In Memoriam | Silvia Grases

En el inicio de mi transcurrir por el Campo Freudiano, conocí a Rosa en la Sección Clínica de Barcelona, en el grupo de investigación “Acontecimientos de cuerpo. Anorexia, bulimia”, que más adelante pasó a denominarse “Psicoanálisis y Medicina”. Era el año 2000. Se trataba de un grupo pequeño que hacía poco que se había puesto en marcha, integrado, entre algunos otros participantes, por Paco Burgos, Horacio Casté, Xavier Esqué, Vicente Palomera, Rosalba Zaidel, yo misma, y por supuesto, Rosa.

En el devenir de las permutaciones de coordinación, en una ocasión la contingencia nos emparejó a Rosa y a mí en la coordinación del grupo de ese año. De ahí en adelante, con el deseo decidido y sin concesiones que la caracterizaba, Rosa decidió tomar a su cargo la responsabilidad de la coordinación del grupo, contando conmigo. Fue así que tuve la oportunidad de trabajar estrechamente con ella durante varios años. Eran esos años primeros de recorrido en los que yo iba adentrándome en la enseñanza de Lacan a la par que conociendo el Campo Freudiano y haciendo los primeros acercamientos a la Escuela. Fue ella la que me habló de solicitar mi admisión como socia. Y así lo hice. Bien, en realidad fui, en el decir de Rosa, y en el mío durante un tiempo, “miembro de sede”, pues, aunque por entonces ya no era vigente esa denominación, al parecer sí lo era para Rosa, y, por ende, para mí (incluso llegué a firmar algún artículo con esa acreditación). Este también era parte de su encanto peculiar.

Hablar con Rosa nunca era algo trivial. Cuando los colegas me felicitaron al ser admitida como miembro en la Escuela, lo que ella aplaudió fue mi deseo y el paso que yo di al pedir la entrada. Cuando compartí con ella mi alegría por el nacimiento de mi sobrino, lo que ella festejó fue “ahora tienes un significante en-más: tía”.

Lejos de una impostura, Rosa era así. Ella era palabra y acto.

He de decir que a Rosa no siempre se la entendía, y ella no estaba por la labor de hacerse entender. Como una vez me dijo, y de hecho ya fue toda una explicación, “yo le hablo al inconsciente”. Así ponía en acto la enseñanza de Lacan, así era docente, así enseñaba y era enseñada. Por eso te interesaba. Y sobre todo atraía su lucidez y libertad, de palabra y de acción. Al mismo tiempo, la mujer singular que Rosa era, incisiva, penetrante, cortante, incluso dura, también albergaba, en ciertas ocasiones, ternura, respecto y delicadeza en el trato. Estas son las facetas que conocí de Rosa, así como su gran sentido del humor-ironía, lo que agradezco.

Silvia Grases.