Estado de Excepción y Memoria*. Joaquín Caretti Ríos (Madrid)

“Los muertos demandan a los vivos: recordadlo todo y contadlo; no solamente para combatir los campos sino también para que nuestra vida, al dejar de sí una huella, conserve su sentido.”(1)

Quiero hacer algunas reflexiones sobre los efectos subjetivos, sociales y políticos de la ruptura del orden democrático y de la instalación del estado de excepción; qué efectos tiene en lo inmediato y qué efectos más a largo plazo, en las siguientes generaciones, qué efectos en el lazo social y en la forma de vivir. También quiero hacer algunas reflexiones sobre el lugar que tiene la memoria como vía simbólica de abordaje de los efectos de la represión política.

El estado de excepción consiste en la suspensión de las garantías constitucionales, en la suspensión del estado de derecho, creando un contexto temporo-espacial en cuyo interior podría suceder todo lo que fuera necesario según las necesidades del poder soberano. Es un momento de la ley donde ella se decreta como fuera de la ley. Se lo podría pensar como un retorno al estado de naturaleza, el cual se suponía exterior al estado de derecho pero que por ese acto reaparecería en su interior. La posibilidad de ex-sistencia de este estado de excepción se hace necesaria como la excepción que confirma la regla del derecho. Es algo que hace borde, algo que permite cerrar al conjunto estado de derecho. La posibilidad de ser decretado este estado de excepción, no está tanto en relación con la función instrumental de controlar los desbordes y problemas sociales, sino principalmente, como sostiene Giorgio Agamben, “de crear o definir el espacio mismo en que el orden jurídico-político puede tener valor.”(2) El estado de excepción tiene formas precisas de ser decretado y límites temporales también muy claros. Por ello, ¿qué sucede cuando este estado de excepción pasa a ser la norma?¿Qué sucede cuando la dictadura se instala?

Creo que es entonces cuando irrumpe la cara obscena de la ley -descripta por primera vez por Freud inaugurando así un pensamiento político nuevo(3) - cara de la ley sin texto, expresión de una pulsión de muerte que se manifiesta a través de esta faz obscena. Se pasa de la faz pacificante de la ley -una ley que es para todos y a la cual se puede acudir- a su reverso, que es una ley sin texto que opera sin que los sujetos puedan decir de qué se trata. Los psicoanalistas verificamos esto en la clínica cotidiana. Cuando la función ordenadora de la ley no opera o cuando el sujeto no hace uso de ella, el sufrimiento sin texto se instala. Esto es lo que pasa en el estado de excepción. No se puede acudir a nadie para que medie, ha desaparecido la instancia mediadora de la ley, operando una ley que impone la arbitrariedad y el sufrimiento; es una ley que enferma todo lo que toca. Podemos pensar, como ejemplo de esta ley sin texto, en la voz del Führer en cuanto voz viva que regía el cuerpo político sin posibilidad de apelación, transformando al Führer en una ley viviente, obscenamente encarnada.

El correlato práctico del estado de excepción es el campo de concentración. Este es el que se instala en el centro de la sociedad, afectando con su presencia a todas las modalidades del lazo. El campo es el que transforma la vida del sujeto entendida como bios -es decir vida política- en nuda vida, vida desnuda que cualquiera puede quitar. En este espacio ya no rigen las normas del Estado de derecho sino que rige la ley obscena y mortífera. El sujeto queda reducido a pura vida biológica, perdiendo su nombre, su identidad, sus lazos, su lugar, su historia, su condición política, quedando sometido a la arbitrariedad de un sistema que no responde a las leyes de los hombres ilustrados sino que queda a merced de un empuje a la destrucción y a la desaparición: “A un orden jurídico sin localización (el estado de excepción con la ley suspendida) le corresponde ahora una localización sin orden jurídico (el campo como espacio permanente de excepción) donde puede quedar albergada cualquier forma de vida y cualquier norma (arbitrariedad)”(4) . Es un lugar donde todo es posible por que no hay límites que ordenen, es un espacio donde la propia muerte sería el único límite. Es un lugar donde el sujeto queda reducido a una condición inhumana desapareciendo la calidad delictiva de las acciones perpetradas contra los presos.

