El Tercer Principio rector del Acto Analítico. Gloria Flores Ramírez (Valencia)

Jacques Lacan desde 1953 se dedicó a construir la formalización de los principios de la práctica analítica. Jacques-Alain Miller ya nos indica que en esta práctica no hay patrones pero sí principios. El término “principio” es el mismo que Lacan utiliza en su artículo “La Dirección de la Cura y los principios de su poder” y estos principios, nos apunta, se transmiten, sin explicación, a través del propio análisis o a través de la supervisión.

Este Tercer principio nos introduce, pues, en la entrada en análisis, cuando el sujeto coloca en el analista sus deseos, esperando una interpretación a su demanda, (demanda que es una X a despejar para el analista), en una anticipación a lo que en ese espacio “de a dos” vaya a suceder. El sujeto que entra en análisis y su demanda pueden ser variados, normalmente se llega con un síntoma (¿del qué sufre?). Miller en las páginas 68 y 69 de su texto de 1997 titulado “Introducción al método psicoanalítico” dirá: “En análisis no se trata del sufrimiento, a pesar de que el sujeto pueda llegar en nombre del sufrimiento”.

El sujeto analizante comenzará un recorrido vital a la búsqueda de un “algo perdido” junto a ese interlocutor que es el analista. ¿Qué es el sujeto del acto analítico? Es un lugar vacío en el que el saber no existe. Con el enunciado: “Yo no se lo que digo”, vemos cómo el lugar es el del inconsciente. Por ello el sujeto se representa por el sujeto barrado, como anulación y división que le afectan. Se trata del sujeto del discurso histérico que será el sujeto barrado respecto al significante Amo S1. Aquí es donde se encuentra la separación enunciado/enunciación y la separación entre sujeto y significante.

Ambos, en diferentes lugares, comenzarán el camino hacia la recuperación de ese “algo perdido”. Ese algo que se perdió nos habla del mito del objeto, (perdido o abandonado), freudiano como mito de la pulsión en cuanto constructo del niño ante la ausencia de la madre. Lacan, en su Seminario sobre “La Angustia” inscribe la pulsión en posición de mediación, como un mito. Ante aquello que el sujeto no encuentra una explicación y lo angustia, se crea esta fabulación, que es, justamente, lo que significa la palabra griega “Mythos”, una fábula. Y es curioso, porque de la palabra “fabula” procede la palabra “hablar”.

El analizante narra su fábula al analista bajo un operador práctico que es la categoría de la “enunciación”. Pero esta categoría es complicada, porque en ella no sólo está inmersa lo que dice el analizante, sino su posición entre lo que dice y sus propios hechos. Por lo tanto localizar el “decir” del sujeto es crucial en el recorrido del deseo. La “enunciación” es la posición que toma aquel que enuncia (sujeto de la enunciación) con relación al enunciado. Porque no es lo mismo decir: “Hago eso y lo repito”, que decir: “Hago eso y estoy en contra”. El sujeto del acto analítico es el sujeto del enunciado, pero “del dicho al hecho va mucho trecho”, como dice el refrán castellano.

Es entonces cuando entramos en las paradojas del lenguaje, una de ellas representada por el mensaje invertido partiendo de la Verneinung freudiana. Miller, basándose en el sueño del paciente que ve a un personaje y dice: “No es mi madre”, en donde esa negación vuelve al analista invertida y transformada en “Sí, es su madre” mantiene cierta prudencia, porque si se mantiene el mensaje invertido al pie de la letra, el analista siempre tendría la razón. Y añade que la Verneinung de Freud sería un ejemplo de análisis de la estructura del “dicho” en relación al “decir”. Entonces lo importante sería distinguir el dicho de la modalización de la negación. Lo importante es que el sujeto analizante elija el significante “madre”. Por otra parte, el neurótico no puede aceptar el deseo sin la marca de la negación sobre éste. De ahí la paradoja del mentiroso. En el acto analítico el sujeto hará uso de la palabra para engañarse-engañando a otro. Por lo que el “dicho” no garantiza nada. Y de ahí la frase famosa de Lacan: “Cómase sus palabras aunque no sean un plato de su gusto”.

Siguiendo con el texto de Tercer Principio, la recuperación del objeto perdido es la clave para mantener el deseo en la cura analítica, y para que la transferencia tenga lugar entre analista y analizante. Ambos sujetos, analista y analizante, con sus deseos particulares, son responsables de cómo se vaya efectuando la experiencia analítica. He ahí la transferencia y su puesta en marcha imprescindible que haga aparecer una “histerización del discurso”. Esto es, que el sujeto se pregunte y se cuestione. Es el discurso histérico aquel que dirige su demanda al Otro demandando Saber. Esto permite que el analista ocupe el lugar de ese Otro, ya que el discurso analítico hace ficción de saber y causa la división del sujeto.

Una vez nos situamos en el propio acto analítico, el analizante habla y dirige su discurso al analista, excluyendo a terceros que manipulen o dirijan la experiencia del sujeto particular. Cuando Eric Laurent introduce “el sujeto recibe del Otro su propio mensaje invertido incluye tanto el desciframiento…”, sabemos por experiencia, que el desciframiento de sentido no existe, hay un límite que enlaza “interpretación” y “desciframiento” como imposibilidad. Y esto es el “sinthome”. La interpretación conlleva siempre un vacío, y ese vacío lo completa el analizante con su fantasma. El fantasma como máquina que transforma el goce en placer y del que no se habla en el análisis. Figura que es un constructo del recorrido analítico y que no será interpretado. Lacan extrae la lógica del fantasma del caso “Pegan a un niño” de Freud que queda formalizada en la fórmula ($ losange a). La cura no puede basarse exclusivamente en el síntoma, (terapia), de ahí que Lacan coloque al final de análisis lo que él llama “atravesar el fantasma” como modificación de la posición del sujeto en análisis.

El deseo del analizante, como ser hablante, sería encontrar en el Otro a la pareja de sus fantasías, de ahí que Laurent afirme “encontrar a la pareja de su fantasma”. El analista, tendrá que tenerlo en cuenta y se abstendrá de ocupar el lugar de ese fantasma. Por lo tanto este Tercer Principio, que intenta abarcar desde la entrada en análisis hasta la figura del fantasma, pasando por la interpretación, el desciframiento, la transferencia y los deseos, nos señala la forma de tratar un goce indescifrable, colocándonos ante la paradoja que nos señala que el lugar de la responsabilidad en el mismo del inconsciente.