¿Cómo hacer para que aprender lo que no se sabe no sea triste? Por Isabelle Durand (Barcelona)


Presentación del libro de Jacques-Alain Miller: Introducción a la clínica lacaniana, Barcelona: RBA, 2006.

Tal vez no tenemos la distancia suficiente para hablar sobre Miller. Pero lo que sí podemos afirmar es que Miller elucida la enseñanza de Lacan.
Lacan hizo pasar la obra de Freud a otro discurso, con otro vocabulario. Capturó la obra de Freud en esquemas, relaciones lógicas, matemas. Miller descifra todo eso, elucida a Lacan. Pone luz en la oscuridad. Hace mucho más que un comentario; encuentra la significación del discurso a veces intricado, obscuro, moebiusano de Lacan. Revela su decir, su enunciación. Sigue paso a paso sus vacilaciones, sus idas y sus vueltas, sus rodeos, extrae la inteligencia profunda de la significación.
En un curso de 1994, Miller retoma el aforismo de Coleridge, un poeta inglés, para ilustrar su modo de leer a Lacan: “Hasta que no entiendas la ignorancia de un autor, considérate como ignorante de su comprehensión”. Y allí Miller dice que es gracias a esta relación que él tiene con la ignorancia de Lacan que puede entender algo de su enseñanza. Capta por donde se pierde y, de esta forma, encuentra el camino que sigue.
Hay dos tipos de comentarios: el que consiste en decir lo que dice tal o tal autor sobre tal o tal cosa, lo que sigue diciendo, y cómo se articula, y otro tipo de comentario que requiere alguna idea de la ignorancia del que se comenta. Miller dice que habremos comentado suficientemente a Lacan el día que tengamos una idea de su ignorancia. “Los que mejor me leen son los que más me odian” decía Lacan, y eso ocurre por el efecto de desuposición de saber. No hay que suponer demasiado saber a alguien para poder leerlo. O dicho de otra forma, hay que agujerearlo para poder leerlo.
Agujerear al Otro para poder leerlo no significa agujerearlo de cualquier forma. Hay una forma de agujerearlo que es lo que hace la histérica con el Otro, y precisamente porque está convencida de que no tiene este agujero. Lo supone completo, y por eso quiere descompletarlo. Cuando hablamos de agujerearlo no significa gozar buscando los fallos del Otro para ubicarlo en menos y ponerse a uno mismo en más. Sino que es tener en cuenta que el Otro no es completo y que, por lo tanto, uno también va a tener que trabajar para elaborar algo del saber analítico. Tampoco significa “Ah, pues si el Otro no es completo, si el Otro no existe, entonces hagamos las lecturas que se nos dé la gana”. Sino que es aprender a servirse de ese Otro para elaborar un saber. No porque el Otro no sabe todo entonces no sabe nada, y me igualo a él.
Agujerear al Otro del saber de la buena manera significa reconocer que hay un saber imposible. Hay un imposible de saber que es estructural, para todos. Y la cuestión es la posición subjetiva que toma cada uno respecto a este saber imposible. Para poder construir un saber hay que poder bordear este saber imposible, y para ello es indispensable aprehenderlo como imposible, y no desde la propia impotencia. La impotencia es lo que lleva al goce de la desesperación que paraliza el deseo, que mortifica al sujeto. Se trata de, siguiendo al objetivo que Lacan daba de un recorrido analítico, pasar de la impotencia a lo imposible.
En el acto de leer un texto siempre hay momentos de desorientación, de perplejidad. Uno no entiende y eso acarea un cierto malestar. Lacan invitaba a sostener esta perplejidad, que de hecho su estilo entretenía. Nos alentaba a no salir corriendo en búsqueda de un S2, un saber, para taponar rápidamente el agujero. Cuando se habla de agujerear un texto para poder leerlo, en realidad esto está mal dicho. Una formulación más acertada sería: no taponar en seguida con el saber los agujeros que el texto ya tiene. Dicho de otro modo, sería consentir en dejarse agujerear por el agujero del texto.