La modalidad que se instaló en Alemania durante el régimen nazi y en la Argentina durante los años de la dictadura militar y aún España durante la dictadura franquista, fue la de la desaparición programada de las personas. Esta política fue un redoblamiento del estado de excepción, pues a la retirada de los derechos civiles y a la muerte biológica, la primera muerte, se agregó una segunda muerte simbólica que consistió en hacer desaparecer el cadáver con lo que esto implicaba de abolición simbólica para el sujeto y para su familia. Fue el intento de cortar la cadena de las generaciones dejando a los muertos fuera del lazo generacional al provocar un agujero en la cadena de las generaciones. No sólo muerto sino desaparecido. El asesino general Videla lo decía con toda claridad: “Mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido.” Por eso el estado de excepción sigue y perdura para los muertos-desaparecidos, para los familiares y para la sociedad, más allá de la restauración del orden jurídico.

El campo de concentración es la máxima expresión de la biopolítica, donde el poder se ocupa y dictamina sobre la nuda vida. Lo demuestra la arbitrariedad de las decisiones y sobre todo la inapelabilidad de las mismas. Pero donde el biopoder se encarama al cenit es en la decisión que tiene sobre la vida, ya que no sólo se decidía sobre la muerte sino sobre la vida: quién vivía y hasta cuándo, quitando cualquier posibilidad de decisión personal al hecho de morir ya que se trataba de adueñarse de las vidas: “aquí dentro nadie es dueño de suvida, ni de su muerte. No podrás morirte porque lo quieras. Vas a vivir todo el tiempo que se nos ocurra. Aquí dentro somos Dios.”(5) decía un carcelero. Es “un poder que se dirige al cuerpo individual y social para someterlo,uniformarlo, amputarlo, desaparecerlo.”(6)

Por ello, por la actualidad que tienen -pensemos en Guantánamo, que no es una prisión pues una prisión se rige por una lógica diferente a la del campo-no se puede pensar a los campos de concentración como una cosa ya superada perteneciente al pasado, como una anomalía que se erradica mediante un acto de voluntad de la sociedad que lo albergó. Un poder concentracionario y desaparecedor no puede desaparecer esfumándose, sino que, por el contrario, es “la matriz oculta, el nomos del espacio político en que vivimos todavía.”(7) Podríamos pensar que el estado de derecho se constituye en tensión con el estado de excepción y con su correlato, el campo de concentración; que el campo de concentración es inherente a la estructura social ubicado como un afuera que encualquier momento irrumpe en el centro de la sociedad.

Debemos pensar que los efectos sintomáticos del estado de excepción no se dan solamente en los prisioneros y asesinados, sino también en los más cercanos y en el resto de la sociedad. La política de campos de concentración no deja indemne a nadie incluso a quienes participaron activamente en el despliegue de los mismos. La idea es que estos efectos perduran en el tiempo y que el campo de concentración sigue operando aunque haya sido desmantelado. Es decir que sus efectos duran en lo social sin límite de tiempo. Efectos sobre los muertos que no tienen una tumba, sobre las familias que no pueden inscribir esa muerte en una historia y efectos sobre la sociedad, que fue invadida por una lógica mortífera y que, aterrorizada unas veces, cómplice otras, se sumió en el silencio.

Sabemos que de lo que no se habla tiene efectos deletéreos, que la eficacia simbólica de lo reprimido afecta al cuerpo y a los lazos sociales, que lo silenciado se expresa por caminos que hacen daño y que este daño puede durar a través de las generaciones.Que a pesar de no haberla vivido, los hijos son responsables y deudores de la historia de sus padres. Por ello entiendo que el debate se plantea en un qué hacer para que las huellas de los que ya no están tengan un sentido, para qué los familiares encuentren un lugar donde honrar a los muertos y para que la sociedad aborde el olvido.

