¿Qué es la autoridad?* Estanislao Mena (Cádiz)

En estos días se habla mucho de autoridad, de volver al “usted” en las aulas, de elevar al profesor a la tarima de madera, de elaborar una ley sobre la autoridad. Desgraciadamente, cuando se intentan remediar las dificultades y disfunciones con las que se enfrenta la sociedad actual, por la vía de la ley que corresponda, no siempre se logran los efectos buscados. Se requiere entonces de un análisis profundo del estado de las cosas para que las leyes no tengan un efecto de incrementar aun más aquello contra lo que se lucha.

A finales de abril, tuve la oportunidad de hablar en la Asociación de la Prensa en Cádiz, sobre este tema de la autoridad. En esos momentos desarrollé, al igual que lo quiero hacer hoy, que la autoridad no se reconoce por ley, que se trata de un reconocimiento que se otorga, y justamente, las adolescencias actuales no reconocen esa autoridad porque creen que el Otro no la tiene y no les puede ofrecer nada; es decir, la autoridad se otorga libremente, es un ejercicio de libertad del sujeto.

Pero hagamos una crítica, tampoco los adultos reconocemos a nuestros adolescentes, y si ese Otro no tiene nada que ofrecerles, es porque nosotros se lo hemos transmitido a estos chicos a los que ahora les queremos imponer ese reconocimiento.

En esta sociedad donde los padres han dejado de ser los padres para convertirse en colegas de sus hijos, pasando de una sociedad de padres e hijos a una de hermanos, con una infantilización generalizada, que socava aún mas la increencia en el Otro, ¿Se trata de pérdida de autoridad o de la pérdida del poder que muestra que lo que hay es un semblante? ¿Cómo se sostiene la autoridad sin el poder directo? El poder directo hace que el sujeto obedezca pero esto no es lo mismo que el sujeto consienta.

En la raíz etimológica de la palabra autoridad, hay un doble sentido. Autoridad también quiere decir autorizar. En esto se nos adelantó, como casi siempre Freud, en un texto valioso, “El sentido antitético de las palabras”.

Este es el sentido que olvidamos: cuando imponemos la autoridad en ese mismo momento se convierte en autoritarismo y deja de autorizar. En la acepción que nos proporciona la Real Academia Española, la autoridad es una “persona revestida de algún poder o mando”. Revestida, es decir, no impuesta, por tanto tendríamos que pensar que hacer una ley que impone una autoridad se aleja de introducir lo que sólo existe por la vía del reconocimiento.

Si nuestros jóvenes no nos otorgan esa cualidad, ya he recalcado que algo hemos hecho mal. Nuestra generación, es aquella generación sostenida en los ideales, creíamos en la transformación del mundo, queríamos un mundo mejor, más justo, más equitativo, y sobre todo dejar un mundo mejor a nuestros hijos que el que nos había sido entregado.

Esa creencia en los adultos, los jóvenes sólo la pueden adquirir a través de lo que observen en ellos, de sus actos, de sus prácticas y no parece que se les transmita nada a favor de ello. Hemos creado un mundo donde el ideal ya no vale nada, donde el objeto de consumo ha subido al cenit, es el becerro de oro que todos adoran y que todos quieren obtener, y para eso todo vale.

Los alumnos, por llamarlos como aquellos a los que se dirigirá esta nueva ley, nos piden orientaciones. Sus actos justamente van encaminados en esa dirección, a esto corresponde una respuesta que no pase por la ley, por la imposición, sino por la orientación que nos pide este joven con su acto, detrás de una agresión puede haber un pedido de ayuda de mala manera, correspondámosles, estemos a la altura.

En nuestra época ya no nos sirven los viejos modelos, se terminó la figura del padre de la ley, los psicoanalistas estamos a la espera de nuevas invenciones. Una autoridad que no esté basada en el poder; en psicoanálisis autoridad es equivalente a responsabilidad en acto, entendiendo como acto, aquello que toca lo más íntimo del sujeto.

La transmisión que tenemos que hacer a nuestros jóvenes tiene que estar sostenida en el respeto y la responsabilidad. En este sentido, es claro que los actos deben tener consecuencias, sin que se entienda por esto que es lo punitivo la única respuesta que se le pueda ofrecer, ya que esto cierra toda pregunta sobre el propio acto.

*Publicado en El Diario de Cádiz. Con la amable autorización del Autor.