“El cuerpo que desobedece” y el absentismo escolar. Lidia Ramírez (Barcelona)

“Por las mañanas su cuerpo se despierta mucho más temprano que ella. La boca se le abre ante el cepillo de dientes. Las manos le hacen la cama. Las piernas la llevan hasta el instituto Hjalmar Lundbohm. A veces se queda de pie en medio de la calle, preguntándose si no es sábado. Planteándose si de verdad tiene que ir al instituto. Pero es curioso, sus piernas siempre tienen razón. Llega al aula correcta, el día correcto y a la hora correcta. Su cuerpo se las apaña bien sin ella.”

Es el testimonio de Rebecka, la protagonista de la novela Aurora Boreal de la autora sueca Asa Larsson, cuando era adolescente.

Este fragmento literario nos permite introducir una interrogación sobre las modalidades de la relación de los adolescentes con su cuerpo y los efectos en el llamado absentismo escolar.

En la práctica vemos que hay adolescentes que no pueden llevar su cuerpo al Instituto, el fragmento literario presenta una modalidad distinta, parece ser el cuerpo quien la lleva.

“El cuerpo que desobedece” es una expresión que introduce J.-Alain Miller en un artículo titulado “Biología lacaniana y acontecimiento de cuerpo”. Este artículo está publicado en Freudiana nº 28, comprende dos clases del curso que Miller dio en 1999 en su seminario La experiencia de lo real en la clínica psicoanalítica.

El tema del cuerpo siempre se ha tratado desde una perspectiva binaria. Siempre hay dos cuerpos que se oponen. En este sentido si hay un cuerpo que desobedece hay también un cuerpo que obedece.

El tema del cuerpo representa un punto de llegada en una investigación que inicié en el Grupo de Investigación de Psicoanálisis y Pedagogía del Instituto del Campo Freudiano y que, partiendo del síntoma, se fijó primero en el síntoma escolar y se desplazó primero al campo del saber, la relación con el saber, y después al tema del cuerpo, la relación con el cuerpo.

Siguiendo las indicaciones que dio Eric Laurent en su texto El revés del síntoma histérico, en las que hace referencia a la forma cómo la ciencia considera el cuerpo, pude introducir esta hipótesis de que detrás de los síntomas escolares hay una modalidad particular de relación con el cuerpo.

En esta ocasión, se trata de mostrar que detrás del absentismo escolar, hay el cuerpo que desobedece.

Reconozco que me llamó mucho la atención en el texto de J.-A. Miller encontrar este par de significantes referidos al cuerpo. La obediencia y la desobediencia aparecen, por un lado, como una de las primeras preocupaciones de los padres; por otra parte, el cuerpo resulta ser el argumento más recurrente y socorrido del que se sirven los niños para expresar todo tipo de malestares.

En este artículo, J.-A. Miller parte de la diferenciación entre lo animado y lo inanimado. Y comienza contando la historia de un poeta que lee en las ruinas del Coliseo romano, un libro de Tácito, sobre la historia de Roma. Resulta que, mientras este poeta lee, descubre que sobre una de las piedras en las que está sentado y en la que está escrito el nombre “Augusto”, un lagarto toma placidamente el sol. Este lagarto del que destaca su pereza en contraste con las heroicidades y las brutalidades de las costumbres romanas, representa un acontecimiento de vida frente a las muertes relatadas y petrificadas en el nombre escrito.

Recordé una fábula de la que habla Lacan en “El psicoanálisis y su enseñanza”. Se trata de la fábula de un senador romano Menenio Agripa que vivió allá por el 503 a.c. Este senador se hizo muy famoso porque consiguió sofocar una rebelión del pueblo contra sus dirigentes y lo hizo contándoles esta fábula:

Hubo un tiempo en que los miembros del cuerpo humano no formaban un todo,
como ahora ocurre, sino que cada uno tenía su propia opinión y su propio lenguaje.
Todos ellos estaban irritados con el estómago (uenter) porque, a diferencia de los
demás, él no hacía nada sino disfrutar de los apetitosos alimentos que recibía; así
pues, la boca, la mano y los dientes decidieron no seguir facilitándole comida, pensando en domarlo por hambre, pero lo único que consiguieron con su actitud fue debilitar al cuerpo entero. De tal modo pudo verse que el estómago alimentaba en la misma medida en que era él mismo alimentado, porque devolvía la comida que le llegaba en forma de algo que es imprescindible para la vida, la sangre, que las venas distribuyen por todo el cuerpo...

La moraleja de la fábula es que es mejor funcionar juntos que separados, pero lo que no oculta esta fábula es que la mitología en relación al cuerpo es que es un todo y funciona como una unidad. Mientras que la verdad del cuerpo es que está hecho de fragmentos, de piezas sueltas.

