-hijo tenía su raíz en los enigmas del rechazo materno y en un correlativo empuje a La mujer, como señaló Paloma Blanco. Pocos casos de menores trans van a llegar a nuestras consultas a interrogarse por esa certeza, sobre todo tras esta nueva construcción despatologizadora, pero esa certeza puede hacer síntoma en la escucha del uno por uno, síntomas como la nerviosidad contemporánea de otros muchos menores, que contrarían las fijezas identitarias para cualquier sujeto. La política del síntoma. La sutileza analítica encontrará ahí su campo.

 

Notas:

  1. Lacan, Jacques. “Función y campo de la palabra y el lenguaje”. Escritos 1. Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 1988, p. 309.
  2. Lacan, Jacques. “Acta de Fundación”. Otros escritos. Paidós, Buenos Aires, 2012.
  3. Miller, Jacques-Alain y Laurent, Eric. El Otro que no existe y sus comités de ética. Paidós, Buenos Aires, 2005, p.9.
  4. Jefatura del Estado.“Ley 3/2007, reguladora de la rectificación registral de la mención relativa al sexo de las personas”. BOE, nº 65, 2017
  5. Comunidad Autónoma de Andalucía, “Ley 2/2014, integral para la no discriminación por motivos de identidad de género y reconocimiento de los derechos de las personas transexuales de Andalucía”. BOE, nº 193, 2014.
  6. Ministerio de Igualdad. “Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans”. Borrador.
  7. Miller, Jacques-Alain. “Dócil a lo trans”, disponible en Lacan Quotidien, nº 928, 2021.
  8. Caretti, J., Medin, G., Raymondi, J. A., y Unterberger, M. Elecciones del sexo. Ed. Gredos, Madrid, 2015.
  9. Pérez, Juan Carlos. De lo trans: identidades de género y psicoanálisis. Grama, Buenos Aires, 2013.
  10. “La caracterización más valiosa del movimiento queer es la dimensión política que da a la sexualidad”
  11. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 19, …o peor. Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 15-17.
  12. Miller, Jacques -Alain. “La ponencia del ventrílocuo”. Introducción a la clínica Lacaniana. Conferencias en España. RBA libros, Barcelona, 2006, p. 444.
  13. Medin, Gabriela. “La elección sexual en la infancia". Elecciones del sexo. Ed. Gredos, Madrid, 2015, p. 137-140.
  14. Fajnwaks, Fabián. “Au nom du sujet, forclore sa parole”. Lacan Quotidien, nº 920, 2021
  15. Montalbán Peregrín, M. “Anatomía lacaniana y transexualidad”. El Psicoanálisis, nº 21, 2012, p.38-42.