Es aquí donde creo que la memoria ocupa su lugar de subversión radical. Y también la responsabilidad. Y la justicia. Estos son las patas de un trípode esencial, que es el único camino que puede permitir salir de la lógica concentracionaria de desaparición y olvido, de irresponsabilidad e injusticia. Se trata de restaurar la ley pacificante que apunta a dar un lugar a cada uno de los desaparecidos, a cada uno de los represaliados, a cada uno de los apropiados, a cada uno de los exiliados. Se trata de devolver un sentido a las existencias arrebatadas. Y también se trata de rescatar del olvido al proyecto político que sostenía la militancia de los asesinados y desaparecidos, sea en España, sea en Argentina, sea en cualquier lugar del mundo donde opere la lógica del campo de concentración como destrucción de lo político.

Por esto creo que se debe pensar en qué memoria se busca -una memoria literal que se ensimisma o una memoria ejemplar que sirve a una nueva inscripción en el lazo social, tal como la analiza Tsvetan Todorov(8) - qué ejercicio del recuerdo se quiere poner en marcha. Pienso que la memoria -en tanto puerta de entrada a la posibilidad de reescribir la propia historia y, por lo tanto, de habitarla de un modo diferente- es un ser vivo que palpita dentro de cada sujeto y que se va nutriendo y modificando, enriqueciendo con las palabras nuevas que van surgiendo pero que, a su vez, es un ejercicio colectivo ya que se construye con el otro y gracias al otro. Por ello es preciso desprenderse de la ilusión de decir la última palabra sobre un recuerdo ya que hay un punto de enigma que persiste más allá de cualquier intento de clausurar la vida de la memoria. Entiendo que la memoria a la que se debe apuntar es aquella que va más allá de la vida individual y anuda al sujeto con su derrotero político. Pues la amnesia puede venir o por el olvido o por el dejar de lado quién fue ese sujeto en su vida política. Así la memoria es una manera de retorno a la política, entendida esta no como una mera gestión de los recursos, sino como el espacio privilegiado de invención y cambio donde lo individual, lo particular, se pueden anudar a lo universal. No habría entonces otro camino para impedir que predomine la lógica del campo de concentración -sabiendo que será imposible liberarnos de una vez y para siempre de esa lógica perversa, ya que esa ley sin texto acecha desde el centro de la estructura humana- que, a la tres patas del trípode memoria, responsabilidad y justicia, sumar otro que es la política. De este modo los muertos tendrían su lugar y los vivos también. No basta volver al estado de derecho para rescatar a los desaparecidos y terminar con el estado de excepción. Sólo la memoria, la justicia, la responsabilidad y la política podrán terminar con la perdurabilidad del estado de excepción y así rescatar a los desaparecidos de su desaparición, a los represaliados de la injusticia y operar simbólicamente sobre los efectos transgeneracionales y sociales.

“El poder muta y reaparece, distinto y el mismo cada vez. Sus formas se subsumen, se hacen subterráneas para volver a reaparecer y rebrotar. Creo que un ejercicio interesante sería intentar comprender cómo se recicla el poder desaparecedor. Cuáles son sus desintegraciones y sus amnesias en esta postmodernidad. Cómo reprime y totaliza, aunque se manifieste en el individualismo más radical.(…) y cómo se nutre de las falsas separaciones entre lo individual y lo social. Cómo conservar la memoria, encontrar los resquicios y sobrevivir a él.”(9)

Notas:
1-. Todorov Tzvetan. Frente al límite, México, Siglo XXI, 1993
2-. Agamben Giorgio. Homo Sacer, Pretextos, Madrid, 2003
3-. Alemán Jorge. “El legado de Freud” en Lo real en Freud, Ediciones Pensamiento, Círculos de Bellas Artes, Madrid, 2007
4-. Agamben Giorgio. Op. cit.
5-. Calveiro Pilar. Poder y desaparición, Colihue, Buenos Aires, 2004
6-. Ibidem.
7-. Agamben Giorgio. Op. cit.
8-. Todorov Tsvetan. Los Abusos de la memoria, Paidos, Barcelona, 2000
9-. Calveiro Pilar. Op. cit.

*Jornadas de Políticas de la Memoria - La Granja (Segovia)
18 de julio de 2008