En psicoanálisis hablamos de cuerpo fragmentado a partir de Jacques Lacan, quien introdujo en la teoría, el estadío del espejo. Se trata del momento en el que el niño pequeño descubre, y eso le produce una alegría tremenda, su imagen corporal. Lo importante de este momento es que el niño puede darse, a partir de aquí, una forma, y esta forma le da a ver una unidad. La imagen que él ve, lo representa. El niño es tan pequeño en ese momento que no puede dar cuenta de lo que le está pasando pero suponemos que si se pone tan contento es porque un orden se le ha impuesto frente al “tono penoso de la vida orgánica que según lo señalan los mejores observadores, domina los primeros seis meses de la vida del hombre”. Este tono penoso, o “caos de sensaciones interoceptivas” como lo nombra Lacan, delata un malestar, una tensión, que el orden especular viene a aliviar. Pero además, si el niño está tan contento es porque esa imagen especular, él, la domina. Es ilusorio pero muy eficaz para el niño, pensar que él domina esa imagen que representa su cuerpo, porque en trastornos graves como las psicosis vemos el sufrimiento que se deriva del fallo de esta función

De esta forma el niño pequeño se pone en serie con la humanidad al querer hacer uno, una unidad, del cuerpo fragmentado.

Hemos llegado así a una diferenciación entre el cuerpo y el organismo. Por ahora tenemos el cuerpo especular y el organismo.

En el comienzo del psicoanálisis, Freud descubrió a través de los decires de sus pacientes, un cuerpo afectado por las palabras. Descubre en una paciente que presentaba una parálisis facial severa que la misma se había desencadenado después de que el marido la deja en feo en un acto social. La paciente explica que recibió la afrenta como si su marido le hubiera dado una bofetada. Esta relación entre el cuerpo y las palabras que aparecen en muchas expresiones linguíticas: -eso me pone del hígado-, o -me lo tengo que tragar-, etc., y que aparece tan transparente, resultó mucho más opaca y llevó a Freud a desarrollar toda su teoría de las pulsiones, su mitología, para poder entender porqué el cuerpo funciona así.

Freud establece la pulsión como un concepto límite entre lo somático y lo psíquico y establece que las pulsiones son siempre de dos órdenes opuestos. Por un lado, están las pulsiones del yo que sirven para conservar la especie y por otro, las pulsiones sexuales que introducen en el organismo un tipo de satisfacción que al yo, no le gusta nada. Y no le gusta porque introduce un exceso que desborda la funcionalidad del órgano. El cuerpo que obedece está del lado de las pulsiones del yo, es lo que establece Miller, y a lo que obedece es a una programación biológica en la que a cada órgano le corresponde una función determinada, este es el cuerpo que sabe sin haber aprendido nada. Pero a este cuerpo se le opone el cuerpo que desobedece a ese programa y que confiere a cada órgano un funcionamiento autónomo. Para ilustrarlo, Miller toma un ejemplo de Freud, el ejemplo de la ceguera histérica: Resulta que el ojo, que debería servir a la conservación de la especie y nos debería permitir ver para orientarnos y evitar los peligros, se pone a servir al placer de ver y entonces deja de funcionar como órgano visual. El cuerpo se convierte así en un campo de batalla en el que cada órgano está tiranizado por dos amos. Los dos luchan por el dominio del cuerpo ¿A quién servir? En el desenlace de esta lucha intervienen la represión y el síntoma, La represión tratando de impedir la satisfacción y el síntoma, procurándola pero con condiciones. He aquí el cuerpo pulsional o libidinal y el organismo

La consideración del síntoma como acontecimiento de cuerpo es una perspectiva nueva que abre Miller a partir de la última enseñanza de Lacan, quien trata de romper el binarismo en relación al cuerpo con la articulación de sus tres registros: imaginario, simbólico y real con los que configura la subjetividad del ser humano. Considerar al síntoma como acontecimiento de cuerpo es poner en primer plano que el accidente más importante que le sucede al cuerpo, es la incidencia que sobre él tiene la lengua. “hablar con el cuerpo” es lo propio del ser humano.

Antes de establecer el síntoma como un acontecimiento de cuerpo, Miller ensaya una nueva división que resulta fundamental: la diferencia entre ser un cuerpo y tener un cuerpo. El animal, el lagarto, no tiene un cuerpo, él es ese cuerpo. Si decimos que lo que caracteriza al hombre es tener un cuerpo es porque el cuerpo está mediatizado por el lenguaje. Por eso podemos hablar del cuerpo, podemos hacer de él un mito y podemos relacionarnos con él. Como consecuencia decimos que el cuerpo sufre de afectos.