Donde hay un Otro tachado, un A barrado, se necesita la invención y no el descubrimiento, puesto que no hay nada que descubrir, salvo el vacío de A barrado. Por esta razón, en lugar de descubrir, se debe inventar. Y podemos decir que Miller construye, inventa. Inventa no en el sentido de construir ficciones sino de encontrar algo nuevo. Inventar viene de venir, encontrar. Y uno no encuentra si no busca.
No sé quien dijo “La inspiración siempre me encontró trabajando”. Hay un trabajo previo al goce del encuentro, de la elucidación, que es el esfuerzo de sostener una búsqueda. Hay que poner las coordenadas para que algo salga al encuentro.
Dos obstáculos pueden interferir en el camino de la búsqueda: la desesperación ó la pereza, aunque a menudo se trata de la misma cosa: a veces la desesperación (o el goce del “no puedo”) se reviste de pereza (el goce del “no quiero”); otras, es la pereza que se esconde tras la desesperación. Cuando uno se encuentra con algo que no sabe, puede acarrearle un sufrimiento. Esto queda ilustrado en la queja de un niño que decía: “El colegio no me gusta porque sólo me enseñan cosas que no sé”.
Es sólo atravesando estas barreras que uno puede “divertirse comentando a Lacan, inventar, plantearse problemas” .
Plantearse problemas es hacerse preguntas y, como dice Miller , una pregunta es también una afirmación: la afirmación de una falta en el saber. Es un agujero, un vacío necesario para avanzar. Pero el problema de la pregunta, y sobre todo en el neurótico, es que espera que la respuesta le venga del Otro, de un Otro completo que su pregunta sostiene. La pregunta del neurótico es una forma de hacer trabajar al Otro. Y en el saber analítico, que no es el saber universitario, la respuesta no se recibe del Otro, sino que se construye, con un Otro que causa y orienta, pero que cada uno tiene que construir.
El saber analítico no es una cosa que, al ponernos en contacto unos con otros, fluya de lo más lleno a lo más vacío de nosotros, o sea del que sabe más al que sabe menos . Cada uno tiene que construir sus respuestas que, como dijo Lacan, anteceden a sus preguntas. En efecto, Lacan dice que sólo nos hacemos las preguntas cuyas respuestas ya tenemos. Es una tesis que al nivel de la experiencia parece sorprendente. En todo caso en esta tesis de Lacan, el tener la respuesta no impide que se tenga que producir. Y de hecho es lo que hacemos en un análisis: producimos unas respuestas que estaban antes de la pregunta.
Pero eso no significa que todo valga y que, retomando lo que dice Miller, cada cual pueda leer como quiera. Sólo se puede leer sirviéndose de algunas claves muy precisas. Y es porque existe una dirección, una lógica, por lo que hace falta una orientación, una brújula. Miller, en este libro, en estas conferencias, aporta esta brújula al darnos las coordenadas de su lectura. Sólo tiene un principio, un imperativo: leer con lógica es, para él, la única forma interesante, válida de leer a Lacan. Su implacable rigor tiene que ver con esta necesidad de coherencia.
Este libro Introducción a la clínica lacaniana recoge conferencias, algunas de ellas realizadas en el marco de la Escuela, y otras en el marco del Instituto del Campo Freudiano.
En una conferencia de 1986, Miller haciendo la distinción entre una conferencia y un curso, dice que un curso es una enseñanza a largo plazo, donde la palabra está determinada por lo que se ha dicho antes, por el tesoro, más o menos rico, acumulado en las lecciones anteriores.
Por el contrario, en una conferencia siempre hay algo del orden de un primer encuentro, de un resumen, un tratamiento más apretado de un tema único. Un curso que dura un año suele ser digresivo, y una digresión en la que nace lo nuevo podrá ser el tema de una conferencia.
Pero hay también otra diferencia entre un curso y una conferencia. Es una diferencia respecto al saber que suponemos al Otro al que nos dirigimos. En una conferencia, hay la suposición de que el Otro no sabe. En efecto, muy a menudo, la audiencia no sabe ni siquiera quien es el conferenciante, o bien lo sabe más o menos, a través del discurso de la opinión. Es por eso, dice Miller , que un conferenciante debe mostrar sus credenciales, debe demostrar que sabe.
Por todo eso podemos decir que estas conferencias, que constituyen un segundo nivel de elaboración, son unas verdaderas perlas producidas por capas de lo más precioso de la enseñanza de Miller.

Intervención en la presentación del taller de lectura “Introducción a la clínica lacaniana” el 20 de noviembre 2006 en la Sección clínica de Barcelona

Isabelle Durand (Barcelona).