Hacia el PIPOL 6. (nº3). Miquel Bassols, Vilma Coccoz, Carmen Cuñat.

PRESENCIA DE LA INSTITUCIÓN EN LA CLÍNICA
Miquel Bassols

“Presencia de la institución en la clínica” fue el tema de una fecunda Conversación del Instituto del Campo Freudiano en España en la que se debatieron diversos casos presentados por psicoanalistas y atendidos tanto en instituciones de salud mental como en la consulta, llamada siempre de un modo tautológico, “privada”.

En realidad, ¿hay algún encuentro con un psicoanalista que no sea de orden estrictamente privado, es decir, donde lo más íntimo del sujeto no reciba de quien lo escucha la acogida más personal, destinada al ámbito restringido de la transferencia? El título de aquella Conversación quería invertir así los términos de lo que suele ser un debate con frecuencia sin salida: el de la presencia del psicoanálisis y su clínica en las instituciones, el de los avatares que los psicoanalistas experimentan con su lugar de trabajo en ellas. Pero hablando estrictamente, no hay psicoanalistas que “trabajan en instituciones públicas” por un lado y otros que lo hacen en su “consulta privada”. De hecho, cada uno, por no decir un “todos” que no existe, “trabaja” en la institución que está en juego en la experiencia analítica: la institución de la transferencia, la que instaura la relación del sujeto con el saber cuando este saber se refiere al único trabajador del discurso analítico y que Lacan llamó el trabajador ideal: el inconsciente. No, si el problema bien planteado no es el de la presencia del psicoanalista y del psicoanálisis en la institución —sea del orden o del tipo que sea—, sino el de la presencia o no de la transferencia como sujeto supuesto saber en la clínica que, si es así escuchada, seguirá entonces la lógica del discurso analítico.

Siempre que surge este tema de debate recuerdo una fugaz conversación que mantuve hace años con un psicoanalista de la IPA que, atrincherado en su consulta, me decía que él siempre había abominado de las instituciones, ya fueran las de la red de salud pública como la propia institución psicoanalítica a la que, sin embargo, no dejaba de pertenecer. Hacía poco tiempo que yo me había “instalado” —como se suele decir—, en la práctica analítica, pero pude responderle ya muy claramente, por lo que había aprendido de ella, señalándole el diván: “pero si es aquí donde usted tiene su institución”.

Es la perspectiva que me parece oportuno subrayar ahora de acuerdo con el tema de “la práctica institucional después del Edipo” que pondrá sobre el tapete el próximo encuentro PIPOL 6, Segundo Congreso Europeo de Psicoanálisis, que se realizará en Bruselas el 6 y 7 de Julio de 2013.

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EN LA LÍNEA DE REFLEXIÓN INAUGURADA POR MIQUEL BASSOLS
Vilma Coccoz

Continúo en la línea de reflexión inaugurada por Miquel Bassols, porque, me parece, da en el clavo. Tomemos la definición de “instituir”: establecer algo de nuevo, dar principio a una cosa. También determinar, resolver.

¿Qué vuelve especifica, particular, esta acción en psicoanálisis? Que su fin es instituir, cada vez, el discurso analítico. Es decir, instituir es equivalente al acto analítico. Independiente, entonces, de la localización. Dependiente de la topología trinitaria del ser hablante. Por eso, el analista lacaniano del siglo XXI “anuda, desanuda, corta, da consistencia”, como lo expresa Gil Caroz en su argumento de Pipol VI.

Pero esa acción, verdadero nódulo de la política lacaniana, se revela dependiente de la destitución subjetiva, resultado de una severa ascesis, según lo ha definido Miller, que el analista lleva a cabo en su propio análisis.

Se anuda, entonces, la institución y la destitución de una manera precisa. Así lo mostró recientemente Bernard Seynhaeve, en una jornada inolvidable en Madrid. Habló de la función del S1 como director de la institución y del atravesamiento personal de sus paradojas, hasta su resolución con el pase. “Ya no es un problema para mí”, concluyó.

Pero Courtil es una institución localizada, me dirán. Sí, pero la manera de operar toma en cuenta la topología –no el espacio- en la forma de tratar los síntomas.

En esa operación se “deslocaliza” la institución a favor de instituir el discurso analítico.
Y en tal sentido, existe una semejanza entre el diván y el espacio institucional, cualquiera sea, en el que un analista lacaniano encarna el psicoanálisis, entendido como una manera nueva de tratar el S1: da principio a la Cosa Freudiana, determina, resuelve, establece algo nuevo. En definitiva, instituye.

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UNA INSTITUCIÓN MORTIFICANTE
Carmen Cuñat

Hay varias formas de mortificar el trabajo en institución, todas parecen tener el mismo objetivo: no dejar aparecer lo nuevo.

La primera consiste en decir: “esto ya lo hemos hecho y no vale la pena hacerlo de nuevo” o “con este sujeto o con este tema ya no se puede hacer más”

La segunda consiste en volver sobre los mismos problemas, o los mismos significantes, con el único fin de señalar solamente el mal funcionamiento de la institución o de los responsables, su incapacidad, como si nada se hubiera hecho, como si cada vez tuviéramos que empezar de cero. Alguien dijo alguna vez que empezar siempre de cero es someterse al ejercicio destructivo de la pulsión de muerte.

A veces, lo nuevo sólo consiste en pequeños cambios, en pequeños desplazamientos. Pero, en efecto, un vuelo de mariposa puede hacer caer todas las piezas del dominó. Por eso, en una institución mortificante se prefiere no dejar volar las mariposas.

Y es que esos pequeños cambios, por mínimos que sean, tienen irremediablemente el efecto de destituir lo instituido. Así que mejor no hacerlos perceptibles, mejor acallarlos para que nada cambie.

La tercera, es decir que no se hacen las cosas como se hacen en otro lugar. Los otros siempre lo hacen mejor. Con la particularidad, de que cuando se está en ese otro lugar, tampoco se es capaz de reconocer los pequeños cambios de ese otro lugar.

Esa posición inquebrantable, inamovible, que no admite lo nuevo puede que esté sostenida por un ideal. O también, en otros casos, por estar a la espera de las directrices ordenadas por “la autoridad competente”. En una institución mortificante no cabe autorizarse por si mismo, ni autorizarse con otros. Lo único que cabe es mantenerse en la minoría de edad. Y eso es muy útil para dar paso a la supuesta “autoridad competente”.

Pero lo nuevo, no siempre es lo bueno, lo bello, lo verdadero. Lo nuevo trae consigo también lo real imprevisible, el desorden, lo no igual a lo de siempre. A veces parece que es ese desorden el que mortifica. En un sentido sí, si nos colocamos en la perspectiva del Padre muerto. Sólo él tuvo derecho a gozar y además se llevó con él el goce a la tumba. En la perspectiva del Padre muerto estamos todos un poco muertos en vida, y el desorden viene a conmover ese supuesto bienestar.

En la perspectiva de Después del Edipo, nos arriesgamos a vivir la vida. Nada asegura que no traiga consigo el malestar, pero podemos inventar algo para hacer con él, partiendo de los medios que tenemos y, en cualquier caso, elegir lo que hacemos. Nadie nos lo prohíbe.