Evaluados, perplejos y deprimidos [¿Puede ser traumático estar muy informado?] José Ramón Ubieto (Barcelona)

Esta evaluación generalizada rinde culto a la cifra como una nueva mística

La perplejidad es una reacción subjetiva ante la irrupción de un acontecimiento traumático, sea un accidente, una catástrofe o una pérdida brusca (muerte, ruptura). A partir de allí el sujeto inventa significaciones para tratar de explicarse lo sucedido y recuperar su locus control: se buscan culpables, antecedentes, teorías que justifiquen lo sucedido y nos proporcionen alguna orientación para seguir viviendo.

Hoy, en la sociedad del riesgo, lo traumático adquiere nuevas formas y empieza a ser también aquello que emerge fuera de la programación, de manera imprevista, aquello con lo que no contábamos. Y no lo hacíamos porque en nuestra sociedad, organizada a partir del dominio de la ciencia y las nuevas tecnologías, todo parece previsible y calculable.

El estudio de la Associació Catalana de Sociologia señala tres factores potencialmente causales de la perplejidad: la pérdida de liderazgo, el fenómeno migratorio y los dilemas éticos que plantean las innovaciones tecnológicas. Todos ellos apuntan a cuestiones claves en el ser del sujeto: la confianza en sus ideales, la relación con lo extranjero y diverso y la coherencia identitaria entre el (deber) ser y el hacer.

¿Cómo percibimos hoy esas nuevas formas de lo "traumático"? Sin duda, a través de la evaluación que se ha convertido en nuestro principal referente de "saber". Un día despertamos y descubrimos, según el último estudio científico, que en pocos años todos estaremos deprimidos, o que muchos de esos niños con dificultades escolares, que creíamos inquietos y movidos, ahora son hiperactivos. La política de las cosas (Milner) se nos impone así, sin que podamos hacer nada para replicar a eso que se ofrece como supuesta evidencia científica.

Esta evaluación generalizada -que alcanza a propios responsables políticos- rinde culto a la cifra como una nueva mística: ya no hay tristes, sino cerebros deficitarios de monoaminas, ni adolescentes en conflicto sino jóvenes con amígdalas de gran tamaño. Un afán de que todo sea reducible a la cantidad, producto de una firme voluntad de dominio que cree que la acción sólo es posible sobre lo que se ofrece a la medida, para aumentarlo, disminuirlo...

Algo de todo esto parece reflejarse en la perplejidad catalana. Una sociedad que cuenta su ser ("Som 6 millions") y ha apostado siempre por la modernidad como referente, se ve ahora, en su permanente esfuerzo de evaluación (esfuerzo más renuente en otras partes de España) decepcionada por los resultados económicos, sociales y educativos. No somos los únicos (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia) pero quizás valga la pena tomar esto como una oportunidad, no para recrearse en la melancolía o la rumiación empreñada, sino para revisar nuestras prioridades en los diversos ámbitos de la vida colectiva.

* Artículo publicado en el periódico La Vanguardia.