Una pequeña escena de una conversación entre dos jóvenes que he sacado del libro de Haruki Murakami, Tokio Blues, nos permite adentrarnos en cómo es la experiencia del cuerpo en una adolescente. Ella, que se llama Naoko le dice a él: “No puedo hablar bien. Me pasa desde hace un tiempo. Cuando intento decir algo, sólo se me ocurren palabras que no vienen a cuento o que expresan todo lo contrario de lo que quiero decir. Y si intento corregirlas, me lío aún más, y más equivocadas son las palabras, y al final acabo por no saber qué quería decir al principio. Es como si tuviera el cuerpo dividido por la mitad y las dos partes estuvieran jugando al corre que te pillo. En medio hay una gruesa columna y van dando vueltas a su alrededor jugando al corre que te pillo. Siempre que una parte de mí encuentra la palabra adecuada, la otra parte no puede alcanzarla (p.34)…”, esto nos sucede a todos, le responde él, que se llama Watanabe.

El texto muestra bien “las misteriosas penumbras que habitan la frontera del organismo y su anclaje con la subjetividad y el lenguaje”

El psicoanálisis, en la época en la que apareció, hizo una buena pareja entre el cuerpo y las palabras; en la época en que vivimos hay más bien un divorcio que es soportado por un discurso médico que hace del cuerpo un universal que es para todos igual y tiene un funcionamiento igual a la máquina; y por otra parte una explotación consumista de los significante que quedan petrificados en tipologías y clasificaciones

El texto de S. Cottet: “El sexo débil de los adolescentes: sexo-máquina y mitología del corazón”, pone especialmente el énfasis en la dimensión de vacío con la que se confrontan los jóvenes, “la ausencia de todo discurso en el que inscribirse” y diagnostica la defensa ante ese vacío como la causa de muchos de sus comportamientos.

Otros autores con Slavoj Zizek llegan a la misma conclusión. En sus reflexiones sobre la violencia analiza los disturbios desencadenados en algunos barrios de París hace unos años. Plantea la dificultad que significa que los actos violentos de los jóvenes no pueden alojarse en ningún discurso que los contenga y a la vez los organice, ellos responden de manera explosiva a la provocación de Sarcozy: -sois basura -, pero después de la explosión, no hay nada, sólo destrucción.

Del texto de Cottet quiero destacar la parte de la representación teatral, una obra de Marivaux, concretamente lo que le pasa a uno de los actores, las dificultades de uno de los chicos para representar un papel que por otra parte quiere. “Es poco decir que las palabras le faltan. La lengua del amor le es desconocida, él sólo sabe que la misma existe en el Otro (…) lo trágico reside en la certidumbre que tiene este chico de ser desposeído del decir que hace falta en la ocasión”.

Procediendo como hace Cottet, no es la sociedad la que aclara el absentismo escolar, en todo caso es el absentismo escolar quien plantea una pregunta sobre el valor de las instituciones educativas en el mundo que habitamos.

Nuestra sociedad experta en clasificar tipologías, tipifica como absentistas a los chicos que no van al colegio. Según el diccionario, el absentismo es una costumbre según la cual el propietario reside en un lugar diferente a aquel en el que están sus bienes inmuebles, es decir, el absentista vive en un lugar y sus propiedades se localizan en otro lugar. Resulta así que el absentista es un propietario que está separado de su propiedad.

Quiero señalar que lo que llamamos absentismo escolar se produce cuando los chicos comienzan a ir solos al colegio. Creo que esto no es sin consecuencias. En general, durante la escuela primaria los padres han acompañado a sus hijos a la escuela. Esta compañía los representa, es decir, los padres aparecían en ese momento como los representantes de los niños. Entonces cuando ellos y ellas comienzan a ir solos, ¿qué pasa con esa representación?

En la actualidad trabajo en un Servicio de Atención Familiar. En este lugar atiendo a los padres, aunque son generalmente las madres de algunos de estos chicos llamados “absentistas”. Hablaré de dos de ellos. Un chico y una chica. Los dos repiten 1º de la ESO, los dos faltaron considerablemente a clase el curso pasado y los dos están asistiendo en este curso. A ella la conocí un día que quiso acompañar a su madre. Yo la invité a pasar y ella aceptó. En esta única visita ella me explica qué fue lo que se encontró al comenzar su experiencia en el IES; me dice que todas habían cambiado, sus amigas y ella, que no eran las mismas.

