¿Es que ya no existen personas adultas?* José Ramón Ubieto (Barcelona)

André Malraux en sus Antimemorias (1967) se quejaba de que "ya no hay personas mayores", premonición de la infancia generalizada a la que aludía el psicoanalista Jacques Lacan, como rasgo de nuestra época.

Todo parece indicar -consultar estudios recientes que esta tendencia a idolatrar lo joven, como icono de la novedad y como contrapartida (ilusoria) de lo perecedero, alcanza a jóvenes y maduros. Es por eso que los datos sociológicos reflejan esa "competición" entre padres e hijos por ocupar el mismo espacio.

El marketing hace ya algún tiempo que lo descubrió y ahí está ese agudo anuncio de Ikea, Time to leave home? donde la hija pilla in fraganti a unos padres en sus juegos sexuales y en una situación "invertida". Donde tradicionalmente aparecían los padres, escandalizados de los escarceos amorosos de sus hijos, ahora son estos los que descubren, no sin cierto horror, que los padres también tienen prácticas sexuales de diversa índole.

¿Es realmente una novedad? Habría que relativizarlo un poco. Platón, en los diálogos de La República, ya señalaba esta "proximidad" generacional, al punto que los abuelos y padres buscaban la complicidad con los hijos para ganar así su estima.

Esa dificultad para hacerse mayor, que no es otra cosa que hacerse cargo de su manera particular de estar en el mundo, con su estilo de satisfacerse, con sus faltas y debilidades, sin tratar de imputar al otro la responsabilidad de nuestros actos, es atemporal. Freud se refería a ello como la solución neurótica que consiste en suponer que es el otro el agente de mi propia desgracia, y que yo podría no hacerme responsable (no responder) de las consecuencias de mis actos y de mis elecciones.

Lo nuevo quizás es que esa posición hoy se exhibe a cielo abierto, sin pudor, puesto que aquello que antes aparecía velado, el goce más íntimo de cada cual, -sexual y de otros tipos-, ahora debe ser expuesto. Los adultos no son ajenos a ello, y se pasean por las múltiples y diferentes escenas, familiares, televisivas, prensa y libros-testimonio, mostrando las aristas más privadas y más veladas de su existencia.

Esta desinhibición es compartida por los jóvenes en sus propios territorios, virtuales y reales, en su lenguaje, su modo de vestir, su manera de dirigirse al otro. El problema, para ellos, surge cuando esa cara oculta de los padres, su condición de sujetos sexuados, se les revela abiertamente. Ahí se quedan mudos y preocupados; la distancia que les protegía ha desaparecido y su denuncia del impudor adulto trata de restablecer las diferencias y los velos caídos.

Como nos explican muchos jóvenes, lo que les inquieta no es que el padre juegue con ellos a la Play o que la madre compre ropa más juvenil, lo que les horroriza es que les expliquen sus aventuras amorosas, detalles incluidos, tal como haría un colega.

* Publicado en el periódico La Vanguardia. Con la amable autorización del autor.