¿Todos deprimidos? Psicoanálisis y depresión*. Margarita Álvarez (Barcelona)

El uso extenso que se hace, desde hace unos años, del término “depresión”, la frecuencia cada vez mayor con que se hace su diagnóstico, junto al hecho de que, según las consideraciones de la OMS, la depresión podría devenir en pocos años una auténtica pandemia psicológica, vuelve necesario interrogarla. Se trata de poner la depresión en cuestión. De ahí el título elegido.

De manera cada vez más preocupante, los manuales de clasificación y diagnóstico de las enfermedades mentales organizan los síndromes en función de los efectos de los medicamentos, eliminado cualquier consideración al sujeto. Para las neurociencias, la depresión sería una enfermedad, un desajuste neuroquímico, una respuesta orgánica inadecuada a los problemas de la existencia, que se explicaría por razones biológicas, incluso genéticas. El aumento de número de casos no sería más que el reflejo de que hay mejores instrumentos de diagnóstico. Dado el coste sanitario que la atención a la depresión requiere, el coste económico que las bajas con este diagnóstico suponen al Estado, y el riesgo de suicidio que algunos casos podrían implicar, el objetivo de las políticas sanitarias es perfeccionar los métodos de detección y diagnosticar a los deprimidos lo antes posible, es decir, a ser posible antes de que estén deprimidos. Por eso, frecuentemente se recetan antidepresivos cuando hay desánimo, “para que no vaya más”, para prevenir la depresión, es decir, por el bien de la persona, que pasa de esta manera a engrosar lógicamente las estadísticas de los casos de depresión -sin duda la industria farmacéutica extrae de ello enormes beneficios y ayuda con sus campañas publicitarias a provocar un sobreconsumo de antidepresivos por fuera de sus indicaciones.

Consideramos que hay una lógica pervertida en este razonamiento, o como mínimo extraviada, es decir, desorientada, sobre la que los profesionales tenemos que reflexionar. Estar bajo, “down”, “depre”, desanimado, flojo, abatido, fatigado, sentirse vacío, aburrido, sin ganas... son algunas de las formas con las que el sujeto moderno expresa su malestar subjetivo, la sensación de que algo no funciona. No hay quue escucharlo como un signo de un problema neuroquímico sino como una metáfora del sufrimiento del sujeto en su relación consigo mismo y con los otros.

El psicoanálisis cuestiona el uso extendido del diagnóstico de depresión y la medicación generalizada con la que dicho uso se acompaña, que parece aspirar a eliminar cualquier signo de malestar de nuestras vidas. No hay duda de que el diagnóstico de depresión aumenta también en una época donde es obligatorio, imperativo, ser feliz.

Es necesario abrir espacios de reflexión sobre los tratamientos que hacemos y los programas que creamos, sostenemos o padecemos. No existen terapéuticas ni programas neutros: si pensamos y decimos, es decir, tratamos al sujeto, como enfermos nacidos con un trastorno de origen oscuro pero probablemente hereditario (cuestión que por mucho que se repita nunca ha sido probada), como si lo que le ocurre no tiene nada que ver con él, como si no puede hacer otra cosa para sentirse mejor que medicarse, le desresponsabilizamos de lo que le ocurre, como si no estuviera implicado íntimamente en lo que le pasa, como si no pudiera hacer nada para cambiar, lo cual es por sí mismo depresivo. No le tratamos como sujeto de su malestar sino que le reducimos a ser el objeto de un desajuste.

Tal como plantea la clínica psicoanalítica, el abordaje de ese cajon de sastre que se llama depresión, no puede hacerse sin una ética que tenga en cuenta que la relación del sujeto con la pulsión se sitúa en ese espacio que Freud nombró con un más allá del principio del placer y que si lo excluimos de nuestro campo retorna con una fuerza cada vez más funesta. En relación al abordaje de la llamada “depresión” hay entonces una clínica, una ética y una política a tener en cuenta.

* Extracto del texto leído en la apertura de la IV Jornada Clínica del CPCT de Barcelona: “¿Todos deprimidos? Clínica y ética de la depresión”.