A él sólo lo conozco por lo que su madre me cuenta. En este chico el no ir al IES está “justificado” por toda una serie de malestares corporales que emergen a la hora de ir. Es llamativo, la madre me cuenta cómo el chico se levanta, se ducha, desayuna y entonces se siente mal, dolor de barriga, nauseas, sensación de mareo…, etc., y generalmente le pide a la madre que lo lleve al médico.

Esto también quería destacarlo, y es que al menos en mi experiencia no he encontrado ningún chico que diga abiertamente que no quiere ir al IES, generalmente no saben bien, o pueden decir que no les gustan los profesores, o que no les gusta estudiar, pero en general, lo que les funciona es el “no puedo porque estoy enfermo”. Efectivamente hay un “no puedo”.

Cuando no va al IES, él hace pesas y mira la tele; ella también mira la tv., y retoca fotos en el ordenador.

A lo mejor se podría considerar que todo lo que se deriva del culto al cuerpo sea un intento de hacer del cuerpo uno, es decir, de darle una unidad. Sería la forma cómo el adolescente se pondría en serie con la humanidad acogiéndose al mito para darle al cuerpo una unidad y un sentido. A lo mejor, tratando así el cuerpo eso le permite la ilusión de dominarlo, de apropiarse de él, para sentirse así su propietario.

Las conversaciones con las madres de estos chicos han significado una oportunidad. Primero trato de dar forma a lo que ha sido este hijo para esta mujer, así puedo intuir algo de los recursos del chico y después le doy a la madre algunas indicaciones que previamente hemos elaborado. El resultado es que hemos podido aislar, aclarar, primero algo del por qué sus hijos no iban y después algo del porqué ahora sí van.

Efectivamente si hacen esta experiencia de asistencia y antes no podían es porque, algo se ha producido, algo han producido ellos.

Lo que postulo es que para consentir a su presencia, o sea, para decidir estar presentes, un nuevo ordenamiento del cuerpo les es necesario después de pasar las metamorfosis de la pubertad. Es decir, presentarse ante los demás, ante sus semejantes, pero también ante el Otro, con una representación nueva y particular.

En el libro de H. Murakami, el protagonista explica una modalidad de huelga que practicaban los universitarios japoneses: iban a clase, estaban presentes, pero no respondían a su nombre cuando pasaban lista.

Esta disyunción entre la presencia y el nombre propio ¿qué indica? Desde lo que postulo: que para el adolescente, su nombre propio que es el nombre que el Otro paterno le dio, no le es suficiente, que él exige que se le reconozca por alguna otra cosa.

En una ocasión la madre de él me cuenta que su hijo ha reanudado las clases. Un día que no fue, no hubo malestar físico sino un olvido, no podía ir porque había olvidado llevar la autorización paterna para ir a una excursión. La madre se dio cuenta de que era la primera vez que su hijo no ponía como “excusa” el malestar corporal y además se fijó en que el chico había empezado a escribir canciones ante las que se sentía orgulloso, ya se las mostraba a un tío diciéndole: mira lo que he escrito yo.

La madre de ella siempre se queja del carácter difícil y más que arisco de su hija. Descubre que cuando su hija ha tenido un novio parece como si se volviera más dulce. Si bien el primer novio no le duró mucho tiempo, el segundo la va a buscar al cole, la defiende y le deja marcas visibles en su cuerpo, concretamente en el cuello, esas marcas que indican especialmente a las otras chicas que ella tiene un novio, es decir, que ella es amable, en el sentido que lo planteaba P. Lacadée, objeto de amor para alguien.

Las madres comprueban que sus hijos están peor cuando no van al IES: más encerrados y más malhumorados . Con el tema del absentismo se ha operado con la obligatoriedad, se ha operado con la amenaza, se ha operado con los protocolos, ¿qué se les puede ofrecer que vaya más allá del obligado a asistir o del obligado a obedecer?

¿Qué posibilidades tenemos de ensayar la producción de un discurso que aloje las particularidades de los chicos que no pueden ir al IES?

Estos dos chicos son objeto de atención en la Xarxa d’ adolescents del municipio en el que viven, y el trabajo entre los profesionales que participamos en ella nos está permitiendo organizar un discurso que va más allá de la fijación que supone la categoría absentista, posibilitando analizar las elecciones a las que estos chicos se han visto abocados, los impases por los que van atravesando y las salidas que puedan encontrar.

Como concluye F. Sauvagnat en su texto “El precio de una enrancia”: se trataría de ver lo que es para cada uno de estos chicos. “el teatro de su deseo”

En un aula taller organizan una fiesta como cierre del trimestre y festejo navideño. Todos los alumnos asisten y casi todos aceptan la invitación de escribir su deseo para el 2010, uno de ellos escribe: “Para el año que viene quiero conseguir sacarme la ESO y una moto”.