¿Estamos condenados a repetir? Rosa María López (Madrid)

La repetición que se impone como una condena es aquella que, desde la consciencia, querríamos evitar pues actúa en contra de nuestros intereses. ¿Por qué algunos seres humanos se ven abocados a una vida de sucesivos desencuentros? ¿Que fuerzas oscuras son las que desean nuestro mal? ¿Hay un genio maligno que se divierte con nuestros tropiezos? ¿Cómo puede darse una lógica tan inexorable que nos conduzca siempre al mismo error?

Si el fenómeno de la repetición en el comportamiento del ser humano, es una constatación histórica, su causa ha sido siempre un enigma. La figura del destino es un intento de respuesta que los griegos llevaron al máximo de su expresión. Es Edipo Rey quien, sin saberlo, realiza todos los actos que le conducirán al cumplimiento de un destino que había sido escrito por los dioses antes de su nacimiento. ¿Nos vemos entonces condenados a un determinismo absoluto que rige nuestra vida sin concedernos ningún margen de elección o todo obedece a un puro azar?

¿Qué piensa el psicoanálisis del destino y del azar? Hemos de decir que Freud era implacable con la figura del destino, sosteniendo la idea de que el sujeto no es víctima pasiva de una voluntad externa, sino que está implicado en los acontecimientos de su vida. Para defender esta tesis utiliza numerosos ejemplos de la clínica tanto de hombre como de mujeres en los que se demuestra cómo todas las relaciones que establecen con el prójimo terminan de la misma manera.

Ante semejante perseverancia de lo mismo, Freud no acepta la coartada del destino, ni tampoco la del azar, pues encontramos en estas ocasiones actitudes activas del sujeto, rasgos de carácter permanentes que se traducen en la repetición de las mismas experiencias psíquicas.

Si seguimos la lógica del inconsciente, tenemos que admitir que los seres humanos fabricamos nuestro destino porque hablamos, o para ser más precisos, porque somos hablados. Creemos que decimos lo que queremos, pero es lo que han querido los otros, especialmente nuestros padres con algunos dichos que nos alcanzaron de manera contundente. Somos hablados por estructura, y a causa de esto, tejemos con los azares de la vida, una trama argumental. Es a esta trama a la que llamamos destino.

Compulsión de repetición o neurosis de destino, la cuestión es que el estilo de una vida está hecho con una frase de la que no somos autores y que se repite, diversamente modulada, a lo largo de nuestra existencia.

Notemos que cuando hablamos de repetición el acto está siempre en juego. El acto aparece allí donde no se llega con el pensamiento.

Freud advirtió que por más que se elaborara, interpretase o construyera, el síntoma no desaparecía completamente sino que más bien volvía como un cometa, aunque con un ciclo más corto. Si la histeria le abrió la puerta del inconsciente, el síntoma obsesivo le entregó una clave que no había visto tan claramente, pues comprobó que el fundamento mismo del síntoma era la repetición compulsiva.

¿Por que nos vemos forzados a la repetición?, esta es la pregunta que provocó en la trayectoria de Freud un cambio de rumbo fundamental, siendo la causante de sus teorías más audaces y controvertidas. Siguiendo el rastro de las distintas figuras de la repetición Freud franqueó la frontera que traza el principio del placer, para descubrir que la pulsión que anima la vida humana no es otra que la pulsión de muerte.

Seguro que todos los presentes conocen personas cuyas vidas están trazadas de tal manera que siempre conducen al mismo desenlace: El Filántropo, nos dice Freud, al que todos sus protegidos, por diferentes que sean, abandonan irremisiblemente con rabia en lugar de la gratitud que era de esperar. Los hombres para los que toda amistad termina en traición. Los amantes cuyas relaciones con el otro sexo pasan por las mismas fases y finalizan del mismo modo. Nosotros podemos poner otros muchos ejemplos: Los que siempre son engañados por los demás. Los que engañan una y otra vez. Los delincuentes que escapan de la justicia y cuando podrían liberarse vuelven a delinquir una ultima vez, siendo nuevamente apresados. Las mujeres maltratadas por su pareja que después de pasar por el infierno de la separación, vuelven con el maltratador. Por supuesto, las adicciones llevan el sello de la repetición más compulsiva.

Si seguimos el camino abierto por Freud, si somos fieles a lo más radical de su descubrimiento, no podemos concebir el inconsciente sin la idea de una repetición que va más allá del principio del placer.

Lacan en el Seminario XI se sirve de la teoría que Aristóteles desarrolla en su estudio sobre la función de la causa, apropiandose de dos de su términos: El Automaton y la Tyche.

El Automaton es usado por Lacan para dar cuenta de la insistencia de los significantes regida por el principio del placer, mientras que la Tyche nombra el encuentro con lo real que corresponde al terreno del más allá del principio del placer. Toda la investigación de Freud muestra como su gran preocupación está centrada en aquello que escapa al principio del placer.

Pues bien, la repetición no es únicamente el automaton como retorno de los significantes, sino que tiene que ver además con la Tyche que hemos definido como encuentro con lo real, lo que es equivalente a un mal encuentro, ahora podemos añadir que se trata siempre de un encuentro fallido.

¿Estamos o no condenados a repetir? ¿Es posible que el sujeto se libre completamente de la compulsión a repetir? Tanto Freud como Lacan responderían claramente que no, porque hay un traumatismo estructural que nos funda como sujetos hablados y que no es susceptible de eliminar. Este nivel del trauma no obedece a ninguna contingencia particular sino que es intrínseco a la condición humana y por ende, incurable.

La repetición, por tanto, es consustancial a la existencia del inconsciente y de la pulsión, que siempre se repiten.

Ahora bien, hay un aspecto de la repetición que el análisis tiene que reducir, sin duda, pues como defensa tiene una contrapartida demasiado cara. La repetición es una carga pesada que el sujeto “hala” de por vida y que lo lastra condenándole al fracaso y a la acción tanatica de la pulsión. El que ha hecho su análisis puede librarse de esa carga que arrastra repetidamente. El psicoanálisis apuesta por el margen de elección que cada uno tiene a su disposición y con el que puede fabricar respuestas diferentes e insospechadas para el mismo. Respuestas con las que ahora puede reaccionar de otro modo frente a los acontecimientos traumáticos que la vida nos depara inevitablemente, haciendo vana la repetición. Se trataría de resistirse a convertir las contingencias desgraciadas de la vida en una miseria necesaria, saber perder sin quedar identificado a lo perdido como ocurre en la melancolía, apostar por el deseo aunque este sea inalcanzable y no dejarse caer en el goce del mártir, actuar sin garantías pero aceptando la responsabilidad.

¿Cómo se consigue este resultado? No hay una formula preestablecida, pero sabemos que para conseguirlo es necesario desprenderse de aquello que nos hace sufrir, pero a lo que llamativamente nos aferramos: las marcas del Otro, y la ganancia de goce adquirida en el pasado.

Usando una metáfora podemos decir que venimos al mundo con unas cartas determinadas con las que tendremos que organizar nuestra jugada. A algunos le tocan unas cartas muy buenas y a otros muy malas, esto es un hecho. No es lo mismo ser mujer en Europa que en Afganistán. Pero hemos visto muchas veces ganar con cartas malas y a la inversa. ¿Cuál sería el valor o el interés de un psicoanálisis si al final no condujera a un reparto distinto de las cartas aunque su numero y sus figura estén fijadas de antemano? La experiencia del psicoanálisis no promete ningún orden de curación ideal, pero si puede afirmar que sirve para producir algo inédito, inventado o nuevo, en un movimiento que va de la repetición al acontecimiento.