Enigmas del sexo. Por Miquel Bassols (Barcelona).

(Foto: M. Bassols y A. Goya en la Mesa y asistentes a la conferencia del NUCEP)

Conferencias del Nucep
El Psicoanálisis en la época de la globalización - Avatares actuales de la sexualidad

(Resumen de la conferencia impartida en Madrid el 24 de septiembre de 2007)

El título propuesto por el Nucep permite actualizar algo que parece olvidarse cada vez más: el lugar profundamente enigmático de la sexualidad en el sujeto de nuestro tiempo. Hay de hecho una nueva hipocresía sobre el sexo que consiste en suponer que no hay ya nada misterioso en la sexualidad, que todo lo que había que saber de sustancial ya se sabe o puede llegar a saberse en el registro del conocimiento objetivo. Por otra parte, la reducción de la sexualidad a lo orgánico y a lo biológico, o también a lo genético, oblitera la dimensión profundamente subjetiva y conflictiva de la sexualidad, dejando suponer que hay un horizonte armónico y de posible complementariedad entre los sexos.
Pero los psicoanalistas lo comprobamos diariamente: hay una queja sobre el goce sexual, sobre los modos de gozar en la sexualidad que no tiene nada que ver con lo “genital” o con lo “genético”. Al revés, cuanto más se reduce lo sexual a lo genético, más retorna esta dimensión del malestar en el goce que está en el núcleo del ser sexuado. Es una queja sobre el sentido del goce sexual, o también de su sinsentido. El goce es, como indicaba Lacan, del orden de lo inútil, y es aquí donde el problema del sentido el goce sexual y el de la procreación en el registro de lo biológico se separan por completo. Es por eso que Lacan, ya en su tesis de 1932, podía hablar de “el enigma humano del sexo”. Cada sujeto encarna el enigma de su ser en la sexualidad y en la muerte, los dos grandes temas que están en el fundamento del “malestar en la cultura” y del sujeto de nuestro tiempo.
¿Qué constata el psicoanálisis en su práctica diaria?
1 –Que no hay sexualidad sin enigma, que no hay deseo sexual si no se preserva el enigma en el lugar del deseo del Otro. Es sabido, cuando “todo” se muestra no hay nada que cause el deseo, porque el deseo parte necesariamente de una falta, es refractario al “todo”. De ahí la importancia de la función del velo en el deseo: es la función del falo como significante del deseo, símbolo de una falta. (Cf. la referencia de Lacan a los frescos de la Villa dei Misteri en Pompeya).
2 – Que hay una disyunción entre tres registros de la experiencia que a veces se confunden: el deseo, el amor y el goce. ¿Cómo gozar de aquello que amo? ¿Cómo amar aquello de lo que gozo? El deseo se instala entre los dos términos introduciendo una falta necesaria para que subsista tanto el amor como el goce. Sin esa falta no se puede amar, y el goce se vuelve impotencia.
3- Que el enigma del sexo es particular de cada sujeto. No hay resolución standard de este enigma. El psicoanálisis encuentra la lógica de este enigma particular de cada sujeto en lo que llama el fantasma. El fantasma es el modo en que cada uno construye, fija un objeto para esa pulsión que no tiene un objeto determinado. Lo que el fantasma no puede construir, lo que el fantasma no puede fijar de la pulsión, se convierte en síntoma. La sexualidad como síntoma es otra forma de satisfacción que no sigue el principio del placer sino el principio del goce que no se vincula con el Otro.
En esta coyuntura, el sujeto actual se queja de la fugacidad de los vínculos de amor, vínculos efímeros, o de la fugacidad del amor mismo como vínculo. “El amor en los tiempos de Internet” está hecho de muchos encuentros, de más fugacidad, de más desplazamiento del objeto, siempre provisional. Es un efecto paradójico de la pulsión que se alimenta de este desplazamiento y de esta fugacidad cuando el fantasma desfallece. El sujeto se encuentra así más bien con la vertiente sexualidad-síntoma que con la vertiente sexualidad-fantasma.
¿Qué ocurre con el velo del falo entre los sexos? ¿El velo del falo no encubre ya nada? ¿No hay ya enigma? Pero no, el velo encubre precisamente la nada misma, la falta como causa del deseo. El enigma es que la causa del deseo es una falta (cf. el famoso objeto a de Jacques Lacan). Cubrimos esa falta con cualquier cosa en nuestro fantasma: con una imagen que fije el deseo pero que siempre es engañosa con respecto a la verdad del enigma del sexo. El fantasma es siempre engañoso en este sentido. En realidad, solemos cubrir esta falta con una imagen narcisista, la imagen de un ideal que recubre el objeto causa del deseo.
Un antiguo cuento zen, “El espejo en el cofre”, nos ha servido para situar el enigma del sexo y la función del amor para preservarlo de otra forma. En el amor hay siempre un encuentro contingente, azaroso, que se produce sin saberlo pero que permite un encuentro con el Otro, con el fantasma del Otro que causa la elección. De ahí esa bella evocación del amor hecha por Lacan como dos saberes inconscientes que se encuentran... sin saberlo. Digamos que en la llamada “época de la globalización” esta dimensión del amor como encuentro contingente en el enigma entre los sexos parece que pasa por algunas dificultades. Más bien existe la promesa de un goce absoluto, un goce prometido de modo tan imperioso como fugaz en su experiencia. Es por ello que Lacan hablaba de la experiencia analítica como la posibilidad de encontrar “un amor más digno” que el amor centrado únicamente en el goce fálico. Un amor más digno es un amor que puede confrontarse al malentendido radical entre los sexos sin pretender deshacerlo del todo, un amor también que puede tratar el goce del Otro como aquello que no es necesariamente placentero, que resulta finalmente absolutamente discordante con la unidad narcisista de cada uno, un amor que incluye la falta y la incompletud en esta unidad imposible, que incluya el aforismo de Lacan: “no hay relación sexual”. Es un amor que tiene en cuenta el saber inconsciente (es decir, una saber que escapa por completo al conocimiento objetivo) como su verdadero resorte.
Este “amor más digno” no es ninguna promesa para hacer una suerte de pastoral con ella. Pero es lo mejor que tenemos para no terminar con “los enigmas del sexo”.

Miquel Bassols (Barcelona).