Dejemos que la angustia hable. Entrevista de Maricel Chavarría en LA VANGUARDIA a varios psicoanalistas. Por José Ramón Ubieto (Barcelona).

Dejemos que la angustia hable
Los psicoanalistas advierten que es una terapia irreal medicar hasta que desaparece la angustia, pues ésta resurge

MARICEL CHAVARRÍA - Barcelona - 06/01/2007

"El modo en que el cuerpo responde a la angustia es la única información fiable que tenemos al respecto".
Es el signo clínico más evidente del malestar actual, una experiencia inefable que se presenta bajo formas que van del panic attack al duelo por una pérdida o la presión social y familiar. La angustia va en aumento. Los ambulatorios reciben cada vez a más pacientes con síntomas de ansiedad, insomnio o depresión que no les permiten afrontar su vivir cotidiano. En Catalunya, esas causas suponen ya el 25% de las visitas a los CAP y la mayoría sale con una receta: ansiolítico o antidepresivo. Fármacos para mitigar los malestares psíquicos o emocionales. ¿Es la solución?

"La angustia parece ser una epidemia de esta época de incertidumbre y de pérdida de referentes simbólicos - señala Mauricio Tarrab, ex secretario general de la Asociación Mundial de Psicoanálisis-. Y, paradójicamente, es una experiencia de certeza para el sujeto: sabe que algo lo agarra en su cuerpo y pensamiento, y que ha de sacárselo de encima, aunque no sabe cómo". La ecuación para el psicoanálisis es sencilla: a mayor incertidumbre, mayor angustia. La incertidumbre asedia al sujeto después de una pérdida indecible, y también al que anticipa una pérdida futura. ¿El tratamiento? A mayor certidumbre del Yo, menor angustia.

El ataque de pánico, por ejemplo, no es novedad, pero sí que sea tan generalizado y se hable tanto de él. El empuje a mitigar la angustia con medicamentos la convierte en un síntoma más para psiquiatría y se dispara la factura por consumo: los ansiolíticos e hipnóticos se recetan en España un 50% más que hace una década y el Govern gasta un 25% más que hace 5 años en antidepresivos, su mayor dispendio farmacéutico.

Pero, más allá de la lectura economicista de la sanidad pública, que teme haber entrado en una carrera sin fin (no se acaban ni el gasto ni la lista de espera, ni la insatisfacción del ciudadano ni la del profesional), el medicalizar hasta que la angustia se va no convence al profesional de la terapia. "Es irreal - alerta el también psicoanalista José Ramón Ubieto-, la angustia resurge; no creo en la promesa de arreglar los problemas por la vía del medicamento pues es un problema estructural del sujeto.

Además de las incertidumbres y la presión social, en la angustia siempre hay algo del propio deseo que el sujeto no acaba de reconocer. Lo terapéutico es que se pueda reconciliar con su deseo, decidir si quiere o no lo que desea. La reacción del cuerpo es la información más fiable".

Panic attack, ansiedad, angustia, miedo, fobias, estrés... Tarrab incide en que hay medicaciones imprescindibles y momentos clínicos en que deben ser usadas, pero considera una barbaridad medicar a niños por un trastorno por déficit de atención con hiperactividad. "Esto es tapar la diferencia, ejercer un control social", afirma. El psicoanálisis de Jacques Lacan entiende la angustia como un camino que no hay que cerrar con medicamentos, pues es una vía que le permite al sujeto entender.

"El sentimiento de angustia, que se experimenta en el cuerpo, está relacionado con lo más íntimo, un afecto que no engaña - en palabras de Ubieto-, en el sentido de que nos orienta hacia lo que es más real, porque conecta con lo que somos para el otro. La política generalizada del ansiolítico es un error para el psicoanálisis pues confunde la angustia vital con la cotidiana, con la ansiedad. La primera responde a ese no sé que quiere el otro de mí,qué lugar ocupo para el otro.La segunda es la angustia por incertidumbres y situaciones cotidianas que no se ajustan a las expectativas. La segunda suele solapar la primera: se vive la angustia cotidiana pero nadie se detiene a preguntarse cómo me uno yo al otro.

Precaria e incierta, adaptarse a la vida líquida - como llama el filósofo Zygmunt Bauman al veloz cambio de condiciones de vida- es todo un reto: a la precariedad laboral hay que sumar la pérdida de lazos sociales y familiares, los proyectos individuales que se anteponen a la pareja... La vida es precaria e incierta, y eso explica que aumente el número de trastornos adaptativos.

"Venimos de una época estable pero ahora, ¿cómo se come un contrato de 3 meses y una hipoteca a 50 años?", señala Josep Moya, coordinador científico de salud mental del hospital Parc Taulí y responsable del futuro observatorio. "Nuestro sistema nervioso está preparado para soportar cierta presión. Un neurobiólogo dirá que una reacción de angustia es un desequilibrio de los neurotransmisores, pero su funcionamiento no se puede desligar de la mente o del entorno. Son niveles distintos de un mismo problema".

Moya rechaza psiquiatrizar el malestar. "No se trata de inventarse enfermedades y síntomas. El malestar no es una enfermedad, y la angustia sólo debe llevarse al médico si es tan intensa que interfiere en la vida cotidiana". Su futuro observatorio tratará de detectar conflictos que con el tiempo pueden convertirse en problemas mentales y de dar respuestas sociales más que clínicas. "Ante el síndrome de las casas adosadas, el que aboca a cuadros ansioso-depresivos porque se vive sin servicios ni cohesión social, habrá que promocionar otro tipo de barrios. Y ante el fracaso escolar, no nos precipitaremos al hablar de trastorno por déficit de atención, sino de síntoma: síntoma de los múltiples estímulos que recibe la infancia".

José Ramón Ubieto (Barcelona) Reportaje de MARICEL CHAVARRÍA para LA VANGUARDIA, Barcelona, publicado el 06/01/2007.